L´odeur
du monde a Changé
George Duhamel
We want
the world and we want it… Now!
The
Doors.
En el
ensayo de Lance Morrow: 1968, Como una
hoja de cuchillo. El año que cercenó el pasado del futuro, aparecido en la
revista TIME de enero de 1988, se nos da un recuento, como pocos, de los
acontecimientos extraordinarios que hicieron cambiar la manera de ver el mundo
en aquel final de década.
En
ese año el Viet Cong lanzó la ofensiva de Tet que hizo tambalear el poderío
militar norteamericano en Indochina; fueron asesinados Martin Luther King Jr.,
y Robert Kennedy; aparecieron las primeras y espeluznantes fotografías de la
hambruna en Biafra; en el mismo año los tanques soviéticos aplastaron la
insurrección en Checoeslovaquia; se llevó a cabo la masacre de la plaza de
Tlatelolco en la ciudad de México, apenas horas antes de la apertura oficial de
las Olimpiadas; se estrenó en Broadway la obra Hair; Nixon fue electo
presidente y el Apollo 8 llegaba a la luna.
Estos
fueron algunos de los eventos que la prensa diaria, y sobre todo la televisión
llevó a los hogares del mundo; la gente se esforzaba en comprender que era lo
que sucedía a su alrededor.
Ese annus miralbilis de 1968- como lo llamó
Morrow- también marcó una época inolvidable, la rebelión estudiantil, la
revolución por un mundo nuevo, la violencia en las calles, las huelgas y las
marchas de una fuerza nueva e ignorada hasta el momento: el poder joven que,
con la música de Hedrix, Joplin, Dylan y los Beatles, hizo pasar noches de
insomnio a los líderes políticos más poderosos del planeta.
Fue
algo como una corriente eléctrica de alto voltaje que saltaba de ciudad en
ciudad, de país en país y llenaba las plazas de jóvenes de pelo largo, de
chicas sin brassiers debajo de las
vaporosas blusas, de líderes radicales que propugnaban profundas reformas, de
grupos de agresivos muchachos que asaltaban edificios y capturaban rehenes,
fumaban marihuana y quemaban banderas.
También
fue el año de la represión policial más brutal de que se tenga memoria.
Pacifismo,
igualdad racial y sexual, amor libre, hermandad, experiencias psicodélicas, la
búsqueda religiosa, libertad, tolerancia, los jóvenes al poder… eran algunas de
las ideas que aquellos grupos contestatarios y anti-stablishment proponían a un
mundo sumergido en guerra, corrupción, racismo e injusticia. ¿Quiénes eran
estos jóvenes? ¿De donde surgieron esos muchachos de ideas peligrosas, música
infernal y vestimentas estrafalarias? ¿Por qué no obedecían los estudiantes a
las autoridades?; tales fueron algunas de las preguntas que se hicieron los
burócratas de la comunidad internacional encargados de reprimir el desorden.
Esta
es la historia de uno de estos focos de rebelión que estremecieron al mundo, el
lugar: Francia; la fecha: Mayo del annus
mirabilis de 1968.
El
anciano líder y héroe de la Segunda Guerra Mundial, General Charles De Gaulle
de 77 años de edad, disfrutaba de un alto prestigio mundial; era el Presidente
de Francia, respetado y admirado por su pueblo por haber llevado al país al
momento estelar que vivía.
La
Quinta República transcurría en paz, la economía se mostraba pujante, las
fábricas producían bienes que abastecían Francia y a los mercados
internacionales, los años de reconstrucción eran solo un recuerdo.
Atrás
habían quedado los difíciles momentos de la independencia de Argelia y se
pregonaba el ideal de un Québec libre. Francia se iniciaba con buen pie en el
Mercado Común Europeo sin mayores trastornos económicos.
Por
iniciativa de De Gaulle, las fuerzas armadas de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte fueron retiradas del suelo galo, y en su lugar, un poderoso
ejército nacional con capacidad nuclear mostró al mundo su nueva y orgullosa
faz.
Aprovechando
su prestigio, De Gaulle estaba intercediendo entre los E.E.U.U. y el gobierno
de Vietnam del Norte para poder sentar en una mesa de negociación a ambos
bandos y buscarle solución pacífica a una guerra sangrienta y agotadora.
Ofreció Paris como terreno neutral para el encuentro y a principios de mayo se
iniciaron las conversaciones; la prensa internacional estaba atenta a los
resultados.
Desde
hacía algún tiempo, tanto los obreros como los estudiantes venían mostrándose
inquietos; no todo era color de rosa. Para aquel mayo del 68 había en Francia
medio millón de desempleados; las escalas de salarios no eran justas en
comparación con las ganancias que las grandes empresas producían, ya para el
otoño del 67, en Caen y Le Mans se habían producido violentos choques entre la
policía y jóvenes trabajadores de diferentes fábricas. Los patronos y cuadros
gerenciales se mostraban insensibles a las condiciones laborales de sus
empleados y desoían sus peticiones; el paro era ignorado o reprimido con
efectividad por la fuerza pública.
Los sindicatos se mostraban incapaces de encausar una lucha organizada para lograr reivindicaciones laborales importantes; se contentaban con nimios aumentos de sueldo, e ignoraban el manejo de los convenios corporativos, en pocas palabras, era una masa laboral explotada, sin coordinación y con una dirigencia de mentalidad atrasada.
Los sindicatos se mostraban incapaces de encausar una lucha organizada para lograr reivindicaciones laborales importantes; se contentaban con nimios aumentos de sueldo, e ignoraban el manejo de los convenios corporativos, en pocas palabras, era una masa laboral explotada, sin coordinación y con una dirigencia de mentalidad atrasada.
Por
parte de los estudiantes, la situación era mucho más explosiva; la población
estudiantil se había quintuplicado en menos de 20 años; para 1968 existían en
Francia 514.000 estudiantes y no había infraestructura suficiente, ni el
profesorado para satisfacer las inmensas necesidades.
Francia
tenía una política de puertas abiertas, para todo el que quisiera cursar
estudios universitarios, cosa que complicaba el problema; las relaciones
profesor alumno eran más que imposibles; las clases eran lugares de
hacinamiento; la administración entró en crisis; todo resultaba insuficiente.
Antes
de 1968, estudiantes y obreros no habían tenido contacto, excepto por
esporádicas incursiones de jóvenes idealistas en las filas trabajadoras. Ambos
grupos estaban grandemente influenciados por las ideologías de izquierda.
En
Nanterre, por ejemplo, donde se estrenaron una de las “soluciones
habitacionales y de aulas” de la universidad de Sorbona, instalaciones
particularmente feas y poco prácticas desde el punto de vista arquitectónico y
funcional, estaba la sede de la Facultad de Letras, que incluían sociología,
derecho y economía, y era el punto de mayor concentración de los “cabezas
calientes” y revolucionarios de la universidad.
Había
grupos pro-chinos, troskistas, anarquistas, pro-vietnam, comités revolucionarios
comunistas, guevaristas, fidelistas, juventudes marxistas-leninistas, que a
duras penas convivían con los estudiantes de grupos de la extrema derecha como
las fuerzas de choque de derecha, células de la organización del ejército
secreto, grupos fascistas, la federación nacional de estudiantes de Francia que
era pro-gaullista y otros grupos de oscuras siglas.
Una
cosa era cierta, la juventud universitaria francesa estaba altamente politizada
y organizada, no era de extrañar entonces que de este caldo de cultivo surgiera
aquel “Movimiento del 22 de marzo” que se había adjudicado los atentados con
explosivos contra las oficinas de la TWA, Bank of America, Chase Maniatan Bank
y American Express y donde Daniel Cohn Bendit, un joven de 23 años ya era un
activista.
En
España se venían dando grandes manifestaciones estudiantiles en contra del
franquismo. La prensa diaria traía noticias de revueltas en las universidades
de Alemania, Italia y sobre todo, Inglaterra, donde los enfrentamientos con la
policía habían sido particularmente duros.
Las
juventudes de todo el mundo se mostraban efervescentes, llenas de energía y con
ánimos de cambiar el presente; el futuro les pertenecía.
La
televisión jugó un papel muy importante, las imágenes de las manifestaciones en
todos los continentes, desde Tokio hasta el Cairo, de las calles de Panamá a
las de Berkeley en California, se mostraban a las pocas horas en los aparatos
receptores; los jóvenes se reconocían, sabían que no estaban solos en la lucha,
que las causas eran comunes.
Entre
finales de abril y principios de mayo, un grupo de jóvenes rebeldes interrumpió
las clases y otras actividades en la Universidad de Columbia, tomaron en una
rápida acción el edificio de la administración y la oficina del rector,
paralizando esa prestigiosa casa de altos estudios newyorkina, la respuesta
policial fue más que brutal.
Toma del rectorado por estudiantes, Columbia University |
Aquellas
imágenes le dieron la vuelta al mundo provocando un recrudecimiento de las
acciones juveniles, para los que presenciaron la violencia en la comodidad de
sus hogares pareció que una reacción en cadena se había desatado, las válvulas
de control institucional parecieron estallar y la acción se desbordó.
El jueves 2 de mayo salía Georges Pompidou, para ese entonces Primer Ministro, del aeropuerto de Orly rumbo a Irán en un viaje oficial que terminaría en Afganistán. A sus espaldas dejaba a un ministro de educación (Alain Peyrefitte) tribulado con unos estudiantes cada vez más inquietos. Desde hacía algún tiempo se venían dando violentos choques entre estudiantes de la extrema izquierda y los de la extrema derecha; los motivos tenían que ver con asuntos de territorialidad y dominio en la universidad, pero los temas de los exámenes y las libertades sexuales de los estudiantes residentes en los dormitorios de Nanterre cambiaron las agendas, sobre todo cuando la administración de la universidad determinó segregar a las muchachas de los jóvenes.
Cuando
la violencia aumentó, el Decano, horrorizado por la situación, decide cerrar la
facultad por tiempo indefinido. Cohn-Bendit (se le conocía también por su
apodo, Dany El Rojo) y cinco otros dirigentes estudiantiles son citados por el
Consejo Disciplinario de la Universidad de París para que respondieran a cargos
por incitación al desorden público.
Al
día siguiente, unos quinientos manifestantes se reunieron en la Sorbona, todos
de izquierda y armados con cabillas y piedras para en caso que aparecieran las
bandas de derecha. Protestaban por el cierra de Nanterre y por las citaciones
de sus camaradas; el sitio era el Patio de Honor, rodeado de edificios llenos
de aulas donde miles de estudiantes asistían a sus clases, tratando de ignorar
al grupo que afuera gritaba consignas.
Jean
Rochen, Rector de la Universidad de París, temía que el patio se convirtiera en
un campo de batalla si los grupos de derecha se hacían presentes; debido a lo
caldeado del ambiente decidió pedir ayuda. Sostuvo una conversación telefónica
con el Ministro de Educación y entre ambos concluyeron que lo mejor era llamar
a la policía.
Nadie
lo supuso en ese momento pero el primer error de una tragedia se había
desatado.
Cuando
las fuerzas del orden público rodearon a los manifestantes eran las cinco de la
tarde, una multitud de estudiantes observaba silenciosa y en expectativa; luego
de unas conversaciones los estudiantes se rindieron y, escoltados por los
policías vestidos de negro, fueron llevados a las negras furgonetas enrejadas;
el espectáculo fue cuando menos provocador e insultante para la comunidad
estudiantil; muchachas y muchachos esposados, compañeros de juventud arrestados
por aquellas fuerzas invasoras en sus propias narices, en su Universidad…
Primero fueron los gritos protestando el trato, la multitud empezó a moverse, a
bajar de los edificios, comenzaron a tirar cosas, se lanzaron las primeras
piedras, los gritos aumentaron, en cuestión de segundos los parabrisas de las
jaulas policiales estallaron; los primeros heridos cayeron al suelo y el patio
olió a sangre y miedo; pronto el humo de los gases cubrieron el lugar, algunos
vehículos fueron volteados y el motín se tornó salvaje… La revolución había
empezado.
Aquella
jornada de violencia se prolongó hasta altas horas de la noche; hubo 596
detenciones y casi tantos heridos.
La
torpe acción del gobierno hizo, que gente que no tenía nada que ver con los incidentes
ni con las ideas que lo motivaron sintieran simpatía por los jóvenes, los
vecinos de la universidad fueron los primeros en apoyarlos, durante los
sucesos, la policía había reaccionado primero a la defensiva, pero ante el
acoso ciego de la masa, perdió el control y se ensañó con quien pasara por
delante.
La
Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF), convocó para ese lunes 6 de
mayo una marcha de solidaridad con los compañeros que ese día comparecería ante
el Concejo Disciplinario.
La
respuesta de los estudiantes a la “violación” de La Sorbona fue inmediata, en
Grenoble, Montpellier, Dijon, Burdeos y otras ciudades del país se hicieron
manifestaciones en apoyo a los estudiantes y repudio al gobierno. Cinco mil
estudiantes se congregaron a las nueve de la mañana e iniciaron una ruidosa
marcha con gritos de “abajo la represión” y “fuera Roche” a todo lo largo del
Barrio Latino.
Mientras
tanto, Cohn-Bendit con su fino sentido de la oportunidad y el espectáculo, fue
escoltado ante las autoridades del Consejo; llevaba el puño levantado y cantaba
La Internacional.
A la
marcha se habían unido una veintena de profesores y cientos de estudiantes de
secundaria, adolescentes entre 15 y 17 años que, a partir de ese momento, se
convertirían en verdaderos revolucionarios y cuya presencia le daría a las
marchas esa aura de candor e inocencia que conmovía a los espectadores y mal
ponía ante la opinión pública cualquier medida dura del gobierno.
Los
distintos liceos del país estaban organizados por una organización llamada CAL
(Comité d’ Action Lycéen), una facción de la extrema izquierda que había
aglutinado adolescentes en causas pro-vietnamitas, y que resultó uno de los
grupos más combativos de la revolución.
A la
altura del Boulevard Saint-Germain ya la marcha contaba con unos siete mil
manifestantes, fue cuando se produjo el primer choque con la policía,
aparecieron los camiones de los bomberos que apoyaban a los gendarmes con sus
potentes chorros de agua, llegaron más refuerzos para ambos lados; casi todo el
Barrio Latino se cubrió con una irritante nube de gases lacrimógenos mientras
los jóvenes contraatacaban con palos, ladrillos y bombas molotov, se
organizaban como podían.
Diez
mil jóvenes batallaron por 12 largas horas; aquel lunes terminó con más de 600
lesionados entre estudiantes y policías y 422 detenidos.
Según
la cronología de eventos del periódico Le Monde, esa semana fue particularmente
desastrosa y debilitante para el gobierno. El General De Gaulle se mostraba
distante e inconmovible; para él, la situación era meramente de orden público;
los que manejaban la crisis confiaban en la solución policial; su posición se
resumía en “cerrar La Sorbona, restituir el orden y hacerlo lo más pronto
posible.”
Para
los estudiantes fueron días de entrenamiento intensivo en guerrilla urbana, el
cual aprobaron con honores, los jóvenes tenían el espíritu en alto; reinaba un
ambiente de camaradería entre los tomistas; se organizaban mítines, tropas de
asalto, grupos de asistencia médica, de provisiones y gran cantidad de
mensajeros iban de un lado a otro.
El activista Daniel Cohn-Bendit (Dany el Rojo) |
Algunos
líderes se destacaban más que otros; Jacques Sauvageot, Presidente de la Unión
Nacional de Estudiantes, aglutinaba en su entorno una enorme influencia; pero
fue Daniel Cohn-Bendit, nacido en Francia pero de padres alemanes y quien a los
18 años había adquirido la nacionalidad alemana (permanecía en Francia con un
permiso de residencia mientras terminaba sus estudios), quien con su enorme
facilidad de palabra y extraordinaria presencia incendiaba los ánimos.
Todos estos jóvenes trabajaban las 24 horas
sobre las bases ideológicas de la Nueva Izquierda, que en realidad se trataba
de una discusión interminable de ideas y posiciones de intelectuales franceses,
en toda una amplísima gama especulativa que iba desde el marxismo cristiano
pasando por el dogmatismo stalinista y la teoría maoísta y cayendo en las
criticas de Gilles, Breton, Malraux, Marcuse, Althusser, Deleuze, Sastre,
Foucault y tantos otros, salpicado este revoltillo de ideas con temas de
terapia gestalt, anarquismo, budismo, y hasta ocultismo, con lo que quiero
decir que se trataba de un período importante de producción de ideas, donde
ninguna privó en realidad.
Para
el pensador Bernard Henri-Levi “Mayo de
1968 constituye una de las más negras fechas de la historia del socialismo”
alude que fue durante esta revolución que el socialismo rompió definitivamente
con el marxismo para seguir la línea ortodoxa del estalinismo. Fue sin duda una
época tumultuosa, confusa y rica en matices.
Para
ilustrar los extremos a que se llegaron durante las discusiones entre los
estudiantes y las autoridades, revisamos un manifiesto que hicieron los
estudiantes representados por Marc Savageot, Vicepresidente de la UNEF, sobre
el asunto de los exámenes: “Los
estudiantes tienen el poder, en los exámenes, de utilizar sus notas, apuntes,
libros. Deben poder trabajar en grupos como lo hacen durante todo el año. El
principio de disertación sobre un tema único y obligatorio tiene que
desparecer.”
El
Ministro Alain Peyrefitte recibía este tipo de peticiones con consternación y
asombro; las conversaciones se hacían difíciles, el diálogo era imposible ante
la intransigencia de las partes; era la Vieja República frente a una generación
que pisaba los movedizos terrenos de la anarquía y el nihilismo. Lo más
desconcertante de aquella situación era que ningún grupo político controlaba
aquel movimiento, ni los comunistas, ni los socialistas ni siquiera los
anarquistas comandaban las acciones, ninguno de los líderes espontáneos seguía
ningún plan.
La
posición de los jóvenes era monolítica, mientras no sacaran la policía del
Barrio Latino, hubiera una amnistía general y se reabriera la universidad, no
habría negociaciones. Las manifestaciones se sucedían unas tras otras; las
calles de París eran recorridas por eufóricos estudiantes ondeando banderas
rojas y negras.
Ya
era imposible ignorar la situación; la discusión sobre la materia se llevó al
seno de la Asamblea Nacional; en el Consejo de Ministros se seguía sosteniendo
que se trataba de revoltosos profesionales ajenos a la Universidad los
provocadores de la crisis. François Mitterrand, Presidente de la Federación
Izquierdista, declaraba en la Cámara: “Si
bien es cierto que la juventud no siempre tiene la razón, la sociedad que se
burla de ella, que la ignora y que la golpea, está siempre equivocada.”
Así
fue como se llegó, sin que nadie lo sospechara, a los trágicos y gloriosos
acontecimientos del viernes 10 y el sábado 11 de mayo, la noche de las
barricadas.
Una marcha de liceístas, unos 5.000, se dieron cita para marchar sobre la plaza Denfert-Rocherau. Estos adolescentes, animados por sus sueños de revolución, protestaban en contra del gobierno y pedían por la libertad de sus camaradas detenidos. Pronto se les unieron sus mayores, los estudiantes universitarios con los que conformaron unos 15.000 manifestantes.
Los
negociadores de la policía les prometieron que se retirarían de la universidad,
pero la muchedumbre continuó la marcha hacia la Santé, donde estaban
encarcelados sus compañeros. Un cordón policial les impidió el acceso; a partir
de ese punto los organizadores de la marcha perdieron el control; la policía
había bloqueado las calles estratégicamente, obligándolos a dar marchas y
contramarchas, la maniobra estaba resultando pero los estudiantes se dieron
cuenta de que querían encajonarlos en el Barrio Latino y aplastarlos allí.
Fue
cuando, movida por un instinto de protección, la multitud se desparramó por
todas las calles de acceso; despegaban adoquines de las calzadas, arrancaron
rejas, voltearon vehículos, desmantelaron construcciones; los postes, las
señalizaciones la basura, escombros, todo lo que fuera útil se usó para
levantar enormes diques que bloqueaban las entradas.
Las
autoridades universitarias dominadas por un enorme nerviosismo al ver cómo, a
lado y lado de las barricadas, las fuerzas se concentraban y el asalto era
eminente, trataron de negociar hasta el último minuto. Fueron horas de espera
en medio de una extraordinaria tensión; los estudiantes por un lado preparados
a vender caras sus posiciones, y por
otro lado el ensamblaje más grande de fuerza pública que París hubiera visto,
seguros de poder acabar con la insurrección de manera rápida y restablecer la
paz en su territorio.
A las
2:30 de la madrugada el asedio comenzó; la decisión del ataque la tuvo un
pequeño Estado Mayor de los hombres más poderoso del gobierno, que tampoco se
dieron cuenta de que las cosas podrían ponerse peor, el Rector fue el único que
opinó tardíamente en contra de iniciar las acciones.
Los
combates fueron brutales, cuerpo a cuerpo; el fuego se apoderó de las
barricadas y el resplandor fantasmal de aquellas piras iluminaron el malestar
de la cultura.
Patrick
Seale y Maureen McCouville, ambos corresponsales del diario inglés The
Observer, fueron testigos presenciales de los hechos y escribieron un libro
documento titulado La revolución
francesa de 1968. Tomamos de allí el siguiente reporte:
“A la luz de los incendios y
entre las acres nubes de gases, prosiguió durante 4 horas la furiosa batalla.
Los policías lanzaron una carga tras otras, expulsando a los estudiantes de sus
barricadas y cercándolos en un campo atrincherado cada vez más reducido y del
que solo podían salir desafiando la furia de las porras y de las culatas de los
fusiles.
Los moradores del barrio quedaron
horrorizados ante esta brutal operación de limpieza. Dieron comida y bebida a
los sublevados; los rociaron con agua para disipar los gases y acogieron a los
estudiantes fugitivos, de los que, con frecuencia, fueron sacados por la policía.
Una joven que no había tomado parte en la manifestación, vio asaltada su
habitación por los policías, los cuales la desnudaron y la arrojaron a la
calle.
Los propios voluntarios de la
Cruz Roja cayeron a veces bajo los porrazos y algunos heridos fueron arrancados
de las camillas para ser golpeados nuevamente. Muchachos y muchachas se
lanzaron a la refriega con una decisión y un valor increíble. Para sus jóvenes
mentes exaltadas, había llegado la ocasión de participar en la heroica
revolución de Fanon, de Guevara y de Debray, que les entusiasmaba desde hacía
largo tiempo. Era su Vietnam. En los acontecimientos de aquella noche, hubo un
aspecto “cinematográfico”, no solo a causa de la dramática decoración, sino
también porque los jóvenes actores tenían conciencia del papel que
representaban. Con extraordinaria seriedad, jugaban el juego de las guerrillas;
hacían su “revolución colonial” en el corazón de una capital accidental. En
este juego de guerra, los policías, siniestros y terroríficos, enmascarados con
cascos, provistos de gruesas gafas protectoras, vestidos de negro brillante de
la cabeza a los pies, eran los espíritus maléficos que iniciaban a los
inocentes en la crueldad y la bestialidad del mundo.
Es en tales momentos que la
política se apodera para siempre de los espíritus. “De Gaulle, asesino!”,
rugieron millones de de voces jóvenes”.
Todos
estos acontecimientos fueron transmitidos en vivo y directo por estaciones de
radio locales.
George Pompidou regresó a París el sábado 11 de mayo en la noche. Había sido informado de todos los acontecimientos y de que la Sorbona estaba bajo control policial; las barricadas habían sucumbido.
Aprovechando que nadie podía culparlo de nada, debido a su ausencia, quiso imprimirle un giro distinto a los acontecimientos; anuncia en cadena nacional que acepta todas las condiciones de los estudiantes; su tono es conciliatorio, tratando de evitar la posición “dura” de De Gaulle. Pero era demasiado tarde.
La
Universidad de Estraburgo se levantó en pie de guerra, así como otros
institutos educativos en Francia y para colmo, los dos sindicatos más poderosos
del país, la CGT y la CFDT, junto a la Federación de Profesores de Francia,
convocaron para el lunes 13 a una manifestación en París en apoyo a los
estudiantes y para repudiar las acciones del gobierno.
Aquel
lunes el gobierno cayó en cuenta de sus errores; por coincidencia ese día
celebraba De Gaulle el décimo aniversario del “Putsch de Argel” que lo llevó al poder; la celebración se le tornó
agria y Francia toda se conmovió cuando casi un millón de personas desfiló
desde la Gare de L’ Est hasta la plaza Denfert-Rochereau. La lucha había tomado
aun peligroso cariz obrero.
Frente
a este inmenso mar de gente iban tomados de los brazos Geismar Sauvageot y
Cohn-Bendit; luego marchaban los dirigentes sindicales Georges Séguy (CGT) y
Eugene Descamps (CFDT) y, relegados en un cuarto plano, los políticos de la
izquierda, entre ellos Mitterrand, cosa que demostraba el descontrol político
de los acontecimientos; pero este hecho los hizo reaccionar y empezó por parte
de ellos un desesperado esfuerzo por tomar la rienda de los eventos.
Los
estudiantes, inteligentemente, al verse apoyados por los trabajadores
concentraron sus esfuerzos en dos áreas fundamentales: la reforma universitaria
y la identidad de causas con los trabajadores.
En
uno de sus primeros manifiestos, declaraban al país:
La Sorbona era y debía ser
autónoma y popular.
La
policía fue acusada de usar gases de guerra contra los estudiantes y se pidió
la renuncia del Ministro del Interior Christian Fouchet.
La lucha obrera y estudiantil
eran idénticas.
Se
pedía una hora de televisión para que los estudiantes dieran a conocer su
posición.
La
euforia era general; de alguna manera los franceses sentían que algo estaba
pasando, algo nuevo e irrepetible; la mayoría del público veía con simpatía lo
que ocurría, y alrededor de los televisores se concentró la gente en espera del
próximo noticiero que, con un férreo control, el gobierno manipulaba.
Daniel
y Grabiel Cohn-Bendit lograron ensamblar, con la urgencia del caso, una
ideología propia que unía a trabajadores y estudiantes; la llamaron
“resistencia espontánea”; comprendieron que los uno y los otros estaban
separados por un abismo económico y de clase enorme; era el trabajador quien en
realidad sufría la injusticia social; los estudiantes, en cambio, casi todos de
clase media, luchaban por cambios en la estructura jerárquica de la sociedad,
en contra de la opresión en medio del confort. Pero en las calles, todos
comulgaban con la revolución, con ese sueño Marcusiano de construir un mundo
sin el dominio ni la explotación del hombre por el hombre.
Se
exigió que los jóvenes obreros y aprendices pudieran vivir en la universidad,
comer en la cafetería y asistir a las prácticas.
Los
trabajadores, por su parte, inmersos, en su gran mayoría, en el pensamiento
social de izquierda y con ánimos de compartir la gestión de sus empresas, se
vieron envueltos en complicadas situaciones.
Desde
el primer momento se dieron cuenta de que eran ellos quienes hacían la
diferencia para que la revolución pudiera triunfar. En realidad eran muy pocos
los “puntos de contacto” entre estudiantes y obreros; los primeros eran
demasiado jóvenes, radicales y sus experiencias estaban bastante alejadas de la
realidad de una fábrica, de una relación obrero-patronal, de un “ganarse la
vida con el sudor de la frente”. Pero fueron los estudiantes quienes
proporcionaron las bases ideológicas de aquella unión que, en una primera
instancia, no pasó de un gesto de simpatía de los trabajadores para con los
estudiantes, y que luego fue aprovechado por los grandes sindicatos para
hacerse espacio político en un sistema que había ignorado estas fuerzas por
mucho tiempo.
A partir de ese lunes 13 de mayo, las cosas
tomaron un matiz político diferente. Pompidou liberó a los estudiantes, retiró
la policía de La Sorbona; ésta fue tomada por los estudiantes quienes iniciaron
una serie de experimentos en la autogestión, convirtiendo la universidad en una
inmensa comuna.
Aparecieron
entonces las pintas y muros de toda la universidad que reflejaría la filosofía
de aquellos momentos: “La imaginación al
poder”, “prohibido prohibir”, y
otras más fuertes como “camaradas, la
humanidad será libre y feliz cuando el último de los capitalistas haya sido
ahorcado con las tripas del “ultimo burócrata estaliniano” o “une revolution qui demande que l´on se
sacrifice pour elle este une revolution a la papa”.
Se
escribían y decían cosas que salían del alma, con fervor, con rabia, con
esperanza…
El
camino para las reformas universitarias, pensaba el gobierno, dentro de lo
razonable, estaba libre.
La
idea de Pompidou, brillante y riesgosa, era dejar que los estudiantes cayeran
por su propio peso, su anarquía los consumiría.
Las
reuniones de paz ya se habían iniciado entre los representantes de los EE.UU y
Vietnam del Norte en este incómodo ambiente. De Gaulle, en un gesto que muchos
consideraron orgulloso e irresponsable, partió el martes 14 hacia Rumania en
viaje oficial. Dejaba a su hombre de confianza con instrucciones de acabar con
los desórdenes.
Ese
mismo martes, una fábrica de aviación a las afueras de Nantes entró en huelga;
los obreros tomaron la planta.
Otra
fábrica de Cleón, ésta vez de la Renault, tuvo problemas con algunos empleados
que se negaron a trabajar. Así empezó una huelga general que paralizó a Francia
hasta mediados de junio y llevó al país al borde de una guerra civil.
En
todas las plantas de la Renault, la rebelión fue tomando fuerza; no sólo los
obreros no trabajaban sino que tomaban los talleres y plantas, no se movían de
allí ni para dormir; varios de sus directores fueron secuestrados y encerrados
en los edificios de administración.
Pero
algo sucedía con los dirigentes sindicalistas. La CGT, que era el gremio más
grande, no controlaba su base; la dirigencia temía que grupos extremistas
pasaran por sobre los más ortodoxos comunistas y se apoderaran del sindicato;
veían con malos ojos que su gente se mezclara con los estudiantes, por lo que la
orden de cautela y restricción fue enviada por toda la estructura.
En
muchas de estas tomas, los estudiantes fueron rechazados cuando estos buscaron
unirse a los obreros huelguistas; empezó entonces una política de
distanciamiento; los sindicalistas no deseaban que un “contagio extremista”
enfermara a sus afiliados, aunque la menos grande CFDT sí dio su apoyo resuelto
a la causa estudiantil.
En la
cúpula sindical empezó una lucha por el poder.
El
jueves, los estudiantes siguieron haciendo de las suyas al tomar al vetusto y
honorable teatro Odeón, y había planes de avanzar y capturar la Maison de la
Radio, cosa que no lograron al no recibir el apoyo de los trabajadores. La
imagen del gobierno se deterioraba rápidamente, su debilidad era evidente; lo
que había hecho era ceder y ceder.
Para
el 22 de mayo había en Francia más de 9 millones de personas en huelga: los
trenes, el correo, líneas aéreas, empresas metalúrgicas, conglomerados
químicos, la industria automotriz, labriegos y demás trabajadores del campo,
empresas de construcción, de telecomunicaciones, gran parte del comercio y de
los servicios públicos estaban parados.
Los
bancos empezaron a sufrir una seria falta de liquides; faltaba gasolina, la
basura inundaba las calles.
Desde
que De Gaulle regresó de Rumania (había acortado su visita) su intención fue
sacar al ejército a la calle y parar aquella insensatez de una vez por todas.
Fue
Pompidou el único que pudo contener los ánimos combativos del viejo General y
tratar de llevar los acontecimientos por el lado de las negociaciones; el plan
era desgastar, minar la resistencia, otorgar concesiones que de todas formas
había que darlas.
Participación
y reforma, era la carta que jugaba el premier.
Apenas
el día anterior, los intelectuales, entre los que se encontraban: Natalie
Sarraute, Sastre, Simon de Beauvoir y Margarita Duras y muchos otros, habían
firmado un manifiesto en la Sociedad de Hombres de Letras a favor de la
revolución y en contra del gobierno.
Ese
22 de mayo se tomó la decisión de sacar la policía a la calle y la apostaron
frente a La Sorbona; también se prohibió la entrada al país de Cohn-Bendit,
quien se encontraba fuera.
París
lucía sucia y descuidada; se empezaba a sentir el desabastecimiento; los EE.UU
intercambiaban notas de protesta con los rusos acusándolos de tratar de
boicotear las conversaciones de paz incitando la crisis en Francia.
Fueron
convocados los reservistas a las fuerzas policiales, mientras De Gaulle pasaba
revista a sus cuarteles. En ciudades como Nantes se dio un experimento
revolucionario sin precedentes; los trabajadores se organizaron para sostener
un auto-gobierno, se preparó y funcionó un efectivísimo sistema de
abastecimiento, aislaron la ciudad del resto del país cerrando las vías de
acceso, trabajaron con solo los recursos locales y probaron ser
autosuficientes.
Pero
a pesar de toda la buena voluntad de los trabajadores, la realidad y la teoría
entraban en conflicto; Theodore Roszak en su obra The Making of a Counter Culture nos comenta: “Con seguridad la piedra de toque del asunto será: ¿Cuan listos
estarían los trabajadores de desbandar sectores enteros del aparato industrial
para alcanzar otros fines que no fueran las de producción eficiente y con un
alto consumo? ¿Cuánta voluntad tendrían en apartar prioridades tecnocráticas a
favor de una nueva simplificación de la vida, de una desaceleración del ritmo
social? ¿Estarían los trabajadores de la Renault dispuestos a considerar el
cierre de la industria en base a que los carros son más una molestia que una
conveniencia en nuestras vidas? ¿Estarían los trabajadores en la aviación
dispuestos a borrar los planes del Concorde SST debido a que la nave, un
milagro de la ingeniería aeronáutica, por seguro se convertirá en una
monstruosidad social? ¿Los trabajadores en la industria de municiones estarían
preparados a terminar con la producción para la Force de Frappe, debido a que
el balance de terror es una de las más viles ofensas de la tecnocracia? Yo creo
que la respuesta es “no”. La composición social de la tecnocracia se alteraría,
pero el cambio equivaldría nada más que a una ampliación en la base en que
descansan los imperativos de la tecnocracia”.
La
decisión de De Gaulle de hablar al país en cadena nacional, el viernes 24,
interfirió con los planes de Pompidou quien, tras dificultosas negociaciones,
había logrado preparar una reunión entre sindicatos y patronos. Tuvo que
retrasarla.
El
discurso en general fue una pieza de oratoria inconveniente y mala. La
decepción de los franceses fue profunda. De Gaulle quedó como un viejo torpe y
decrépito. Como resultado no solo se encresparon los ánimos nuevamente sino que
se torpedeó todo lo ganado por Pompidou.
Además
de pedir más poderes para sí, convocó a un referéndum para el 16 de junio con
el objeto de afianzar su continuidad como jefe de Estado; en fin, pedía un
cheque en blanco.
La
violencia estalló de nuevo; esta vez mejor preparados, los estudiantes
volvieron a enfrentarse con la policía. Ese viernes hubo dos muertos: un
policía y un estudiante; el fragor de la batalla callejera en París llenó de
miedo y ansiedad a la mayoría de las personas que no participaban; las sonrisas
se esfumaron de los labios; la simpatía se convirtió en temor, y mucha gente
comenzó a pensar que la 5ta. República llegaba a su fin. Fue un enfrentamiento
salvaje, 800 detenidos, 1.500 heridos, La Sorbona estaba en ruinas, algunos
estudiantes y grupos de jóvenes obreros pudieron llegar hasta la Bolsa de París
y prendieron una fogata en el piso de las transacciones.
“El poder está en la calle”,
“Mientras más hago la revolución, más ganas me dan de hacer el amor”, eran los gritos que se
escuchaban en las calles junto a otras consignas más prosaicas y referidas a De
Gaulle.
Mientras
Pompidou, solo, trataba de mantener la integridad del régimen y maniobraba con
sangre fría, los sindicatos alarmados viraban hacia un arreglo con el gobierno;
lo que ellos querían eran mejores condiciones salariales, no derrocar al
gobierno.
Del
25 al 27 de mayo probó Pompidou sus dotes de negociante; consiguió que las
exigencias de los obreros en cuanto a salarios y demás beneficios fueran
aceptadas, y discutió con los patronos el espinoso asunto de la co-gestión en
las empresas.
Su
éxito en las conversaciones fue rotundo; los dirigentes sindicales se
levantaron con logros concretos que mostrar a sus afiliados y así alejarlos de
los extremistas que solo deseaban la revolución.
Mientras
esto sucedía, todo vestigio de orden parecía derrumbarse; el respeto y la
credibilidad, factores importantes para mantener un estado de derecho, habían
cedido ante los avances de quienes en las calles pedían cambios radicales.
Los
dirigentes obreros salieron con aquellos acuerdos, que se les conoció como los
“Acuerdos de Grenelle”, y los comunicaron a los huelguistas y demás militantes;
aquellos esperaban por fin romper con la huelga, volver a sus trabajos y
disfrutar del botín adquirido. Tamaña sorpresa les esperaba cuando de todos los
rincones de Francia les llegó un rotundo NO!!!
La
masa trabajadora descalificaba a sus líderes, los hacía a un lado y furiosa
rugía “Gobierno Popular”.
Inmediatamente
De Gaulle acusó a los sindicalistas de querer subvertir el orden, de intentar
derrocarlo; los asombrados dirigentes no sabían que hacer; el gobierno los
tildaba de golpistas y los obreros de aliarse al gobierno.
Del
27 al 30 de mayo, fueron días negros para Francia; la izquierda apretó sus esfuerzos en la recomposición de
sus cuadros, realizando alianzas, deshaciendo pactos; en fin, buscaba presentar
una unidad que pudiera hacerse cargo del gobierno ante la eminente caída. La
figura de François Mitterrand fue clave; su ambición y su combatividad como
político lo hizo brillar como única opción entre las encontradas fuerzas de
izquierda.
Los
comunistas lo llamaron a unir esfuerzos y realizar un proyecto de gobierno
común; pero Mitterrand no quería verse envuelto con los comunistas; quería,
antes de hacer alguna coalición, fortalecerse más aún como líder ante el pueblo
de Francia.
De
modo que convocó a una rueda de prensa y allí anunció que los días de De Gaulle
estaban contados; que él se presentaba como candidato a la presidencia y que
ofrecía un equipo de gobierno amplio, que incluiría a todas las tendencias. Los
comunistas indignados ante este truco que los dejaba sin participación directa,
a pesar de ser ellos, la principal fuerza en la masa obrera, le dieron la
espalda a Mitterrand y declararon que estaban dispuestos a conducir el país sin
los socialistas.
También
entre De Gaulle y Pompidou había tiranteces que resultaron irreconciliables, y
hay quienes opinan que Pompidou pensaba que el General entorpecería cualquier
intento de reconciliación y vuelta a la paz política.
El miércoles 29 de mayo, cuando todos estaban seguros que Francia sería tomada por los comunistas y De Gaulle derrocado, éste, misteriosamente, desaparece.
Hay
muchos detalles que todavía permanecen en secreto, clasificados como material
de seguridad nacional.
J.R.
Tournoux en su obra Le mois de mai du
Genéral, donde recopila las partes oficiales y documentos que fueron
producidos durante ese período, nos ilustra sobre el efectivísimo golpe teatral
del viejo General que lo coloca milagrosamente, de nuevo, al frente del
gobierno.
Tres
helicópteros Alouette III despegaban de d´Issy-les-Moulineaux; uno reservado al
Presidente, la Primera Dama y el Comandante Flohic, el otro transporta los
médicos militares y la guardia presidencial; el último lleva a los gendarmes.
El
itinerario oficial era Colombey-les-deux-Englises; la visibilidad, excelente.
El General se retiraba a cavilar sobre la situación para luego hacer su
anuncio.
A
mitad de camino, los helicópteros sorpresivamente aterrizan en la base militar
de Saint Dossier donde el General aborda un avión y parte con rumbo
desconocido; luego los helicópteros siguen a su destino original; cuando llegan
lo hacen sin De Gaulle. Francia entera se desconcierta; ni el mismo Pompidou
podía dar información sobre el paradero del Presidente; nadie sabía donde se
hallaba.
Mientras
la gran mayoría de los franceses entraban en estado de pánico, los comunistas
sacaron a las calles a sus hombres quienes desfilaron triunfales desde La
Bastilla hasta la estación de Saint Lazare. Medio millón de manifestantes
proclamaron un nuevo orden y esa noche designaron al líder comunista
Mendes-France como el jefe de la izquierda unida.
El
jueves en la mañana aparece De Gaulle, quien en realidad había estado en
Alemania, en la base militar de Baden-Baden; se había entrevistado con los
generales que estaban al frente de 70.000 tropas francesas de ocupación. Se
había asegurado de poder contar con fuerzas de intervención capaces de tomar
París rápidamente, para poder detener a los comunistas.
Se
puso en contacto con todos sus partidarios; convocó al Consejo de Ministros y a
las cuatro de la tarde, pronunció un breve discurso de apenas algunos minutos
que le heló la sangre a los izquierdistas.
Habló
de una amenaza de dictadura comunista; de una nación desesperada ante una
situación de fuerza; disolvió la Asamblea Nacional y se erigió como defensor
absoluto de Francia en contra de la infernal empresa totalitaria.
Aquella
era la chispa que necesitaba la masa conservadora y pro-gaullista para
reaccionar. Todo el miedo al comunismo se desató en una furia incontenible que
luego se canalizó en una gran manifestación en apoyo al General y que marchó
desde la Plaza La Concordia hasta los Campos Elíseos.
Más
de un millón de personas ondeando banderas tricolores y cantando La Marsellesa
hicieron acto de presencia; gritaron slogans anti-comunistas. François
Mitterrand casi pierde la vida en manos de unos matones gaullistas.
Las
acciones se vieron reforzadas con unos movimientos de tropa en la provincia; la
policía salió a la calle y sistemáticamente empezó de nuevo su ruda operación
de limpieza, desalojando efectivamente a tomistas y huelguistas; estos trabajos
duraron hasta mediados de junio.
Todo
aquel impresionante despliegue de la izquierda se desplomó cuando los
comunistas se negaron a utilizar la fuerza. La confrontación se movió de las
calles a las urnas de votación donde los gaullistas ganaron casi todos los
asientos en la nueva Asamblea Nacional.
De
Gaulle aprovechó la oportunidad e hizo una limpieza de su gabinete; entre las
cabezas que rodaron cayó la de Pompidou. El Estado de la economía era
deplorable, de modo que un severo régimen de austeridad se aplicó de inmediato.
Francia
volvió a la normalidad poco a poco, pero De Gaulle pareció quedar herido y
resentido con su pueblo; muchos observadores opinan que su derrota en el
referéndum de abril de 1969 fue una consecuencia directa de aquellos eventos de
mayo.
Las
reformas universitarias se dieron, así como los logros en materia laboral.
Nada
quedó igual después de aquel mayo del 68; fue un espasmo que descubrió una
realidad solapada y fue desde ese momento que Francia tomó definitivamente el
rumbo a la modernidad.
Pero
el mayo francés envió su onda de choque por todo el mundo. Creo que no hubo
trabajador o estudiante que no supiera de aquel hecho y que no sonriera con
satisfacción; fue una demostración de fuerza que resultó en la confirmación de
que ningún sistema político podía prescindir de ellos.
En
Venezuela se sintió igualmente ese terremoto pero con retardo como en toda
Latinoamérica, uno de los poquísimos intelectuales que comentó los hechos
mientras sucedían fue Arturo Uslar Pietri, quien desde El Nacional, el 19 de
mayo, en un artículo titulado La
rebelión de los jóvenes, se cuestionaba con sorpresa: “La juventud está en rebelión contra el mundo que les han hecho los
mayores. Lo critican, lo condenan, lo rechazan… no creen en sus luchas, no
reconocen sus bienes, sus normas ni mucho menos sus ideales… son sin embargo la
generación que ha contado con más ventajas y facilidades para realizarse en la
historia…”
El
intelectual Juan Calsadilla, en la introducción que amablemente le hizo a mi artículo
cuando fue publicado por primera vez en la revista Imagen, en mayo del 88,
resume brillantemente las repercusiones de aquel evento en nuestro país: “Una primera derivación del mayo francés
fue, en efecto, la toma de la Universidad del Zulia a comienzos de 1969 por
grupos anárquicos dirigidos por la izquierda cristiana. Hito que condujo a la
formación, por primera vez, de un gobierno estudiantil dentro de aquella
universidad así como una secuela de enfrentamientos entre las fuerzas del orden
y los estudiantes, y una serie de “tomas” que pronto se extenderían por todo el
país como candela… el impulso insurreccional se extendió hacia Mérida, cuyas
calles fueron ocupadas por la oleada de violencia que duró todo el año de 1969… a la postre dejaron el saldo de varias
muertes inútiles, entre éstas la del estudiante Rosas Piña, que sirviera para
el montaje de una pieza de teatro donde se utilizaba los muti-media… afloraron
los movimientos “Poder Joven” y “Poder Negro”, ideologías culturales de tipo
protestatario… la protesta universitaria, cuyo objetivo solicitaba la reforma
del sistema educacional, tuvo un éxito relativo en el movimiento de renovación
de la Escuela de Letras de la UCV, pero fracasó en las demás ciudades… en
Caracas el primer grupo Rajatabla, por entonces protestatario presentaba Tu
país está feliz y Venezuela tuya, de Antonio Miranda y Brito García,
respectivamente. El Congreso Cultural de Cabimas, convocado para fines de 1970,
con el objeto de discutir los problemas del país a la luz de los conflictos
universitarios (y tras la asistencia del teórico y poeta alemán Hans
Henserberger), extendió el acta de defunción. El Congreso dictaminó que la
movilización de masas llevada a los sectores populares, contradecía la
legitimidad de una concepción eminentemente universitaria de la revolución”.
Con estas ideas queda claro que todavía están por escribirse nuevos capítulos del movimiento estudiantil en la historia patria. - saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario