En un artículo de Roger Kimball titulado Hayeck y los intelectuales, nos
recuerda que fue Lennín , en 1917, mientras construía su paraíso obrero socialista en Rusia, el que dijo: “Toda
la sociedad se convertirá en una sola oficina y en una sola industria con
igualdad de trabajo para todos e igualdad de paga”
Lamentablemente sabemos lo que sucedió con aquel sueño
convertido en pesadilla, llegó el punto en que el trabajo era escaso y la paga
no valía nada, la gente moría de hambre.
Trotsky había señalado que, cuando el Estado era el único
empleador, “el que no trabaja no come”,
ante la calamitosa situación que se vivía en la Rusia de su tiempo cambió la
frase por “el que no obedece no come”. Los únicos que podían decir, que les iba bien,
era el pequeño grupo de la “nomenklatura”,
o sea, la oligarquía comunista cercana a los líderes del proceso.
Es por ello que no comprendo a los líderes obreros de
esta “robolución”, o son unos idiotas que creen en el cuento de un paraíso
socialista, o son unos vivos que quieren ser parte de la “boliburguesía” a
costa de los obreros que han engañado con las promesas de que no hay mejor
patrono que el Estado, ni mejor vida que la del sacrificio por el sueño de
Bolívar.
En ambos casos, son unos criminales que llevan a sus
camaradas al degolladero; frente al Estado socialista, en un sindicato chavista
no tienen derechos pero sí obligaciones, son carne fresca para el molinillo
revolucionario, no pueden reclamar, ni protestar, obedecen o se mueren de
hambre.
El dictador Maduro se la pasa recordándoles que antes
eran explotados por los empresarios neoliberales, que eran alienados por unas
miserables monedas los quince y últimos, que eran obligados a gastar su sueldo
en necesidades que no eran reales, sino basura que promovía la publicidad, que
eran ellos, los que tenían que tragar polvo y respirar candela en las
fundiciones, mientras los dueños de las empresas se enriquecían a su costa.
¿Qué les está diciendo realmente? Por alguna razón que desconozco, Maduro cree
que obedecerlo a él es mejor que ser contratado por un empresario, que la
relación obrero-patronal es inmoral, pero la relación soldado-tropa que él
quiere, es de lo más pura y conveniente para los obreros.
¿Cuál es el negocio que les propone? Olvídense de los
sindicatos como organizaciones que defienden sus derechos y buscan una mejor
calidad de vida para los obreros, olvídense de huelgas, paros, reclamos
salariales, contratos colectivos, seguros y prestaciones, olvídense de negociar
con el patrono, obedecen o “se van a freír monos”.
El engaño viene disfrazado de “ahora ustedes son dueños de la empresa”, y de un plumazo les quita
su condición de clase obrera y los hace empresarios socialistas. Pero, a
diferencia de sus anteriores patrones, ustedes no le van a ver “el queso a la
tostada”, no ganarán un centavo, no verán bonos, ni repartirán dividendos, ni
habrá ganancias; a diferencia del capitalismo, recibirán bolívares super
devaluados, si tienen suerte, tickets de racionamiento que sólo podrán gastar en
las tiendas del Estado y para, luego de hacer una larga cola, cambiarlos por lo
que exista en los anaqueles para ese momento.
Pero, mosca!!!
En aras de la integración latinoamericana, la fabrica de
la que son “dueños” puede cerrar en cualquier momento, ya que los productos que
hacen podrían ser sustituidos por unos más baratos que hacen los hermanos
bolivianos, o quizás, porque nos pagan en trueque por petróleo inunden el
mercado por otros productos que hacen los hermanos brasileños; además, pueden
perder el trabajo si los hermanos cubanos se les ocurre montar una fábrica
igual a la de ustedes, o peor, venir a dirigir la empresa en la que laboran.
La otra cosa con la que tendrá que aprender a vivir esta
nueva clase de “empresarios socialistas” es la cuota que tienen que cubrir de
acuerdo a la planificación de las necesidades de la “robolución”; es decir,
ustedes, que son los dueños de la empresa socialista, van a tener no sólo que
comprar sus materias primas y servicios a los precios que alguien en algún
ministerio crea que deben pagar (si es que existen), sino que van a producir lo
que otro ministerio les diga y al precio que ellos crean conveniente para el
proceso.
Al final del día estarán mucho peor que antes, ahora van
a tener que trabajar para nada, pero cantando las canciones de Alí Primera, y
si se les ocurre protestar, les mandarán a la Guardia Nacional para que los
agarre a palos.
Lo bonito del socialismo es que si se quedan sin trabajo,
no importa, pueden recibir sin ningún costo medio kilo de arroz, una lata de
sardinas, un paquetico de café y una botellita de aceite al mes (si los hay), y
si se enferman podrán ir a los módulos de salud de Barrio Adentro, para que
unos estudiantes revolucionarios practiquen con sus cuerpos lo que Esculapio no
se atrevía hacer con un cerdo, en la búsqueda de los males que aquejan la salud
de los pueblos socialistas.
Pronto verán a sus líderes obreros comiendo en lujosos
restaurantes, montados en espléndidas Hummer, viviendo en bonitas quintas en
buenas urbanizaciones, sólo los verán cuando les traigan la noticia: “Hermano, camarada, la revolución te tiene
otro destino…”
Los sindicatos chavistas están condenados a desaparecer
desde su nacimiento debido a sus propias contradicciones, son básicamente dos:
1) En un sindicato de trabajadores no debe estar incluido el patrono, en este
caso, al gobierno. No tiene ningún sentido que el mayor empleador del país ande
promoviendo el sindicalismo en sus propias instituciones y empresas,
organizándolo, financiándolo, designando sus directivos a dedo y dirigiéndolo
con fines políticos, para sólo favorecen al partido de gobierno.
2) En un sindicato de trabajadores no puede estar
incluido el Estado; el mundo de los trabajadores organizados se mueve en tres
dimensiones: los trabajadores, los empresarios y el Estado. El Estado, el que regula y crea las leyes, es
el factor que supuestamente debería velar porque las instituciones funcionen,
conserven su independencia y gocen de buena salud; es decir, en una situación
laboral, el Estado debería ser el fiel de la balanza entre empresarios y
trabajadores.
Pero el chavismo, con su turbio discurso, se empeña en
desconocer a otros actores en la sociedad venezolana, para ellos, el Estado lo
debe ser todo; sus argumentos sobre justicia social y bolivarianismo, salpican
cada resquicio de la iniciativa social con una ambición de dominio que es
demente.
Los sindicalistas chavistas son peones del gobierno, no
representan a los intereses de la clase obrera, son voceros de uno de los
peores negocios que se le pueden plantear a un trabajador; la oferta se resume
en, si me apoyas, si te haces miembro de mi sindicato, obtendremos mucho más
del Estado que los otros sindicatos, ya que nuestros camaradas son los jefes de
esta empresa del Estado o ministerio, ellos son los que hacen las leyes, los
que controlan los tribunales laborales, el seguro social, los impuestos, el
presupuesto.
Nosotros somos los únicos que podemos conseguir para ti,
empleado, obrero o profesional las mejores condiciones posibles, porque
simplemente somos el gobierno.
No se dan cuenta de la trampa: si eres miembro de un
sindicato rojo tienes que seguir la línea del gobierno, no tienes otra
instancia a la cual acudir, nadie va a defenderte, vas a tener que ser feliz
con tu trabajo, tendrás que estar satisfecho con tu miserable sueldo, no podrás
aspirar a nada más sino lo que le ocurra al jefe darte, y si te rebelas, si
protestas, corres el peligro de ser declarado traidor a la revolución, perderás
el empleo y no podrás conseguir otro trabajo en la administración pública,
además, siempre habrá un cubano que te remplace.
En resumen, el chavismo instaura con su movimiento
sindical una nueva fórmula de esclavitud en todo el país.
Para los dirigentes obreros chavistas, el negocio es
redondo, obtienen prebendas, dinero y el poder que se deriva de asignar
contrataciones a dedo de modo de pastorear a los trabajadores incautos, a los
que obligan a que vistan de franela y gorra roja para llenar espacio en las
calles y en los patios de las industrias en apoyo al líder máximo de la
revolución bonita.
Con ellos, los intereses de los trabajadores no importa
tanto, como el odio que hay que sentir hacia el imperio y el capitalismo
salvaje, ahora es más importante la unidad Latinoamericana que los sueldos y
prestaciones, y si no me creen vean lo que sucede con los trabajadores
petroleros o los de Guayana que tienen que matarse entre ellos para conseguir
empleo.
A estas alturas y con este gobierno, es mejor ser
sindicalista del gobierno y tener la esperanza de que mañana, seremos los
gerentes y dueños de las empresas que hoy quebraremos con huelgas y paros, para
complacer a este sindicalismo endógeno, socialista, corrupto e inhumano. - saulgodoy@gmail.com
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