Navegando por Internet me encontré con un interesante artículo de Richard Collins, de la Universidad de Londres y publicado por el Canadian Journal of Communication intitulado La Cultura Nacional: Una Contradicción.
El
artículo explora el fenómeno de las coproducciones televisivas en Europa como
forma de combatir la enorme influencia que los programas de la televisión
norteamericana tienen en el público europeo.
Collins
analiza cómo y porqué del gusto de los europeos por las producciones
norteamericanas, quienes con un concepto más dinámico de los negocios
televisivos y grandes presupuesto, han logrado acaparar la mayor porción de los
mercados del entretenimiento europeo.
Ya
para 1984 el que fuera Ministro de la Cultura en Francia, el Sr. Jack Lang
expresó su preocupación diciendo: "Los
satélites Coca-cola están atacando nuestra integridad artística y
cultural."
De
esta situación Collins se embarca en una acertada disertación sobre lo que
significa este viejo concepto de nacionalismo, y como esta ideología, está
desmoronándose ante el avance de una economía globalizada.
Y de
allí surge una fórmula que me pareció debemos pensarla un poco, Collins afirma
que una nación debe separar su política de la economía ya que cada vez menos un
país tiene el control de lo que sucede en el ámbito económico, de igual manera
debe separar política de cultura, sobre todo de la cultura de masas.
El
tema es central en las discusiones que se llevan a cabo en el seno de la Comunidad
Europea, el cómo convalidar una entidad política en una comunidad de naciones y
cómo manejar el tema del nacionalismo cultural de cada uno de estos países.
En el
caso de Latinoamérica el problema reviste características dramáticas, ya que
justamente la ideología nacionalista, que abunda y prospera en el continente,
es la tranca más difícil de superar al momento de querer establecer alianzas y
mercados regionales.
El
proyecto TeleSur promovido por el gobierno bolivariano socialista de Venezuela,
era una interesante iniciativa como alternativa regional a la información que
se genera en el continente, el problema es que nació como vehículo de
propaganda comunista y va empaquetado en una ideología regionalista-socialista
que solo es atractiva para gobiernos anti norteamericanos a ultranza y que ven
atractivo un sistema militarista de izquierda.
Sin
duda el nacionalismo es una fuerza poderosa y un concepto rodeado de mucha
pasión, pero como dice Collins, no es la única forma en que una sociedad humana
pueda expresarse y tampoco necesariamente la mejor.
El
nacionalismo es la creencia que las sociedades humanas deben organizarse en un
Estado político y soberano y conformado por una única nación. La nación se define como la asociación
espontánea de gentes unidas por un lenguaje, una cultura, una etnicidad y
creencias comunes, se sigue, de acuerdo a la teoría nacionalista, que debe
existir una congruencia normativa en cuanto a instituciones políticas,
actividad económica y experiencia cultural e identidad.
Sin
esta congruencia no hay país y obliga a quienes creen en el nacionalismo a
mantener una estructura fosilizada y forzada, ajena a cualquier forma de
progreso y cambio.
En el
caso de Venezuela hemos visto como un gobierno dictatorial se apodera de los
principales medios de comunicación del país, asfixiando y sacando del juego a
los medios libres e independientes, imponiéndonos una televisión
“Revolucionaria” con una programación institucional muy aburrida llena de actos
oficiales, “cadenas”, programas de opinión de una sola opinión (la del
gobierno), con programas de corte popular donde impera un concepto absurdo del
folklore y de lo que significa la cultura popular, con series y películas
“nacionalistas”, entre ellas muchas producciones cubanas, con muchos héroes de
la patria izquierdista Latinoamericana.
Para
colmo de males le ha dado por ofrecer una televisión manejada por militares,
otra por diputados de la Asamblea Nacional que en esa pobrísima concepción de
país que tienen, no hacen sino promover esa torcida moral chavista que trata de
desinformar y ocultar la realidad que vivimos los venezolanos, y mostrarnos una
utopía barata de gente extremadamente feliz, llevando una vida de fanáticos
socialistas, al servicio del bien común y la justicia social.
Imagine
usted amable lector la pobreza de ideas y entretenimiento de este tipo de
cultura alienada y militante, que es hegemónica en todo el país, no en vano los
venezolanos que pueden, se afilian a la televisión por cable o por satélite
para poder salir de este infierno mediático, y poder enterarse de lo que sucede
en nuestro país vía las televisoras de otros países.
Pero
si algo ha demostrado la televisión, como expresión y vehículo de la cultura de
masas, es que las comunidades culturales se construyen tanto horizontalmente, a
través de los límites de las naciones, como verticalmente, dentro de las
fronteras de las naciones.
Y
estamos hablando de la cultura popular, de la que le gusta al pueblo, al
soberano, pues es el que consume horas y horas de televisión hechas en
Norteamérica, y que como ya se ha estudiado, las prefiere por mucho a las
producciones nacionales.
De
allí la gran preocupación de los nacionalistas quienes creen en la máxima: "No puede haber soberanía política sin
soberanía cultural."
El
ex-Primer Ministro de Canadá, Trudeau ya había dicho en 1968 una frase
lapidaria: "No es el concepto de
nación el que es retrógrado; es la idea que una nación necesariamente tiene que
ser soberana."
Y es
precisamente el ejemplo de Canadá, que Collins toma para señalar lo que serán
los países en el futuro; una nueva forma de sociedad humana donde el Estado,
reúne y disfruta de la alianza libre de sus ciudadanos, unidos o no por los
lazos que tradicionalmente integraban la nacionalidad (un mismo lenguaje, una
misma religión, cultura, origen étnico,
etc.)
El
esfuerzo de los ciudadanos debe ser el conseguir un Estado verdaderamente
plural, donde las diferencias culturales nada tengan que ver con la unidad
política.
Una
integración demanda diálogo, síntesis y adaptación, el factor tolerancia debe
jugar un papel estelar, no la tolerancia de aguantarme lo que el otro hace o
dice, sino la tolerancia de entenderlo, compartir e intercambiar opiniones e
ideas.
Por
último, Collins hace uso de una definición de cultura que me llamó la atención,
la define como: "información que se
intercambia y se consume por placer." – saulgodoy@gmail.com
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