Hay quienes piensan que ambos, “fuego” y “gusanos” aquí mencionados, están allí más para el alma que para el cuerpo… Sin embargo, aquellos que no tienen duda que en el infierno habrá sufrimiento tanto para el alma como para el cuerpo, mantienen que el cuerpo arderá en el fuego mientras el alma será carcomida, tal como si fuera el “gusano” de la amargura.
San Agustín, La ciudad de Dios, 21.9
Muy a menudo un
asesino, culpable de 50 asesinatos, será decapitado una sola vez; ¿Cómo pagará
su pena por los otros 49? Si después de este mundo no hay justicia y
retribución, ustedes acusarían a Dios de ser injusto.
San Cirilo de
Jerusalén, Catequesis, 18.4
El infierno, así como el paraíso, son productos de la
querencia de una vida eterna, quienes están dispuestos a dar el paso de la
trascendencia de la vida humana, inevitablemente se encuentran ante este gran
fresco al final de la caverna, donde están dibujadas nuestra pretensiones de
justicia divina; así como en la Tierra dejamos que sean los jueces quienes determinen
nuestros méritos o castigos de acuerdo a una vida bien o mal vivida, en el más
allá nos enfrentamos a la justicia divina administrada por Dios.
Es después de nuestra muerte que se hace el inventario de
nuestros pensamientos y acciones, y es nuestra alma la que recibirá el premio o
la pena por una vida vivida de acuerdo a nuestras propias decisiones, si durante
nuestras vidas elegimos el camino del pecado y la mentira, pues de seguro
encontraremos nuestro castigo en ese lugar de oprobio y dolor que es el
infierno.
Este balance o rendición de cuentas sobre nuestras
acciones luego de finalizada nuestra vida, tiene una larga tradición que se
remonta a los orígenes mismos de la religión, y el infierno, es el resultado
fatal a una vida en pecado, o como la irresistible venganza eterna sobre unas
acciones consideradas inaceptables para los otros hombres y para Dios, y que
merecían el castigo eterno.
A través de la historia hemos conocido varios tipos de
estos lugares de torturas y castigos, y algunos varían grandemente entre sí,
hay unos donde prevalece el fuego ígneo y las almas condenadas se cuecen en su
caldo, otros son lugares espantosamente helados y oscuros con un hedor
insoportable, los hay que son cárcavas esculpidas profundo en la tierra, sumamente
estrechas y asfixiantes, mientras en otros, hay enormes lagos de lava,
caudalosos ríos piro clásticos, con gigantescos palacios de torturas y dolor,
bosques llenos de monstruos y alimañas de todo tipo, enormes despeñaderos hacia
el vacío más absoluto… Son lugares de locura y dolor donde moran los demonios
más crueles, que se entretienen infligiéndoles agónicos sufrimientos a sus
víctimas en especie de pisos o departamentos, cada uno especializado en algún
tipo de pena, y organizados según la falta de los espíritus réprobos que deben
pagar su deuda con el orden universal.
El cristianismo, desde sus inicios tuvo una fuerte influencia
de tradiciones orientales y semíticas sobre estos relatos donde prevalecían
unas fórmulas de justicia muy rudas y violentas, las del ojo por ojo y diente
por diente, que denotaban un carácter autoritario tribal y patriarcal muy
acentuado en los clanes y pueblos que existían en la antigüedad, y que muy poco
disminuyeron en la dureza de sus leyes con el transcurrir de los siglos.
Como bien dice los investigadores españoles Jacinto Coza
y Witold Wolny en su interesante trabajo, Infierno
y Paraíso, El más allá en las tres culturas, 2004:
El
más allá sigue estando igual de presente que antes en las practicas funerarias,
pero los ritos funerarios se diversifican y secularizan según las exigencias de
las sociedades con un nivel de concentración, una densidad de población, y una
diversificación cultural jamás conocida antes por sociedad alguna. Cabría de
esperar una proliferación de propuestas filosóficas y teológicas en consonancia
con las nuevas formas de sociedad y con la diversificación cultural, pero no
ocurre así. No es que no se hagan o desaparezcan las que ya existen, es que no adquieren
vigencia social.
Y no es de
extrañar que en el mundo actual la idea del infierno es apenas una referencia
anecdótica de formas de vida arcaicas, de tiempos que no volverán… ¿Pero estos
es así en realidad? ¿Es la idea del infierno una imaginería ya superada,
resabios de mitos y un folklore que quedó en un tiempo remoto?
Pues pareciera que no, la vida moderna reproduce con
demasiada facilidad escenarios y situaciones consideradas como infernales para
cualquier ser humano medianamente racional, sobre todo en lo concerniente a la
violencia del hombre contra el hombre, y hablo de guerras, de destrucción, de
muertes a granel, de torturas y padecimientos impuestos sobre nuestro prójimo,
algunas de estos infiernos lo vemos por televisión, en el cine, en las redes
sociales.
Todavía recreo en mi memoria las explosiones y las
llamaradas que quemaron las selvas de Vietnam cuando las bombas de napalm
arrasaban hectáreas de montañas reduciendo a cenizas a cualquier ser vivo que
tuviera la mala fortuna de estar allí en ese momento, o la cegadora luz de la
explosión nuclear sobre Nagasaki en el Japón, o les desgarradoras imágenes de
los campos de concentración nazis en Polonia, las tumbas colectivas de víctimas
inocentes del Jemer Rouge en Camboya, los niños muriendo de hambre en Etiopía,
las familias de Siria huyendo de la destrucción, mujeres afganas siendo
asesinadas públicamente apedreadas, presos políticos venezolanos muriendo de
mengua en una cárcel llamada “La Tumba”…
Hemos reconstruido los peores infiernos aquí mismo en la
tierra, los nuevos demonios se visten de uniforme y no escatiman en utilizar
las últimas tecnologías para crear espeluznantes horrores, la imaginación de
los artistas del renacimiento pintando los infiernos, se han quedado cortos
ante los elaborados lugares de dolor y muerte que hemos creado.
La gente le sigue teniendo miedo a la muerte, y
desesperadamente cree en una vida en el más allá, incluso los que torturan y
asesinan creen en sus santos custodios, en sus ánimas protectoras, en sus
ritos, regalos y ofrendas a los reyes y príncipes de ese otro reino que aguarda
por ellos; el hombre y la mujer común esperan
con fervor en que en la otra vida habrá justicia y que la maldad que se hace en
esta vida de alguna manera se pague, y como nadie ha regresado de la muerte
para contarnos, la esperanza y el temor de que existan un cielo y un infierno
sobreviven el escepticismo propio de la modernidad y aun, de la postmodernidad.
En el erudito libro de Georges Minois, Historia de los infiernos (2005), nos
hace la siguiente observación sobre una de las primeras visiones de aquellos
mundos:
La
vida en los infiernos no es más que la continuación de la vida terrestre; no
hay ninguna recompensa prevista y los que sufren son siempre los mismos. Además
se vengan sobre los otros, cuya suerte,
por lo demás, tampoco es nada envidiable: van errantes a través de la oscuridad
y el polvo. Observemos sin embargo la ausencia de demonios atormentadores. Los
infiernos tienen guardianes que procuran que nadie escape, pero no hay
necesidad de inventar suplicios: los «condenados», corroídos por su propio resentimiento
y atormentándose unos a otros, son sus propios verdugos. Pero el mal y el
sufrimiento van asociados porque todo se desarrolla en vida. El mundo
babilónico, heredero de las concepciones de Sumer y de Akkad, muestra un nivel
elevado de exigencia moral, como en los códigos judiciales elaborados en los
primeros siglos del segundo milenio antes de nuestra era, entre los que se
encuentra el célebre código de Hamurabi (1750 aprox.). Este texto, que regula
el orden social establecido, prevé para cada delito una pena precisa, severa y
proporcional a la importancia de la falta. En él se expresa la voluntad de
«crear el derecho en los países, de aniquilar al malvado y al perverso, y de
impedir que el fuerte oprima al débil»." Derecho y moral están en él
íntimamente unidos, y los dioses son los garantes de los castigos que esperan a
quienes los quebranten.
El cristianismo tuvo una
enorme influencia de todas estas culturas anteriores pero especialmente de las
que venían de Mesopotamia, de Egipto, especialmente de los hebreos y de los
árabes, de los griegos y los romanos, todas estas culturas hicieron sus aportes
para que los padres fundadores de la Iglesia pudieran construir su propio
infierno, y utilizarlo para controlar a la grey e imponer su autoridad.
Visionarios y poetas se
encargaron de llevar al pueblo llano las historias fantásticas de aquellos
mundos subterráneos donde las almas padecían el castigo eterno, ilustradores,
pintores, escultores se encargaron de mostrarnos lo indecible, lo que los
monjes alucinados en sus claustros veían, lo que Virgilio y Dante trajeron de
sus viajes al averno donde no había esperanzas de retorno, se encargaron los
teólogos y los doctores de la Iglesia en explicar pormenorizadamente cada
concepto y detalle recogidos en la biblia y en los documentos que salían de los
concilios, los sermones y las prédicas lo advertían continuamente, las deudas
se pagan, si no aquí en la vida, entonces en el más allá.
Dice Emanuel Swedenborg el
místico nórdico a quien Borges estudiaba con mucho cuidado pues sus palabras
estaban preñadas de una extraña sapiencia, lo tomamos de su obra, Cielo e Infierno (1758):
Y
como la relación del cielo y el infierno y del infierno con el cielo es una
relación entre opuestos que mutuamente actúan en contrario al otro, y de estas
acciones y reacciones resulta un equilibrio, que le da permanencia a todas las
cosas en sus acciones y reacciones, de manera que para que cada cosa y todas
las cosas se puedan mantener en equilibrio es necesario que quien controle a
uno, controle al otro; porque al menos que el mismo Señor restrinja los
alzamientos en los infiernos y mantenga a raya las insensateces allí, el
equilibrio perecería y todo lo demás también… pero es un equilibrio espiritual,
esto es, un equilibrio entre lo falso y la verdad o de lo diabólico en contra
de lo bueno, Del infierno continuamente se exhala la maldad, y del cielo, el
bien, en este equilibrio espiritual es que el hombre piensa y maneja su
libertad, pues todo lo que el hombre piensa o haga será en referencia a lo
diabólico y la mentira, o a la verdad y al bien.
Puede que el infierno sea
una alegoría pasada de moda, o un constructo teológico que ya no funciona en
los términos que requieren estos tiempos de singularidades y transhumanismo,
pero seguimos siendo humanos, limitados, mortales y débiles en nuestro
carácter, se siguen dando los terribles enfrentamientos entre la maldad y la
justicia, entre el bien y el mal, a diario somos confrontados con decisiones
que apuntan a uno u otro polo del que nos habla Swendenborg, pero por más
malvado y abyecto que un hombre se comporte en vida, sigue la muerte causándole
un gran temor, y aún los tiranos que mueren de viejos y en sus camas, que son
los pocos, cuando entregan sus vidas en el último aliento, lo hacen con culillo,
angustiados por su suerte ante la noche eterna.
Los venezolanos hemos visto
en estos últimos años suficiente infierno en la tierra, el chavismo y el
castrismo cubano nos han mostrado en todas sus formas posibles, la maldad
encarnada en una embrutecida petulancia, hemos sufrido en carne propia los
peores suplicios, una y otra vez, bajo la burla y la socarrona máxima de que lo
que hace el chavismo, nos lo hacen por amor.
El mundo entero se encuentra
en este dilema existencial de pactar con los infiernos o salvar la humanidad de
su ceguera y darles de nuevo la luz, la Iglesia nos ha fallado al no brindarnos
las respuestas y los modelos oportunos para salir de este marasmo, siendo el
Papa el primer confundido; pero confío en la reserva espiritual del venezolano
y estoy seguro de que ya están entre nosotros quienes van a liberarnos de las
cadenas y conducirnos de nuevo al equilibrio y la sabiduría, serán los mismos
que enviarán de vuelta al infierno a las huestes rojas rojitas que hoy celebran
y creen que estarán allí para atormentarnos para siempre. -
saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario