Nunca ha cejado de discutirse en el mundo académico el delicado tema sobre la libertad humana ¿Existe realmente la libre voluntad en el hombre?, la respuesta a esta pregunta valida gran parte de nuestros valores e instituciones morales, nuestro lugar en el mundo. Es por ello que artículos como el del Dr. Thomas W. Clark, Miedo al Mecanismo (Journal of Conscionsnees Studies, 1999) resultan particularmente “peligrosos” para algunos sectores de la intelectualidad contemporánea.
En su largo y muy bien fundamentado trabajo,
Clark concluye que el hombre está sujeto a la camisa de fuerza
estímulo-respuesta de un organismo que depende en gran medida de su sistema
nervioso.
Que esa sensación de que hay “alguien” operando
nuestra personalidad, es solo un truco que nos juega el cerebro haciéndonos
creer que tenemos voluntad sobre nuestros actos.
Si el hombre no es consciente de sus actos y
por lo tanto, responsable de sus consecuencias, entonces los conceptos de
justicia social y responsabilidad penal, tan importantes para nuestro orden
social, estarían en entredicho.
Pero el asunto va más allá, atañe a nuestras
creencias religiosas, determina incluso la existencia o no de Dios.
Los actuales avances científicos en la neurociencia,
apuntan a que el hombre es mucho menos libre de lo que el humanismo ilustrado
nos había hecho creer.
Kant y Schopenhauer jamás tuvieron a
disposición el cúmulo de data científica que sale hoy de laboratorios
especializados, y que estudian la acción del cerebro tanto en sus grandes
estructuras como en neuronas individuales; todo parece indicar que incluso, el
comportamiento controlado por una persona, tiene una antesala física
(biológica).
La voluntad es cuantificable y localizable, el
cerebro lo que hace es trasladar deseos (que son producto de percepciones
neurales) en acción motora, la cual, está a su vez imbuida en una compleja red
de estímulos físicos y sociales.
El gran aporte del lingüista Noam Chomski, por
ejemplo, fue señalar que las estructuras semánticas están determinadas
biológicamente, es decir, el lenguaje y sus productos, conceptos y
significados, son solo subsistemas neurales.
Con estos subsistemas nerviosos es que
recogemos información del ambiente y actuamos, incluso en condiciones que
demandan respuestas en oportunidades limitadas de tiempo, lo que sucede es que
dentro de todo este modelaje de interacción, nuestro cuerpo produce residuos
neurobiológicos (epifenómenos), que nos dan esa sensación de existe un centro
de control, un yo que goza de libertad, y es ese sentimiento de pertenencia y
empoderamiento de nuestro cuerpo, que nos hace creer que somos personas
independientes e íntegras.
La sensación de ser alguien en particular,
escogiendo libremente y que produce un carácter específico, son explicable por
medio epifenómenos accesorios, sin necesidad del alma, el problema es… que los
cerebros no van al cielo.
Con esto el hombre deja de ser primera causa,
causa original de ningún acto, Causa sui,
como pretende la tesis del dualismo y que sostiene la preeminencia de un alma
sobre el cuerpo.
El pensador francés Michel Bitbol destacó la
diferencia entre sentir y registrar, una cosa es estar en un
cuarto y decir “Tengo calor” y otra precisar “La temperatura de éste cuarto es
superior al punto de ebullición del alcohol”. La primera impresión trata de
concientizar la relación de mi cuerpo con el medio ambiente del cuarto, la
segunda es una objetivación, sujeta a validación por medio de un instrumento,
de un hecho objetivo.
Ese fenómeno de sentir a una conciencia en
acción, es lo que los filósofos llaman qualia,
es decir, todo ese marasmo de sentimientos, emociones y sensaciones subjetivas
que nos hacen ver al mundo desde nuestro punto de vista, es prácticamente lo
que nos diferencian de los zombis.
Miedo al Mecanismo, es el miedo que sentimos
los que apoyamos la tesis de la libre voluntad, de la realidad vista por
nuestra conciencia cuando nos vemos ante la evidencia del determinismo
biológico que explica, que el estar conscientes y que esa sensación de que nuestras
intenciones agencian nuestras acciones, son solo eso, sensaciones, algo
parecido, aunque un poco más complejo que un escalofrío.
Para rematar estos investigadores nos dicen,
que hasta los momentos no se ha probado científicamente la existencia del alma,
ni los poderes mentales, ni de la
influencia de la oración en los eventos físicos; el día que empiece a surgir
información confiable y repetible en condiciones controladas de estos
fenómenos, entonces ellos harán silencio.
Galileo escribió en 1623 “Si los oídos, las lenguas, y las narices fueran removidas, Soy de la
opinión que las formas, cantidades y movimientos permanecerían, pero sería el fin
de los olores, de los gustos y sonidos.”
Para Galileo las formas, cantidades y
movimientos no eran simplemente objetos de la ciencia sino que era la realidad
primaria, una realidad que contradecía la de las creencias religiosas del
momento y la de las conciencias de los magistrados de la Inquisición.
Toda la información clínica que se está produciendo
en los laboratorios y centros de investigaciones del mundo, fortalece la tesis
del Miedo al Mecanismo. – saulgodoy@gmail.com
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