La estrategia militar
del Presidente Trump para el Caribe se ha tomado su tiempo, desde el pasado mes
de Agosto cuando se ordenó la primera movilización de barcos de guerra para la
intervención en Venezuela; antes de eso, hay que contabilizar el tiempo que se
tomó el aparato de inteligencia norteamericano coleccionándo la información
necesaria para trazar tanto la política como la logística armada, un tiempo que
desconocemos, pero presumimos fue largo y anterior a la orden ejecutiva para
actuar, esto incluye hechos claves como el cierre de la embajada norteamericana
en Caracas, durante la presidencia de Baiden, y las expropiaciones de empresas
norteamericanas, durante el gobierno de Chávez.
Como toda estrategia
militar, sabemos que ésta cobra vida propia y vive en su propia dimensión
temporal; los objetivos empiezan a cambiar desde el mismo inicio de la campaña Southern Spear, las variables se
multiplican, los riesgos aumentan, las previsiones cambian, y a medida que se
obtiene nueva inteligencia, se hacen los ajustes, se incrementan las tropas, el
poder de fuego…
Igualmente, es
importante el elemento de seguridad para los soldados y naves norteamericanas;
para el presidente Trump, las bajas en sus tropas son de extrema importancia y,
de acuerdo a sus declaraciones, una de sus preocupaciones es la conservación de
vidas civiles venezolanas inocentes en los sitios de posibles conflagraciones,
lo que complica la toma de decisiones, teniendo en cuenta que el gobierno
narcoterrorista de Maduro está acostumbrado a movilizar civiles en los lugares
donde se concentran, siguiendo esa tradición de terroristas de usar escudos
humanos.
La doctrina militar
norteamericana tiene como precepto principal no involucrarse en conflictos que
no puedan ganar y, en el caso venezolano, esto se complica, ya que hay
presentes en el país fuerzas insurgentes colombianas involucradas en el negocio
de las drogas, células terroristas de Hamas y Hezbolah, que operan en ciertas
regiones, componentes cubanos en sectores claves, incluyendo a las Fuerzas
Armadas, a esto se suma el equipo militar chino y ruso adquirido por el régimen
y, posiblemente, sus operarios e instructores, personal técnico en
instalaciones petroleras, y no se descartan fuerzas mercenarias contratadas por
el gobierno de Maduro… Washington está claro que Maduro perdió pueblo ya hace
mucho tiempo.
Hay dos condiciones
que el tirano Maduro no ha podido negar debido, entre otras cosas, a que toda
la evidencia apunta a su responsabilidad: la primera es que se robó las
elecciones nacionales en el mes de julio de 2024, lo que lo convierte en un
usurpador del gobierno e ilegítima su mandato, de manera que no es el
presidente de la República de Venezuela. El segundo elemento, que lo marca, es
que efectivamente es un narcotraficante, cabeza del llamado Cartel de Los
Soles, según consta en una demanda pendiente en un tribunal penal de New York y
que lo tiene solicitado para que responda por sus delitos en USA.
Lo de terrorista le
viene dado por las innumerables denuncias en su contra por violaciones de
derechos humanos, por someter a ciudadanos venezolanos y extranjeros al
secuestro y las torturas en penitenciarías en manos del estado, por haber
cometido crímenes violentos en otros países por medio de organizaciones
internacionales criminales. Se trata en resumen de un hombre violento, sin
ningún escrúpulo por violar la justicia y utilizar las leyes a su favor.
La carta del “Pollo”
Carvajal, recién publicada, ha recorrido el mundo entero, convalidando muchos
de mis análisis sobre el verdadero alcance de esa tenebrosa organización
narcoterrorista, y el temor de muchos otros analistas, que habían alertado
sobre el “Deep State” o estado profundo, construido en las principales
instituciones norteamericanas durante los gobiernos demócratas y que han estado
trabajando para corroer las bases éticas y la seguridad nacional de Estados
Unidos.
Durante el tiempo
transcurrido en posicionar sus fuerzas armadas en el Caribe, el presidente
Trump se ha cuidado de ganar para su causa la voluntad de gobiernos y
personalidades de países del área en su cruzada por erradicar las fuentes y
rutas del narcotráfico, y que tanto daño le han causado a su país. Pero, como
era de suponer, la naturaleza del narcotráfico no reconoce fronteras ni
autoridades legítimas, su poder de corrupción y degeneración moral se ha
desbordado y sostiene a gobiernos que se benefician no sólo de los ingresos
manchados de sangre, sino también de la deriva autoritaria que implica sostener
liderazgos políticos complacientes con el tráfico de drogas.
Bajo esta perspectiva,
el desmontaje del negocio de drogas ilícitas y peligrosas implica neutralizar
las redes del negocio en otros países que son socios y alcahuetes del negocio
multimillonario; lo que ahora implica neutralizar a Cuba, Nicaragua, Colombia,
México, España… Venezuela sería sólo el tope del témpano de hielo en una lucha
a muerte contra una de las amenazas más harteras y mortales de toda sociedad
organizada.
Lo que se descubrió en
Venezuela fue como una organización criminal internacional, con vínculos con
gobiernos fundamentalistas del Medio Oriente y África, grupos terroristas y
grupos locales de delincuencia política, pudo hacerse con el gobierno de una
nación, lo que los elevaba de “ranquin” dentro de los grupos delincuenciales,
ahora tienen vocería internacional, embajadores, representantes en
organizaciones de naciones, desde las cuales podían influir decisiones,
manipular políticas públicas, controlar debates sobre seguridad hemisférica,
mientras en las sombras financian campañas políticas de candidatos afectos a
sus planes de dominio y atentados en contra de opositores.
Al colocar barcos de
guerra frente a las costas de Venezuela, con la firme voluntad de extraer a los
principales capos que manejan el negocio del narcotráfico a nivel mundial, se alborotó
el avispero. Y si bien el Cartel de Los Soles no tenía como hacer frente a una
fuerza superior y mucho más preparada de la que disponía, esta situación los
tomó por sorpresa, no solo a los venezolanos, sino a toda la nómina
internacional de socios y dolientes, que ahora teme ser desenmascarada y
señalada como una comunidad de socios y cooperantes.
De esta manera, el tiempo discurrido en ajustar
las acciones militares les brindó, a los países que se han beneficiado del
narcotráfico (en todas sus facetas: producción de precursores, de las drogas,
del tráfico, del comercio, de las ganancias financieras, del lavado del dinero)
la oportunidad de iniciar una campaña mundial contra la extracción de los narcos
de Venezuela.
Se confabularon las organizaciones
internacionales como la ONU, algunos gobiernos europeos propensos a soluciones
pacíficas, gobiernos amigos de los comunistas del gobierno venezolano, la
internacional socialista, el Foro de Sao Paulo, la Corte Penal Internacional, gobiernos
con cola de paja que temieron que se descubriera su participación en estos
manejos subterráneos, hasta el mismo Vaticano, el partido demócrata de Estados
Unidos, los gobiernos de Rusia y China… y cayeron en la trampa, haciendo su
parte como abogados del diablo, reclamándole a Trump volver a las
negociaciones, condenando el uso de la fuerza, dignificando a Maduro como jefe
de Estado, como si se tratara de una persona civilizada… respondieron a aquel
asedio, plenamente justificado a un gobierno autoritario y transgresor, en una
cruzada política para salvar una supuesta estabilidad regional, esfuerzo que
fue financiado por organizaciones y operadores que creen en Nuevo Orden Mundial
de la izquierda más radical.
Ninguno de ellos
protestó con tanto aplomo y vigor cuando la oposición política venezolana era
recogida y llevada a campos de concentración, donde les esperaba la tortura o
la muerte; tampoco protestan ahora, cuando todavía continúan masacrándonos ante
la mirada impávida y el silencio cómplice de esos políticos, que hoy se rasgan
las vestiduras por unos narcoterroristas que deben ser sometidos a la justicia
internacional, entre otras cosas, por desconocer la voluntad mayoritaria del
pueblo en unas elecciones democráticas y universales, envueltas en un medio de
un ambiente de miedo y censura.
La presión mediática y
diplomática se siente; los ojos del mundo están atentos a lo que va a suceder
en Venezuela. La mayoría de los venezolanos soñábamos con unas navidades en
libertad, pero ya se vislumbra en el ambiente la posibilidad de que los “demócratas”
del mundo (el término más convenientemente usado de la historia) vuelvan a
sentarse con esos desalmados, a los que lo único que les importa es un retiro
dorado en paz, mientras sus factores vuelvan a jugar a la política, como si
nada hubiera pasado.

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