A medida que sabemos más sobre la naturaleza humana, que nos enteramos cómo funciona el hombre, como está constituido, no solo él, sino el universo donde mora, casi en igual proporción, hay un deslave de los atributos del humanismo, se van desmontando las piezas de este engranaje intelectual que heredamos del renacimiento.
El
problema se profundiza cuando caemos en cuenta que la idea del humanismo es
central en la definición de la cultura occidental, no sólo porque es la bandera
de la iglesia católica sobre la que se fundan nuestras instituciones morales,
sino porque el humanismo es la base sobre el que se levanta nuestro edificio
jurídico, de responsabilidad individual de nuestros actos, de la libertad.
No en vano la inquietud de los
filósofos de la ciencias que ven, que a medida que la ciencia avanza y nos va
develando los secretos del cosmos y del hombre, el que creíamos, nuestro lugar
en el mundo, se hace cada día mas extraño e incómodo, nos dice Salvador Paniker
que ya el estandart de la física de partículas como elemento cosntitucional de
la materia está descartado por uno de “cuantos de excitación de los campos”, lo
que da paso a una esotérica Teoría de las
Supercuerdas, entendidas por muy pocos por su avanzada matemáticas, pero
que al final termina resultando que la realidad dejó de ser sustancial y
concreta, para convertirse en algo abstracto y relacional.
Lo mismo sucede en la biología,
ahora estamos descubriendo que nuestros estados de conciencia son productos de
nuestro diseño genético, de cómo estamos organizados orgánicamente y en función
de la inteligencia con que actúan nuestros órganos a nivel molecular.
Y mientras esto ocurre, el
humanismo está tercamente sujeto a un lenguaje y a unos conceptos que ya hace
mucho tiempo dejaron de ser funcionales.
Volviendo a Paniker, él dice en su
ensayo A propósito de un nuevo humanismo
(2003), donde hace referencia a la necesidad de una reforma lingüística
urgente: “Recordemos, por ejemplo, lo
mucho que nos sigue condicionando todavía el viejo constructo aristotélico
hecho de sujeto, verbo y predicado, que es también el modelo carteciano de
cognición sujeto-objeto. Esta convención es responsable… de incurrir en la
falacia de creer que hay mente cuando lo único seguro es que hay actos
mentales… La mente, el alma, la substancia, el yo, todas esas entelequias son
inventos de la gramática y sólo tienen utilidad funcional si nos sirven como
trampolín para saltar más allá del yo, más allá de la mente y más allá de la
substancia, hacia los místico, allí donde las dualidades se diluyen. Allí- dicho
sea de paso- donde la muerte es mera anécdota.”
Y es que todo este problema parte
de la arrogancia que llevaba implícito el humanismo al momento de ser
concebido, cuando se coloca al animal humano como centro y referencia de todo
lo que existe.
Primero vino Galileo con su teoría
heliocéntrica que le quitó a nuestro mundo el papel estelar en el drama
cósmico, al revelarnos que la tierra era una roca más que orbitaba alrrededor
de nuestro Sol, y que nuestros sitema solar, era uno de muchos, desperdigados
en la infinidad del espacio exterior. Despues aparece Darwin que nos descubre
como lo que realmente somos, simios pensantes, no la joya de la creación
divina, ni copias inferiores de la imagen de Dios, simples animales sujeto como
todos los demás, a las implacables leyes de la evolución natural.
Debió bastarnos para que
abriéramos los ojos y nos situáramos en verdadero lugar que ocupamos en el
universo, pero preferimos correr la arruga, no ponernos al día con lo que la
ciencia nos descubría, y preferimos la mitología.
Pero la ciencia nos ha seguido
revelendo secretos y abriendo nuevas puertas en nuestro maravilloso universo, y
todavía hay personas que les resulta sumamente difícil desprenderse del traje
humanista heredado de épocas remotas, cuando el hombre creía que el universo
apenas tenía, si acaso, 6.000 millones de años, y no los 13.700 millones de
años que ahora contabilizamos a partir del Big Bang, en el siglo XVII la gente creía
que el Apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina, creían fervientemente en
el mito del “buen salvaje” que hoy sabemos, era todo lo contrario a la idea de
que ante de la ciencia y la tecnología el hombre vivía en una harmonía
ecológica llena de felicidad, nuestro pasado fue terrible, violento y a duras
penas sobrevivimos una naturaleza que no tiene ninguna consideración especial
por el ser humano.
Mucha gente sigue aferrada a
creencias cuasi infantiles a pesar de que, como bien enumera John Brockman, la
ciencia no se detiene en mostrarnos un mundo cada vez más extraño y fascinante,
nos dice el editor de la publicación Edge: “Los
revolucionarios descubrimientos de la biología molecular, la ingeniería
genética, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la teoría del caos, el
paralelismo masivo, las redes neruronales, el universo inflacionario, los
fractales, los distemas adaptativos complejos, la lingüística, las
supercuerdas, la biodiversidad, el genoma humano, los sitemas expertos, el
equilibrio puntuado, los autómatas celulares, la lógica difusa, la realidad
virtual, el ciberespacio y las másquinas teraflop. Entre otros.”
El humanismo que está en crisis es
aquel que nos viene del Renacimiento, una época donde fue posible reunir todo
el conocimiento existente y compendiarlo en una obra o en una mente, ahora esos
es imposible; el humanismo que no ha evolucianado es el que predica una
institución como la Iglesia, que prefirió cerrase sobre sí misma, sobre sus
propios textos dogmáticos que explicaban un universo que nada tiene que ver con
el nuestro, y quemar en hogueras a quienes la contradijeran.
Lo primero que tenemos que tener
en cuenta es que hay tantos humanismos como escuelas del pensamiento, excepto
en las ciencias puras, ya había humanismo en la antigua Grecia que evoluciona
durante la dominación romana y que resaltan fundamentalmente la formación, la
educación del hombre en principios y valores tenidos por “clasicos”, sobre todo
en cuanto a literatura, filosofía, retórica, era la “humanitas” que fue
heredada por el renacimiento.
Se agrega entonces el elemento de
trascendencia en el hombre en sus dos vertientes, la liberal dada por la razón
y la religiosa dada por el vínculo con Dios, por la fe. En ambas coexiste la noción del progreso
perpetuo, de la perfección, que consiste en darle sentido humano a la
naturaleza misma, al orden social tanto para el colectivo como para el
individuo, en la creencia de una bondad y pureza innata en el hombre.
Cosa curiosa, el Renacimiento tuvo
dos figuras señeras que mostraban el verdadero espíritu del humanismo, el que
debería identificarnos a todos, como fueron Miguel Ángel y Leonardo da Vinci,
dos ingenieros, artistas, científicos y tecnólogos que se aproximaron al mundo
de manera holística, que se abrieron a experimentar sin cortapizas, que vieron
un mundo tan sorprendente como el que hoy estamos viendo, pero no tuvimos tal
suerte, desde aquella época dominó la Iglesia y con ello sus nociones de hombre
y de humanidad que ha sido tan difícil deslastrarnos de ellas, y que han frenado nuestro avance.

Estamos dejando las seguridades de
unas creencias bellas y felices que sabemos son mentiras, y nos enfrentamos a
una búsqueda incierta, peligrosa y apasionante, prácticamente el hombre debe
rehacerse a sí mismo, conceptualmente, en términos de su valía y su realidad
que cada vez es más difusa y abarcadora.
Por todo lo expresado es que creo
firmemente que Venezuela es un símbolo universal de estos cambios, quizás a
niveles muy básicos, en una lucha entre civilización y barbarie, entre ese
viejo humanismo maltrecho, lleno de utopías y con un antropocentrismo horriblemente
destructivo, representado en un socialismo-cristiano que se niega a morir, y el
verdadero humanismo holístico del cual me siento parte y estoy convencido, es
el futuro. - saulgodoy@gmail.com
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