viernes, 15 de abril de 2016

Las semillas de la imperfección


 Para Olga Osakosan

Okakura Tenshin publicó su famosa obra El Libro del Té en 1906, lo hizo en idioma inglés; cuando el texto es traducido primero al alemán y luego al francés, lo hace en el mejor de los ambientes posibles, cuando los movimientos de avant-garde de principios de siglo florecían en Europa buscando la renovación de las artes y los estilos.
En especial enfocaron su atención hacia las artesanías, algo bien curioso pues fue en esas artes menores, en esas pequeñas manualidades que provenían de los artistas del pueblo, muchas de ellas anónimas, donde los artistas que experimentaban con nuevas formas de expresión, encontraban el verdadero espíritu renovador de sus pueblos.
De acuerdo a la investigación que hace la arquitecto Marielle Hladik, en su artículo, Estética de la Imperfección: Descubriendo el valor de la discontinuidad y la fragmentación (2010), en el Japón de las primeras décadas del siglo XX estaba ocurriendo exactamente lo mismo, los artistas y coleccionistas nativos volvían sus miradas sobre las obras de los artesanos.
Y el té, esa sofisticada ceremonia japonesa cargada de tantos significados, con sus complejas formas y rituales, con sus distintos adminículos, era perfecta para encontrar valores no solo espirituales sino comerciales.
Tenshin escribió: “El té empezó como una medicina y se convirtió en una bebida… tomar el té es un culto fundado en la adoración de lo bello en medio de los sórdidos hechos de la existencia diaria… es en esencia una adoración hacia lo imperfecto, es un tierno intento de lograr algo posible en esta cosa imposible que llamamos vida.”
Se trataba de un cambio de paradigma, de una nueva visión sobre las artes que iba de la mano con la moda europea del Orientalismo, que ya muchos intelectuales europeos cultivaban sobre todo por su interés sobre la cultura China y de la India.
Por aquella segunda década del siglo tuvieron lugar movimientos artísticos experimentales de gran valía, que tenían a las Arts & Crafts como centro de su interés; una expresión inglesa que agrupaba todos los trabajos artesanales y de objetos de uso diario en cuya elaboración aplicaba un trabajo artístico, sobre todo en los detalles, en Inglaterra surgió el movimiento Gothic Revival, en Alemania el Deutscher Werkkbund e, incluso, en el mismo Japón, el movimiento Mingei.
Pero fue gracias a los coleccionistas y a los mercaderes del arte, a los verdaderos conocedores de esas artesanías preciosas que se fue llevando el conocimiento y el gusto por estas magníficas piezas al público general; personajes como Siegfried Bing, Louis Gonse, Henri Cernuschi fueron no sólo grandes coleccionistas y conocedores del arte asiático, sino importantes art dealers, muchas de esas colecciones privadas fueron expuestas en importantes exhibiciones en las principales capitales de Europa y de los EEUU, incluyendo Filadelfia en 1876, la Exposition Universelle en 1878 y luego en la famosa 1900 Exposition, ambas en París.
El grueso de las muestras era de cerámica China, pero se incluyeron algunas piezas de té del Japón, que causaron revuelo, ocasión que aprovechó el Embajador del Japón para ofrecer sus ceremonias de té con motivo de la inauguración del Museo Guimet en París; muchas de esas colecciones privadas acabaron en los grandes museos, como el Museo Victoria & Albert de Londres o tuvieron como destino New York y Los Angeles.
Uno de los fundadores del Museo Nacional en Tokio, el anticuario y experto en arte japonés Ninagawa Noritane, el mayor coleccionista de cerámica japonesa de la época y principal contribuidor de la colección perteneciente al Museo Británico, era quien certificaba las piezas.
Pero volvamos al asunto del esteticismo japonés al contrario del chino, este último con su particular acento en la perfección y el equilibrio.
Hay un ingrediente de no intencionalidad en la belleza que resulta de la elaboración de los objetos de uso diario en Japón, sobre todo para la ceremonia del té, donde las imperfecciones de su manufactura y hasta la ausencia de partes, le otorgan valor a las piezas, cosa que es inaceptable en el arte chino.
Los grandes estetas japoneses buscan una reapropiación del pasado, esto conlleva una reinterpretación de la historia, que intenta una reinvención de la tradición; esto quiere decir que, para el artista japonés, la modernidad nace de lo tradicional, no es un acto de creación de lo nuevo, no hay borrón y cuenta nueva, la modernidad no nace de un acto creativo original, sino que parte de una diferencia que se logra de lo heredado, creando “lo otro” de lo que viene dado.
Y aquí cito directamente al arquitecto Mariel Hladik: “En el temprano inicio del siglo XX, esta estética de la irregularidad es descrita por Yanagui Sōetsu (Muneyoshi, 1889- 1961) en su libro traducido por el inglés Bernard Leach, El Artesano Desconocido.  Redescubriendo la belleza de los objetos cotidianos en la vida, cuyas formas fueron hechas por artesanos anónimos, lo que dio pié al movimiento artístico del Arte Mingei. El tazón de té llamado Ido Kizaemon (de la Dinastía Yi en la Corea del siglo XVI) y descrita por Yanagui Sōetsu como un modelo de belleza… Yanagui lo aprecia por lo irregular de sus formas con pequeñas imperfecciones. Debe ser notado sin embargo que es muy difícil reproducir esas imperfecciones artificialmente que lo hacen hermoso, el deseo de crear artificialmente estas irregularidades está condenado al fracaso, y advierte a aquellos que buscan reproducirlas intencionalmente, que la belleza del objeto desaparecerá.”
Esta filosofía de “las semillas de la imperfección” no es nueva en el arte de la cerámica, ya existía en la pintura japonesa del siglo XIX y XVIII, no fue un concepto fácil de asimilar por la estética occidental; aunque, finalmente, ese vacío, ese espacio en blanco, la asimetría e imperfecciones en la obra, fueron permeando en nuestra cultura hasta convertirse en una de las formas radicales de expresión del arte moderno.  -  saulgodoy@gmail.com






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