miércoles, 12 de agosto de 2015

La destrucción de la soberanía



En este artículo voy hacer un ejercicio de política ficción; sobre los términos que me presenta la realidad actual voy a proyectar un futuro a mediano plazo, es tan sólo una opinión, un intento de modelaje que anticipa uno de los posibles escenarios para nuestra querida y tan golpeada Venezuela.
Uno de los fenómenos políticos más interesantes que están ocurriendo en mi país, con la mentada revolución socialista bolivariana del siglo XXI, que es uno de los súcubos que engendró el comunismo internacional luego del descalabro del muro de Berlín, es cómo el mismo gobierno destruye la integridad de la vieja teoría de la soberanía nacional.
Maduro fue impuesto como presidente por la camarilla militar golpista que acompañó a Chávez en su proyecto político, que responde a la estrategia de dominio cubano de los hermanos Castro sobre la nación-estado de Venezuela.
Dicha estrategia consistía en mimetizar el gobierno chavista como si fuera un estado democrático, donde el concepto de pueblo refería a una multitud de individuos con una utilidad electoral y económica (para ser explotados y producir votos que legitimaran al régimen, e impuestos, que generaran recursos económicos para mantener al gobierno), mientras que el petróleo del país era utilizado para financiar el imperialismo cubano en Latinoamérica.
El chavismo rompió con la racionalidad del poder cuando los recursos petroleros se hicieron insuficientes para mantener la inmensa red de gobiernos parásitos, que le concedían vocería al líder en los foros internacionales y le permitían adelantar el proyecto castrocomunista, y la economía interna de Venezuela no aguantó el plan de destrucción del aparato productivo nacional, en aras de implantar el modelo colectivista de producción comunal.
Igualmente, fracasó en el financiamiento del sistema de misiones, que atendía las necesidades internas del proletariado chavista, de donde el gobierno obtenía su respaldo popular.
En su artículo, La crisis del estado-nación y la teoría de la soberanía en Hegel, bien dice Agemir Bravaresco lo siguiente: “La soberanía interna se constituye de las funciones y de los poderes que componen el Estado, mantenidos en la unidad y en la identidad”.  
Pero la unidad se rompió con el régimen de apartheid contra la burguesía, los empresarios y los trabajadores formales de la economía privada; de manera que todo aquel que no fuera revolucionario, era enemigo del proceso… con esto, el chavismo fractura la unidad del país.
En cuanto a la identidad, fue saboteada introduciendo elementos extraños en la cultura política de los venezolanos, como serían esos remedos de la guerra fría como la unión cívico-militar, los grupos milicianos, las comunas, el partido único y, sobre todo, la intensa campaña para que el venezolano aceptara lo cubano como adherencia ontológica a su ser, que devino en un intenso rechazo a lo “rojo-rojito”.
Alvin y Heidi Toffler en su libro, Cambio de Poder, al explicar cómo el socialismo se derrumbó en Europa, dicen, entre otras razones: “En realidad, el control de arriba a abajo que se ejercía en los países socialistas se basaba cada vez más sobre mentiras y falsedades, puesto que dar malas noticias a los superiores solía ser bastante arriesgado. La decisión de implantar un sistema de partido único es una medida que atañe sobre todo al conocimiento. La burocracia abrumadora que creó el socialismo en todas las esferas de la vida también fue un mecanismo que restringía el conocimiento, que empujaba al saber hacia compartimientos o cubículos predefinidos y limitaba la comunicación a los «canales oficiales» mientras ilegitimaba la comunicación y la organización no formales.
Esto resultó en unas flagrantes contradicciones entre la política oficial y la realidad del país, donde el presidente, los ministros y otros funcionarios, las acciones oficiales iban por un lado y la Constitución por otro, con lo que se le restó organicidad al estado. El despotismo de un hombre era confundido con soberanía y, al momento de un llamado a la unión nacional, se hacía evidente que el gobierno estaba solo.
Una combinación fatal de corrupción, ineptitud y violencia fue carcomiendo la estrategia chavista y, aún antes de que el líder de la revolución muriera, se había iniciado una separación entre la población y el régimen.
El gobierno socialista bolivariano ya no conseguía controlar y proteger el territorio de la nación-estado y, menos aún, garantizar la legitimidad de sus acciones, decisiones y voluntad de poder con el fin de preservar su proyecto político. Cuando Maduro asume el poder, era manifiesta la pérdida de soberanía y la disolución de la patria bolivariana.
En Venezuela, los únicos que creen y acatan al gobierno de Maduro como soberano, aunque suene extraño decirlo, es la oposición política, en un ridículo y vano intento por preservar las condiciones mínimas para escenificar unas elecciones, en las cuales fundan la esperanza de que se dé una transferencia de poder al viejo estilo de la nación-estado y extender un sistema político que se está desmoronando.
En la llamada MUD, están empeñados en preservar esa tradición hegeliana de la nación-estado, porque es la única que conocen y les da miedo el derrumbe de esa soberanía, porque no saben lidiar con lo que viene.
Pero la soberanía del país está tan comprometida y desvencijada que ya no hay manera de sostenerla y es la razón de tanta violencia institucional, de los esfuerzos subterráneos o expresos por fomentar el caos social y empujar a ese otro elemento constitutivo de la soberanía, que es la población, a que se anule en medio de la escasez alimentaria y el desastre económico.
El solo hecho de que la estrategia electoral del gobierno de Maduro vaya encaminada a trampear la voluntad del soberano, que es el pueblo, por medio de las trampas del CNE, es ya un indicativo de que la estructura del estado-nación, que era Venezuela, no existe.
La oposición política venezolana, conformada por una serie de partidos políticos tradicionales, es la más interesada en salvar lo que queda del gobierno de Maduro pues, a estas alturas, pretenden ser los herederos de esa forma de organización político y social que es la nación-estado; su ilusión es manejar esos viejos mecanismos de poder, como lo sería el desgastado sistema presidencialista, con miras a controlar el mejor negocio que había en Venezuela, que era ser gobierno.
Tengo la impresión de que se van a quedar con las ganas, creo que no va a haber elecciones en Venezuela, la anomia social va a continuar escalando hasta el paroxismo; vamos a ver en los próximos meses cosas muy feas, al punto de que la comunidad internacional tendrá que intervenir para poner orden en lo que fuera Venezuela.
Yo creo que lo que viene, como forma de organización socio-político en Venezuela, es una especie de estado corporativo, en el sentido de una federación real y funcional, no meramente declarativa, como ha sido hasta el momento, con un modelo de regiones autonómicas, que serían modeladas por sus potencialidades productivas y de riquezas, enmarcadas en el concepto de ecoregiones.
La nueva Venezuela (yo aprovecharía para cambiarle el nombre al país, le pondría Orinoquia) rendiría cuentas a organismos internacionales, mientras se estabiliza, bajo un esquema liberal clásico, con predominio del libre mercado y bajo el control de los EEUU, con el que tendríamos algún tipo de pacto o compromiso que garantizaría la seguridad y, por ende, las inversiones… se trataría de una nueva forma de organización que tendría mucho de globalización.
Ese viejo esquema de soberanía, representada por una unidad indivisible, inalienable e imprescriptible del estado-nación, sería cambiado por uno donde existieran dos y tres tipos de soberanía interactuando, las fronteras físicas serían muy permeables a los flujos económicos-financieros, de información y culturales; las nuevas relaciones serían más parecidas a las virtuales, en extremo flexibles y con sus propios tiempos.
La nueva modalidad del estado corporativo consiste en hacer de cada uno de sus miembros un -responsible risk taker- tal como lo previó Habermas,  en la forma de un accionista responsable, empezando por el mismo ciudadano, quien tendrá que responder por su propio capital humano; los términos de los mercados globalizados impondrán un nuevo ritmo, tanto a las transacciones como a la vida misma; fuera del cocoon del estado, la sociedad civil tendrá la oportunidad de organizarse de múltiples maneras para alcanzar sus objetivos locales y regionales.
La descentralización sería una característica importante y necesaria de la nueva forma de gobierno. Una de sus modalidades sería la de un plebiscito permanente, dado que la información sobre cómo piensa la gente, sobre cada uno de los temas a decidir, estará disponible entre todos los interesados; en este sentido, tendría que haber una transferencia de los poderes de decisión al nivel local y regional, para ir facilitando este proceso de toma de decisiones, el cual será mucho más rápido, oportuno y cambiaría el flujo de información, de abajo hacia arriba.
Estas nuevas formas de organización hacen obsoletas las llamadas recetas progresivas de la economía socialista, donde la propiedad pública, colectiva, o sea estatal, eran las guías privilegiadas; una nueva forma de organización impondría la privatización de la economía, entrando en terrenos donde la propiedad resulta intangible, supersimbólica, donde el conocimiento es el principal motor de la economía, y éste trabaja de manera horizontal y diagonal, no de arriba hacia abajo, como en el modelo del estado-nación.
Los hermanos Castro en Cuba no han caído en cuenta de que, al haberle ordenado al gobierno de Maduro acelerar el proceso de entropía en Venezuela, estaban acelerando su propia absorción al sistema de globalización.
Mucho más interesante para la comunidad internacional es Venezuela que Cuba, por varias razones: al Venezuela entrar en esta nueva etapa de organización y relaciones, por pura fuerza de gravedad, arrastraría a Cuba hacia este nuevo paradigma, que definitivamente consolida un nuevo modelo liberal y de libre mercado para el mundo.
Todas las funciones de los ex estados nacionales se irán transfiriendo, por etapas, a otras instancias, para preservar los procesos democráticos de legitimación; la identidad de los pueblos será preservada a nivel académico, para el estudio antropológico y etnográfico de las particularidades de las sociedades primitivas… el nuevo perfil de la sociedad es definitivamente global, ya somos parte de ello, lo queramos o no.
La pluralidad interna en las sociedades, creadas a partir de la convivencia democrática, encontrará su expresión en diversos medios, órganos, instituciones y entidades de poder, diferentes a los partidos políticos, que poco a poco irán perdiendo su protagonismo en la toma de decisiones; me gustaría pensar que los mismos partidos evolucionarán para aprovechar esta diversidad de instancias e irlas integrando en su estructura, y convertirse en algo muy distinto a la estructura jerárquica de poder centralizado que hoy en día sustentan.
Los actuales partidos políticos son en Venezuela causa fundamental de este parto doloroso y traumático; se negaron a evolucionar, se anclaron en una noción de poder y de política que nada tenía que ver con la dinámica propia de un país con las características nodales que tenemos en la región.
Tal fue su incompetencia de nuestra organización política en proporcionarle al país causas y maneras de expresión, que tuvimos que requerir a Cuba, un país mucho más atrasado, torvo y violento que el nuestro, para que demoliera ese capullo podrido e infectado de nuestro sistema político socialista… condición imprescindible, para poder entrar verdaderamente en el siglo XXI. –   saulgodoy@gmail.com



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