jueves, 22 de enero de 2015

Pericles


Remontándonos a la Grecia antigua, buscando los orígenes de la democracia, nos encontramos con el conflicto que surgió entre las ciudades-estados de Esparta y Atenas, los asentamientos humanos más importantes del Peloponeso durante el siglo V a.C.
Por un lado Esparta, conformada como una sociedad cerrada, con un orden tribal, de castas, sujeta a una única línea de autoridad que dependía del Tirano de turno, quien esperaba la sumisión más absoluta del resto del grupo.
Conformada como un cuartel, todos sus recursos estaban dirigidos a sostener al ejército y las guerras que necesitaba para su expansión, un sistema colectivista obligaba a todos sus miembros a compartir y sacrificarse en aras de que a los soldados no les faltara nada.
Atenas, por su parte, era una potencia naval, sostenía un importante comercio marítimo con el resto del mundo antiguo, estaba abierta a influencias y los extranjeros eran bienvenidos, la clase comerciante prosperaba, la cultura florecía y los derechos políticos de los ciudadanos habían experimentado un importante adelanto en cuanto a su participación en el gobierno de la polis, “democracia”, llamaban a este sistema novedoso de manejar los asuntos públicos.

Prospera y vibrante, Atenas era un objetivo codiciado por Esparta, al mismo tiempo, era percibida como una amenaza, los atenienses eran considerados una mala influencia y unos desestabilizadores en el orden de la región, hablaban públicamente de la emancipación de los pueblos oprimidos por la tiranía, discutían todos sus asuntos en el foro, todos tenían derecho a opinar y a ejercer cargos públicos (menos los esclavos, por supuesto), el libre comercio ofrecía oportunidades de riqueza para quienes quisieran trabajar y arriesgarse, lograron construir una ciudad de bellos edificios que atraían artistas, científicos y filósofos de todo el orbe 

Durante el mandato de Pericles y gracias a los tributos que le pagaban otros pueblos por contar con su protección, Pericles pudo embarcarse en el ambicioso proyecto de construir la Acrópolis, que contaba con ese magnífico templo, el Partenón.
No pasó mucho tiempo para que estallara la Guerra del Peloponeso que, al cabo de varios años, perdió Atenas, pero la influencia de su sistema político afectó el curso de la historia.
Eran los tiempos de ese gran general y estadista llamado Pericles (para muchos historiadores, incluyendo Plutarco, Pericles era más un Almirante que un General, la verdadera fuerza de Atenas estaba en su marina, más que en su infantería), fue jefe de gobierno de los atenienses a quien conocemos gracias a las crónicas del historiador Tucídides, también ateniense, pero enemigo de la democracia y quien fue actor y testigo de aquellos tumultuosos tiempos, conoció personalmente al glorioso general por lo que pudo escribir con propiedad sobre el tema.
En este punto debo hacer una aclaratoria, habían dos Tucídides contemporáneos a Pericles, uno era político y lo adversaba en la política y en algún momento tuvo que enviarlo al exilio, el otro era el historiador quien conoció a Pericles cuando este ya era un hombre maduro, a este Tucídides le incomodaba la idea de la democracia, era pro-aristócrata, pero le tenía una gran admiración al general.
En uno de los pasajes de su historia, Tucídides recoge la famosa oración fúnebre que Pericles pronunció ante su pueblo, con motivo de encender la pira funeraria de sus soldados caídos en la batalla del día.
Fue un discurso para justificar la sangrienta lucha en la defensa de un estilo de vida y una manera de ver el mundo, he aquí algunos extractos: “Nuestro sistema político no compite con instituciones que tienen vigencia en otros lugares. Nosotros no copiamos a nuestros vecinos, sino que tratamos de ser un ejemplo. Nuestra administración favorece a la mayoría y no a la minoría; es por ello que la llamamos democracia. Nuestras leyes ofrecen una justicia equitativa para todos los hombres por igual... Cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se lo prefiere para las tareas públicas, no a manera de privilegio, sino de reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza... La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente; no recelamos los unos de los otros, y no nos entrometemos en los actos de nuestro vecino, dejándolo que siga su propia senda... Pero esta libertad no significa que quedemos al margen de las leyes.
A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las leyes y a no olvidar nunca que debemos proteger a los débiles... Nuestra ciudad tiene las puertas abiertas al mundo; jamás expulsamos a un extranjero... Somos libres de vivir a nuestro antojo y, no obstante, siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro... Amamos la belleza sin dejarnos llevar por fantasías, y si bien tratamos de perfeccionar nuestro intelecto, esto no debilita nuestra voluntad... Admitir la propia pobreza no tiene entre nosotros nada de vergonzoso; lo que sí consideramos vergonzoso es no hacer ningún esfuerzo para evitarla.
El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos por atender sus asuntos privados... y si bien solo unos pocos pueden dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla. No consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente... Creemos que la felicidad es el fruto de la libertad y la libertad, el del valor y no nos amedrentamos ante el peligro de la guerra... todo individuo ateniense alcanza en su madurez una feliz versatilidad, una excelente disposición para las emergencias y una gran confianza en sí mismo”.
Pericles estaba convencido que el sistema político que habían creado en Atenas, era un ejemplo y fuente de educación para todos los pueblos del Peloponeso.
Esta oración fúnebre condensa de manera sencilla y brillante la esencia de la democracia, fueron ideas poderosas que sobrevivieron al triunfo de Esparta sobre Atenas y se esparcieron por el mundo antiguo, estos ideales influenciaron a los pueblos barbaros que rodeaban a Grecia y contagiaron a los poderosos ejércitos romanos cuando conquistaron el mundo.
Estas ideas expresadas por Pericles sobrevivieron guerras y cataclismos y se introdujeron en la cultura occidental construyendo la base sobre la que descansarían las nuevas monarquías y estados.
Sabias palabras que fueron conocidas por Miranda, Bolívar y Simón Rodríguez varios siglos después, y que sustentaron sus proyectos republicanos en regiones tan lejanas a Grecia como eran nuestros pueblos americanos. – saulgodoy@gmail.com


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