por
Saúl Godoy Gómez
Lona Beltrán de Salazar puso las
tiras de tocineta sobre el sartén eléctrico ya caliente. Apenas tocaron la
superficie cubierta de teflón, empezaron a chisporrotear.
El
olor a café recién hecho y el de la tocineta se confundieron en un solo aroma que
siempre significó para ella “desayuno”.
El
jugo de naranja estaba en su jarra, los panes en la tostadora, en otro sartén
los huevos revueltos empezaban a tomar consistencia, lentamente, entre la
mantequilla derretida.
Hoy
estaba particularmente contenta, su hijo Frank venía a pasarse el fin de semana
con ellos; era viernes y volaría hasta Caracas para reunirse con la familia.
Presurosa
fue hasta el refrigerador y tomó la mermelada de fresa y el cartón de leche. La
mesa estaba lista con los cuatro manteles individuales, los platos y los
cubiertos.
Preparar
el desayuno era una cuestión de precisión; la única manera de que llegara la
comida a la mesa caliente era con un estricto control del movimiento y del
tiempo.
Ya
era el momento para la primera llamada.
- El
desayuno está listo- gritó desde la puerta de la cocina en dirección a la
escalera que bajaba del piso de las habitaciones.
Volvió
sobre sus pasos y abrió la despensa de dónde sacó la caja de cornflakes, recordó
con una sonrisa melancólica que a Frank, su hijo mayor, le gustaba el cereal
con cambur rebanado.
Se volteó
y miró al lado de la alacena; entre los libros de cocina y las jarras de
cerveza de su marido, se encontraba el retrato de su hijo, con toga y birrete,
sostenía el diploma en la mano y sonreía mirando a la cámara, de eso hacía...
¿Tres años?
Lona
no se acostumbraba al inexorable paso del tiempo, las cosas que le sucedieron
la semana pasada se mezclaban con los recuerdos de un pasado más distante, tan
frescos en su memoria.
Recordaba
con claridad su matrimonio con Frank padre, la luna de miel que pasaron en
Acapulco, luego el nacimiento de Frank Jr., después Mary y por último Osvaldito...
en realidad no se acostumbraba a la idea de que ya contaba con 51 años, su pelo
estaba cano y era una respetable señora, Presidenta del Garden Club de la
urbanización El Cafetal de Caracas.
-
Pero si solo ayer era la estrella principal del grupo de teatro de la
Universidad...- se dio cuenta de que hablaba sola y rió como una chiquilla,
tapándose la boca.
Recobró
su compostura y miró por la ventana que daba a la calle sombreada por apacibles
bucares en flor, suspiró... le hacía falta su hijo, lo necesitaba.
Quería
verlo de nuevo, reparando su auto en el garaje de la calle o jugando básquet
con sus amigos en el patio del porche de la casa.
Nunca
le gustó la idea de que se metiera en la Marina. Lloró desconsoladamente el día
que se enteró de la decisión de su hijo de entrar en la Escuela de Oficiales de
la Armada.
El día
que vino a despedirse lo tenía tan presente...
Se
veía tan guapo en uniforme, todo un hombre, con ese brillo de aventura en los
ojos. A partir de ese momento solo tendría
oportunidad de verlo alguno que otro fin de semana, cuando no estuviera
encerrado estudiando, o navegando; pero cuando se reunían, la alegría volvía a
la casa de los Salazar, se oían risas, canciones, la cocina se llenaba de
amigas y amigos que lo visitaban.
Luego
de graduado, lo enviaron, para extrañeza de todos, a una base fluvial en El
Arauca, en la frontera entre Venezuela y Colombia.
- ¿No
es peligroso?- le preguntó ella, nerviosa, antes de su partida- con todos esos
narcotraficantes, la guerrilla, los contrabandistas... ¿Por qué no te enviaron
a Margarita?... ¿Por qué un rio?
-
Mami, yo voy a donde me mandan- le contestó lleno de orgullo- donde la Patria
me necesite...
El
olor a quemado le asaltó el olfato, sus ojos se movieron a la tostadora que
empezaba a echar humo, dio un gritico y salió disparada a desconectarla, cuatro
panes salieron negros de las ranuras. Por fortuna quedaba más pan en la bolsa.
Miró el reloj, podía tostarlos de nuevo; tiempo de la segunda llamada.
Fue
hasta la escalera, se disponía a gritar cuando se percató de que alguien veía
televisión en la sala, se asomó y vio al pequeño Oswaldo sentado frente al
aparato, con las piernas cruzadas y el bulto del colegio a un lado.
En la
tv, en vez de los usuales dibujos animados de esa hora, estaba el noticiero en
lo que parecía un extra de última hora.
La
pantalla mostraba el dibujo de los mapas de Colombia y Venezuela y la
ilustración de una explosión, en color rojo, en la frontera; cambió la toma a
una del dibujo de un rio, un muelle con el nombre de Puerto Sabaneta; de nuevo
la ilustración del estallido y dos figuras de soldados enfrentados... la voz
del locutor dijo algo de la masacre de Puerto Sabaneta en El Arauca.
Lona
se puso lívida, la sangre pareció huir de su cuerpo y el estómago se le encogió
de terror.
Quiso
subirle el volumen pero en ese momento apareció el logotipo de la estación
anunciando más detalles a la hora del noticiero.
Osvaldito
cambió su expresión aburrida por una de alegría cuando de nuevo el Corre
Caminos y el Coyote aparecieron en la pantalla - ¨Bip-bip".
El
teléfono empezó a sonar. Lona estaba aturdida, trataba de pensar con fuerzas si
era Puerto Sabaneta el lugar donde Frank, su hijo, le dijo que iría en misión.
Corrió
al teléfono con el alma en vilo, lo descolgó, pero no pudo llevárselo al oído,
lo miraba con miedo, una voz que le pareció muy lejana le hablaba desde su
mano.
-
¿Aló?... ¿familia Salazar?... ¿Aló?
Lona
hizo acopio de valor y puso el auricular en su oído.
- ¿Aló?...
sí, familia Salazar... ¿Con quién desea hablar?
- ¿Es
la señora Salazar?
Lona
tragó grueso, el corazón le latía desbocado en la garganta.
-
Diga...
-
Señora, le habla el Coronel Gutiérrez, de la Comandancia General de la Marina,
le llamo para participarle que su hijo...
Como
si la hubiera picado una serpiente en la cabeza, Lona tiró el teléfono lejos de
sí, y dio unos pasos hacia atrás gritando aterrada.
-
Nooooo!!!...
Osvaldito
pegó un brinco y miró asustado a su mamá que se sostenía contra la pared y
jadeaba como si no hubiera suficiente aire.
El
grito de la mujer hizo bajar a todos en un segundo para averiguar de qué se trataba,
la encontraron sentada en el piso, llorando y señalando al teléfono descolgado
sin poder emitir palabra.
Su
marido se agachó a su lado.
-
¿Qué pasa Lona?... ¿Estás bien?- él le revisaba la cabeza con cuidado para ver
si tenía alguna herida, ella le agarró las manos con fuerza y con una expresión
de inmenso dolor balbuceó.
-
Te...le...fono... mi hijo- A lona se le fueron los ojos en blanco, su boca se
llenó de espuma y empezó a convulsionarse en un ataque.
-
Oswaldo, trae un cojín para tu mamá... Mary ve a la cocina, algo se quema...
trae un paño húmedo- el hombre daba las órdenes mientras se sacaba la cartera
del bolsillo, volteó a un lado a Lona, le abrió la boca y le metió la cartera
entre los dientes. El niño trajo el cojín y, con delicadeza, lo puso debajo de
su cabeza.
- Es
un ataque, Osvaldito... no tengas miedo... toma su mano y háblale. Cuidado con
la cartera, es para que no se muerda la lengua, en un momento le pasará- el
niño obedeció asustado.
Frank
fue hasta el teléfono y lo recogió.
- ¿Aló?...
- Por
Dios, señor… ¿Qué pasó?- preguntó la voz angustiada de un hombre al otro lado
de la línea- estaba hablando cuando la señora gritó y...
-
¿Quién es usted?- inquirió con dureza el marido.
-
Coronel Gutiérrez de la Comandancia General de la Marina.
-
¿Sucedió algo con nuestro hijo?
-
Nada malo señor Gutiérrez... nada malo, créame... su hijo acaba de llamarnos y
reportó que no podría venirse en el vuelo de servicio de las 10 de la mañana,
en su lugar tomará el vuelo de las 12 y quería que ustedes lo supieran para que
fueran a buscarlo a la Base Aérea Francisco de Miranda.
- ¿Le
dijo eso a mi esposa?
- No
señor, no me dejó, gritó antes de poder informarle.
-
Gracias Coronel, lo siento... tenemos una emergencia... gracias por llamar...
necesito usar la línea- Frank padre cortó y de una lista de teléfonos que había
en la pared marcó el número de emergencia y pidió una ambulancia.
Cuando
llegaron los paramédicos ya el ataque había pasado y Lona estaba en condición
estable, también llegó el doctor Cisneros, su médico; la llevaron a la
habitación donde fue atendida.
Frank
llamó a Margaret, la hermana de Lona, para que la acompañara mientras él salía
a buscar a su hijo al aeropuerto, el doctor Cisneros le aseguró que lo peor
había pasado y no era necesario hospitalizarla.
Lo
primero que le dijeron a Lona cuando recobró la conciencia era que su hijo
estaba bien.
Frank
se enteró en el carro de la noticia del ataque en El Arauca y comprendió la
confusión; llevó a los muchachos a sus respectivas escuelas, tuvo que hablar
con la maestra de Osvaldito para que lo dejaran entrar al colegio.
Llegó
tarde a la oficina pero lo estaban esperando, se reunió con unos clientes,
firmó unos cheques y salió al mediodía a buscar a su hijo que llegaba del
Arauca.
A
Lona no le daba un ataque desde hacía años, antes de que naciera Osvaldito.
Comprendió lo terrible que debió haber sido el momento para su esposa, con
aquella llamada y los acontecimientos en la frontera.
Hubo
un ataque guerrillero y acabaron con el destacamento entero de soldados
venezolanos, su hijo estaba destacado en la base de Puerto Esmeralda a varios
kilómetros del lugar de la masacre... pero pudo haber sido diferente.
Aquel
pensamiento le dio escalofríos y trató de no pensar en ello.
Cuando
llegaba a la base aérea, situada en pleno centro de la ciudad, llegaba también
el avión transporte C-130, con la insignia naval a un lado.
Vio
que iniciaba el descenso más rápido de lo normal.
Todo
sucedió en segundos.
El
avión Hércules, en vez de aterrizar, pegó la barriga a la pista con un ruido
enorme, chispas, hélices y ruedas saltaron por los aires, la compuerta trasera
se abrió de sopetón, el avión pareció recuperar el momentum y agarró vuelo,
pero sólo para caer más adelante con mayor estrépito y corcoveando de lado; entonces
estalló en una bola de fuego que se fue rodando contra unos hangares.
Frank
iba manejando en una vía paralela a la pista y vio todo el trágico accidente,
Sin pensarlo y angustiado viró el volante, el auto se montó en sobre la grama y
luego en la pista, y aceleró hasta llegar al lugar del accidente.
-
Frank, Dios mío... Frank...- decía llorando.
Lo
recibió una nueva explosión, pedazos de metal pegaron contra su vehículo, frenó
bruscamente y se bajó del carro, sólo para que el candente aliento del combustible
quemándose lo envolviera.
No
supo de donde salieron pero, al momento, varios camiones de bomberos y
cuadrillas de rescate estaban luchando contra el fuego. Un soldado armado lo
detuvo y le ordenó sentarse en el suelo con los brazos en la nuca.
Fue cuando
empezó a sentir el terrible cansancio, le faltaba aire, sentía que sus pulmones
eran de hierro y le costaba llenarlos de aire; quiso levantarse, pero no
pudo... ya la tragedia que presenciaba no era importante, pensó en su hijo y de
pronto sintió el dolor en el pecho, una puntada desgarradora que le atravesó el
cuerpo.
Cayó
sobre la pista caliente, agarrándose la garganta, y vio el rostro del soldado
nervioso apuntándole con el rifle y gritando algo que nunca escuchó.
Justo
antes del terrible accidente de la nave que procedía del Arauca, y de que un
civil sufriera un ataque al corazón en plena pista mientras el avión se
estrellaba, en la sala de espera de la Marina, en la base aérea Francisco de
Miranda, vocearon por el sistema de altavoces el nombre del señor Frank
Salazar, era para avisarle que su hijo no había podido tomar el vuelo de las 12
y que se vendría en el de las 6 de la tarde de ese mismo día.
¡Terrible! Soy madre y mi hijo también es militar. Seguramente hubiera reaccionado como Frank padre y Lona. A la vista está que nuestra mente siempre tiende a ir hacia el pensamiento negativo, aunque evidentemente no ayuda a nadie y en nada. Muy equilibrada la narración con el juego de aumento-descenso de la tensión.
ResponderEliminar