De
esas situaciones in extremis, en algunas noticias sobre el drama humano, uno
suele reconocer que la única salida es la más trágica. De la misma manera que
vimos cómo Nicolás Maduro apuró el veneno de un solo trago sobre las ruinas del
país; es la huída del cobarde, que sabe que de ésta no sale vivo (es una
expresión metafórica, los chavistas tienen enormes problemas entendiendo las
metáforas) y simplemente se suicida.
Pero
el drama no termina con él, apenas comienza, pues hay una tupida red de
componendas, intereses y voluntades, que hicieron posible esta absurda y
prolongada agonía de un pueblo, culpable de ligerezas e ignorancia, pero que no
se merecía en modo alguno el castigo inhumano al que fue sujeto por veinte
largos años, principalmente en los más inocentes e indefensos, que se llevó el
tremedal de la violencia chavista… la mayor parte de los muertos fueron los que
nada tuvieron que ver con ésta desgracia.
Porque,
hay que decirlo una y otra vez y sin descanso, el chavismo es una manera de
ser, una idea y un propósito sólo para monstruos, para seres infernales que
rinden culto a la muerte y a la descomposición, dicen y hablan con un lenguaje
de humanidad y cristianismo, pero proceden con el más vil de los impulsos
animales, y se solazan en la coprofagia y el horror.
Quienes
bailaron pegados con ellos, quienes negociaron y recibieron parte del botín
saqueado a la república, jamás podrán lavar de sus almas y conciencia la mancha
del deshonor; gozaron y chapotearon en un charco que, creyeron, era de
abundancia y lujos, pero era una afrenta a sus propios motivos de vida; se
estaban negando a la decencia y quedaron marcados por la ignominia.
Estos
hombres y mujeres corruptos, esta malentendida política de acomodos y
cabronadas sin rubor (en una acepción del diccionario de la RAE, el termino
cabronada se refiere a: “acción infame
consentida contra la propia honra”), este afán por tener y disfrutar de lo
que no se han merecido, porque nunca lo trabajaron, consiguiendo sus fortunas y
privilegios arrastrándose ante los más ignorantes, esa gente jamás le podrá
sostener la vista a ningún venezolano y, menos todavía, pedirle su confianza y
su apoyo para representarnos en nada.
Ya es
hora de que nuestra política cambie de manera radical; no podemos seguir
aceptando traidores que se venden por monedas o prostitutas que se ayuntan con
leprosos morales, las personalidades enfermas y con graves deficiencias de
autoestima deben ser descartados tan pronto hagan gala de sus defectos,
empezando porque muchos de ellos no saben hablar, no tienen la educación
necesaria para hilar dos ideas, ni el vocabulario para poder describir el mundo
en que viven… pero cuidado, así como hay menesterosos del lenguaje, los hay que
cantan como el jilguero, que sufren de incontinencia verbal y por sus bocas lo
que fluye a borbotones son imposturas, engaños y trampas, parrafadas de grandes
pensadores, a los que no entienden, y argumentos que cambian y desmienten a los
minutos de proferirlos… son los políticos habladores de paja, que tanto
impresionan a los incautos.
Siento
un gran disgusto por nuestra clase política, porque la política se ha entendido
como el mejor de los negocios para los más astutos, porque es donde funcionan a
gusto los que no tienen principios ni convicciones en sus almas, los que
negocian todo, como sea… y en este singular club de supuestos servidores
públicos sobran los que tienen un parche en el ojo, una pata de palo y un loro
que repite groserías sobre su hombro.
Nicolás
Maduro es uno de esos especímenes y todos los que se han cobijado a su lado,
creyendo que con ello le servían homenaje a Hugo Chávez Frías (otro bucanero
con mejor labia), lo que han hecho es degradarse, restarle humanidad a sus
actos y hundirse en un marasmo de contradicciones. El país entero es un reflejo
fiel de la enorme confusión sembrada, no hay lealtades, no hay valores, no hay otro
propósito que robar y hacerse más rico, sin importar el costo en vidas y sufrimiento
del pueblo; todo se reduce a unas misiones de utilería, a unas artificiosas bolsas
de comida, a unas becas escuálidas, que humillan a quienes las reciben, pues ni
siquiera alcanzan para sobrevivir y todo, a costa de la dignidad.
La
política ha sido entendida por los venezolanos como la tierra de la
irresponsabilidad; a nadie se le exige cuentas, el que se llame a sí mismo
“político” tiene carta blanca sobre sus actos, se maneja a voluntad, sin tener
que dar explicaciones a nadie sobre las consecuencias de su proceder, lo que lo
hace un sujeto muy peligroso en un país donde la política se entromete en todo;
la política regula cada aspecto de la vida de los ciudadanos, impone normas de
obligatorio acatamiento y conlleva el disponer de la fuerza para lograr sus
fines.
De
igual manera nos hemos acostumbrado a que nuestros candidatos sean elegidos por
listados elaborados por los partidos políticos, delegando en estas
organizaciones el derecho de postular para cargos públicos a personas que el
electorado desconoce y con los cuales no tienen ningún tipo de relación; esto
sucede con cargos principales y suplentes, de hecho, no es extraño que
aparezcan representantes de comunidades a las nunca han pertenecieron, ni han
hecho vida en esas circuitos, lo cual genera un desapego entre supuestos
líderes y sus representados.
En un
mundo político, controlado por organizaciones y por líderes carismáticos,
atenidos a disciplinas partidistas, a negociaciones y convenios entre partidos,
que representan intereses de grupos económicos y de opinión, a ideologías e,
incluso, a gobiernos extranjeros, el margen de maniobra y de expresión
individual de los que dicen ser nuestros representantes se ve disminuido a su
mínima expresión; siempre habrá otros asuntos más relevantes que lo que
concierne a la vida, prosperidad y seguridad de las comunidades.
La
política en Venezuela está fatalmente divorciada del verdadero interés del
pueblo; siempre privan otras consideraciones “superiores”, por estar encima del
bien común, y es por ello que los intereses personales y egoístas de los
políticos, sea quienes fueran, aún aquellos que se autodenominan “líderes
comunitarios”, siempre anteponen su propio bienestar y seguridad como prioridad
en sus agendas; como no consultan, como no son controlados, ni investigados,
simplemente, hacen lo que les da la gana con el poder que escamotean de
nuestros votos.
Visto
de esta manera, la política en Venezuela es una actividad muy parecida a la
minería ilegal. Los políticos encuentran en la masa de votantes los que se
manifiestan por un partido, y como si fuera una bulla de oro, se trazan los
límites de las concesiones y se explotan, hasta que los partidos y candidatos
pierden toda credibilidad y soporte… entonces, salen ellos con enormes fortunas
y sus electores quedan con más problemas y necesidades, arruinados y solos, que
cuando ellos comenzaron a representarlos.
La
famosa “unidad”, como concepto de actuación democrática, desvirtúa la
pluralidad de voces, pensamiento y creencias, que debe instituir la verdadera
democracia, para sustituirla por un todo homogéneo, con el fin de apoyar a una
coalición de partidos y candidatos bajo el supuesto de hacer fuerza contra otra
coalición de partidos y candidatos que pugnan por el poder. El asunto es que
estas estrategias unitarias, a pesar de demostrar su inutilidad e ineficiencia
en sus propósitos, justamente por los pactos, acomodos, y negociaciones que se
dan entre los bloques enfrentados, tienden a perpetuarse en el tiempo, como
excusa para sostener a una plataforma de políticos medrando de la no resolución
del conflicto.
La
estrategia totalitaria del chavismo ha dado resultado más allá de sus
propósitos y expectativas originales, dominando a toda la nación sin necesidad
de guerras, porque la política venezolana era una actividad y un oficio
absolutamente ineficiente para defender los intereses del pueblo; los cubanos,
simplemente, se encontraron con un grupo de sinvergüenzas capaces de negociar a
sus propias madres a cambio de “espacios” de poder, que no son otra cosa que
oportunidades de manejar los presupuestos que se les asignan en función de sus
intereses, apoyando, con subterfugios de orden legal y administrativo, la
continuidad de un régimen, ganándole tiempo para que realinease sus defensas y
excusas.
Nuestro
sistema político diseñado sin la participación ciudadana, es lo que ha hecho
que nuestras instituciones sean solamente estructuras administrativas,
cascarones burocráticos que no tienen dolientes; una Asamblea Nacional que hasta el momento no ha podido convocar al pueblo a la calle, a la movilización, a la protesta cuando el
orden constitucional es violado, indica que el contacto esencial entre
los órganos del estado y el soberano, quien debería ser su máximo interés y
objeto, no existe.
La
política venezolana se convirtió en el peligroso juego donde los errores de
unos pocos afectaban al resto del país, poniendo en juego la vida de la
república misma; eso es inaceptable, la situación es una donde los
acontecimientos se desarrollan sin nuestra participación, como nuestras protestas
y opiniones son desestimadas por una suerte de superioridad institucional,
teniéndonos que aguantar los desplantes y ofensas de nuestros propios
representantes, quienes parecieran actuar sin contacto con la gente, viviendo
en un mundo de retórica barata y estrategias pueriles, para que nada cambie y
todo siga igual.
Pero
hay una tendencia general en la opinión pública de no querer criticar a la
política, de no tocarla ni con un pétalo por la desgraciada posición de que se
trata de nuestra única relación con nuestra realidad colectiva, sobre todo de
nuestros vínculos como pueblo frente al estado, y a quienes la ponemos en
revisión, a quienes expresamos nuestro desencanto con la manera de hacer
política de los venezolanos nos acusan de practicar la antipolítica, lo cual no
es cierto, no puede haber antipolítica donde no hay política.
Quienes
estudiamos el conocimiento político sabemos lo complicado que es la
gobernabilidad, conocemos del entramado que se arma para unas elecciones, de
cómo elaborar y dirigir los discursos proselitistas, de las estrategias y
maniobras para llegar y mover la conciencia nacional, el interés sobre los
asuntos locales, de lo que se presume es el interés general, de los recursos
que se necesitan para mover la opinión pública, en fin, no se trata únicamente
del voluntarismo que debe existir detrás de la vocación del servidor público,
más bien lo fundamental es defender posiciones, para negociar lo que se pueda
negociar, saber donde están los límites en las políticas públicas y en nuestra
posiciones personales, hasta donde podemos llegar en nuestras ambiciones.
Montar
organizaciones electorales para defender intereses económicos, para hacer
negocios, para acumular poder o para contar con enormes listados de miembros,
de clientes políticos para luego negociarlos en apoyos para aprobar leyes, eso
no es política, eso es un juego de apuestas, un ventorrillo de ilusiones.
La
política que se juega en el país es una competencia de egos, de preservación de
feudos, de campañas populistas para sostenerse en el poder, sin importar el
destino ni la seguridad de la nación, utilizando las aspiraciones populares
como banderas pero dejando al pueblo de último al momento de accionar el
aparato del estado, y el chavismo es un claro ejemplo de estas malas mañas.
Maduro
decidió pegarle una patada a la mesa, ya sinceró la situación; Venezuela salta
al vacío, expuesta a cualquier cosa, debido al empecinamiento de Cuba de no
soltar a su presa, a pesar de estar siendo observada por el mundo entero y
señalada como un animal predador y por lo tanto, de alta peligrosidad, al mismo
tiempo Guairó, el actual presidente de la Asamblea Nacional, perteneciente al
partido Voluntad Popular, el partido que fundó Leopoldo López, uno de los
presos políticos más emblemáticos del país, se ha convertido en un símbolo de
la resistencia y de la democracia.
Me
temo que ni los cubanos ni sus agentes venezolanos saben manejar apropiadamente
con estos simbolismos, y van a cometer el error garrafal de querer desaparecerlo,
lo cual va a traer unas consecuencias tanto nacionales como internacionales de
las que nadie tiene control.
Pase
lo que pase, la cuerda está por reventar; el supuesto nuevo gobierno de Maduro
no tiene otro asidero que las armas de la república, y la traición de las FFAA
es tan indigna, pública y repugnante, que ya no hay manera de diferenciales de
otros grupos delictivos, a no ser por sus uniformes, pero la institución, sus
tradiciones, su honor y valía
corresponden a un remoto pretérito, cuando teníamos un país.
Lo
importante en esta terrible encrucijada es que somos casi treinta millones de
personas, decentes, trabajadoras, respetuosas de Dios, básicamente libertarias
y demócratas, dispuestas a rehacer nuestras vidas, a corregir nuestros errores
y a darnos un gobierno que tenga que ver con la gente, no con el vicio y la
muerte. - saulgodoy@gmail.com
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