El siguiente escrito es una traducción libre y resumida de un trabajo de mayor extensión del profesor Nicholas Buccola, titulado “The tyranny of the least and the dumbest”, publicado en The Quaterly Journal of ideology, vol 31, 2009
La
genealogía era parte fundamental del método crítico del filósofo de Basilea; ir
a los orígenes, comprenderlos, era tarea fundamental para entender los asuntos
humanos, como buen filólogo creía que el origen de las palabras así como el de
las ideas, constituyen la estructura fundamental de cualquier problema a
desentrañar, fue así como Nietzsche consideraba que toda doctrina afiliada al
idealismo estaba condenada al fracaso, y probablemente Platón y su maestro
Sócrates tuvieron mucho que ver en este falso comienzo.
El
pensar la existencia de un mundo ideal, de las ideas perfectas, que
contradecían al mundo real, ya creaban una división artificiosa para el manejo
efectivo de la vida, la verdad fue
ubicada en esa otra dimensión en detrimento de la realidad, el pecado original
del socialismo, como todas las otras doctrinas idealistas, consiste en abrazar
ese otro mundo que no es éste.
Por
eso es, que a los ojos de Nietzsche, Sócrates era un hombre perverso que se la
pasaba devaluando la realidad, restándole valor a las cosas como realmente son.
El
cristianismo es sin duda alguna una doctrina idealista que rechaza este mundo
por otro más perfecto, eterno; Cristo ofrecía una religión para el espíritu, interna,
para que el individuo accediera a la salvación por medio de una transformación
personal, con la cual e hombre podía alcanzar la perfección en Dios, según
Nietzsche, San Pablo cambió esa visión y la hizo mucho más abierta y gregaria,
el gran mérito de San Pablo consistió en convertir el cristianismo en una
doctrina social, más pública, hizo del cristianismo una opción política que
afectaba la vida de la comunidad, y de aquí se enganchó el socialismo para
recibir de gratis un baño de moral y hasta de santidad.
Pero
fue la tesis de la igualdad de las almas ante Dios, de la que se aprovechó el
socialismo para conquistar a su público dentro de las filas cristianas, en El Anticristo, nos dice Nietzsche que
esta igualdad es el pretexto del rencor que mueve al socialista en su reclamo por
justicia social y que se constituyó “en el principio que destruyó el orden
social”, el concepto de la igualdad en el hombre nace primero de la religión,
para luego convertirse en moral para terminar siendo un precepto social.
Estas
dos malinterpretaciones del cristianismo, la de la igualdad de las almas y la
preferencia por un mundo ideal fueron promovidas por el socialismo como la
venida de un reino, pero no de Dios sino del hombre, porque el socialismo
predica la muerte de Dios y sin la gloria del cielo, no queda sino transformar
este mundo en un verdadero paraíso en la tierra.
Pero
para Nietzsche va a ser la contribución de un filósofo del siglo XVIII el que
tenderá los puentes entre el idealismo platónico-cristiano y el idealismo
social, y ese hombre fue Jean-Jaques Rousseau.
Nietzsche desprecia profundamente a Rousseau, un
soñador en una época que: “dominada por
mujeres, con tendencia al entusiasmo, lleno de espíritu, poco profundo ganado
para el servicio de lo que es bueno para el corazón… intoxicado, alegre,
transparente, humano, falso ante sí mismo, con mucha canalla social.” Lo
consideraba preso de un idealismo entusiasta de comenzar el mundo desde cero.
Lo que separa a Rousseau de la tradición cristiana es su idealización de la
naturaleza humana y de la fe transformadora de las instituciones sociales.
La naturaleza humana es esencialmente buena pero la
corrompe la sociedad y aunque ha perdido su inocencia, cree que puede ser
restituida en nuevos valores gracias a las instituciones políticas, y si la
Ciudad de Dios agustiniana no tenía posibilidad de construirse en la tierra,
debido a la naturaleza pecadora del hombre,
Rousseau, eliminando la mancha del pecado, creía en el progreso de la
humanidad por medio de los cambios institucionales.
Los
agentes provocadores socialistas, aquellos que organizaban huelgas y paros en
las industrias bajo la inconformidad con la vida que llevaban como
trabajadores, conjuntamente con la clase dominante que no inspiraba ningún
respeto, pues no tenían maneras nobles de conducirse, eran las verdaderos
causantes del ambiente revolucionario de la época.
Nietzsche
veía su sociedad estructurada de manera racional con una “alta cultura” que
necesariamente debía descansar sobre una amplia base de una mediocridad consolidada,
que eran los trabajadores, no esclavos, pero eran personas cuyo única
posibilidad de felicidad estaba en prestar tales servicios ya que esa era su
posibilidad, no daban para más, la felicidad del mediocre era la mediocridad,
especializarse en solo una actividad es su instinto natural, además, recibía el
abrigo de la religión que los hacía dóciles, conformistas con su situación, el
cristianismo y el budismo enseñaban a estos pobres de espíritu que había un
ilusorio orden superior cuya promesa los hacía aceptar la dureza de este mundo
real.
Recordemos
que Nietzsche, un pensador que desarrolló la mayor parte de su obra a finales
del siglo XIX, creía en un orden natural de cosas, entre ellas que existía una
aristocracia y un proletariado, y que la alta cultura dependía de la
estabilidad que tuviera el edificio social donde la aceptación de este orden
era absolutamente necesaria, al introducir el discurso socialista de
reivindicaciones, igualdad y poder para los obreros, estaban desestabilizando
ese mundo.
Pero
Nietzsche le advertía a la aristocracia que tenía que tener carácter, sus
formas de comportamiento debían hacer la diferencia entre ambas clases, porque
si se comportaban como simples parásitos, chupadores de sangre, igual el orden
social se desboronaría, para que el sistema pudiera sostenerse debían ser
hombres íntegros, con don de mando, una raza superior de hombres que inspiraran
respeto pues si el obrero pensaba que el empresario o el industrial estaba allí
por pura suerte, y él podría ocupar sus zapatos, entonces el socialismo
prendería como fuego en la pradera.
En La Voluntad de Poder, otro de los
libros de Nietzsche, recomendaba a la clase dominante estar en constante
renovación de su legitimación como hombres superiores, la base de la pirámide
social estará satisfecha solo si entiende que su trabajo es útil y necesario
para el mantenimiento del orden social, que cada uno tiene su lugar y debe
hacer lo necesario por conservar ese equilibrio, bastó que desaparecieran los
césares para que el imperio romano cayera en manos de los cristianos y
sobreviniera la decadencia.
Caer
en el juego socialista es fatal ya que no puede la clase dominante otorgarles a
los trabajadores educación, derecho al voto, derecho a servir en los cuerpos
militares y otras prebendas, y al mismo tiempo, tratar de mantenerlo en una
posición de subordinación económica, o es trabajador o es un emprendedor
independiente.
Hay
muchos aspectos de la realidad que son tenidos como indeseables y negativos
como podrían ser los deshechos, la podredumbre producto del decaimiento y el
deterioro, pero para la naturaleza, son procesos generadores de nueva vida y
que mantienen un orden y estabilidad en la vida, estos aspectos son condenados
por los idealistas y llevados a la función social, tratan de enmendar los
vicios de la sociedad, erradicar la prostitución, las enfermedades, la pobreza,
la ignorancia, el uso indebido de drogas, las apuestas… es querer cambiar el
curso de la vida que necesita que los hombres envejezcan y mueran, no que
permanezcan sanos y lozanos por siempre, eso va en contra de los mismos
postulados de vida, ésta negación de la realidad y la exaltación del mundo
ideal hace que los postulados rousseaunianos y socialistas estén equivocados,
parten de una naturaleza equivocada, que no existe.
Querer
un nuevo orden, un hombre nuevo a partir de ideales, obligatoriamente lleva a
producir monstruosidades, quimeras que pronto se derrumban, ese es el llamado
de la utopía socialista, creemos un nuevo mundo desde cero, derribando el viejo
orden, impongamos un orden mucho mas “humano”, benigno, justo, pero para ello
debemos olvidar quienes somos en realidad, debemos ocultar nuestra verdadera
naturaleza, para que las instituciones puedan moldear ese hombre ideal.
Pero
definitivamente el centro del ataque de Nietzsche al socialismo radica en su
señalamiento de que se trata de una filosofía para resentidos que buscan
venganza, el fondo del argumento socialista es demostrarle al obrero que está
siendo oprimido y que debe rebelarse.
Para
Nietzsche los socialistas son los que no tienen privilegios de ningún tipo, los
desposeídos y los miserables que buscan en otros la razón de sus sufrimientos,
son “los apóstoles de la venganza y el resentimiento”, no se trata, como en el
caso de los cristianos, de culpar a todo el mundo, incluyéndose ellos, de que
existan hombres pobres, los socialistas no se incluyen como causantes del
problema, al contrario se convierten en los acusadores de la injusticia e
injurian a quienes mantienen para su provecho este estado de cosas.
El
socialista al separarse de la culpa de la injusticia social y convertirse en
acusador se transforma en un ángel vengador.
Yo
estoy afectado por el sistema- parecieran decir- si castigamos a quienes
sostienen el sistema seremos compensados, para Nietzsche, el socialista y el
racista son animales del mismo pelaje, ambos necesitan a un chivo expiatorio en
el centro de su teoría de la justicia, lo que significa que el racista y el
socialista renuncian a su responsabilidad por las condiciones que padece y se
las asigna a un ente externo, bien sean los judíos, los extranjeros, los
aristócratas, los empresarios, los imperialistas.
Todo
el proceder socialista se concentra en echarle la culpa de una situación dada a
alguien y proceder a castigarlo, despojarlo de sus bienes que son producto del
robo para restituírselos a la gente, sus verdaderos dueños, y como ellos son
todos iguales, la propiedad es comunitaria, todo es de todos, lo que también
significa, nada es de nadie.
Esta
terapia de venganza puede llevar a revoluciones sangrientas y ruina social, por
lo que el filósofo alerta a las clases dominantes de la Europa de su época a
ser sobrios, en cierta manera, a ser justos y evitar excesos, y a estar
pendientes de los experimentos socialistas.
En su obra Mas
allá del bien y del mal, Nietzsche opina sobre la democracia: “Nosotros tenemos una fe diferente: para
nosotros el movimiento democrático (del que el socialismo es parte) no es solo
una expresión decadente de la organización política sino es decadencia por sí
misma, se trata de una disminución del hombre, hacerlo mediocre y disminuyendo
su valor… esta degeneración humana universal que proponen las mentes simples de
los socialistas como el hombre del futuro, que es su ideal, esta disminución
del hombre como el perfecto animal de manada, esta animalización dentro de una
igualdad de derechos, es posible, no hay duda alguna. El que haya pensado en
esta posibilidad de seguro a sentido nauseas, pero la mayoría solo lo ve como
una nueva etapa a cumplir.”
Para quienes quieran ahondar en estos planteamiento
recomiendo se dirijan al artículo original del profesor Buccola, que es mucho
más rico en ideas y definitivamente más profundo que esta aproximación que le
hago a mis lectores, lo que definitivamente queda descartado es la presunción
de algunos socialistas de querer utilizar la filosofía de Federico Nietzsche
como apoyo a sus ideas progresistas y de justicia social, nuestro filósofo era
un hombre adelantado a su tiempo pero conservador, un humanista clásico en todo
el sentido de la palabra y un hombre honesto que expresaba lo más claro posible
su pensamiento, aún recurriendo a la metáfora como muchas veces hizo para
explicar ideas. - saulgodoy@gmail.com
EXCELENTE
ResponderEliminarEs curioso que, en Asi Habló Zaratustra, se refiera a los ricos como tendros y como "otro tipo de plebe".
ResponderEliminarQue basura de investigacion
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