Creo que el General José Antonio Páez (1790- 1873) estuvo y está más cercano al venezolano de a pié que Simón Bolívar, o en su defecto, de cualquier otro héroe nacional en nuestro extenso Olimpo de semidioses.
Páez pareciera ser mucho
más de esta tierra que Bolívar, y puede que mi apreciación sea producto del
desconocimiento que dé la razón, pero para mis sentidos, Páez era el propio
venezolano.
No tuvo la obra ni los
sueños que su General en Jefe, pero tuvo el coraje de enfrentarlo cuando sus
aspiraciones e ideales se hicieron peligrosas para el país (1829-1830), y vaya
que lo enfrentó, con guante de seda, dándole todas las oportunidades para que
rectificara mientras el contenía el alud de críticas, odios y malos entendidos
que su empecinado intento por mantener a Venezuela dentro de Colombia habían
creado.
Supo salvar la República
en su momento y la llevó como pudo a buen puerto, con lo que quiero decir que
se equivocó y mucho, pero allí está, cabalgando en los sueños arquetípicos de
la nación.
No intento desmeritar a
Bolívar, él era un hombre aparte cuyo molde fue roto cuando nació, era un
“fuera de serie”, logró una hazaña asombrosa, pero quizás ese logro lo aparta
de nosotros, lo eleva más allá de nuestra comprensión. Pero Páez no, Páez era
un hombre que se hizo a sí mismo, desde abajo, con trabajo y valor, con
perseverancia y astucia.
Guerrero, apostador,
político, hombre de mundo, dicharachero, encantador, sensible, oportunista; su
vida nos habla de un hombre que salió de los potreros del llano salvaje a
codearse con lo más granado de la civilización occidental de su tiempo y pudo,
a fuerza de puro coraje y esfuerzo personal alcanzar la riqueza, los honores y
la fama.
José Antonio Páez reúne
toda la aventura de ser venezolano, de socialista utópico no tuvo ni un pelo,
al contrario, siempre lo atrajeron el dinero y la buena vida, y para tener el
poder que se lo garantizaría, tuvo que luchar y mandar a muchos a la muerte;
cuando se comprometía con una causa era el mejor aliado, el que hacía posible
que los hombres obedecieran y hacía lo necesario para obtener la victoria.
Su admiración por la
cultura, los buenos modales y el buen hablar los fue cultivando poco a poco,
siempre buscando el roce con los hombres que él consideraba sus superiores en
conocimientos e ideas, de allí la relación con la famosa Legión Británica de
quienes, según un autor anónimo, inglés que publicó en 1828 el libro Recollections of a service of three years
during the war-of-extermination in the Republic of Venezuela and Colombia
dijo: “Cuando yo servía con él, Páez no
sabía leer ni escribir, y hasta que los ingleses llegaron a los llanos no
conocía el uso del cuchillo y el tenedor: tan tosca y falta de cultura había
sido su vida anterior; pero cuando empezó a rozarse con los oficiales de la
Legión Británica, imitó sus modales, costumbres
y traje, y en todo se conducía como ellos hasta donde se lo permitían los
hábitos de su primera educación.”
Jamás se me olvidará la
escena magistralmente escrita por el edecán de Bolívar, el irlandés O’Leary, de
su primer encuentro con Páez, en lo más alejado de los llanos, en medio de una
noche tormentosa, en una pequeña choza, presenció una escena fáustica, donde
estaba Páez tocando el violín y un pequeño negrito ciego bailando alrededor del
centauro poseído por la música.
Su fama de hombre valiente
y arrojado era leyenda, afortunadamente muchos estuvieron presentes, entre
ellos el mismo Bolívar, quienes dieron fe de cuando, ante un crecido río Apure,
uno de los más caudalosos y anchos del territorio, infectado de caimanes,
condujo a su tropa elite de llaneros a nado, a contra corriente sobre los
nerviosos caballos y con las lanzas en la boca, para capturar unas canoas
artilladas (flecheras) de los españoles y entregárselas a Bolívar para que
pudiera cruzar el río.
Su carrera política la
hizo al lado de Bolívar quien le asignaba papeles cada vez mas importantes dado
su ascendencia en las tropas y debido a su particular visión estratégica, de
Comandante General, pasó a Jefe Civil y Militar del Estado de Venezuela, para
luego convertirse Jefe Superior y culminar como Presidente de la República en
1831, una carrera donde tuvo que desdoblarse en estadista y diplomático, en
magistrado y militar.
Jamás despreció a la oligarquía,
gobernaba con ella y no pocas veces la enfrentó cuando tuvo que hacerlo, pero
no era un resentido ni sentía odio por sus enemigos.
En su larga vida Páez fue
sujeto a giros adversos de su fortuna, principalmente en tiempos de Monagas, un
autócrata que se hizo con el poder y derrotó a Páez a quien condenó a prisión,
primero en Caracas y luego a Cumaná. Tuve la oportunidad de conocer el castillo
de San Antonio de la Eminencia de Cumaná y la celda donde Páez cumplió parte de
su condena, al mediodía de mi visita, hacían 41° a la sombra, la celda era tan
pequeña que apenas podía una persona tenerse en pie, era una “mazmorra de piso húmedo y donde el aire era
tan sofocante que me veía obligado a tenderme en el suelo y aplicar la boca a
la rendija de la puerta para poder respirar”.
Páez escribió poco, pero
como hombre de acción tengo la impresión que disfrutó de la vida al máximo y
llegó a ser un anciano venerable y admirado, cuando otros muchos de sus
contemporáneos y amigos, murieron jóvenes, en la miseria y olvidados.
En mi opinión, Páez fue el
más exitoso emprendedor de todos los héroes de la Independencia, su gestión
como Presidente, que repitió varias veces y en las más variadas circunstancias,
se compendian con una palabra, triunfador, aún perdiendo, ganaba, sus exilios
eran productivos, sus ausencias terribles para el país.
Su último exilio lo hizo
en la ciudad de New york, luego de largos periplos por Suramérica y Europa, donde
gracias a diversos gobiernos extranjeros, reconociendo su valor como demócrata
y hombre universal, pudo pasar sus últimos días con cierta comodidad,
componiendo música para piano, paseando en su impecable uniforme sobre su
caballo en Central Park, leyendo literatura inglesa y francesa, recibiendo
amigos y admiradores, carteándose con sus amigos el Rey de Baviera, el rey Guillermo IV de Inglaterra y el emperador
Napoleón III, asistiendo a invitaciones de lo mas graneado de la sociedad
norteamericana.
A propósito escribió sobre
los Estados Unidos: “Aquí el hombre ha
llegado a tener plena conciencia del valor de su individualidad y
desenvolviendo sus facultades físicas, morales e intelectuales, trabaja por el
porvenir, mejorando lo presente y corrigiendo las faltas de lo pasado… aquí se
decide en paz, esa lucha entre la autoridad y la libertad que tanta sangre ha
costado desde el principio de las sociedades… La palabra, la discusión, deciden
las más graves cuestiones, y el respeto a las leyes permite llevar a cabo. Sin
precipitación, las reformas más radicales. La última guerra civil puso a prueba el valor de las
instituciones y el triunfo de la buena causa…puso de manifiesto cuánto vale un
pueblo libre cuando ve amenazada su existencia”.
Entiendo que hay
historiadores y aficionados de la izquierda más primitiva y nacionalista, encabezados
por el golpista Hugo Chávez, que le tenía una larga lista de desagravios y
reclamos, empezando por su supuesta traición a Bolívar, pero quien estudie bien
la historia y la época, coincidirá conmigo que no era el mejor momento para la
unión a Colombia, que Simón Bolívar estaba particularmente vulnerable, física y
políticamente, su entorno no era el más apropiado y habían fuerzas conspirando
en su contra, si hubiera regresado a Venezuela en su momento, con sus amigos y
familia, quizás el resultado hubiera sido otro, pero eso son especulaciones, lo
cierto, es que tuvimos la fortuna de contar con José Antonio Páez en ese
delicado momento, un predador culto y valiente a quien no le tembló el pulso de
evitar caer en una trampa.
Páez fue un conservador a
ultranza, le tenía alergia a los revolucionarios liberales que pretendían
cambios violentos y justicia social a costa de lo que fuera para ganar poder e
influencia en las masas, uno de los hechos que marcó distancia entre Páez y los
liberales fueron los sucesos de 1846, Soublette era el Presidente y justo antes
de las elecciones se produjo un alzamiento por parte de los revolucionarios,
pero fueron rápidamente reprimidos con la contundencia que caracterizaba a Páez,
el mismo General se encargó de aclarar su intervención, en el famoso Manifiesto de Maracay: “… los apóstoles de la anarquía y de la
disociación llevaron su infausta misión hasta imprimir en la dócil credulidad
de nuestras masas, la lisonjera cuanto extravagante idea de que iban a poseer
lo que jamás les había pertenecido ni podían pertenecerles, sino bajo la más
absurda e injusta usurpación. La propiedad adquirida por justos títulos, la abundancia
que sólo nace con el trabajo y con la probidad; todas estas ideas conservadoras
y eminentemente sociales se han pretendido desvanecer y aun arrancar de la
cabeza de los proletarios, reemplazándolas con el cebo de una universal
usurpación de la propiedad, proclamada en vano algunas veces por insignes
revolucionarios de otros tiempos y de otros pueblos.”
Páez muere en New York un
7 de mayo de 1873, admirado por muchos, el gobierno de Washington ordena
honores fúnebres para un jefe de estado, fue el joven periodista cubano José
Martí el encargado de llevar la reseña de estas exequias a los periódicos de
Hispanoamérica y cuando sus restos fueron repatriados a Venezuela, guardias de
honor de los Marines y de West Point encabezados por el General Pershing, héroe
de la guerra civil, acompañaron al féretro hasta el puerto.
Páez fue el verdadero padre de nuestra patria, creador y defensor de las instituciones republicanas, garante de los derechos y libertades de los ciudadanos, es por ello que el chavismo le tiene ojeriza y no le perdona su brillante actuación en el nacimiento de nuestra patria.- saulgodoy@gmail.com
Páez fue el verdadero padre de nuestra patria, creador y defensor de las instituciones republicanas, garante de los derechos y libertades de los ciudadanos, es por ello que el chavismo le tiene ojeriza y no le perdona su brillante actuación en el nacimiento de nuestra patria.- saulgodoy@gmail.com
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