Uno de los libros más extraños que he leído es la versión femenina (existe la versión masculina) del libro del profesor servo-croata Milorad Pavic´ El Diccionario de los Khazars, se trata de una novela-lexico de exactamente 100.000 palabras, un libro imaginario del conocimiento oculto de los Khazars.
La obra en cuestión tiene una
complicada estructura de tres libros, el rojo, de fuentes cristianas, el verde,
islámico y el amarillo, judío. Está
estructurado a la manera de un diccionario y sus entradas son en base a
personajes, lugares y hechos históricos, el tiempo varía entre los siglos de
acuerdo a cada una de las narraciones y explicaciones que lo componen.
La obra es de una narrativa desbocada
y poética donde la historia y la ficción se confunden, preñada de conceptos
iniciáticos, aprovecha el amalgamiento de las tres religiones para producir una
versión ‘cuántica’ de la misteriosa historia de ese pueblo.
El asunto que me lleva a escribir este
artículo no es en sí esta extraordinaria novela, sino el hecho, que desde mi
ignorancia del mundo eslávo y de la historia de los judíos, creí que el pueblo
de los Khazars y su civilización eran producto de la imaginación de Pavic´.
Pero en una investigación que
realizaba sobre los árabes en España, me topé con el libro de Jane Gerber, Los Judíos en España, una historia de la
experiencia sefardí. En el libro se
nos refiere la vida de Hasdai ibn Shaprut de Córdoba (915-70) un importante
personaje en la corte del Califa Abd ar-Rahman III.
Heredero de una gran fortuna, médico
experto en antídotos contra venenos, estudioso del hebreo y del latín,
embajador ante las cortes cristianas de su tiempo, cabeza de la comunidad
judía, magnánimo filántropo y mescenas, Ibn Shaprut se convirtió en el fiel de
la balanza entre las relaciones de la España islámica y Bizancio, gracias a su
influencia y prestigio logró evitar persecuciones contra judíos en las
diferentes partes del mundo que visitaba, su gestión le valió el título de “Príncipe
de Israel”.
En una parte del libro, nos habla la
señora Gerber sobre el intercambio epistolar entre el noble cordobés y Josefo,
Rey de los Khazars, para ese momento convertido al judaísmo, lo que hacía de
este reino, el único estado judío en el orbe para aquellos tiempos y al cual,
la diáspora dirigía esperanzada sus miradas.
En sus cartas se preguntaba Ibn
Shaprut si el reino de los Khazars era la señal de Dios para poner fin al
exilio de los judíos.
Armado con aquella información me fuí
a la Biblioteca Nacional y me dispuse a seguirle la pista a este misterioso
pueblo.
Efectivamente, estas gentes que, según
Pavic´, se preciaban de sus jarras de sal, usaban espejos en que se veía el
futuro, y sus nobles, usaban uñas de vidrio y exhortaban a sus tropas
diciéndoles, que sólo en el combate el hombre vive en perfecto balance y
armonía, fue uno de los pueblos guerreros más temidos de la Europa central y
Asia.
Sus orígenes son un misterio, se
supone que los Khazars fueron tribus turcas e iraníes confederadas que se
establecieron en el norte de la región del cáucaso y que era parte del Imperio
Turco Turkestán. En la segunda mitad del
siglo VI ya hay registros de tropas Khazars combatiendo al lado de los
Bizantinos en contra de los Persas.
“Los
Khazars eran una tribu autónoma y poderosa, nomadas guerreros que aparecieron
del Este en una fecha desconocida, movidas por el hirviente silencio, y quienes
del siglo VII al X se establecieron en la tierra entre los dos mares, el Caspio
y el Negro. Es conocido que los vientos
que los trajeron eran masculinos, de los que nunca traen lluvia...”- nos dice Pavic´.
En el siglo VIII entran en guerra
contra los árabes, pero son empujados al norte donde establecen su capital, en
Itil (cerca del rio Volga), dejando que sean las montañas del caucaso su límite
más al sur. Durante ese mismo siglo, empiezan a expandirse hacia el Oeste y
someten a húngaros, alanos, griegos, bulgaros y tribus eslávicas desparramadas
en las montañas y llanuras.
Controlaron todas las rutas
comerciales entre el oriente y Bizancio, si los árabes querían que sus
caravanas comerciaran con los eslavos del norte tenían que pagar
impuestos. Fue un Imperio rico y bien
administrado por el Khagan y los jefes tribales, pero en el siglo X les llegó
el final de una manera tan contundente y sangrienta como su aparición.
El príncipe Svyatoslav de Kiev, hijo
dilecto del naciente Imperio Ruso, en una campaña en la cual, se dice, no tuvo que bajarse de su caballo, arrasó a
los Khazar para siempre.
El asunto que más atención atrae sobre
la civilización Khazar es el momento en que se convierten al judaismo; sabemos
que, por su posición geográfica los Khazars atrajeron tribus de las tres
religiones y por razones que escapan esta breve disquisición, al igual que en
el Al-andalus, se impuso una tolerancia y una convivencia entre las mismas que
no ha sido usual en la historia de la humanidad.
Judah ha-Levi, también de España
(1075-1141) nos narra como el Rey de los Khazar, un hombre piadoso y sereno que
para ese momento no profesaba ninguna de las religiones del libro, soñó que un
ángel se le aparecía y le dijo “tus
intenciones placen al creador, pero no tus acciones”.
Decidió el Rey convocar a su corte a
un monje cristiano, un derviche islámico y a un rabino judío y, tras oir sus
argumentos, decidió convertirse al judaismo, ejemplo que siguió la mayoría de
la corte, convirtiéndose los Khazar en polo de atracción para la diáspora.
El Diccionario... de Pavic´se convierte en una obra mágica que nos narra los
detalles de esa cuestión y nos informa de un cambio espiritual, que coincidió
con la época de oro de los Khazar, un pueblo que duerme ese sueño entre el mito
y la realidad cobijado por las brumas de la historia.
Todo hubiera quedado en la
satisfacción personal de resolver un vacío de conocimiento con respecto a los
Khazar, si no fuera por un hecho que me conmovió profundamente y ocurrió unas
semanas atrás.
Me encontraba en San Tomé, Estado
Anzoátegui, tenía a mi cargo una exhibición de válvulas industriales en una
feria petrolera, ese particular día no había mucha gente, el bochorno de esos
llanos orinoquenses y la lluvia, que iba y venía sumía en un pesado sopor el
parque ferial.
Me encontraba luchando contra la
modorra tratando de leer la Vida de
Rossini de Stendahal cuando una
muchacha vestida de blanco y de voluptuosa figura apareció ante mí, venía
corriendo de comprar su almuerzo y se guareció en mi stand mientras un corto chubasco borraba el paisaje.
La joven era una anfitriona de una
compañía norteamericana de perforación, que estaba exhibiendo sus servicios y
productos no muy lejos de allí.
Entablamos una conversación casual, me
alegró dejar a Stendhal por unos momentos para conversar con la hermosa
criatura, que resultó ser natural de la población de El Tigre, sus padres eran
turcos, de Anatolia; parece ser que en El Tigre hay una próspera colonia árabe
y turca. Era estudiante de tecnología de
alimentos y, en sus tiempos libres, ayudada por su gracil porte y simpatía,
hacía de anfitriona en eventos para una empresa de relaciones públicas.
Nos caimos muy bien y hablamos de lo
humano y lo divino; pero, llegado un momento en nuestra conversación, ella miró
al techo de mi carpa, una enorme bolsa de agua acumulada amenazaba con
desplomar la estructura de mi exhibidor.
Me alarmé y traté de hacer algo, ella
simplemente me tomó del brazo, sonrió para tranquilizarme, hizo un gesto con su
mano, sus dedos trazaron una figura en el aire y pronunció una oración que
sonaba algo como umifto tuoyogha ca ifkah
ya freto y un golpe de viento hizo que la lona del techo se levantara y
raudos chorros de agua se vaciaran inundando los stand de al lado, causando un
caos entre mis vecinos.
No salía de mi asombro, le pregunté,
incrédulo, si ella tenía que ver con lo sucedido y solo sonrió con picardía; luego
quise saber por el extraño lenguaje que había usado y me dijo que eran las
únicas palabras que sabía de Khazar, un antiguo dialecto que su madre de cuando
en vez usaba... quise indagar más sobre el asunto, le pregunté si podía conocer
a sus padres y ese fue mi error... abruptamente terminó la conversación, se
levantó y se fue, a pesar de que la
busqué, no la vi más.
No hay día que pase sin que me
pregunte si en El Tigre, en el Estado Anzoátegui, algunos decendientes de los
Khazar mantengan vivo el recuerdo de los mágicos guerreros. -
saulgodoy@gmail.com

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