Utilizar
el factor miedo en la política es una práctica muy antigua, pero fue el
comunismo el que la convirtió en un arte, Mao Tse Tung , en varios de sus
escritos recomendaba mantener a la población en estado de constante agitación
por medio de amenazas ficticias como invasiones, golpes de estado y otras
conspiraciones, de esta manera mantenía a China en estado de permanente
movilización y en alerta, que según Mao, hacían imposible planes sediciosos en
su contra.
Stalin
en Rusia, aunque no escribió sobre ello, no dejaba de ser un verdadero artista
en provocar pánico entre el pueblo, en especial entre sus más cercanos
colaboradores, manipulándolos para enfrentarlos por medio de la sospecha de
traición, declaraba enemigo del estado a toda región o etnia que consolidara su
control sobre el país, no le temblaba el pulso en ordenar su exterminio o
suprimir a sus líderes, sus discursos y la propaganda que utilizaba, era muy
efectiva para fomentar estos “enemigos instantáneos”, quienes resultaban ser
simples chivos expiatorios de sus propios errores estratégicos y del modelo
productivo soviético, los errores del régimen se desplazaban a otros y estos
pagaban los costos.
El
miedo juega un papel muy efectivo en la psicología de masas y eso lo entendió
Fidel Castro desde el mismo momento que asumió el poder en Cuba, los enemigos
de la revolución eran muchos y estaban continuamente atentando contra la
revolución y su vida, de allí las continuas limpiezas y cacerías de traidores,
los juicios sumarios, encarcelamientos y fusilamientos eran el pan de todos los
días.
Durante
la Guerra Fría se tomó muy en serio el desarrollo de estas técnicas de control
poblacional por medio del terror, para los países detrás de la cortina de
hierro, era una necesidad política mantener a las poblaciones que habían hecho
rehenes, en control, y debían hacerlo de la manera más eficiente y barata, de
allí surgieron una serie de manuales y directrices que conformarían lo que los
académicos llaman Terrorismo de Estado y que se apoyaba en la penetración de
los medios masivos de comunicación.
El Estado representa, para muchos juristas, la joya de
la corona de la civilización humana, su más cara creación desde la invención de
la rueda.
Como creación humana al servicio de un mejor mundo,
debería elevar al hombre por sobre sus circunstancias y al colectivo más allá
de sus intereses grupales. Pero en algunos momentos de la historia y para
algunas ideologías, el Estado ha pasado de ser un medio, para convertirse en un
fin.
Cuando los hombres en el poder se confunden con el
Estado y en su nombre han actuado de manera criminal y violenta en contra del
pueblo con el sólo propósito de permanecer en el poder o/y para implantar una ideología y utilizan las
armas del terror, se convierten en unos criminales más, la legislación
internacional lo ha llamado terrorismo de Estado y resulta cuando la maquinaria
represiva del Estado se voltea, y en vez de proteger a sus ciudadanos, los
destruye.
Este tipo de situación se da en regímenes
autoritarios, pero aún en democracias la tentación de acabar con la oposición o
con minorías, por medios supuestamente legales e institucionales, es una
realidad que no ha escapado de la observación de las organizaciones
internacionales que se ocupan de proteger los Derechos Humanos.
Los crímenes producto del terrorismo de Estado son
especialmente graves debido; primero, al poder que sustenta el Estado en contra
de cualquier disidencia es desproporcionado debido entre otras cosas porque
tiene el monopolio de la violencia, segundo, jurídicamente el Estado tiene privilegios
que ningún otro ciudadano o grupo posee (la hegemonía comunicacional, por
ejemplo), tercero, su poder financiero, incluyendo el uso de funcionarios y
bienes públicos es de un ventajismo aplastante.
Cuando en un país cualquiera que se dice democrático
los poderes del Estado están a disposición de un proyecto y de un líder, es
decir, no hay separación de poderes, y las instituciones responden al mandato
del tirano o de los grupos en el poder, entonces la posibilidad de que se den
prácticas de terrorismo de Estado aumentan exponencialmente.
Pero más grave aún, cuando sistemáticamente y con
premeditación, los diferentes poderes públicos se engranan en quitarle a los ciudadanos medios de defensa
en contra de los abuso de autoridad, se acalla cualquier posibilidad de
denuncia, se empeñan en preparar
legislaciones y normas que van en contra de las libertades constitucionales,
que ilegitiman a los grupos de oposición y criminalizan a las minorías entonces
el terrorismo de Estado se hace realidad.
Por un lado empieza el aparato de propaganda
gubernamental a fomentar odio y temor en contra de ciertos sectores de la
sociedad, hacen aparecer a sus funcionarios como víctima de agresiones
ficticias o manipuladas por el mismo Estado, creando diferentes matrices de
opiniones sobre amenazas y peligros que acechan la integridad de la nación.
Sus investigaciones producen un cúmulo de pruebas y
conexiones falsas que indican una serie de conspiraciones y golpes, todo con el
fin de aprobar instrumentos jurídicos y preparar escenarios donde la actuación
de los cuerpos de seguridad del Estado, sus fiscales y tribunales tengan “carta
blanca” en desmontar tales grupos y situaciones, a veces, con la mayor impunidad
y saltándose las garantías y procedimientos de ley.
Cuando vemos al Estado exaltando a “mártires” caídos
de sus filas, manipulando crudamente las investigaciones e indicios, cuando se
“encadenan” los organismos encargados de una investigación a demostrar alianzas
y conexiones improbables, todo esto liderado por algunos programas en los
medios, que marcan la opinión gubernamental, y preparan el ambiente para
intervenciones y violaciones masivas de derechos humanos.
Los argumentos de que existe un Imperio maléfico que
desde el exterior sostiene una guerra psicológica propia de las guerras de
cuarta generación, que se están usando métodos para perturbar la tranquilidad y
la salud mental de la población, que opositores reciben financiamiento
extranjero para operaciones desestabilizadoras, todo esto sin pruebas,
sostenido solo por el discurso en los medios.
Al mismo tiempo alegan, que sin ellos, los detentadores
del poder, no habrá paz posible, que ellos son la única garantía de estabilidad
social, estamos en presencia de una ofensiva de un estado terrorista en contra
de su población, de acuerdo al investigador Peter K. Hatemi: “Políticos intentan levantar el miedo entre sus seguidores, elevando el
espectro de inaceptables e intolerables asaltos en valores tenidos como
sagrados por los otros enardecidos. Invocan el miedo para movilizar a los
grupos para defender o oponerse a individuos o políticas en particular”
Es el mismo Estado el interesado en preparar el
ambiente de terror dentro de la población, creando situaciones de inseguridad
pública y exaltando un clima de desasosiego continuo, con el fin de acumular
poderes policíacos para controlar y dominar al pueblo, justificando al mismo
tiempo el clima de sospecha y miedo.
Todo este cuadro, ya tuvo antecedentes en los tiempos
de Hitler, cuando hicieron quemar el edificio de la cancillería y culparon a
los comunistas, la investigación corroboró la acusación del gobierno y éste,
exterminó a sus molestos adversarios quedándose al final del episodio, con una
serie de leyes aprobadas que les permitirían el control absoluto de la
población alemana.
Albert Camus en su brillante obra El Rebelde (Alfred A. Knopf, Londres, 1956) nos ilustra: “Hitler, en todo evento, inventó el
movimiento perpetuo de la conquista sin la cual no hubiera sido quien fue. Pero
el perpetuo enemigo es el perpetuo terror, esta vez a nivel del Estado. El
Estado es identificado como “aparato” que es la suma total de los mecanismos de
conquista y represión. La conquista dirigida hacia el interior del país toma el
nombre de represión o propaganda… Todos los problemas se transforman en
militares, puestos en forma de poder y eficiencia. El Comandante supremo
determina la política y también se ocupa de los principales problemas
administrativos. Este principio, axiomático en lo que a estrategia se refiere,
es aplicado a la vida civil en general. Un líder un solo pueblo, quiere decir
un amo y millones de esclavos. Los intermediarios políticos, quienes son, en
todas las sociedades, los que garantizan las libertades, desaparecen para darle
lugar a un Dios que calza botas y espuelas sobre las silenciosas masas.”
Las limpiezas étnicas e ideológicas son las caras más
sucias del terrorismo de Estado, afortunadamente sus perpetradores son
perseguidos como delincuentes internacionales y sus crímenes en contra de la
humanidad son ventilados en tribunales internacionales; aunque todavía falte
mucho para una verdadera justicia global, el camino está marcado y los
terroristas de Estado son cazados sin piedad. – saulgodoy@gmail.com




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