… no puede haber
castigos desgraciados que deshonren la humanidad misma (como sería despedazar
un hombre, dejar que los perros lo descuarticen, cortar su nariz y orejas). No
son solo estos castigos más dolorosos que perder posesiones y vida para alguien
que valore el honor… pero también hacen que el espectador se estremezca con
vergüenza de pertenecer a una especie que haga estas prácticas.
Emanuel Kant.
Este es un tema al que venía dándole largas pues me era
sumamente difícil enfrentarlo y discurrir sobre él, entre otras cosas porque me
ha tocado muy de cerca, porque tengo amigos que han sido víctimas de la
tortura, porque, como venezolanos, a diario tenemos que vivir con la idea y la
certeza de que, en algún lugar no muy lejano de nuestros hogares y trabajos,
hay hombres y mujeres que están siendo maltratados por otros venezolanos y por
extranjeros en nombre del estado, y que, por algún imponderable motivo,
podríamos en algún momento y bajo ciertas circunstancias, ser nosotros los
torturados.
Son, el gobierno bolivariano de Venezuela, el partido
político PSUV, su presidente, Nicolás Maduro Moros, los responsables y
promotores de tales tratos inhumanos y crueles contra la dignidad humana; el
chavismo acepta como algo necesario el uso de la tortura como medio de control
social, lo niega en su retórica, pero en la práctica se han prestado para
mantener y operar en nuestro país un enorme aparato especializado en infligir
dolor y sufrimiento, hasta muerte, a otros venezolanos, y que esa tortura,
llamémosla “política”, mantiene unos establecimientos, equipamiento, técnicos,
médicos, presupuesto, cadena de mando, organización y cultura, actuando en
secreto, aun cuando es contrario a la normativa vigente.
Esta actividad de torturar a las personas sujetas a
procedimientos judiciales y policiales, aunque es considerada
internacionalmente un crimen, tiene consecuencias que escapan a la estricta
relación entre víctima y victimario, entre torturado y torturador; de acuerdo a
la opinión del autor Henry Shue, en un importante artículo sobre la tortura
(1978): “El propósito de este tipo de
tortura no es obtener información, sino crear conformidad por medio del terror,
por la deshumanización y la destrucción de la voluntad de la persona, por medio
de un dolor prolongado, incalculable; la víctima es apenas un punto donde
concurren grandes cantidades de dolor, de modo que otros se asusten ante la
perspectiva.” Para todos los efectos,
este tipo de tortura es un tipo de terrorismo, y así está establecido en la
legislación internacional, con ésta se está destruyendo el delicado tejido
social del país y atentando en contra de la convivencia social.
La Corte Penal Internacional, en su Informe sobre las actividades de examen preliminar 2020 sobre Venezuela,
establece que:
La
información a disposición de la Fiscalía brinda un fundamento razonable para
creer que los miembros de las fuerzas de seguridad, presuntamente responsables
por la comisión material de estos presuntos crímenes, incluyen a: la Policía
Nacional Bolivariana (“PNB”), el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional
(“SEBIN”), la Dirección General de Contrainteligencia Militar (”DGCIM”), la
Fuerza de Acciones Especiales (“FAES”), el Cuerpo de Investigaciones
Científicas, Penales y Criminalísticas (“CICPC”), la Guardia Nacional
Bolivariana (“GNB”), el Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (“CONAS”) y
ciertas otras unidades de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (“FANB”).
Una infraestructura para la práctica de la tortura, que
no se hizo de la noche a la mañana, y es apenas la punta de la lanza de algo
mucho más complejo, pues la sostienen tribunales de supuesta justicia, medios
de comunicación al servicio del régimen, que tejen la intriga contra las
víctimas y publicitan su castigo, un estamento político que le da legitimidad a
las acusaciones y actores en estos crímenes, representantes de países aliados
al régimen, que apoyan estas acciones terroristas, organismos internacionales y fuerzas políticas de oposición que prefieren
mirar hacia otro lado.
Pienso, al igual que una gran mayoría en el mundo
occidental y cristiano, que la tortura debe ser erradicada absolutamente porque
es moralmente indefendible; eso de aplicarle a un semejante castigos
abominables, que lo reduzcan a un simple pedazo de carne sintiente, que anulen
toda traza de humanidad de la víctima y lo afecten de tal manera que destruyan
su identidad y su alma, es tarea de monstruos.
Para los cómplices no importa el nivel donde se encuentre
colaborando, puede que no participe en el hecho físico de la tortura en la
víctima, pero si asocia su voluntad y consciencia con el crimen, y calla ante
esta situación, es sin duda un accesorio del delito, que hace posible que no sólo
sufra el sujeto bajo el yugo autoritario, sino que es clave en el daño
colateral que se extiende a la familia, conocidos y a la sociedad en general,
que se percata de que un ser humano está siendo torturado en nombre del estado,
del gobierno que supuestamente rige los destinos de una nación.
Un gobierno que tortura, que acepta que sus fuerzas
militares o policiales practiquen la tortura en extranjeros y/o nacionales, no puede de
ninguna manera ser considerado como civilizado, mucho menos como democrático;
la tortura contradice de manera radical todo contenido humanista y humanitario,
con la tortura se termina la igualdad, el estado de derecho, la justicia y la
convivencia.
El régimen de Maduro está atrapado por la serie de
prohibiciones absolutas sobre la práctica de la tortura, en leyes internas, en
tratados internacionales, en convenios multilaterales, en principios
fundamentales como la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU; en
el ámbito latinoamericano encontramos la Declaración Americana de los Derechos
y Deberes del Hombre (1948); Organización de Estados Americanos (OEA), aprobada
en la Novena Conferencia Internacional Americana, Bogotá, Colombia, 1948. En la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (Gaceta Oficial Nº 31256 del
14.06.77 denunciada el 10 de septiembre de 2012); en la Convención
Interamericana sobre la Desaparición Forzada de Personas (Gaceta Oficial Nº
5241 del 06.07.98); en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y
Erradicar la Violencia Contra la Mujer (Gaceta Oficial N° 35632 del 16.01.95);
en la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura (Gaceta
Oficial Nº 34743 del 26.06.91).
Cuando ya se creía que la tortura pudiera estar en camino
de ser minimizada en occidente, se dio la situación mundial de la Guerra contra
el Terrorismo, declarada luego de los lamentables sucesos del 11 de septiembre
del 2001 en New York; a partir de ese momento, en los cuerpos encargados de la
seguridad, en especial, de los militares, surgió la necesidad de utilizar el
terror contra el terror, y aparecieron argumentos a favor de formas de torturas
para ayudar en labores de inteligencia, sobre todo en la consecución de
información en los interrogatorios.
Hasta ese momento no importaba la urgencia de la
situación, el peligro de la amenaza o las consecuencias de un acto en curso, la
tortura era un acto ilegal y prohibido, todavía se mantiene en algunos círculos
de inteligencia y de seguridad que el uso de la tortura se justifica para
evitar males mayores, que bien vale una confesión a tiempo, al costo que sea,
que una desgracia que pudiera detenerse o aminorar sus efectos.
De allí que nuevas técnicas de interrogación, castigos
persuasivos revestidos de una maldad bestial se hayan utilizado y se utilicen para
obtener confesiones, develar conspiraciones, conseguir nombres y direcciones y
traiciones, son metodologías que nacieron de la llamada Guerra contra el
Terror, en esa lucha sorda clandestina y mortal entre terroristas, porque en el
fondo, se trata, en su etapa decisiva, de utilizar el terror en contra del
terror.
Un cúmulo de experiencias se han acumulado desde épocas
pretéritas sobre la tortura, desde las más brutales como podrían ser los
métodos de tortura de la inquisición en la Edad Media, hasta medios mucho más
sofisticados como el lavado de cerebros o la tortura psicológica, técnicas que
no dejan marcas en el cuerpo pero llenan de cicatrices el alma de las víctimas,
al punto de convertirlas en esclavos, en autómatas al servicio de unos
controladores.
La psiquiatría y la farmacología han unido fuerzas para
desarrollar nuevas drogas de la verdad, o técnicas disociativas de la
personalidad, para fragmentar la consciencia y controlar cada aspecto de la
vida de un ser humano, auxiliados por la hipnosis, la sugestión, el miedo, las
amenazas y los premios.
El fin de la tortura es destruir al ser humano, traumarlo,
hacerlo hacer, decir, creer lo que el manipulador quiere, al punto de hacerlo
dañar a personas que su aprecio, e incluso, a autodestruirse, lo que implicaría
que las personas son utilizadas como objetos (como armas), como medios para
logro de objetivos militares o políticos, para ello hay múltiples avenidas
desde provocación del dolor hasta el simple aislamiento, los golpes y las
agresiones con instrumentos de tortura, las humillaciones, inducir a la locura,
descontrolar los ritmos circadianos de la persona, amenazas a sus familiares,
enfermarlo y desasistirlo, quitarle el alimento y el agua, aislarlo
sensorialmente para que pierda el sentido de la realidad…
En Venezuela, la revolución bolivariana desde su llegada
al poder a tenido en la práctica de la tortura sistemática y como política
pública, uno de sus medios favoritos para el control social del pueblo, ha
hecho de la persecución política de sus opositores la manera de más efectiva de
mantenerse en el poder, desarticulando cualquier manifestación política que
pudiera poner en riesgo su hegemonía sobre el poder político, de allí la enorme
cantidad de presos políticos que abarrotan las cárceles, los innumerables
procesos judiciales que se le siguen a activistas políticos y líderes sociales,
bajo acusaciones de sedición, violencia, instigación al odio.
Estas investigaciones, detenciones, procesos, sentencias,
y castigos son publicitadas a manera de establecer ejemplos públicos para que
la gente tenga miedo de manifestarse en contra del gobierno, para que no
proteste, para que acepte en silencio las imposiciones totalitarias de un
gobierno de facto, teniendo en las fuerzas armadas nacionales y policías sus
principales cancerberos y verdugos, todos funcionarios públicos, pagados por
nosotros, los ciudadanos.
Estos torturadores ven en sus acciones un trabajo
necesario para mantener al gobierno en el poder, un oficio que requiere de
conocimiento y experticia tanto o más que un cirujano, con la diferencia que
sus víctimas jamás son consideradas como humanas, son cuerpos quejumbrosos,
reos del estado que dan alaridos cuando se rompe un hueso o se sale un
ligamento de su lugar, es un trabajo duro que tiene sus incomodidades, las
diarreas, los vómitos, los orines que salen de los atormentados “privados de
libertad”, cuando sienten asfixiarse con bolsas plásticas sobre sus cabezas o
el sacudón de la descarga eléctrica aplicados a sus genitales, o la dosis de
sustancias estimulantes o alucinógenos que los deja catatónicos y babeantes,
capaces de confesar cualquier cosa que se les impute.
Porque allí, en esas fúnebres instalaciones, con nombres
tan alegóricos como “La Tumba” o “La casa de los sueños”, se reúnen muy
interesados doctores y expertos en interrogatorios, técnicos militares curiosos
en la manera más rápida de obtener confesiones, desarrolladores farmacéuticos
con sus últimas pócimas de potentes opiáceos que aún no determinan que dosis es
mortal, o los simples carniceros con sus tenazas y pinzas para atormentar hasta
el último nervio de sus víctimas, seres que se excitan ante el dolor de los
demás, que obtienen erecciones cuando el preso empieza a convulsionar sin control
mientras las cadenas que lo sostienen suenan con su trágico tintineo, y todo
esto lo graban en video para que sus superiores puedan constatar el trabajo
bien hecho.
Mientras esto ocurre en estos reductos del espanto, sus
jefes, los responsables de este show del horror, juegan con los listados de sus
próximos “invitados”, escogen, entre los expedientes en sus escritorios, quién
será el nuevo enemigo de la revolución, les encanta un periodista, pero les
aburren los intelectuales que se quiebran al primer día, les gustan los
candidatos políticos, los llamados “líderes” que siempre ponen un show de
entereza y valor, pero van cediendo a medida que enflaquecen de hambre o se
enferman de COVID y no son tratados.
Pero nada como un militar traidor a la causa y, si es
oficial, mejor, a los cubanos del G2 les encantan y se ensañan con gusto, pues
saben que en esos casos no hay límites, son para ellos solitos; pero lejos de
esas oficinas con aire acondicionado, bien iluminadas, apartados de los gritos,
en los corredores del poder en el palacio de gobierno, está el maestro de
ceremonias, el que tiene en sus manos la decisión de vida o muerte sobre esos
venezolanos; pero, para su mala suerte, está siendo investigado por la serie de
horrores, de muertes y sufrimiento que ha esparcido por el país, ha sido tanta
la sangre derramada bajo su mandato, que la justicia internacional tiene tiempo
ya vigilándolo y preparándole un expediente, de hecho, hay notificaciones en
diversos países del mundo para su detención a la vista e, incluso, una
cuantiosa recompensa por su captura.
Se trata de una situación inédita en la historia de
nuestro país: tenemos como jefe del estado a un reconocido violador de los
derechos humanos, con afición por la tortura como método para amansar al
pueblo, con gusto por promocionar al terrorismo internacional y todavía tiene
la desfachatez de presentarse como un gran humanista, lo que no tiene parangón;
es un caso único de una persona inestable y peligrosa que se ha mostrado desafiante
y orgullosa de sus crímenes, sin ninguna señal de arrepentimiento ni
contrición.
Nicolás Maduro Moros, siguiendo el calco que su
predecesor inició, el teniente de paracaidistas Hugo Rafael Chávez Frías, copió
fielmente el modelo judicial de la Alemania nazi durante el Tercer Reich,
creando su propia cosecha de juristas del horror, nutriendo un aparato de
jueces y fiscales, que le dieron la posibilidad para que sus grupos de
exterminios pudieran actuar con impunidad bajo un supuesto imperio de la ley. En
ese espeso caldo de cultivo prosperó la verdadera naturaleza del chavismo,
torturadores de naturaleza y origen.
Y es que toda esa ideología socialista y nacionalista,
que apunta a valores absolutos como patriotismo, fidelidad hacia el gobierno, amor
hacia el líder, odio al enemigo de la revolución, desprecio al imperio y a la
civilización occidental, tenía en algún momento que producir los monstruos de
la razón, que en el caso venezolano venían cargados de resentimientos
históricos y de un fanatismo sólo atribuible a animales carroñeros actuando en
manada.
Ese terror sembrado en veinte años de revolución rindió
sus frutos: una sociedad atemorizada y espantada, pero no vencida, una
oposición temerosa y acomodaticia, que ha preferido con mucho la negociación
que la confrontación política, una prensa domesticada y obsecuente que todavía no
olvida su compromiso con la verdad… una democracia herida, pero consciente de
que primero se termina la tiranía y el intervencionismo cubano, que el país de
Bolívar y su herencia republicana.
Ante esta realidad no puede ningún partido político del
país hacerse el desentendido de la realidad cruda del país, ni hacerle concesiones
al régimen suponiendo ilusamente que están tratando con un gobierno
medianamente razonable y respetuoso de las leyes y compromisos adquiridos; el
chavismo es terrorismo puro, allí no hay posibilidad de convivencia, es un
error estratégico y operativo caer en la trampa y, con ellos, arrastrar al
resto del país, en la pretensión quimérica de que es posible un acuerdo
civilizado con el torturador.
La situación del país es en extremo delicada, no sólo en
su aspecto económico y social, al punto que estamos atravesando por una de las
peores crisis humanitarias del planeta, pero en el aspecto de la seguridad y la
paz social somos un desastre, el Observatorio
Venezolano de la Violencia (OVV) registró para el año 2021, que acaba de
terminar, 11 mil muertes violentas, entre ellas 3.112 homicidios, 2.332 muertes
por resistirse a la autoridad, 4.003 casos en averiguaciones, 1.634
desaparecidos.
El Foro Penal
contabilizó al momento 244 presos políticos (230 hombres y 14 mujeres), 112
civiles y 132 militares, entre ellas personas en delicado estado de salud, como
el caso de José Javier Tarazona Sánchez, director y presidente de la
organización Fundaredes, quien desde
el pasado 1 de julio del 2021 se encuentra detenido en el Helicoide, sede del
Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), o el de Igbert José
Marín Chaparro, ahora, en una peligrosa huelga de hambre contra sus
secuestradores.
Ante estas circunstancias, peligrosas y altamente
preocupante para la estabilidad y sobrevivencia del proyecto revolucionario
socialista, en vez de ir desmontando el aparato de tortura, de dejar en
libertad a los reos, de fortalecer la defensa de los derechos humanos e ir
reparando los casos más notorios de injusticia cometidos, el régimen de Maduro
hace todo lo contrario, aumentan los horrores de las torturas, le da mayor
autonomía y poder de decisión a los torturadores, al punto que hay un gran
número de boletas de excarcelación emitida por los tribunales para la liberación
de los presos, pero las autoridades de los penales se niegan a hacerlas
efectivas; siguen los grupos de exterminio actuando fuera del marco legal, y
continúan algunos legisladores en su afán por controlar el poder judicial para
ponerlo al servicio de los revolucionarios.
No sé qué ideas tendrán los expertos en negociaciones de
Noruega en referencia al carácter de los representantes del chavismo, pero se
trata de verdaderos terroristas, descubiertos y atrapados en sus crímenes, pero
con intenciones de permanecer en el poder a toda costa. En cuanto a la supuesta
representación de la oposición política venezolana, lo mínimo que se podría
exigir es que no reanudaran las negociaciones hasta que liberaran a todos los
presos políticos, que no son sino víctimas de las torturas de unos
revolucionarios alucinados y con poder.
- saulgodoy@gmail.com
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