¿No es necesario que el piloto
del navío conozca de leyes de navegación? ¿Qué el carpintero sepa tallar la
madera, el médico cuidar los cuerpos? ¿Se confiaría el enfermo o el navío a un
hombre ignorante, a manos inexpertas? El piloto de la ciudad debe ser “sabio”
como el del navío. Pero ¿Cuál es la ciencia que debe poseer un jefe de Estado?
Esa ciencia responde el filósofo, es la del bien y la del mal.
Raymond
Aaron, Dimensiones de la Conciencia Histórica (1961)
Para
quienes no lo recuerden, Juan Bimba era un personaje creado por los publicistas
del partido Acción Democrática (AD) para caracterizar al venezolano típico de
la época (un dibujo de un campesino en alpargatas con sombrero de cogollo, muy
popular a principio de los sesenta) representaba al hombre del pueblo y fue
utilizado en las campañas políticas como el típico adeco.
Ese
hombre migrado de una cultura agraria a una urbana, de una clase proletaria que
transitaba hacia una clase media, un hombre sencillo que se convertía, gracias
a la educación gratuita y de calidad, en uno cultivado, retrataba a un
venezolano democrático que sabía elegir a sus líderes dentro del grupo de los
socialdemócratas, que le ofrecían los programas y las reformas sociales, que lo
llevarían a una mejor vida y a un mejor país.
Aquel
Juan Bimba, que estaba siendo educado para un país socialista, terminó en lo
que la mayoría de los venezolanos nos hemos convertido, en sobrevivientes, en
refugiados que huyen de un país en ruinas, donde ni siquiera se puede contar
con luz y agua, mucho menos con comida y medicinas… una nación con un gobierno
fallido, que masacra a su propio pueblo y que le entrega la soberanía al
extranjero opresor, en nombre de una revolución socialista.
Entre
aquel Juan Bimba con futuro y este venezolano, víctima y trofeo de caza de la
violencia más descarnada, hay una diferencia notable que, de alguna manera,
debe explicarse; algo hicimos mal para que nos cayeran las siete plagas del
Antiguo Testamento y estemos depositando nuestra esperanza en un desconocido,
cuya única virtud es que no es Nicolás Maduro Moros, el “coco”, el monstruo, nuestra
peor pesadilla…
Una
de las explicaciones para este revés de fortuna de los venezolanos, los
estudiosos de nuestro caso en el futuro se lo atribuirán sin duda, es nuestra
educación política, que sin duda ha sido y es un desastre; empecemos porque,
cuando hubo algo llamado “formación cívica” en nuestras escuelas, a alguien se
le ocurrió que aquélla, que era la única materia del programa curricular relacionada
con nuestra vida en sociedad, resultaba innecesaria y aburrida; “dejemos que sea en el seno de la familia
donde se le inculquen al párvulo esos valores”- ésa debió ser la excusa
para eliminarla, cuando, en la realidad, nadie en la familia podía explicar lo que
era ser un buen ciudadano.
Los
partidos políticos del momento, casi todos afiliados a algún tipo de
socialismo, no querían que la gente se enterara de que tenía derechos
individuales y que podía pensar por cuenta propia; mucho menos el gobierno, que
necesitaba para su sobrevivencia contar con un pueblo domesticado, pacífico e
ignorante.
En
Venezuela había que esperar hasta alcanzar la educación superior para conocer
sobre política, y eso sucedía sólo en algunas carreras; para tener acceso a la
educación cívica, que consiste básicamente en conocer los conceptos de
democracia, libertad, participación y todo ese mundo de deberes y derechos, que
nos convertía en sujetos activos en el mundo de la política, o sea, en ese entramado
de relaciones entre el poder y los ciudadanos, entre las instituciones y las
comunidades… toda aquella actividad y conocimiento que significara contar con un
ciudadano informado, crítico y participativo estaba vetado, sólo el voto
importaba como manifestación política democrática y únicamente para atender a
los llamados de las autoridades electorales.
Como
ya lo he explicado en varias ocasiones, los partidos políticos socialistas se
dieron a la tarea de conculcar nuestros derechos políticos, para conservar para
ellos el monopolio sobre las actuaciones políticas; querían hacerse necesarios
y lo lograron, de la peor manera posible, haciéndole a la sociedad una
lobotomía, nos extrajeron todo el contenido político de nuestras vidas y nos
dejaron sólo la posibilidad de elegir por una tarjeta, unos colores, unos
eslóganes de campaña, un rostro una vez cada cinco años y que nos olvidáramos
de todo lo demás; cualquier iniciática de organización social, como
asociaciones de vecinos, juntas de condominio, grupos de opinión, clubes
sociales y otros, tenían que pasar por el filtro de los partidos… eran tiempos en
que las ONG’s no existían y cualquier forma de grupo de interés, para que
pudiera operar debidamente, debía pasar primero por la buena pro del gobierno…
todo estaba correctamente “politizado”.
Lo
primero que se preguntaba de un club deportivo era si su presidente era adeco o
copeyano, si estaba bien o no con el gobierno de turno, lo que se discutía en
las reuniones políticas eran asuntos partidistas, de organización o
electorales, si acaso chismes y “rumores calientes” de algún político, si tenía
barragana, si había robado o estaba saliendo con la hija del ministro… a lo
sumo, se criticaban las políticas económicas, los salarios, el costo de la
vida… pero asuntos de ideología, de programas de gobierno, de doctrinas sobre
los tipos de gobiernos, de cómo defenderse de las acciones del estado, eso estaba
reservado a conversaciones de salón, sólo para intelectuales o profesores
universitarios.
Juan
Bimba estaba tranquilo, otros se ocupaban de administrar los servicios
públicos, de la calidad de vida, de la infraestructura, de la deuda externa,
del Plan de la Nación, del petróleo… y esos otros eran los partidos políticos;
y de ellos, apenas un grupito, los mismos de siempre, un cónclave de poder que
tomaba las decisiones importantes a espaldas del país. Eso sucedió por mucho,
mucho tiempo, cuando el venezolano era feliz y no lo sabíamos, porque
precisamente éramos unos ignorantes.
La única
crítica que existía era, precisamente, la de los grupos radicales de izquierda,
los que se habían acogido a la pacificación y dejado las ramas para incursionar
en la política, partidos como el MAS, el MIR, Bandera Roja, el mismo partido
Comunista, y otros, que se convirtieron en la voz disidente de los partidos
socialistas democráticos, que habían acaparado el poder.
Pero
fue justamente la economía la que nos agrió el juego, cuando la paridad del
bolívar con referencia al dólar empezó a fluctuar y la vida se nos fue
encareciendo. El Viernes Negro, durante el gobierno de Herrera Campins, fue un
momento que nos cambió la fortuna, y ha debido ser un campanazo para los
gobiernos, para introducir reformas y controles sobre el gasto público, ajustes
de austeridad fiscal, para reducir dispendiosos programas sociales, ponerle un
alto al crecimiento del estado benefactor y darle mucho más atención a la
inversión productiva… pero nada de eso se hizo.
La
poca educación política del venezolano, que consistía en esa participación
quinquenal a elecciones presidenciales y, con el tiempo, a unas elecciones
municipales, que deberían ser las más importantes, ya que eran las que más nos
afectaban directamente, hacía que estas oportunidades pasaran sin pena ni
gloria; pero según la conveniente leyenda urbana, nuestro país era una
aventajada comunidad política, donde la democracia había germinado de manera
portentosa, como ejemplo para otros países.
Influye
notablemente un rasgo característico de nuestra cultura, que es el voluntarismo
nato, una marca de nacimiento que nos identifica; todo lo podemos, desde
nuestra ignorancia, a ninguna actividad le decimos “no puedo” o “no sé”, por
ello es común encontrarnos con venezolanos que piensan que pueden hacer cirugía
del cerebro sin ser neurólogos, o construir casas y edificios sin ser
ingenieros, reparar motores sin ser mecánicos o resolver complejos litigios
judiciales sin ser abogados… vivimos bajo la peligrosa ilusión de que todo lo
sabemos y podemos, un voluntarismo que trasladamos a terceras personas con las
que “conectamos”, entre los que se incluyen los compadres, los amigos cercanos,
o esas figuras públicas, que deslumbran con su discurso y presencia, a ellos
les atribuimos estas mismas y otras dotes portentosas.
No hay
nada más delicado y difícil que ser equilibrado en la política; ya lo expresaba
el poeta norteamericano Wordsworth, admirador de los revolucionarios franceses
de su época, que en una introducción a su poemario, en 1815, comentaba cómo ser
creativo en la política: “[Se debe
tener]… la capacidad de observar con exactitud las cosas como son en sí mismas…
saber si las cosas descritas están realmente presentes… debe contarse con la
reflexión que enseña el valor de las acciones, imágenes, los pensamientos y los
sentimientos; y ayuda a la sensibilidad a percibir la relación que tienen entre
sí… la imaginación para modificar, crear y asociar… y juicio para decidir cómo
y dónde y hasta qué grado deben y pueden ejercerse estas facultades”.
Pero
en nuestro país la casta política es diferente, al tratarse de espontáneos, de
“naturales” de la política, personas que, sin preparación, pero con ese don
especial de gente, buenos comunicadores, a los que les gusta la intermediación
y la negociación, se anotan en un juego cuyo resultado puede ser catastrófico
para mucha gente, cuando se cometen errores… y, con la mejor de las intenciones,
se lanzan a solucionar peliagudos problemas de organización social, a fuerza de
instinto… y el público venezolano, tan ignorante y apasionado como ellos,
aplaude el ánimo y se desentiende del asunto, pues pone su fe ciega en el
elegido.
Estos
políticos espontáneos han sido la correa de transmisión entre el gobierno y los
ciudadanos, entre las instituciones y la comunidad y con sus pésimas actuaciones
nos han traído muchos pesares y problemas; pero en Venezuela nada cambia, jamás
se admitirá que somos unos ignaros en política. Cuando en el resto del mundo
los funcionarios hacen carrera en la administración pública, cuando los
candidatos para algún puesto de elección popular se preparan con tesón y
exhiben sus credenciales para competir por el cargo, aquí basta estar inscrito
en el partido, ser amigo o tener un padrino en la cúpula del poder… también
ayuda ser joven, tener una bella familia o decir lo que la gente quiere escuchar,
para figurar entre los elegidos, en una de esas loterías que se dan a lo
interno de los partidos o de esas listas por las que se vota en tarjetas
únicas… y todavía hay gente, queridos lectores, que nos dice que tenemos que
conformarnos con lo que tenemos y dar las gracias a que nuestro mundo político
está tomado por estas estrellas de los “guisos”.
Decía
Toqueville: “Una democracia puede llegar
a la verdad sólo como resultado de la experiencia; y muchas naciones pueden
perecer mientras están aguardando las consecuencias de sus errores”. Pues,
en nuestro caso, la experiencia no nos importa; efectivamente, no aprendemos de
nuestros errores, por lo que tenemos todos los números cantados en el cartón,
y ya podemos gritar “¡Bingo!” y
desparecer.
Pero
no vamos a despedirnos con una nota tan deprimente. Nosotros, los sucesores de
Juan Bimba, luego de veinte (20) largos años de sufrir las consecuencias de
errores de nuestra condición política, de no haber sabido cómo conducir nuestro
destino como nación, ni de proteger nuestros intereses y de haber tenido que tragarnos
un totalitarismo militarista, que baila al son cubano, estamos ante una
disyuntiva: o seguimos al colaboracionista y socialista de Guaidó, escogido a dedo
por algunos magos de nuestros partidos de siempre, o nos metemos en la Asamblea
Nacional buscamos a unos hombres y mujeres de principios democráticos y
decentes, que los hay, o a una de esas fracciones que han demostrado compromiso
con la Venezuela libre.
Una
vez identificados, hay que apoyarlos de manera contundente e inequívoca. Lo que
quiero decir con esto es que la solución a nuestros problemas no va a venir de
las mafias políticas, de estos líderes instantáneos que los veteranos nos presentan
como soluciones milagrosas y, como tienen copados los espacios del poder dentro
de la AN, como no van a renunciar ni apartarse, para que otros ocupen esas
trincheras, tenemos una única manera de romper este monopolio, con nuestra
participación directa, negándonos a seguir sus directrices y escogiendo
nosotros nuestros líderes, con nombres y apellidos no ellos.
Hasta
el momento, ese grupo de parlamentarios que, más o menos, se ha organizado y se
ha hecho escuchar, es nuestra única opción hacia una más contundente
intervención de nuestros aliados democráticos para salir definitivamente del
régimen de Maduro, exigiéndole a la comunidad internacional una posición más
firme sobre nuestro problema, que ya se está transformando en una verdadera
crisis mundial. Guaidó tuvo su oportunidad y la desperdició en nombre del
amiguismo, no pasó de ser una etiqueta, para recordarnos al último de los
naturales en nuestra política; no nos merecemos tanta miseria humana. Hagamos
algo importante por nosotros, cambiemos el juego perverso que tiene lugar en el
seno de la Asamblea Nacional, con un multitudinario apoyo a la fracción o
parlamentarios que, de verdad, están comprometidos con Venezuela; lo repito,
están allí y lo que necesitan es apoyo.
- saulgodoy@gmail.com
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