sábado, 12 de enero de 2019

La política que no es política



De esas situaciones in extremis, en algunas noticias sobre el drama humano, uno suele reconocer que la única salida es la más trágica. De la misma manera que vimos cómo Nicolás Maduro apuró el veneno de un solo trago sobre las ruinas del país; es la huída del cobarde, que sabe que de ésta no sale vivo (es una expresión metafórica, los chavistas tienen enormes problemas entendiendo las metáforas) y simplemente se suicida.
Pero el drama no termina con él, apenas comienza, pues hay una tupida red de componendas, intereses y voluntades, que hicieron posible esta absurda y prolongada agonía de un pueblo, culpable de ligerezas e ignorancia, pero que no se merecía en modo alguno el castigo inhumano al que fue sujeto por veinte largos años, principalmente en los más inocentes e indefensos, que se llevó el tremedal de la violencia chavista… la mayor parte de los muertos fueron los que nada tuvieron que ver con ésta desgracia.
Porque, hay que decirlo una y otra vez y sin descanso, el chavismo es una manera de ser, una idea y un propósito sólo para monstruos, para seres infernales que rinden culto a la muerte y a la descomposición, dicen y hablan con un lenguaje de humanidad y cristianismo, pero proceden con el más vil de los impulsos animales, y se solazan en la coprofagia y el horror.
Quienes bailaron pegados con ellos, quienes negociaron y recibieron parte del botín saqueado a la república, jamás podrán lavar de sus almas y conciencia la mancha del deshonor; gozaron y chapotearon en un charco que, creyeron, era de abundancia y lujos, pero era una afrenta a sus propios motivos de vida; se estaban negando a la decencia y quedaron marcados por la ignominia.
Estos hombres y mujeres corruptos, esta malentendida política de acomodos y cabronadas sin rubor (en una acepción del diccionario de la RAE, el termino cabronada se refiere a: “acción infame consentida contra la propia honra”), este afán por tener y disfrutar de lo que no se han merecido, porque nunca lo trabajaron, consiguiendo sus fortunas y privilegios arrastrándose ante los más ignorantes, esa gente jamás le podrá sostener la vista a ningún venezolano y, menos todavía, pedirle su confianza y su apoyo para representarnos en nada.
Ya es hora de que nuestra política cambie de manera radical; no podemos seguir aceptando traidores que se venden por monedas o prostitutas que se ayuntan con leprosos morales, las personalidades enfermas y con graves deficiencias de autoestima deben ser descartados tan pronto hagan gala de sus defectos, empezando porque muchos de ellos no saben hablar, no tienen la educación necesaria para hilar dos ideas, ni el vocabulario para poder describir el mundo en que viven… pero cuidado, así como hay menesterosos del lenguaje, los hay que cantan como el jilguero, que sufren de incontinencia verbal y por sus bocas lo que fluye a borbotones son imposturas, engaños y trampas, parrafadas de grandes pensadores, a los que no entienden, y argumentos que cambian y desmienten a los minutos de proferirlos… son los políticos habladores de paja, que tanto impresionan a los incautos.
Siento un gran disgusto por nuestra clase política, porque la política se ha entendido como el mejor de los negocios para los más astutos, porque es donde funcionan a gusto los que no tienen principios ni convicciones en sus almas, los que negocian todo, como sea… y en este singular club de supuestos servidores públicos sobran los que tienen un parche en el ojo, una pata de palo y un loro que repite groserías sobre su hombro.
Nicolás Maduro es uno de esos especímenes y todos los que se han cobijado a su lado, creyendo que con ello le servían homenaje a Hugo Chávez Frías (otro bucanero con mejor labia), lo que han hecho es degradarse, restarle humanidad a sus actos y hundirse en un marasmo de contradicciones. El país entero es un reflejo fiel de la enorme confusión sembrada, no hay lealtades, no hay valores, no hay otro propósito que robar y hacerse más rico, sin importar el costo en vidas y sufrimiento del pueblo; todo se reduce a unas misiones de utilería, a unas artificiosas bolsas de comida, a unas becas escuálidas, que humillan a quienes las reciben, pues ni siquiera alcanzan para sobrevivir y todo, a costa de la dignidad.
La política ha sido entendida por los venezolanos como la tierra de la irresponsabilidad; a nadie se le exige cuentas, el que se llame a sí mismo “político” tiene carta blanca sobre sus actos, se maneja a voluntad, sin tener que dar explicaciones a nadie sobre las consecuencias de su proceder, lo que lo hace un sujeto muy peligroso en un país donde la política se entromete en todo; la política regula cada aspecto de la vida de los ciudadanos, impone normas de obligatorio acatamiento y conlleva el disponer de la fuerza para lograr sus fines.
De igual manera nos hemos acostumbrado a que nuestros candidatos sean elegidos por listados elaborados por los partidos políticos, delegando en estas organizaciones el derecho de postular para cargos públicos a personas que el electorado desconoce y con los cuales no tienen ningún tipo de relación; esto sucede con cargos principales y suplentes, de hecho, no es extraño que aparezcan representantes de comunidades a las nunca han pertenecieron, ni han hecho vida en esas circuitos, lo cual genera un desapego entre supuestos líderes y sus representados.
En un mundo político, controlado por organizaciones y por líderes carismáticos, atenidos a disciplinas partidistas, a negociaciones y convenios entre partidos, que representan intereses de grupos económicos y de opinión, a ideologías e, incluso, a gobiernos extranjeros, el margen de maniobra y de expresión individual de los que dicen ser nuestros representantes se ve disminuido a su mínima expresión; siempre habrá otros asuntos más relevantes que lo que concierne a la vida, prosperidad y seguridad de las comunidades.
La política en Venezuela está fatalmente divorciada del verdadero interés del pueblo; siempre privan otras consideraciones “superiores”, por estar encima del bien común, y es por ello que los intereses personales y egoístas de los políticos, sea quienes fueran, aún aquellos que se autodenominan “líderes comunitarios”, siempre anteponen su propio bienestar y seguridad como prioridad en sus agendas; como no consultan, como no son controlados, ni investigados, simplemente, hacen lo que les da la gana con el poder que escamotean de nuestros votos.
Visto de esta manera, la política en Venezuela es una actividad muy parecida a la minería ilegal. Los políticos encuentran en la masa de votantes los que se manifiestan por un partido, y como si fuera una bulla de oro, se trazan los límites de las concesiones y se explotan, hasta que los partidos y candidatos pierden toda credibilidad y soporte… entonces, salen ellos con enormes fortunas y sus electores quedan con más problemas y necesidades, arruinados y solos, que cuando ellos comenzaron a representarlos.
La famosa “unidad”, como concepto de actuación democrática, desvirtúa la pluralidad de voces, pensamiento y creencias, que debe instituir la verdadera democracia, para sustituirla por un todo homogéneo, con el fin de apoyar a una coalición de partidos y candidatos bajo el supuesto de hacer fuerza contra otra coalición de partidos y candidatos que pugnan por el poder. El asunto es que estas estrategias unitarias, a pesar de demostrar su inutilidad e ineficiencia en sus propósitos, justamente por los pactos, acomodos, y negociaciones que se dan entre los bloques enfrentados, tienden a perpetuarse en el tiempo, como excusa para sostener a una plataforma de políticos medrando de la no resolución del conflicto.
La estrategia totalitaria del chavismo ha dado resultado más allá de sus propósitos y expectativas originales, dominando a toda la nación sin necesidad de guerras, porque la política venezolana era una actividad y un oficio absolutamente ineficiente para defender los intereses del pueblo; los cubanos, simplemente, se encontraron con un grupo de sinvergüenzas capaces de negociar a sus propias madres a cambio de “espacios” de poder, que no son otra cosa que oportunidades de manejar los presupuestos que se les asignan en función de sus intereses, apoyando, con subterfugios de orden legal y administrativo, la continuidad de un régimen, ganándole tiempo para que realinease sus defensas y excusas.
Nuestro sistema político diseñado sin la participación ciudadana, es lo que ha hecho que nuestras instituciones sean solamente estructuras administrativas, cascarones burocráticos que no tienen dolientes; una Asamblea Nacional que hasta el momento no ha podido convocar al pueblo a la calle, a la movilización, a la protesta cuando el orden constitucional es violado, indica que el contacto esencial entre los órganos del estado y el soberano, quien debería ser su máximo interés y objeto, no existe.
La política venezolana se convirtió en el peligroso juego donde los errores de unos pocos afectaban al resto del país, poniendo en juego la vida de la república misma; eso es inaceptable, la situación es una donde los acontecimientos se desarrollan sin nuestra participación, como nuestras protestas y opiniones son desestimadas por una suerte de superioridad institucional, teniéndonos que aguantar los desplantes y ofensas de nuestros propios representantes, quienes parecieran actuar sin contacto con la gente, viviendo en un mundo de retórica barata y estrategias pueriles, para que nada cambie y todo siga igual.
Pero hay una tendencia general en la opinión pública de no querer criticar a la política, de no tocarla ni con un pétalo por la desgraciada posición de que se trata de nuestra única relación con nuestra realidad colectiva, sobre todo de nuestros vínculos como pueblo frente al estado, y a quienes la ponemos en revisión, a quienes expresamos nuestro desencanto con la manera de hacer política de los venezolanos nos acusan de practicar la antipolítica, lo cual no es cierto, no puede haber antipolítica donde no hay política.
Quienes estudiamos el conocimiento político sabemos lo complicado que es la gobernabilidad, conocemos del entramado que se arma para unas elecciones, de cómo elaborar y dirigir los discursos proselitistas, de las estrategias y maniobras para llegar y mover la conciencia nacional, el interés sobre los asuntos locales, de lo que se presume es el interés general, de los recursos que se necesitan para mover la opinión pública, en fin, no se trata únicamente del voluntarismo que debe existir detrás de la vocación del servidor público, más bien lo fundamental es defender posiciones, para negociar lo que se pueda negociar, saber donde están los límites en las políticas públicas y en nuestra posiciones personales, hasta donde podemos llegar en nuestras ambiciones.
Montar organizaciones electorales para defender intereses económicos, para hacer negocios, para acumular poder o para contar con enormes listados de miembros, de clientes políticos para luego negociarlos en apoyos para aprobar leyes, eso no es política, eso es un juego de apuestas, un ventorrillo de ilusiones.
La política que se juega en el país es una competencia de egos, de preservación de feudos, de campañas populistas para sostenerse en el poder, sin importar el destino ni la seguridad de la nación, utilizando las aspiraciones populares como banderas pero dejando al pueblo de último al momento de accionar el aparato del estado, y el chavismo es un claro ejemplo de estas malas mañas.
Maduro decidió pegarle una patada a la mesa, ya sinceró la situación; Venezuela salta al vacío, expuesta a cualquier cosa, debido al empecinamiento de Cuba de no soltar a su presa, a pesar de estar siendo observada por el mundo entero y señalada como un animal predador y por lo tanto, de alta peligrosidad, al mismo tiempo Guairó, el actual presidente de la Asamblea Nacional, perteneciente al partido Voluntad Popular, el partido que fundó Leopoldo López, uno de los presos políticos más emblemáticos del país, se ha convertido en un símbolo de la resistencia y de la democracia.
Me temo que ni los cubanos ni sus agentes venezolanos saben manejar apropiadamente con estos simbolismos, y van a cometer el error garrafal de querer desaparecerlo, lo cual va a traer unas consecuencias tanto nacionales como internacionales de las que nadie tiene control.
Pase lo que pase, la cuerda está por reventar; el supuesto nuevo gobierno de Maduro no tiene otro asidero que las armas de la república, y la traición de las FFAA es tan indigna, pública y repugnante, que ya no hay manera de diferenciales de otros grupos delictivos, a no ser por sus uniformes, pero la institución, sus tradiciones, su honor  y valía corresponden a un remoto pretérito, cuando teníamos un país.
Lo importante en esta terrible encrucijada es que somos casi treinta millones de personas, decentes, trabajadoras, respetuosas de Dios, básicamente libertarias y demócratas, dispuestas a rehacer nuestras vidas, a corregir nuestros errores y a darnos un gobierno que tenga que ver con la gente, no con el vicio y la muerte.      -       saulgodoy@gmail.com

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