jueves, 23 de abril de 2015

La democracia suicida



El camino del hombre honrado está por todas partes rodeado por las iniquidades de los egoístas y la tiranía de los malvados. Bendito aquel que, en nombre de la caridad y la buena voluntad, guía a los débiles por el valle de las sombras, porque en verdad es el guardián de su hermano y el que encuentra a los niños perdidos. Con terrible venganza y furiosa ira caeré sobre aquellos que intenten envenenar y destruir a mis hermanos. Y sabrán que yo soy el Señor cuando ejecute en ellos mi venganza.
Citado de manera equivocada por el personaje Jules, interpretado por Samuel l. Jackson en la película Pulp Fiction (1994) del texto bíblico, Ezequiel 25, 17, tomado del libro El Dolor de Dios de Slavoj Žižek y Boris Gunjevic´, 2013.

He escuchado con sorpresa a varias de nuestras personalidades radiales, que se ocupan del tema político, (la televisión es un desierto chavista) aseverar que la existencia del socialismo del siglo XXI en nuestro país es una clara prueba de nuestra naturaleza democrática, de nuestro talante tolerante y abierto y que, probablemente, esta vocación será confirmada cuando la oposición se haga con el poder, permitiendo que el chavismo sobreviva como fuerza política e institucional (le permitiremos a ellos lo que nos prohibieron a nosotros).
Pues bien, yo no estoy de acuerdo con esa posición, que claramente representa una exageración del concepto de ser democrático; es más, la catalogaría como una carencia instintiva muy peligrosa, que complica la convivencia necesaria entre ideas y doctrinas diversas, en planos de igualdad y en términos de la discusión democrática.
Ésta es la posición cuasi histérica de los fundamentalistas democráticos, que son aquellos que aceptarían convivir y compartir su mesa con asesinos, mentirosos y proxenetas, para demostrase y demostrar, que ellos sí son demócratas, y de los buenos.
Perder el sentido de la autoconservación, de la dignidad y de las diferencias es mortal para personas que piensan hacer vida política; hay incluso un elemento muy mal entendido de lo que significa ser humano, e incluso cristiano, al confundir al prójimo como un ideal totalizante, con los mismos deberes y derechos que uno, incluyéndolos en un gran género humano.
Lamentablemente, en nuestra especie hay individuos que no han evolucionado como personas humanas, parecen humanos, hablan como humanos, incluso algunos pueden razonar medianamente y sostener una conversación coherente, pero es su naturaleza ser inhumanos, porque matan, destruyen, roban, violan, mienten, traicionan… aún aquellos que estén vestidos de paltó y corbata, o de sotanas, o de uniformes militares adornados con medallas de latón o que tengan un título de Harvard o un apellido de abolengo.
Un demócrata debería poder diferenciar a éstos de las personas y darles el tratamiento que les corresponde; ser un demócrata no es equivalente a ser una prostituta y acostarse con quien se le atraviese en el camino, ser demócrata implica discriminar entre la masa humana y poder identificar a sus pares, personas que quieren ser o son ciudadanos, que son respetuosas de los derechos de los demás, que están dispuestos a velar y trabajar por el bien común, que están capacitados para la vida en sociedad, que no incordian, que saben defender sus puntos de vista con decoro y respeto, que son incapaces de hacerle daño al prójimo o de coartarle sus libertades para satisfacer sus intereses y gustos, y que no solo hablen de valores y moral, sino que sus acciones lo demuestren.
Un demócrata sabe defender a su familia y a su sociedad, identificar quiénes son sus enemigos, quiénes quieren hacerle daño, quiénes son los impostores que quieren aprovecharse de los medios y libertades que ofrece la democracia, quiénes son los parásitos sociales que quieren vivir del trabajo de los demás sin aportar nada.
Si a la democracia se le califica de perfectible es porque sus ideales y fines se enaltecen con las experiencias y madura con el transcurrir del tiempo. Estamos de acuerdo en que una cosa es empezar la ruta democrática, con todos sus peligros y contradicciones, los errores y caídas serán mayores que en las democracias que han podido consolidarse y crecer, para los principiantes, los extravíos son comunes.
Las sociedades que persisten en transitar la ruta republicana verán que, con el tiempo, las instituciones se fortalecen, los derechos y deberes ciudadanos se hacen más claros, los mecanismos para protegerla más efectivos. Las democracias evolucionan, crecen y se vuelven sofisticadas, tanto en sus mecanismos internos como en las respuestas que se da a las circunstancias y problemas que les impactan desde el exterior.
Pero también hay retrocesos, caídas profundas, que son producto justamente de lo que significa ser una sociedad abierta, es decir que una democracia puede ser engañada con falsas promesas, por debilidad estructural y moral puede caer en la corrupción, y aún en el autoritarismo; pero las verdaderas democracias y los auténticos demócratas, aprenden de estas trampas, se levantan, hacen control de daños, corrigen y siguen en su lucha… lo que nunca deben hacer, lo que jamás debería permitirse, es actuar como idiotas morales aceptando a criminales y tiranos como demócratas, a sus partidos totalitarios como organizaciones republicanas, y a sus ideas fundamentalistas como discursos humanistas.
Las democracias tienen en su seno la semilla de su destrucción, esto lo han advertido muchos autores y pensadores, como se trata de un sistema abierto, que fomenta la convivencia, el trabajo en común, acepta la diversidad, porque en la diversidad está el futuro, el movimiento, el progreso.
Por eso es muy fácil que de pronto aparezcan individuos y fuerzas que se aprovechan de estas libertades, precisamente, para destruirla, para agenciarse del poder político por la vía electoral o de la representación e inyectar en el sistema el veneno del autoritarismo, del dogma, del fundamentalismo, del socialismo.
La única cura o antídoto a esta intoxicación es la participación mayoritaria de la gente, de su trabajo para fortalecer los valores democráticos, de la discusión libre de las ideas, de la lucha de todos los días por preservar las libertades ante lideres y situaciones que pretenden confiscarlas… para ello es necesario utilizar la razón más que los sentimientos, tener el valor de enfrentar una mentira cuando ésta pretenda convertirse en verdad, denunciar a los farsantes, castigar a los delincuentes y no prestarse a componendas oscuras.  Lo que no se puede hacer y decir a plena luz atenta contra la democracia.
Por todo lo anterior, hay que desarrollar la desconfianza con esos políticos que quieren ser tan, pero tan democráticos y abiertos, que empiezan a llamar al conspirador, amigo; al embaucador, ciudadano; al traidor, patriota; y al asesino, hombre de bien.
Para algunos venezolanos, al mejor estilo renaniano, la política en democracia impide que uno pueda ser enemigo de alguien, y en una exageración de la afabilidad, prefieren mil veces vivir como esclavos bajo la egida de un tirano que salir a enfrentarlo y derrotarlo, esa incapacidad de oponer resistencia la quieren convertir en una moral. Un demócrata debería poder distinguir cuando el camino electoral está agotado y se hace estéril, cuando un régimen debe ser cambiado por otras vías políticas mucho más militantes y activas que los simples discursos y concentraciones.
Quien no sepa distinguir un violador de un ciudadano respetuoso de la ley es un peligro para sí mismo y para la sociedad; quien pretenda darle derechos sin límite al enemigo, es un loco… y, lamentablemente, nuestra oposición está llena de lunáticos.
El problema es harto difícil, ya que la democracia da derechos, entre ellos el derecho a pensar y opinar lo que uno considere es verdad y justo, y en esto de las opiniones no hay unas mejores que otras; es por eso que la Constitución y las leyes, que han sido decantadas por la sociedad en su devenir histórico, que imponen los limites necesarios para que podamos convivir en sociedad y que otorgan derechos y exigen deberes, deben ser respetadas y acatadas por todos, pero más especialmente por quienes son parte de los gobiernos.
Si un gobierno empieza a desconocer la ley, si sus funcionarios empiezan a pasar por encima la constitución, si un gobernante hace presos a sus contrincantes políticos y discrimina a una parte de la población que le reclama justicia y equidad, si un gobernante no toma acciones cuando el hampa empieza a asesinar policías , de seguro, esa democracia ha empezado a morir… y expirará mucho más rápido si quienes se le oponen, insisten en negociar con ese gobierno forajido en vez de combatirlo con todos los medios posibles.
La democracia no es una excusa para la cobardía, para la no-acción, para esperar por milagros, para seguir recetas o que alguien, un extranjero nos arregle la situación; negarse a actuar cuando el país está sufriendo y nuestro mundo se cae a pedazos es un pecado bochornoso, y no podemos excusarlo bajo las faldas de la democracia perfecta, esa, que no existe sino en la mente calenturienta de los idiotas morales y que nunca tendremos.  – saulgodoy@gmail.com



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