El camino del hombre honrado está por todas partes rodeado por las iniquidades de los egoístas y la tiranía de los malvados. Bendito aquel que, en nombre de la caridad y la buena voluntad, guía a los débiles por el valle de las sombras, porque en verdad es el guardián de su hermano y el que encuentra a los niños perdidos. Con terrible venganza y furiosa ira caeré sobre aquellos que intenten envenenar y destruir a mis hermanos. Y sabrán que yo soy el Señor cuando ejecute en ellos mi venganza.
Citado de manera equivocada por el
personaje Jules, interpretado por Samuel l. Jackson en la película Pulp Fiction
(1994) del texto bíblico, Ezequiel 25, 17, tomado del libro El Dolor de Dios de
Slavoj Žižek y Boris Gunjevic´, 2013.
He
escuchado con sorpresa a varias de nuestras personalidades radiales, que se
ocupan del tema político, (la televisión es un desierto chavista) aseverar que
la existencia del socialismo del siglo XXI en nuestro país es una clara prueba
de nuestra naturaleza democrática, de nuestro talante tolerante y abierto y que,
probablemente, esta vocación será confirmada cuando la oposición se haga con el
poder, permitiendo que el chavismo sobreviva como fuerza política e
institucional (le permitiremos a ellos lo que nos prohibieron a nosotros).
Pues
bien, yo no estoy de acuerdo con esa posición, que claramente representa una
exageración del concepto de ser democrático; es más, la catalogaría como una
carencia instintiva muy peligrosa, que complica la convivencia necesaria entre
ideas y doctrinas diversas, en planos de igualdad y en términos de la discusión
democrática.
Ésta
es la posición cuasi histérica de los fundamentalistas democráticos, que son
aquellos que aceptarían convivir y compartir su mesa con asesinos, mentirosos y
proxenetas, para demostrase y demostrar, que ellos sí son demócratas, y de los
buenos.
Perder
el sentido de la autoconservación, de la dignidad y de las diferencias es
mortal para personas que piensan hacer vida política; hay incluso un elemento
muy mal entendido de lo que significa ser humano, e incluso cristiano, al
confundir al prójimo como un ideal totalizante, con los mismos deberes y
derechos que uno, incluyéndolos en un gran género humano.
Lamentablemente,
en nuestra especie hay individuos que no han evolucionado como personas
humanas, parecen humanos, hablan como humanos, incluso algunos pueden razonar
medianamente y sostener una conversación coherente, pero es su naturaleza ser
inhumanos, porque matan, destruyen, roban, violan, mienten, traicionan… aún aquellos
que estén vestidos de paltó y corbata, o de sotanas, o de uniformes militares adornados
con medallas de latón o que tengan un título de Harvard o un apellido de
abolengo.
Un
demócrata debería poder diferenciar a éstos de las personas y darles el
tratamiento que les corresponde; ser un demócrata no es equivalente a ser una
prostituta y acostarse con quien se le atraviese en el camino, ser demócrata
implica discriminar entre la masa humana y poder identificar a sus pares, personas
que quieren ser o son ciudadanos, que son respetuosas de los derechos de los
demás, que están dispuestos a velar y trabajar por el bien común, que están
capacitados para la vida en sociedad, que no incordian, que saben defender sus
puntos de vista con decoro y respeto, que son incapaces de hacerle daño al
prójimo o de coartarle sus libertades para satisfacer sus intereses y gustos, y
que no solo hablen de valores y moral, sino que sus acciones lo demuestren.
Un
demócrata sabe defender a su familia y a su sociedad, identificar quiénes son
sus enemigos, quiénes quieren hacerle daño, quiénes son los impostores que
quieren aprovecharse de los medios y libertades que ofrece la democracia, quiénes
son los parásitos sociales que quieren vivir del trabajo de los demás sin
aportar nada.
Si a la
democracia se le califica de perfectible es porque sus ideales y fines se
enaltecen con las experiencias y madura con el transcurrir del tiempo. Estamos
de acuerdo en que una cosa es empezar la ruta democrática, con todos sus
peligros y contradicciones, los errores y caídas serán mayores que en las
democracias que han podido consolidarse y crecer, para los principiantes, los
extravíos son comunes.
Las
sociedades que persisten en transitar la ruta republicana verán que, con el
tiempo, las instituciones se fortalecen, los derechos y deberes ciudadanos se
hacen más claros, los mecanismos para protegerla más efectivos. Las democracias
evolucionan, crecen y se vuelven sofisticadas, tanto en sus mecanismos internos
como en las respuestas que se da a las circunstancias y problemas que les impactan
desde el exterior.
Pero
también hay retrocesos, caídas profundas, que son producto justamente de lo que
significa ser una sociedad abierta, es decir que una democracia puede ser
engañada con falsas promesas, por debilidad estructural y moral puede caer en
la corrupción, y aún en el autoritarismo; pero las verdaderas democracias y los
auténticos demócratas, aprenden de estas trampas, se levantan, hacen control de
daños, corrigen y siguen en su lucha… lo que nunca deben hacer, lo que jamás debería
permitirse, es actuar como idiotas morales aceptando a criminales y tiranos como
demócratas, a sus partidos totalitarios como organizaciones republicanas, y a
sus ideas fundamentalistas como discursos humanistas.
Las
democracias tienen en su seno la semilla de su destrucción, esto lo han
advertido muchos autores y pensadores, como se trata de un sistema abierto, que
fomenta la convivencia, el trabajo en común, acepta la diversidad, porque en la
diversidad está el futuro, el movimiento, el progreso.
Por
eso es muy fácil que de pronto aparezcan individuos y fuerzas que se aprovechan
de estas libertades, precisamente, para destruirla, para agenciarse del poder
político por la vía electoral o de la representación e inyectar en el sistema el
veneno del autoritarismo, del dogma, del fundamentalismo, del socialismo.
La
única cura o antídoto a esta intoxicación es la participación mayoritaria de la
gente, de su trabajo para fortalecer los valores democráticos, de la discusión
libre de las ideas, de la lucha de todos los días por preservar las libertades
ante lideres y situaciones que pretenden confiscarlas… para ello es necesario
utilizar la razón más que los sentimientos, tener el valor de enfrentar una
mentira cuando ésta pretenda convertirse en verdad, denunciar a los farsantes,
castigar a los delincuentes y no prestarse a componendas oscuras. Lo que no se puede hacer y decir a plena luz
atenta contra la democracia.
Por
todo lo anterior, hay que desarrollar la desconfianza con esos políticos que
quieren ser tan, pero tan democráticos y abiertos, que empiezan a llamar al
conspirador, amigo; al embaucador, ciudadano; al traidor, patriota; y al
asesino, hombre de bien.
Para
algunos venezolanos, al mejor estilo renaniano, la política en democracia
impide que uno pueda ser enemigo de alguien, y en una exageración de la
afabilidad, prefieren mil veces vivir como esclavos bajo la egida de un tirano
que salir a enfrentarlo y derrotarlo, esa incapacidad de oponer resistencia la
quieren convertir en una moral. Un demócrata debería poder distinguir cuando el
camino electoral está agotado y se hace estéril, cuando un régimen debe ser
cambiado por otras vías políticas mucho más militantes y activas que los
simples discursos y concentraciones.
Quien
no sepa distinguir un violador de un ciudadano respetuoso de la ley es un
peligro para sí mismo y para la sociedad; quien pretenda darle derechos sin
límite al enemigo, es un loco… y, lamentablemente, nuestra oposición está llena
de lunáticos.
El
problema es harto difícil, ya que la democracia da derechos, entre ellos el
derecho a pensar y opinar lo que uno considere es verdad y justo, y en esto de
las opiniones no hay unas mejores que otras; es por eso que la Constitución y
las leyes, que han sido decantadas por la sociedad en su devenir histórico, que
imponen los limites necesarios para que podamos convivir en sociedad y que otorgan
derechos y exigen deberes, deben ser respetadas y acatadas por todos, pero más
especialmente por quienes son parte de los gobiernos.
Si un
gobierno empieza a desconocer la ley, si sus funcionarios empiezan a pasar por encima
la constitución, si un gobernante hace presos a sus contrincantes políticos y
discrimina a una parte de la población que le reclama justicia y equidad, si un
gobernante no toma acciones cuando el hampa empieza a asesinar policías , de
seguro, esa democracia ha empezado a morir… y expirará mucho más rápido si
quienes se le oponen, insisten en negociar con ese gobierno forajido en vez de
combatirlo con todos los medios posibles.
La
democracia no es una excusa para la cobardía, para la no-acción, para esperar
por milagros, para seguir recetas o que alguien, un extranjero nos arregle la situación;
negarse a actuar cuando el país está sufriendo y nuestro mundo se cae a pedazos
es un pecado bochornoso, y no podemos excusarlo bajo las faldas de la
democracia perfecta, esa, que no existe sino en la mente calenturienta de los
idiotas morales y que nunca tendremos. –
saulgodoy@gmail.com
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