Fue
un viaje de pesca que lo alejó de su estudio por unos días. Y bien sabía Dios
que necesitaba descansar su atención de los lienzos de mujeres esquizofrénicas
y del taller, donde ahora doblaba manubrios de bicicletas.
El
yate pasaba el invierno en Ibiza y el verano en su puerto de origen: Santillana
del Mar.
El
invierno cayó con crudeza en Europa, de modo que la embarcación enfiló su rumbo
hacia latitudes intertropicales.
El
barco fue construido en astilleros noruegos, de 95 pies y dos motores Cummings,
fue uno de los primeros cruceros para uso civil y deportivo, armado después de
la segunda guerra.
Navegaron
por días sin encontrar rastros de los bancos de atún o de las agujas esquivas;
el horizonte se les abrió de boca, con un paladar azul celeste y una lengua de
agua que los llevó al ocio, donde los placeres de comer, beber y conversar eran
la rutina del día.
De
esta manera se enteró Picasso de que Rosenblaum, a pesar de sus muy bien
llevados setenta años, volvería a intentar el matrimonio, el cuarto de su
carrera como hombre de familia.
Se
casaría con una joven gallega, de veinticuatro años, con dos hijos; ella había
quedado viuda hacía poco. De familia modesta y viviendo de lo del seguro que le
dejó su marido, Jacobo la conoció en una convención médica en Compostela, donde
ella trabajaba como anfitriona de la compañía que organizó el evento.
-
...y deseaba preguntar tu opinión- le dijo el viejo judío oliendo un habano que
sacaba de la caja- ¿te parece correcto que un hombre de edad, respetable, se
case con una muchacha tan joven?... no hablo de amor, si la quiero o no es
meramente circunstancial, pero lo del contraste de edades, de ese posible
ridículo que pudiese darse ante los demás y ante mí mismo, me asalta la duda si
se trata una conducta errada y moralmente injustificable.
- Lo
moralmente injustificable es estar solo y no hacer nada por evitarlo- le dijo
Pablo arrellanándose cómodamente en el sillón de piel- así como hay un deber de
escapar cuando eres un prisionero de guerra, hay un deber de conocer a las
personas que te rodean en el camino de la vida. Lo más importante de la vida es
conocer y mientras más mejor... y si es joven la persona, bravo, a nadie le
gusta un viejo... cuando seamos viejos entonces veremos.
Los
dos hombres se echaron a reír.
Entonces
oyeron el anuncio del vigía sobre un banco de peces a la vista.
Los
atunes y marlines fueron la delicia del pintor, desde la cubierta del
¨Grypho"; peleó con su caña de pescar hasta dejarlos exhaustos para luego,
subirlos para que coletearan a sus pies, regando pequeñas estrellas azules y
rosadas en las ropas blancas de los marineros.
La
costa africana se dibujaba tímida y ardiente en el horizonte.
Borracho
de vino, Pablo Picasso le dijo una noche a su anfitrión:
-
Desembarquemos- señaló con su copa hacia tierra- busquemos negros, prendámosles
y llevémosles de vuelta a Ibiza, allí será fácil venderlos, yo me quedaré con
el 30% de lo que paguen...
Rosenblaum,
que era médico y un hombre humanitario, se indignó ante tal propuesta y, como
también estaba bebido, insultó al pintor y empezó a disertar sobre los males de
la esclavitud y el racismo.
A los
diez minutos del encendido discurso, Picasso, aburrido, hizo callar a su amigo.
- Era
sólo una broma- le dijo sonriendo, casi sin poder tenerse en pie- era una
alegoría... deberíamos llevar más negros a España, no debemos olvidar que en
nuestra sangre corren siglos de cultura mora y del Levante... España es
mediterránea, es su destino y sino, al contrario de algunos muchos que quieren
mirarse en el espejo de la Europa nórdica... somos diferentes... yo soy más
negro que todos ellos y aquí me tienes... actuando como blanco... ¿y sabes por
qué?... porque me puedo convertir en lo que quiera, cuando quiera... ¿no me
crees?... mírame bailar...
Picasso
lanzó su copa por la borda, se puso las manos en la cara y empezó a cantar una
canción primitiva en un lenguaje extraño, luego a mover los pies y a
balancearse, entonces saltó poseído gritando como un salvaje.
Rosenblaum
y los sirvientes de guantes blancos no cabían en su asombro; al principio
rieron de la ocurrencia, pero no tardaron en descubrir que aquellos gritos
tenían un ritmo cadencioso, que aquel baile que creyeron de borracho era una
danza ritual, que sus gestos y movimientos se habían convertido en una
coreografía antigua y tribal.
Rosemblaum,
que había viajado por el Nilo y que conocía el corazón de África, en un momento
tuvo que reconocer, entre temeroso y asombrado, que su caro amigo, el artista
malagueño, se había convertido en un negro.
Jacobo
Rosenblaum y Pablo Picasso se habían conocido en París. Jacobo descubrió
primero las pinturas del artista en una galería y por medio de su marchant d´art consiguió adquirir algunas obras para su
colección privada, luego tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Picasso
y desde entonces eran amigos.
Jacobo
era un eminente médico y profesor universitario en Santander, Asturias, sexta
generación de judíos en la capital de la provincia, rico de cuna y filántropo,
pronto ocupó cargos importantes dentro de la comunidad.
Luego
del incendio que arrasó con el casco central de la ciudad, en 1941, Jacobo
formó parte de la Junta Reconstructora, encargado de la remodelación del Museo
de Bellas Artes.
Gracias
a la persistencia de Jacobo fue como Picasso conoció la Cantabria, invitado a
la casa de campo de los Rosenblaum, en Los Picos, para cazar al oso pardo,
partida aquella memorable pues, debido a la inexperiencia de Picasso con las
armas de fuego, le disparó por equivocación a Jacobo hiriéndolo en un pié.
Para
aquel crucero de pesca no habían llevado mujeres, de modo que cuando
desembarcaron Pablo Picasso rebosaba de erotismo; el mar y la dieta de pescado
lo habían cargado de pasión.
El
médico se despidió de su amigo y tomó un avión a Roma, donde dictaría unas
charlas en un simposio de especialidades gastrointestinales.
Apenas
llegó el artista a su estudio llamó por teléfono a Michelle, una de sus ayudantes
en el taller.
- Ven
en la tarde, trae a Clara y a Antonieta... sí les pagaré no se preocupen... sí,
tengo champaña... ¿que si estoy cachondo?... ven y compruébalo... sí, a las
cuatro está bien...
Trabajó
en uno de sus cuadros hasta que llegaron las muchachas.
Cuando
se despegaba de sus telas por unos días regresaba lleno de una enorme energía
que parecía fluir por sus brazos, a las manos, a los pinceles, todo parecía más
claro, la luz, la composición, los colores... la realidad parecía desgajarse en
finas rodajas que descubrían perspectivas, visiones y detalles que escapaban a
su percepción normal, había educado el ojo para capturar esos instantes de
revelación, para dibujar esas dimensiones que aparecían de repente y que
constituían la esencia del mundo.
Sus
conversaciones con científicos amigos le habían ilustrado sobre la nueva física
que ponía en entredicho las bases mismas de la realidad en occidente; lejos de
incomodarlo, se alegró, él y otros artistas amigos habían intuido otros mundos
y que estaban en éste, como le gustaba decir a Jean Cocteau cuando se las daba
de alquimista.
La
producción de Picasso era intensa, su trabajo era lo primero, su enorme
corriente creativa entraba en conflicto con su vida familiar y social, era una
corriente desbordada que derrumbaba diques y paredes, que se llevaba por
delante razones y amores, lealtades y promesas.
De
allí su necesidad de tener varios lugares de refugio, de su búsqueda constante
de ayudantes, de obreros, de técnicos, de compañía, en aquel viaje por su obra
ciclópea.
Michelle
era una morena de veinte años que estudiaba arte en Madrid y trabajaba los
veranos en Ibiza para pagarse sus estudios; Picasso la conoció en el American
Bar, donde atendía las mesas, y quedó prendado de su clásica belleza sevillana,
ojos grandes, boca roja y carnosa, era de cuerpo menudo pero bien
proporcionado, tenía tetas pequeñas pero las sabía llevar y enseñar, poco culo
pero lo movía mejor que una rumbera cubana, era muy atenta y simpática. En
cuanto supo quién era el viejo de la mesa quince, el que todos saludaban y
brindaban, no perdió tiempo y lo sedujo; no fue difícil, Picasso tenía
debilidad por las ninfas núbiles y atrevidas.
-
¿Con que es Picasso el pintor?- aprovechó ella de preguntarle en un momento en
que quedó solo en la mesa.
-
Pintor, cantaor, torero, bebedor, mujeriego y pendenciero- respondió el hombre,
mirándola con una intensidad que por un momento la hizo vacilar. Le atraían los
hombres maduros, aunque el pintor estaba un poco pasado... no supo por qué le
recordó a su abuelo.
-
Viene a menudo... le he visto.
- Y
yo a tí guapa, he hecho algunos dibujos tuyos sin que te dieras cuenta.
Ella
estaba encantada de haberle llamado la atención.
-¿Se
pueden ver?
-
Están en el estudio, no lejos de aquí... me complacería enseñártelos.
Ella
miró nerviosa a su alrededor.
-
Trabajo hasta tarde... no sé si podría...
-
Claro que puedes... ¿a qué hora sales? te vendré a buscar.
-
Bueno, la verdad... no sé si deba.
- No
soy el lobo feroz, no muerdo.
- No puedo- dijo rápidamente, recogiendo los
vasos vacíos y limpiándole la mesa. Él le miraba los pechos desvergonzadamente
y chasqueó la lengua de gusto como hacen los perros cuando están contentos y
les rascan la barriga.
- Es
una lástima... los dibujos quedaron muy bien.
Michelle
lo miró a los ojos, se sorprendió de ver a un niño retozón, lleno de ideas y de
magia, "Es Picasso, idiota- pensó la muchacha- estás hablando con
Picasso"
-
Salgo a las nueve.
El
viejo sólo sonrió como si supiera lo que estaba pensando.
Tal
como habían quedado, a las nueve estaba allí, vestido de short y camisa
marinera a rayas; se fueron caminando, él le compró unas flores en el camino,
saludaba a medio mundo, pescadores, comerciantes, algunos turistas que lo
reconocían. La llevó al estudio y allí se dejó convencer para que modelara para
él y a la primera de cambio, se hicieron amantes.
No
fue una relación fácil, Pablo era un hombre de carácter explosivo, su mal humor
venía e iba como tormentas, tenía demasiados intereses y compromisos, se la
pasaba viajando, recibía continuamente visitas, su esposa y sus otras amantes
entraban y salían en su vida de manera desordenada y sin previo aviso; para
colmo de males a Picasso le gustaba desaparecer y pasar temporadas en sus otros
estudios cuando se sentía presionado.
El
pintor resultó ser extraordinario amante, conocedor, atrevido, imaginativo, se
sabía todos los trucos del libro y algunos propios, no era egoísta en la cama,
su placer era el placer de la mujer, le encantaban las orgías, mirar y ser
mirado, le gustaba bailar desnudo, bañarse en el mar desnudo, comer desnudo,
estaba orgulloso del tamaño de su miembro y de lo que su lengua podía hacer,
decir e incitar.
Michelle
vivía en un pequeño apartamento con otras dos muchachas, Clara y Antonieta,
ellas eran lesbianas y residentes permanentes de Ibiza, alquilaban la pieza por
temporadas, hacían artesanía y joyas que vendían en el puerto. Picasso las
conoció un día que fue a buscarla y, cuando supo que eran amantes, quiso por
todos los medios invitarlas a su estudio para pintarlas como odaliscas en un
harén. Pablo por más que quería, no podía ocultar el brillo de lujuria que
tenían sus ojos cuando las veía, hasta su expresión facial cambiaba y, por un
momento, Michelle creyó ver en el pintor a un sátiro, con las orejas
puntiagudas y todo.
Por
una buena paga Clara y Antonieta accedieron, pronto cayeron seducidas por la
personalidad del artista y, para sorpresa de Michelle, Clara se dejó una noche
tomar por el pintor. Antonieta armó una bronca de celos y con un cuchillo fue a
matar a Picasso, pero igualmente terminó en la cama, guardando el enhiesto
mástil del maestro en las profundas tibiezas de su sexo; desde entonces,
regularmente las tres muchachas veían a Picasso y hacían lo que él quería.
Esa
tarde, a las cuatro llegaron las chicas y pasaron al dormitorio que miraba a la
bahía, en la parte alta de la casa. Pusieron en el gramófono un disco de
Maurice Chevallier y cantaron y bailaron.
De la
posada había encargado paella marinera, jamón, pimientos rellenos y ostras.
Por
la tercera botella de champaña Picasso empezó a desnudarlas. Su vigor era
inmenso y con sus palabras las enloquecía; luego de un rato de escarceos, besos
cada vez más atrevidos y juegos eróticos, se disculpó y se retiró al baño, con
la promesa que a su regreso las llevaría al Olimpo de los dioses, volvería
convertido en un animal lujurioso.
Habían
tumbado el colchón en el piso, las sábanas y las ropas colgaban sobre unos
cuadros acumulados contra la pared; las muchachas fumaban hachís en una pipa
marroquí, la expectativa de la orgía las tenía excitadas.
La
luz del mediterráneo, tibia y generosa, dibujaba en rosado las paredes untadas
de barniz y aceite, antiguos arlequines y señoras de Aviñón se reían desde los
bastidores, máscaras africanas parecían querer cantar, las guitarras cuadradas
y los floreros en mosaicos de colores vibraban llenos de vida.
Oyeron
entonces unos ruidos que provenían del baño.
Antonieta
creyó escuchar el caminar de pezuñas de un animal grande sobre el piso de
madera, luego un resoplido.
Algo
se cayó y rompió en el baño.
Michelle
gritó cuando se abrió la puerta.
Fin
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