viernes, 18 de julio de 2025

Cuando el poder ciega.

 



Me equivoqué con Donald Trump, y como cualquier persona que se encuentra en un error necesito rectificar, como muchas personas creí que el presidente Trump representaba la verdadera agenda republicana y conservadora de la política de USA, una agenda que se fue construyendo poco a poco desde que los padres fundadores de esa gran nación declararon su independencia de la corona británica, con un ideario expresado de manera diáfana en esa brillante constitución de 1776, que se convirtió en ejemplo de humanismo y racionalidad para el resto del mundo.

También creí que Trump era la persona indicada para desmontar la infame ideología WOKE, que el partido demócrata y la izquierda globalizada querían imponerle a Norteamérica (y con ello, al mundo) desde los oscuros pasillos de un estado profundo se fraguaba una conspiración que llegó a afectar al mismo presidente Trump desde su primera presidencia.

Me tomó por sorpresa la oscilación del péndulo político en USA hacia los extremos, de una agenda marxista con tintes fascistas durante los gobiernos demócratas, envuelta en  una amplia política de beneficencia social y con programas ambientalistas y humanistas, dirigidas por el comunismo internacional, pasamos a un estado personalista, autoritario, que dentro de un marco populista, signado por la visión de un “auténtico americano” desatando una persecución violenta contra la disidencia, desmontando al estado y sobre todo, desatando una campaña de odio en contra de los inmigrantes ilegales y de los grupos más débiles de la sociedad norteamericana.

Antes de que alguien pudiera reaccionar, el país estaba siendo gobernado a punta de decretos presidenciales, conducido por un solo hombre sin el acompañamiento de las instituciones de gobierno y de espaldas a la cordura y la prudencia, muy pronto, los Estados Unidos se encontraba en conflicto con el resto del mundo, amenazando a sus aliados con medidas unilaterales y ambiciones imperialistas, imponiendo un toque de queda dentro de sus fronteras y con una retórica de guerra en contra de sus vecinos.

Toda esta situación de incordios, discursos agresivos, y acciones arrogantes estaban siendo sustentados por una retórica de volver a la grandeza americana, pretendía regresar a tiempos mitológicos de cuando USA era un país importante y líder mundial en la construcción de un mundo más próspero y en paz. El presidente Trump consciente del peso específico que tenía su país en la economía y las finanzas del mundo, no dudó ni un momento en utilizar su poder para lograr unos objetivos que todavía se perfilan oscuros y poco claros, su estrategia de imponer tarifas y condiciones al comercio internacional, de pretender imponer sanciones de manera unilateral, de cerrar el flujo de ayudas a programas humanitarios, de retirar apoyos y sustraerse de compromisos adquiridos, confundió a sus aliados y adversarios creando una atmosfera de inestabilidad y amenazas.

Muy pronto el orden internacional, ya precario de por sí, se vio sacudido por movimientos bruscos de países que tomaron la oportunidad para actuar en ese vacío de poder, lo convirtieron en un factor de ventaja que aprovecharon sin ningún rubor, sobre todo en regiones donde existían conflictos armados y amenazas de guerra, sobre todo en el medio oriente, en Ucrania y China.

Pero existía un grave problema no resuelto al interior del ethos del presidente Trump, en su pasado como magnate de la construcción en New York, como descendiente de emigrantes, con su gusto por la cultura eslava, por su condición de hombre blanco y macho alfa, que de acuerdo a varias biografías vivía de demanda en demanda en juicios en su contra, acostumbrado a ser el centro de la vida social en su exclusivo entorno lleno de excesos y de amistades peligrosas, fue en esa vida como empresario multimillonario que forjó su gusto por una corte de acompañantes y consejeros que lo acompañarían en su carrera política.

No fue muy difícil que las ideas racistas o etno-nacionalistas, como la llaman algunos analistas, fueran promovidas desde su entorno, estas teorías caducas de la supremacía blanca tan populares entre las minorías inseguras ante lo diferente, lo llevaran a cultivar un estilo populista para pescar sus apoyos en ese mundo de las minorías de trabajadores blancos, de la esposa suburbana de los oficinistas, de los empresarios agrícolas, de esos hillbillies, blancos pobres que viven en las montañas de los Apalaches, tan magistralmente descritos por el que hoy es su vicepresidente, el señor J.D. Vance en su libro Hillbilly Elegy. Eso, como el ingrediente electoral, pero con un arrastre importante entre los poderosos empresarios y banqueros de Wall Street, Silicon Valley y de los grandes medios digitales, quienes le proporcionaron capital y proyección a su proyecto Make America Great Again (MAGA).

MAGA fue promovida como una manera de rescatar la soberanía de la nación norteamericana en manos de organizaciones internacionales que le restaban autonomía al gobierno, toda crisis internacional fuera esta humanitaria, de salud, armada o ecológica, dejaba de ser prioritaria para Trump quien confiaba en que los muros que estaba construyendo protegerían a la nación, que sus policías y Guardia Nacional pararían cualquier tumulto o amenaza, y con capacidad de respuesta interna lo suficientemente fuerte para detener cualquier peligro.

Pero el elemento racista y la actitud retadora y agresiva del presidente, absolutamente inaceptable en un mundo civilizado, y que fue aumentando de volumen, levantó mundialmente una ola de rechazo y como a muchos, me indispuso  en contra del proyecto del presidente Trump, su artillería retórica se enfiló en contra de estudiantes chinos a quienes calificó como invasores, luego en contra de los mexicanos, que ya desde el 2016 los venía acusando de narcotraficantes y violadores, a las mujeres negras como personas subnormales, y a las minorías latinas como personas sucias, fue un trago demasiado grueso para dejarlo pasar.

De hecho tanta ha sido su agresividad y falta de delicadeza (decencia) para con sus propios ciudadanos, por el solo hecho de cuestionar sus prácticas y no estar de acuerdo con él, que hay en marcha todo un movimiento anti MAGA y anti trumpista que pudieran terminar en un desastre político. Me recuerda al presidente Chávez en el tope de su popularidad, o en los peores momentos de Maduro, personalidades atormentadas por sus propios demonios y que dejaban una estela de dolor y angustia a su paso y que su único interés era culminar sus proyectos y visiones personalistas.

En los primeros días de su mandato creí que Trump atendería el problema de los líderes autoritarios y criminales en Latinoamérica, en especial el caso venezolano, que ya venía siendo objeto de sanciones y medidas de observación por parte de diferente instancias de su gobierno, sobre todo medidas restrictivas para que el crudo venezolano pudiera ser explotado y comercializado, pero el caso venezolano dio un giro importante de un día para otro, cuando las acciones delictivas del llamado Tren de Aragua en USA, se convirtieron en bandera para iniciar un pogromo en contra de la emigración ilegal, la gran cantidad de venezolanos que de manera ilegal habían llegado a ese país eyectados por las condiciones de miseria promovidos por la dictadura de Maduro y la enorme demanda de solicitudes del beneficio del Estatus de Protección Temporal (TPS) que se cursaban en el servicio de emigración, se convirtieron en presas fáciles y llevaron al presidente Trump ha tomar medidas de persecución y punitivas en contra de nuestros nacionales y mostrarlos como sus trofeos.

Estoy consciente que la mayor parte de esos migrantes venezolanos que huyen del totalitarismo, debido principalmente a la carencia de cultura migratoria y a la falta de información sobre las leyes de los países a donde acudían buscando un mejor futuro, faltaban a estas normas creyendo que estaban en algo parecido a Venezuela, pero no eran criminales, pero por otro lado me indignaba la cantidad de chavistas que se iban a USA a gozar del dinero robado y a la vida de magnates que se daban sin ningún rubor, pero pronto el ambiente cambió y aquella esperanza de una segunda oportunidad se convirtió en una persecución sin tregua.

Pero insisto, son los norteamericanos quienes deben darle un parado al fascismo que ahora se cierne sobre ese gran país, las mentiras que tratan de ocultar importantes personeros de la vida pública utilizando el poder político como arma, solo pueden ser contrarrestadas por las instituciones gubernamentales y civiles, que ya empiezan a actuar para ponerle frenos a los abusos y ocultamiento de crímenes en el alto gobierno, ya algunos republicanos están reaccionando al sentir el enorme rechazo que estas políticas de un Reich que nadie quiere, así se vistan sus perpetradores con la bandera de las barras y estrellas y se proclamen los auténticos americanos.

 

 

 

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