jueves, 24 de julio de 2014

Lo que mueve a la revolución


Voy a tratar de hacer algo complicado en este breve espacio y es explicar la naturaleza del chavismo utilizando la metáfora de una puesta en escena, de una obra de teatro que un grupo de personas interesadas en obtener el poder le han impuesto al país, y como este ensayo, que manipuló todo un ideario y una cultura que ya estaban allí, transformó para siempre nuestra manera de ser y como nos vemos a nosotros mismos.
Voy a utilizar como herramienta el capítulo 3 del libro de Alasdair MacIntyre, Tras la Virtud, un clásico de la filosofía moral contemporánea, que explica la tesis del “emotivismo”, un tipo de moral dirigida por las emociones como única guía para escoger una manera de actuar.
Venezuela, como muchos otros países del mundo está sujeta a una oleada de relativismo moral que sacude la civilización occidental, es difícil a estas alturas decidir que es bueno o que es malo debido principalmente a que todo lo que correspondía a la naturaleza humana, lo que la civilización heredó de su pasado ilustrado, los modelos de comportamientos basados en la racionalidad y de una moralidad universal ha sido cuestionado.
El concepto unitario de persona- nos dice MacIntyre- ese que heredamos de los griegos ha perdido su unanimidad; el mundo se nos presenta compuesto de diversas culturas y maneras de ver el mundo que hacen imposible sostener una sola moral universal, aparte de la crítica marxista a todo el aparato cultural humano que ha dejado al descubierto los mecanismos de construcción del hombre moderno.
Desde hace décadas hemos perdido ese “telos” sobre la persona humana y nos enfrentamos a un mundo fragmentado y complejo sin un sistema de valores que sea igual para todos.
Pero en medio de este fárrago de tesis y opiniones queda algo que nos pertenece y que se ha convertido en elemento clave al momento de tomar decisiones, y es la emoción, que no tiene nada que ver con la razón, ni con la filosofía ni con la teología, es simplemente esa “puntada”, ese sentimiento que nace en lo más profundo de nuestra alma y que ultimadamente es lo que hace que yo crea que estoy en lo correcto y que trate de hacer que los otros actúen de la misma manera que yo.
Y ante unos ideales abstractos, complicados y vacíos que no motivan a nadie siempre queda esa salida que nos pertenece, nuestras propias preferencias motivadas por la emoción, quizás no sea lo más sólido o permanente por aquello que los sentimientos cambian con el tiempo, tampoco son muy estables ya que son dados a la manipulación y cuando cambian, lo hacen sin aviso y sin protesto.
Los afectos personales y los goces estéticos juegan un pauede mover tanto a una persona como un “aria” de alguna ópera mueve a los privilegiados, igual sucede con el deseo de obtener una pintura de Matisse original y pagar los millones de dólares que sean necesarios para adquirirlo, como también bastaría con obtener una foto autografiada y dedicada de la actriz y modelo Norquis Bpel importante en las decisiones últimas guiadas por el emotivismo, y de acuerdo a la condición social y cultural de los individuos o grupo estos afectos y goces tienen su nivel, el gusto por una buena “bachata” patista para otros, lo que llena al hombre, es lo que busca.
Según el emotivismo, lo bueno, es bueno porque yo lo apruebo y si yo lo apruebo entonces tu deberías hacerlo también, estas intuiciones no se pueden probar, ni explicar, puede ser utilitarista o no, toda acción se valora en términos de su consecuencias comparadas con otras posibles consecuencias de otros cursos de acción alternativos y posibles, en suma, el emotivismo es algo muy volátil y cambiante.
Esta es la moral reinante entre los colectivos armados cuando hacen justicia callejera, o la de los integrantes de una alcabala militar al momento de detener un vehículo y sus ocupantes a los que pueden “matraquear”, o la de un ministro ante la oportunidad de imponer una “comisión” a su gestión administrativa, o la de un juez cuando va dictar sentencia, las leyes, las normas, las órdenes superiores, las costumbres, son apenas referenciales y si la impunidad al no acatamiento de la ley está garantizado, entonces el emotivismo es la única manera posible de acción.
Para tener virtudes se necesita hacer un esfuerzo muy grande en informarse, leer, tratar de entender el pensamiento de otros, hay que pensar y a veces en profundidad, manejar ideas abstractas, pero no sólo pensarlas sino hacerlas nuestras, tenerlas como guías y practicarlas.  Pero con las emociones es más fácil, muchas de ellas ya vienen incorporadas a los roles que debemos representar en la sociedad, el policía, el maestro, el político, el médico, el comerciante son todos papeles que nos toca jugar de acuerdo a nuestra disposición y esfuerzo, en cada una de estas actividades ya existen unos valores y unas expectativas grupales incorporadas, son como la máscara del disfraz que elegimos para una fiesta, ¿Adivina quién soy? Como decimos en carnavales.
Ahora, una pregunta para mis amables lectores ¿Cuál cree usted que es el rol más significativo en nuestra historia, el personaje que destaca en lo profundo de nuestro inconsciente colectivo?
Una gran mayoría estará de acuerdo en señalar que es el militar, para bien o para mal, uno de los personajes que más destaca en nuestra historia como país, es de acuerdo a uno de nuestras narrativas fundamentales, el héroe por antonomasia, libertador de los oprimidos, el guerrero justiciero sembrado en nuestra cultura como padres de la patria.
La figura del militar tiene un fuerte arraigo popular como líderes y conductores de los más altos intereses de la nación en tiempos de conflictos, se supone que sea el portador del ideal bolivariano ese que habla de disciplina, de sacrificio, arrojo y grandeza.
Al militar lo hemos asumido como el garante de nuestra nacionalidad y se ha convertido en un actor muy importante a lo largo de nuestra vida política aunque esa imagen se haya venido modificando y mutando ante tanto protagonismo, pues por su misma relevancia, a los militares les ha costado mantenerse quietos en los cuarteles y han asumido un rol mucho más activo que lo deseable.
El militar desde mucho tiempo ha sido y es parte fundamental del juego político venezolano, de hecho  han gobernado el país más que los civiles, pero eso empezó a cambiar en el siglo XX, cuando actores civiles de gran relevancia y aprovechando cambios mundiales en la política, hicieron posible el establecimiento de un sistema democrático civilista en el país, a los militares se les delimitó su campo de acción y su rol aunque siempre tuvieron la inquietud de imponerse por las armas.
Paralelamente en Latinoamérica apareció la figura del revolucionario, que aunque no era propiamente un militar, se mimetizó en su aspecto y costumbres, adquirió su disciplina y conocimiento en el combate y cuando tomaron el poder se convirtieron en los militares del nuevo régimen.
El revolucionario influyó de manera definitiva en el ideal romántico de nuestros pueblos, y como la mayoría de los revolucionarios eran comunistas, ese nuevo ideal fue impulsado por la poderosa maquinaria de propaganda soviética y china en el mundo.
Y entre las cosas nuevas que predicaban ofrecían la moral marxista, una especie de reivindicación de los derechos de los oprimidos, una teología de la liberación y de valores universales de igualdad, solidaridad y participación en gobiernos colectivistas y formas de vida comunistas.
Pero al igual que sucedió con la moral liberal burguesa, el marxismo no soportó su propia crítica y al someterse al desmontaje estructural que aplicaba a otras ideologías, al examinarse a sí misma, se descubrió utilizando los mismos trucos  e intereses de dominación de clases que hacía el capitalismo, pero al contrario que al capitalismo, que su disolución moral fue lenta y progresiva, el comunismo se derrumbó bajo el peso de sus propios errores e inequidades.
Desde ese momento el mundo se encuentra en una crisis de valores donde ha predominado el emotivismo que justamente ha sido el que ha permeado en este nuevo proceso del socialismo bolivariano del siglo XXI, inaugurado justamente por un militar, el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías y quien ha creado un movimiento político que se llama el chavismo.
Nadie duda la habilidad que empleó Chávez en la manipulación emotiva del venezolano, en terminar de demoler los principios y valores de una Venezuela enrumbada en un modelo socialista-capitalista para llevarla por la senda de un comunismo decimonónico, utilizando como modelo a la Cuba de Fidel Castro.
Chávez creó una maquinaria electoral que le permitiría a los suyos perpetuarse en el poder por medio de triunfos comiciales, mientras iba modificando el sistema que regía al país vía cambios constitucionales y de leyes fundamentales, militarizando las instituciones, abriéndole el paso a las milicias revolucionarias y colectivos armados, instaurando el sistema comunal, socializando la economía, estatizando las empresas, desconociendo el derecho a la propiedad privada e imponiendo un férreo control centralizado de gobierno.
El militar venezolano, ese que gusta de los uniformes de gala, de lucirse con una miss en cada brazo, de verse en medio de edecanes corriendo por complacer sus apetitos, de la tropa gritando a todo pulmón su obediencia al jefe, ese militar convertido por el poder en empresario, en gerente de redes de distribución de alimentos, combustibles y medicinas, ese militar capaz de transformarse en un superministro, en un predicador, en un mafioso… el militar venezolano no parece haberse dado cuenta del cambio fundamental de su rol y naturaleza, dejo de ser un profesional de las armas para convertirse en un comodín de las necesidades políticas de la revolución.
Weber decía que ningún tipo de autoridad puede apelar a criterios racionales para legitimarse a sí misma, excepto el tipo de autoridad burocrática que apela precisamente a su propia eficacia. Y lo que revela esta apelación es que la autoridad burocrática no es otra cosa que el poder triunfante.
El chavismo es reflejo fiel de estas pulsiones que la revolución a dejado al descubierto y el resultado ha sido una anarquía que se refleja no sólo en los niveles de inseguridad ciudadana que se registran sino en el desorden creciente en la economía del país, todas las bases fundamentales del estado han sido intervenidas por un populismo ramplón y sin dirección, situación esta, que favorece solamente al crimen organizado y a los países extranjeros que medran en esta situación entrópica.
Pero ya parece que el factor emotivo está mermando y está siendo sustituido por un realismo producto de esa ley de la selva que impera, la gente se está dando cuenta que es el gobierno el que genera el caos, que son los militares los culpables de tanta ineficiencia, que el ideal revolucionario es un engaño, que el partido de siete millones de militantes es otra mentira, que el chavismo es el responsable de tanta muerte, miseria y violencia gratuita, que la moral revolucionaria es pura corrupción y crimen.
La puesta en escena del chavismo está a punto de bajar el telón a su última función, ya no hay nadie viéndola, como en el teatro japonés Nô, de sentimientos y emociones exagerados, el público tiene una capacidad de aguante, los actores están al límite de sus facultades histriónicas, los diálogos y las acciones se repiten, el público está exhausto.
Ahora es que Venezuela descubre que ha sido embaucada por unos ladrones disfrazados de militares, por unos políticos que se decían del pueblo pero que amasaban fortunas en el exterior, y por unos cubanos que se han dado cuenta que la botija está vacía.- saulgodoy@gmail.com






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