jueves, 17 de mayo de 2018

Ghost in the shell



Hace poco me obsequiaron el DVD original (me lo trajeron como regalo del norte) del film  Ghost in the Shell (2017), del director Rupert Sanders y con la actuación de Scarlett Johanson, me había negado verla porque no quería desilusionarme, tengo en muy alta estima la obra original, el anime japonés (1995) dirigido por Mamoru Oshii, y basado en el manga original (1989) escrito e ilustrado por Massamune Shirow.
Desde que supe que estaban haciendo la película con actores reales me hice la idea que sería una mala versión de la de dibujos animados, pero me equivoqué, no contaba con el muy buen trabajo que hicieron los guionistas Jonathan Herman y Jamie Moss, con el despliegue tecnológico detrás de la gente de Dreamwork y Reliance Entertaiment y las fabulosas actuaciones de la bellísima Scalett y del “duro” Michael Pitt, la película colmó todas mis exigencias, razón por la cual la recomiendo para todos aquellos que les guste la ciencia ficción.
Quise hacer esta breve reseña porque la historia toca uno de los temas fundamentales para mi comprensión de la vida, y que todavía es un misterio, pero creo, será finalmente resuelto en esta centuria, y es sobre la naturaleza de la conciencia.
Y viene al caso, porque estuve leyendo un interesante artículo (2018) del periodista Steve Volk sobre la sorprendente teoría del médico anestesiólogo Stuart Hameroff, quien sostiene una teoría que afirma, que el grueso de la conciencia se produce a niveles cuánticos, donde los protones y electrones se comportan de una manera extraña en un universo subatómico donde existen estos microtubos, hechos de una substancia llamada tubulin, que son unas proteínas flexibles y que se juntan en cadenas formando estos microtubos, miles de veces más pequeños que una célula roja de la sangre.
Estos microtubos están presentes en toda estructura biológica actuando como soporte, como si fuera un esqueleto muy básico de toda organización celular.
Y es en ese mundo de nanoescalas en donde la energía cuántica es Reina, son sus dominios, y nuestro cerebro está lleno de estas estructuras, es un inmenso colador de microtubos conectando a las neuronas a escalas aún mucho más pequeñas, y allí es donde se produce la conciencia.
Hameroff tuvo la fortuna de contar con el respaldo de uno de los físicos matemáticos más prestigiosos del mundo, nada menos que Roger Penrose, y entre ambos, han desarrollado un modelo conocido como Reducción Objetiva Orquestada, o Orch-Or (siglas en inglés) que para su buena fortuna, están consiguiendo evidencia en laboratorios alrededor del mundo que apoyan sus ideas, y cada vez más científicos están montándose en esa carreta, Penrose no estaba equivocado, la conciencia tiene sus raíces en el universo cuántico.
Pues la historia de Ghost in the Shell, tiene un largo antecedente de carácter filosófico, que ya hemos tratado en algunos artículos cuando elaboramos sobre el pensamiento de John Searle y Daniel Denett, y que el investigador y filósofo de la Universidad de Ljubljana, el doctor Mirt Komel, lanza su red aún más atrás en la historia para traernos a Plutarco, a Descarte, a Julien Offray, a Spinoza, a Hegel, Kolster, Gilbert Ryle… el problema de la dualidad en el hombre, entre cuerpo y alma, que es el punto central en la historia que un día se inventó Massamune Shirow, sigue dando qué hacer.
En la historia original (que se llamaba La Policía Armada Móvil Anti-motines) en una ciudad de nombre Niihama, en el siglo XXI en Japón, el jefe de la llamada Sección 9, de Seguridad Pública maneja un equipo que combate el ciber-terrorismo, en ese tiempo existía la posibilidad y la tecnología para que cualquier persona pudiera tener sus cerebros conectados, por medio de una serie de interfaces, a servicios de información y memoria de alto rendimiento, incluso podía reemplazar partes de su cuerpo con piezas electromecánicas muy eficientes, desde ojos, órganos internos, extremidades, y había quienes podían migrar a un cuerpo enteramente sintético, que eran los cyborg.
De este estado de cosas se desprendían varias cuestiones de orden filosófico, ya que la persona conservando su “fantasma” (conciencia, algunos le dicen alma) conservaba su individualidad, su personalidad no importando el vehículo que usara, o sea el cuerpo.
Esto lo diferenciaba de los robots, que eran simples máquinas con un programa que los hacía funcionar, los fantasmas no se podían duplicar, venían como parte del paquete humano y eran originales, pero entonces surgía la duda (la paradoja de la nave de Teseo) ¿Cuánto puedo cambiar de cuerpo y conservarme yo, tal cual soy?
Me recuerda la historia que acostumbraba a contar el general y padre de la patria Norteamericana, George Washington, decía que conservaba consigo el hacha de su bisabuelo, lo único es que le habían tenido que cambiarle varias veces el cabezal por desgaste, y luego el palo que le servía de cabo porque se rompía, pero seguía siendo el hacha de su pariente y lo exhibía con orgullo sobre la chimenea.
Arthur Koestler creía que el fantasma es un atributo del cuerpo, su obra El espíritu en la Máquina así lo explica, el alma es un subproducto de la biología, de modo que no era extraño que la eficiente Comandante Motoko Kusanagi entrara en unas profundas crisis de identidad y existenciales, luego de varios accidentes en su línea de trabajo, su cuerpo había sido totalmente reconstruido, la pregunta que le atormentaba era ¿Quién soy?
Pues bien, resulta que en aquella organización de seguridad pública había una Sección 6, que estaba encargada del tema de la Inteligencia Artificial, y que en uno de sus experimentos habían creado un programa experto en jaquear los cuerpos artificiales y tomar control sobre sus funciones, el problema fue, que el programa ya no respondía a los comandos que se le deban, se hizo independiente y para colmo de males, se escapó y empezó a cometer crímenes desde la clandestinidad, el programa saltaba de cuerpo en cuerpo en las grandes fábricas de prótesis sintéticas.
Le tocó a la Comandante Motoko la misión de encontrar y neutralizar al programa rebelde que se hacía llamar El Titiritero, se da entonces en la historia una interesante disyuntiva hegeliana, Motoko se encuentra en una profunda depresión, donde se siente como un cuerpo sin fantasma, y el Titiritero actúa como un fantasma sin cuerpo.
Tienen que ver la película, bien el animé, o la última versión con Scarlett Johanson, la historia es tan buena que luego de su gran éxito como Manga (revista de comic japonés), la hicieron un animé (película de dibujos animados), luego produjeron en Japón dos series de televisión de mucho éxito, después vinieron los video juegos, una primera versión en PlayStation (1997), y una nueva en Nexon (2016), Ghost in the Shell se convirtió en una mina de oro que no ha dejado de sorprender en el mundo del entretenimiento, y sigue siendo una historia de culto para los amantes de la ciencia ficción, con el agregado que ahora, hay escuelas de filosofía que la están utilizando como introducción al problema sobre la conciencia, ¿Qué tal?   -   saulgodoy@gmail.com




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