domingo, 3 de mayo de 2015

El Mayo Francés

                                                                                                                                                                            




L´odeur du monde a Changé
George Duhamel

We want the world and we want it… Now!
The Doors.

En el ensayo de Lance Morrow: 1968, Como una hoja de cuchillo. El año que cercenó el pasado del futuro, aparecido en la revista TIME de enero de 1988, se nos da un recuento, como pocos, de los acontecimientos extraordinarios que hicieron cambiar la manera de ver el mundo en aquel final de década.
En ese año el Viet Cong lanzó la ofensiva de Tet que hizo tambalear el poderío militar norteamericano en Indochina; fueron asesinados Martin Luther King Jr., y Robert Kennedy; aparecieron las primeras y espeluznantes fotografías de la hambruna en Biafra; en el mismo año los tanques soviéticos aplastaron la insurrección en Checoeslovaquia; se llevó a cabo la masacre de la plaza de Tlatelolco en la ciudad de México, apenas horas antes de la apertura oficial de las Olimpiadas; se estrenó en Broadway la obra Hair; Nixon fue electo presidente y el Apollo 8 llegaba a la luna.
Estos fueron algunos de los eventos que la prensa diaria, y sobre todo la televisión llevó a los hogares del mundo; la gente se esforzaba en comprender que era lo que sucedía a su alrededor.
Ese annus miralbilis de 1968- como lo llamó Morrow- también marcó una época inolvidable, la rebelión estudiantil, la revolución por un mundo nuevo, la violencia en las calles, las huelgas y las marchas de una fuerza nueva e ignorada hasta el momento: el poder joven que, con la música de Hedrix, Joplin, Dylan y los Beatles, hizo pasar noches de insomnio a los líderes políticos más poderosos del planeta.
Fue algo como una corriente eléctrica de alto voltaje que saltaba de ciudad en ciudad, de país en país y llenaba las plazas de jóvenes de pelo largo, de chicas sin brassiers debajo de las vaporosas blusas, de líderes radicales que propugnaban profundas reformas, de grupos de agresivos muchachos que asaltaban edificios y capturaban rehenes, fumaban marihuana y quemaban banderas.
También fue el año de la represión policial más brutal de que se tenga memoria.
Pacifismo, igualdad racial y sexual, amor libre, hermandad, experiencias psicodélicas, la búsqueda religiosa, libertad, tolerancia, los jóvenes al poder… eran algunas de las ideas que aquellos grupos contestatarios y anti-stablishment proponían a un mundo sumergido en guerra, corrupción, racismo e injusticia. ¿Quiénes eran estos jóvenes? ¿De donde surgieron esos muchachos de ideas peligrosas, música infernal y vestimentas estrafalarias? ¿Por qué no obedecían los estudiantes a las autoridades?; tales fueron algunas de las preguntas que se hicieron los burócratas de la comunidad internacional encargados de reprimir el desorden.
Esta es la historia de uno de estos focos de rebelión que estremecieron al mundo, el lugar: Francia; la fecha: Mayo del annus mirabilis de 1968.
El anciano líder y héroe de la Segunda Guerra Mundial, General Charles De Gaulle de 77 años de edad, disfrutaba de un alto prestigio mundial; era el Presidente de Francia, respetado y admirado por su pueblo por haber llevado al país al momento estelar que vivía.
La Quinta República transcurría en paz, la economía se mostraba pujante, las fábricas producían bienes que abastecían Francia y a los mercados internacionales, los años de reconstrucción eran solo un recuerdo.
Atrás habían quedado los difíciles momentos de la independencia de Argelia y se pregonaba el ideal de un Québec libre. Francia se iniciaba con buen pie en el Mercado Común Europeo sin mayores trastornos económicos.
Por iniciativa de De Gaulle, las fuerzas armadas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte fueron retiradas del suelo galo, y en su lugar, un poderoso ejército nacional con capacidad nuclear mostró al mundo su nueva y orgullosa faz.
Aprovechando su prestigio, De Gaulle estaba intercediendo entre los E.E.U.U. y el gobierno de Vietnam del Norte para poder sentar en una mesa de negociación a ambos bandos y buscarle solución pacífica a una guerra sangrienta y agotadora. Ofreció Paris como terreno neutral para el encuentro y a principios de mayo se iniciaron las conversaciones; la prensa internacional estaba atenta a los resultados.
Desde hacía algún tiempo, tanto los obreros como los estudiantes venían mostrándose inquietos; no todo era color de rosa. Para aquel mayo del 68 había en Francia medio millón de desempleados; las escalas de salarios no eran justas en comparación con las ganancias que las grandes empresas producían, ya para el otoño del 67, en Caen y Le Mans se habían producido violentos choques entre la policía y jóvenes trabajadores de diferentes fábricas. Los patronos y cuadros gerenciales se mostraban insensibles a las condiciones laborales de sus empleados y desoían sus peticiones; el paro era ignorado o reprimido con efectividad por la fuerza pública.
Los sindicatos se mostraban incapaces de encausar una lucha organizada para lograr reivindicaciones laborales importantes; se contentaban con nimios aumentos de sueldo, e ignoraban el manejo de los convenios corporativos, en pocas palabras, era una masa laboral explotada, sin coordinación y con una dirigencia de mentalidad atrasada.
Por parte de los estudiantes, la situación era mucho más explosiva; la población estudiantil se había quintuplicado en menos de 20 años; para 1968 existían en Francia 514.000 estudiantes y no había infraestructura suficiente, ni el profesorado para satisfacer las inmensas necesidades.
Francia tenía una política de puertas abiertas, para todo el que quisiera cursar estudios universitarios, cosa que complicaba el problema; las relaciones profesor alumno eran más que imposibles; las clases eran lugares de hacinamiento; la administración entró en crisis; todo resultaba insuficiente.
Antes de 1968, estudiantes y obreros no habían tenido contacto, excepto por esporádicas incursiones de jóvenes idealistas en las filas trabajadoras. Ambos grupos estaban grandemente influenciados por las ideologías de izquierda.
En Nanterre, por ejemplo, donde se estrenaron una de las “soluciones habitacionales y de aulas” de la universidad de Sorbona, instalaciones particularmente feas y poco prácticas desde el punto de vista arquitectónico y funcional, estaba la sede de la Facultad de Letras, que incluían sociología, derecho y economía, y era el punto de mayor concentración de los “cabezas calientes” y revolucionarios de la universidad.
Había grupos pro-chinos, troskistas, anarquistas, pro-vietnam, comités revolucionarios comunistas, guevaristas, fidelistas, juventudes marxistas-leninistas, que a duras penas convivían con los estudiantes de grupos de la extrema derecha como las fuerzas de choque de derecha, células de la organización del ejército secreto, grupos fascistas, la federación nacional de estudiantes de Francia que era pro-gaullista y otros grupos de oscuras siglas.
Una cosa era cierta, la juventud universitaria francesa estaba altamente politizada y organizada, no era de extrañar entonces que de este caldo de cultivo surgiera aquel “Movimiento del 22 de marzo” que se había adjudicado los atentados con explosivos contra las oficinas de la TWA, Bank of America, Chase Maniatan Bank y American Express y donde Daniel Cohn Bendit, un joven de 23 años ya era un activista.
En España se venían dando grandes manifestaciones estudiantiles en contra del franquismo. La prensa diaria traía noticias de revueltas en las universidades de Alemania, Italia y sobre todo, Inglaterra, donde los enfrentamientos con la policía habían sido particularmente duros.
Las juventudes de todo el mundo se mostraban efervescentes, llenas de energía y con ánimos de cambiar el presente; el futuro les pertenecía.
La televisión jugó un papel muy importante, las imágenes de las manifestaciones en todos los continentes, desde Tokio hasta el Cairo, de las calles de Panamá a las de Berkeley en California, se mostraban a las pocas horas en los aparatos receptores; los jóvenes se reconocían, sabían que no estaban solos en la lucha, que las causas eran comunes.
Entre finales de abril y principios de mayo, un grupo de jóvenes rebeldes interrumpió las clases y otras actividades en la Universidad de Columbia, tomaron en una rápida acción el edificio de la administración y la oficina del rector, paralizando esa prestigiosa casa de altos estudios newyorkina, la respuesta policial fue más que brutal.
Toma del rectorado por estudiantes, Columbia University
Aquellas imágenes le dieron la vuelta al mundo provocando un recrudecimiento de las acciones juveniles, para los que presenciaron la violencia en la comodidad de sus hogares pareció que una reacción en cadena se había desatado, las válvulas de control institucional parecieron estallar y la acción se desbordó.

El jueves 2 de mayo salía Georges Pompidou, para ese entonces Primer Ministro, del aeropuerto de Orly rumbo a Irán en un viaje oficial que terminaría en Afganistán. A sus espaldas dejaba a un ministro de educación (Alain Peyrefitte) tribulado con unos estudiantes cada vez más inquietos. Desde hacía algún tiempo se venían dando violentos choques entre estudiantes de la extrema izquierda y los de la extrema derecha; los motivos tenían que ver con asuntos de territorialidad y dominio en la universidad, pero los temas de los exámenes y las libertades sexuales de los estudiantes residentes en los dormitorios de Nanterre cambiaron las agendas, sobre todo cuando la administración de la universidad determinó segregar a las muchachas de los jóvenes.

Cuando la violencia aumentó, el Decano, horrorizado por la situación, decide cerrar la facultad por tiempo indefinido. Cohn-Bendit (se le conocía también por su apodo, Dany El Rojo) y cinco otros dirigentes estudiantiles son citados por el Consejo Disciplinario de la Universidad de París para que respondieran a cargos por incitación al desorden público.
Al día siguiente, unos quinientos manifestantes se reunieron en la Sorbona, todos de izquierda y armados con cabillas y piedras para en caso que aparecieran las bandas de derecha. Protestaban por el cierra de Nanterre y por las citaciones de sus camaradas; el sitio era el Patio de Honor, rodeado de edificios llenos de aulas donde miles de estudiantes asistían a sus clases, tratando de ignorar al grupo que afuera gritaba consignas.
Jean Rochen, Rector de la Universidad de París, temía que el patio se convirtiera en un campo de batalla si los grupos de derecha se hacían presentes; debido a lo caldeado del ambiente decidió pedir ayuda. Sostuvo una conversación telefónica con el Ministro de Educación y entre ambos concluyeron que lo mejor era llamar a la policía.
Nadie lo supuso en ese momento pero el primer error de una tragedia se había desatado.
Cuando las fuerzas del orden público rodearon a los manifestantes eran las cinco de la tarde, una multitud de estudiantes observaba silenciosa y en expectativa; luego de unas conversaciones los estudiantes se rindieron y, escoltados por los policías vestidos de negro, fueron llevados a las negras furgonetas enrejadas; el espectáculo fue cuando menos provocador e insultante para la comunidad estudiantil; muchachas y muchachos esposados, compañeros de juventud arrestados por aquellas fuerzas invasoras en sus propias narices, en su Universidad… Primero fueron los gritos protestando el trato, la multitud empezó a moverse, a bajar de los edificios, comenzaron a tirar cosas, se lanzaron las primeras piedras, los gritos aumentaron, en cuestión de segundos los parabrisas de las jaulas policiales estallaron; los primeros heridos cayeron al suelo y el patio olió a sangre y miedo; pronto el humo de los gases cubrieron el lugar, algunos vehículos fueron volteados y el motín se tornó salvaje… La revolución había empezado.
Aquella jornada de violencia se prolongó hasta altas horas de la noche; hubo 596 detenciones y casi tantos heridos.
La torpe acción del gobierno hizo, que gente que no tenía nada que ver con los incidentes ni con las ideas que lo motivaron sintieran simpatía por los jóvenes, los vecinos de la universidad fueron los primeros en apoyarlos, durante los sucesos, la policía había reaccionado primero a la defensiva, pero ante el acoso ciego de la masa, perdió el control y se ensañó con quien pasara por delante.
La Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF), convocó para ese lunes 6 de mayo una marcha de solidaridad con los compañeros que ese día comparecería ante el Concejo Disciplinario.
La respuesta de los estudiantes a la “violación” de La Sorbona fue inmediata, en Grenoble, Montpellier, Dijon, Burdeos y otras ciudades del país se hicieron manifestaciones en apoyo a los estudiantes y repudio al gobierno. Cinco mil estudiantes se congregaron a las nueve de la mañana e iniciaron una ruidosa marcha con gritos de “abajo la represión” y “fuera Roche” a todo lo largo del Barrio Latino.
Mientras tanto, Cohn-Bendit con su fino sentido de la oportunidad y el espectáculo, fue escoltado ante las autoridades del Consejo; llevaba el puño levantado y cantaba La Internacional.
A la marcha se habían unido una veintena de profesores y cientos de estudiantes de secundaria, adolescentes entre 15 y 17 años que, a partir de ese momento, se convertirían en verdaderos revolucionarios y cuya presencia le daría a las marchas esa aura de candor e inocencia que conmovía a los espectadores y mal ponía ante la opinión pública cualquier medida dura del gobierno.
Los distintos liceos del país estaban organizados por una organización llamada CAL (Comité d’ Action Lycéen), una facción de la extrema izquierda que había aglutinado adolescentes en causas pro-vietnamitas, y que resultó uno de los grupos más combativos de la revolución.
A la altura del Boulevard Saint-Germain ya la marcha contaba con unos siete mil manifestantes, fue cuando se produjo el primer choque con la policía, aparecieron los camiones de los bomberos que apoyaban a los gendarmes con sus potentes chorros de agua, llegaron más refuerzos para ambos lados; casi todo el Barrio Latino se cubrió con una irritante nube de gases lacrimógenos mientras los jóvenes contraatacaban con palos, ladrillos y bombas molotov, se organizaban como podían.
Diez mil jóvenes batallaron por 12 largas horas; aquel lunes terminó con más de 600 lesionados entre estudiantes y policías y 422 detenidos.
Según la cronología de eventos del periódico Le Monde, esa semana fue particularmente desastrosa y debilitante para el gobierno. El General De Gaulle se mostraba distante e inconmovible; para él, la situación era meramente de orden público; los que manejaban la crisis confiaban en la solución policial; su posición se resumía en “cerrar La Sorbona, restituir el orden y hacerlo lo más pronto posible.”
Para los estudiantes fueron días de entrenamiento intensivo en guerrilla urbana, el cual aprobaron con honores, los jóvenes tenían el espíritu en alto; reinaba un ambiente de camaradería entre los tomistas; se organizaban mítines, tropas de asalto, grupos de asistencia médica, de provisiones y gran cantidad de mensajeros iban de un lado a otro.
El activista Daniel Cohn-Bendit (Dany el Rojo)
Algunos líderes se destacaban más que otros; Jacques Sauvageot, Presidente de la Unión Nacional de Estudiantes, aglutinaba en su entorno una enorme influencia; pero fue Daniel Cohn-Bendit, nacido en Francia pero de padres alemanes y quien a los 18 años había adquirido la nacionalidad alemana (permanecía en Francia con un permiso de residencia mientras terminaba sus estudios), quien con su enorme facilidad de palabra y extraordinaria presencia incendiaba los ánimos.
 Todos estos jóvenes trabajaban las 24 horas sobre las bases ideológicas de la Nueva Izquierda, que en realidad se trataba de una discusión interminable de ideas y posiciones de intelectuales franceses, en toda una amplísima gama especulativa que iba desde el marxismo cristiano pasando por el dogmatismo stalinista y la teoría maoísta y cayendo en las criticas de Gilles, Breton, Malraux, Marcuse, Althusser, Deleuze, Sastre, Foucault y tantos otros, salpicado este revoltillo de ideas con temas de terapia gestalt, anarquismo, budismo, y hasta ocultismo, con lo que quiero decir que se trataba de un período importante de producción de ideas, donde ninguna privó en realidad.
Para el pensador Bernard Henri-Levi “Mayo de 1968 constituye una de las más negras fechas de la historia del socialismo” alude que fue durante esta revolución que el socialismo rompió definitivamente con el marxismo para seguir la línea ortodoxa del estalinismo. Fue sin duda una época tumultuosa, confusa y rica en matices.
Para ilustrar los extremos a que se llegaron durante las discusiones entre los estudiantes y las autoridades, revisamos un manifiesto que hicieron los estudiantes representados por Marc Savageot, Vicepresidente de la UNEF, sobre el asunto de los exámenes: “Los estudiantes tienen el poder, en los exámenes, de utilizar sus notas, apuntes, libros. Deben poder trabajar en grupos como lo hacen durante todo el año. El principio de disertación sobre un tema único y obligatorio tiene que desparecer.”
El Ministro Alain Peyrefitte recibía este tipo de peticiones con consternación y asombro; las conversaciones se hacían difíciles, el diálogo era imposible ante la intransigencia de las partes; era la Vieja República frente a una generación que pisaba los movedizos terrenos de la anarquía y el nihilismo. Lo más desconcertante de aquella situación era que ningún grupo político controlaba aquel movimiento, ni los comunistas, ni los socialistas ni siquiera los anarquistas comandaban las acciones, ninguno de los líderes espontáneos seguía ningún plan.
La posición de los jóvenes era monolítica, mientras no sacaran la policía del Barrio Latino, hubiera una amnistía general y se reabriera la universidad, no habría negociaciones. Las manifestaciones se sucedían unas tras otras; las calles de París eran recorridas por eufóricos estudiantes ondeando banderas rojas y negras.
Ya era imposible ignorar la situación; la discusión sobre la materia se llevó al seno de la Asamblea Nacional; en el Consejo de Ministros se seguía sosteniendo que se trataba de revoltosos profesionales ajenos a la Universidad los provocadores de la crisis. François Mitterrand, Presidente de la Federación Izquierdista, declaraba en la Cámara: “Si bien es cierto que la juventud no siempre tiene la razón, la sociedad que se burla de ella, que la ignora y que la golpea, está siempre equivocada.”
Así fue como se llegó, sin que nadie lo sospechara, a los trágicos y gloriosos acontecimientos del viernes 10 y el sábado 11 de mayo, la noche de las barricadas.



Una marcha de liceístas, unos 5.000, se dieron cita para marchar sobre la plaza Denfert-Rocherau. Estos adolescentes, animados por sus sueños de revolución, protestaban en contra del gobierno y pedían por la libertad de sus camaradas detenidos. Pronto se les unieron sus mayores, los estudiantes universitarios con los que conformaron unos 15.000 manifestantes.
Los negociadores de la policía les prometieron que se retirarían de la universidad, pero la muchedumbre continuó la marcha hacia la Santé, donde estaban encarcelados sus compañeros. Un cordón policial les impidió el acceso; a partir de ese punto los organizadores de la marcha perdieron el control; la policía había bloqueado las calles estratégicamente, obligándolos a dar marchas y contramarchas, la maniobra estaba resultando pero los estudiantes se dieron cuenta de que querían encajonarlos en el Barrio Latino y aplastarlos allí.
Fue cuando, movida por un instinto de protección, la multitud se desparramó por todas las calles de acceso; despegaban adoquines de las calzadas, arrancaron rejas, voltearon vehículos, desmantelaron construcciones; los postes, las señalizaciones la basura, escombros, todo lo que fuera útil se usó para levantar enormes diques que bloqueaban las entradas.
Las autoridades universitarias dominadas por un enorme nerviosismo al ver cómo, a lado y lado de las barricadas, las fuerzas se concentraban y el asalto era eminente, trataron de negociar hasta el último minuto. Fueron horas de espera en medio de una extraordinaria tensión; los estudiantes por un lado preparados a vender caras sus  posiciones, y por otro lado el ensamblaje más grande de fuerza pública que París hubiera visto, seguros de poder acabar con la insurrección de manera rápida y restablecer la paz en su territorio.
A las 2:30 de la madrugada el asedio comenzó; la decisión del ataque la tuvo un pequeño Estado Mayor de los hombres más poderoso del gobierno, que tampoco se dieron cuenta de que las cosas podrían ponerse peor, el Rector fue el único que opinó tardíamente en contra de iniciar las acciones.
Los combates fueron brutales, cuerpo a cuerpo; el fuego se apoderó de las barricadas y el resplandor fantasmal de aquellas piras iluminaron el malestar de la cultura.
Patrick Seale y Maureen McCouville, ambos corresponsales del diario inglés The Observer, fueron testigos presenciales de los hechos y escribieron un libro documento titulado La revolución francesa de 1968. Tomamos de allí el siguiente reporte:
“A la luz de los incendios y entre las acres nubes de gases, prosiguió durante 4 horas la furiosa batalla. Los policías lanzaron una carga tras otras, expulsando a los estudiantes de sus barricadas y cercándolos en un campo atrincherado cada vez más reducido y del que solo podían salir desafiando la furia de las porras y de las culatas de los fusiles.
Los moradores del barrio quedaron horrorizados ante esta brutal operación de limpieza. Dieron comida y bebida a los sublevados; los rociaron con agua para disipar los gases y acogieron a los estudiantes fugitivos, de los que, con frecuencia, fueron sacados por la policía. Una joven que no había tomado parte en la manifestación, vio asaltada su habitación por los policías, los cuales la desnudaron y la arrojaron a la calle.
Los propios voluntarios de la Cruz Roja cayeron a veces bajo los porrazos y algunos heridos fueron arrancados de las camillas para ser golpeados nuevamente. Muchachos y muchachas se lanzaron a la refriega con una decisión y un valor increíble. Para sus jóvenes mentes exaltadas, había llegado la ocasión de participar en la heroica revolución de Fanon, de Guevara y de Debray, que les entusiasmaba desde hacía largo tiempo. Era su Vietnam. En los acontecimientos de aquella noche, hubo un aspecto “cinematográfico”, no solo a causa de la dramática decoración, sino también porque los jóvenes actores tenían conciencia del papel que representaban. Con extraordinaria seriedad, jugaban el juego de las guerrillas; hacían su “revolución colonial” en el corazón de una capital accidental. En este juego de guerra, los policías, siniestros y terroríficos, enmascarados con cascos, provistos de gruesas gafas protectoras, vestidos de negro brillante de la cabeza a los pies, eran los espíritus maléficos que iniciaban a los inocentes en la crueldad y la bestialidad del mundo.
Es en tales momentos que la política se apodera para siempre de los espíritus. “De Gaulle, asesino!”, rugieron millones de de voces jóvenes”.
Todos estos acontecimientos fueron transmitidos en vivo y directo por estaciones de radio locales.


George Pompidou regresó a París el sábado 11 de mayo en la noche. Había sido informado de todos los acontecimientos y de que la Sorbona estaba bajo control policial; las barricadas habían sucumbido.
Aprovechando que nadie podía culparlo de nada, debido a su ausencia, quiso imprimirle un giro distinto a los acontecimientos; anuncia en cadena nacional que acepta todas las condiciones de los estudiantes; su tono es conciliatorio, tratando de evitar la posición “dura” de De Gaulle. Pero era demasiado tarde.

La Universidad de Estraburgo se levantó en pie de guerra, así como otros institutos educativos en Francia y para colmo, los dos sindicatos más poderosos del país, la CGT y la CFDT, junto a la Federación de Profesores de Francia, convocaron para el lunes 13 a una manifestación en París en apoyo a los estudiantes y para repudiar las acciones del gobierno.
Aquel lunes el gobierno cayó en cuenta de sus errores; por coincidencia ese día celebraba De Gaulle el décimo aniversario del “Putsch de Argel” que lo llevó al poder; la celebración se le tornó agria y Francia toda se conmovió cuando casi un millón de personas desfiló desde la Gare de L’ Est hasta la plaza Denfert-Rochereau. La lucha había tomado aun peligroso cariz obrero.
Frente a este inmenso mar de gente iban tomados de los brazos Geismar Sauvageot y Cohn-Bendit; luego marchaban los dirigentes sindicales Georges Séguy (CGT) y Eugene Descamps (CFDT) y, relegados en un cuarto plano, los políticos de la izquierda, entre ellos Mitterrand, cosa que demostraba el descontrol político de los acontecimientos; pero este hecho los hizo reaccionar y empezó por parte de ellos un desesperado esfuerzo por tomar la rienda de los eventos.
Los estudiantes, inteligentemente, al verse apoyados por los trabajadores concentraron sus esfuerzos en dos áreas fundamentales: la reforma universitaria y la identidad de causas con los trabajadores.
En uno de sus primeros manifiestos, declaraban al país:
La Sorbona era y debía ser autónoma y popular.
La policía fue acusada de usar gases de guerra contra los estudiantes y se pidió la renuncia del Ministro del Interior Christian Fouchet.
La lucha obrera y estudiantil eran idénticas.
Se pedía una hora de televisión para que los estudiantes dieran a conocer su posición.
La euforia era general; de alguna manera los franceses sentían que algo estaba pasando, algo nuevo e irrepetible; la mayoría del público veía con simpatía lo que ocurría, y alrededor de los televisores se concentró la gente en espera del próximo noticiero que, con un férreo control, el gobierno manipulaba.
Daniel y Grabiel Cohn-Bendit lograron ensamblar, con la urgencia del caso, una ideología propia que unía a trabajadores y estudiantes; la llamaron “resistencia espontánea”; comprendieron que los uno y los otros estaban separados por un abismo económico y de clase enorme; era el trabajador quien en realidad sufría la injusticia social; los estudiantes, en cambio, casi todos de clase media, luchaban por cambios en la estructura jerárquica de la sociedad, en contra de la opresión en medio del confort. Pero en las calles, todos comulgaban con la revolución, con ese sueño Marcusiano de construir un mundo sin el dominio ni la explotación del hombre por el hombre.
Se exigió que los jóvenes obreros y aprendices pudieran vivir en la universidad, comer en la cafetería y asistir a las prácticas.
Los trabajadores, por su parte, inmersos, en su gran mayoría, en el pensamiento social de izquierda y con ánimos de compartir la gestión de sus empresas, se vieron envueltos en complicadas situaciones.
Desde el primer momento se dieron cuenta de que eran ellos quienes hacían la diferencia para que la revolución pudiera triunfar. En realidad eran muy pocos los “puntos de contacto” entre estudiantes y obreros; los primeros eran demasiado jóvenes, radicales y sus experiencias estaban bastante alejadas de la realidad de una fábrica, de una relación obrero-patronal, de un “ganarse la vida con el sudor de la frente”. Pero fueron los estudiantes quienes proporcionaron las bases ideológicas de aquella unión que, en una primera instancia, no pasó de un gesto de simpatía de los trabajadores para con los estudiantes, y que luego fue aprovechado por los grandes sindicatos para hacerse espacio político en un sistema que había ignorado estas fuerzas por mucho tiempo.
 A partir de ese lunes 13 de mayo, las cosas tomaron un matiz político diferente. Pompidou liberó a los estudiantes, retiró la policía de La Sorbona; ésta fue tomada por los estudiantes quienes iniciaron una serie de experimentos en la autogestión, convirtiendo la universidad en una inmensa comuna.
Aparecieron entonces las pintas y muros de toda la universidad que reflejaría la filosofía de aquellos momentos: “La imaginación al poder”, “prohibido prohibir”, y otras más fuertes como “camaradas, la humanidad será libre y feliz cuando el último de los capitalistas haya sido ahorcado con las tripas del “ultimo burócrata estaliniano” o “une revolution qui demande que l´on se sacrifice pour elle este une revolution a la papa”.
Se escribían y decían cosas que salían del alma, con fervor, con rabia, con esperanza…
El camino para las reformas universitarias, pensaba el gobierno, dentro de lo razonable, estaba libre.
La idea de Pompidou, brillante y riesgosa, era dejar que los estudiantes cayeran por su propio peso, su anarquía los consumiría.
Las reuniones de paz ya se habían iniciado entre los representantes de los EE.UU y Vietnam del Norte en este incómodo ambiente. De Gaulle, en un gesto que muchos consideraron orgulloso e irresponsable, partió el martes 14 hacia Rumania en viaje oficial. Dejaba a su hombre de confianza con instrucciones de acabar con los desórdenes.
Ese mismo martes, una fábrica de aviación a las afueras de Nantes entró en huelga; los obreros tomaron la planta.
Otra fábrica de Cleón, ésta vez de la Renault, tuvo problemas con algunos empleados que se negaron a trabajar. Así empezó una huelga general que paralizó a Francia hasta mediados de junio y llevó al país al borde de una guerra civil.
En todas las plantas de la Renault, la rebelión fue tomando fuerza; no sólo los obreros no trabajaban sino que tomaban los talleres y plantas, no se movían de allí ni para dormir; varios de sus directores fueron secuestrados y encerrados en los edificios de administración.
Pero algo sucedía con los dirigentes sindicalistas. La CGT, que era el gremio más grande, no controlaba su base; la dirigencia temía que grupos extremistas pasaran por sobre los más ortodoxos comunistas y se apoderaran del sindicato; veían con malos ojos que su gente se mezclara con los estudiantes, por lo que la orden de cautela y restricción fue enviada por toda la estructura.
En muchas de estas tomas, los estudiantes fueron rechazados cuando estos buscaron unirse a los obreros huelguistas; empezó entonces una política de distanciamiento; los sindicalistas no deseaban que un “contagio extremista” enfermara a sus afiliados, aunque la menos grande CFDT sí dio su apoyo resuelto a la causa estudiantil.
En la cúpula sindical empezó una lucha por el poder.
El jueves, los estudiantes siguieron haciendo de las suyas al tomar al vetusto y honorable teatro Odeón, y había planes de avanzar y capturar la Maison de la Radio, cosa que no lograron al no recibir el apoyo de los trabajadores. La imagen del gobierno se deterioraba rápidamente, su debilidad era evidente; lo que había hecho era ceder y ceder.
Para el 22 de mayo había en Francia más de 9 millones de personas en huelga: los trenes, el correo, líneas aéreas, empresas metalúrgicas, conglomerados químicos, la industria automotriz, labriegos y demás trabajadores del campo, empresas de construcción, de telecomunicaciones, gran parte del comercio y de los servicios públicos estaban parados.
Los bancos empezaron a sufrir una seria falta de liquides; faltaba gasolina, la basura inundaba las calles.
Desde que De Gaulle regresó de Rumania (había acortado su visita) su intención fue sacar al ejército a la calle y parar aquella insensatez de una vez por todas.
Fue Pompidou el único que pudo contener los ánimos combativos del viejo General y tratar de llevar los acontecimientos por el lado de las negociaciones; el plan era desgastar, minar la resistencia, otorgar concesiones que de todas formas había que darlas.
Participación y reforma, era la carta que jugaba el premier.
Apenas el día anterior, los intelectuales, entre los que se encontraban: Natalie Sarraute, Sastre, Simon de Beauvoir y Margarita Duras y muchos otros, habían firmado un manifiesto en la Sociedad de Hombres de Letras a favor de la revolución y en contra del gobierno.
Ese 22 de mayo se tomó la decisión de sacar la policía a la calle y la apostaron frente a La Sorbona; también se prohibió la entrada al país de Cohn-Bendit, quien se encontraba fuera.
París lucía sucia y descuidada; se empezaba a sentir el desabastecimiento; los EE.UU intercambiaban notas de protesta con los rusos acusándolos de tratar de boicotear las conversaciones de paz incitando la crisis en Francia.
Fueron convocados los reservistas a las fuerzas policiales, mientras De Gaulle pasaba revista a sus cuarteles. En ciudades como Nantes se dio un experimento revolucionario sin precedentes; los trabajadores se organizaron para sostener un auto-gobierno, se preparó y funcionó un efectivísimo sistema de abastecimiento, aislaron la ciudad del resto del país cerrando las vías de acceso, trabajaron con solo los recursos locales y probaron ser autosuficientes.
Pero a pesar de toda la buena voluntad de los trabajadores, la realidad y la teoría entraban en conflicto; Theodore Roszak en su obra The Making of a Counter Culture nos comenta: “Con seguridad la piedra de toque del asunto será: ¿Cuan listos estarían los trabajadores de desbandar sectores enteros del aparato industrial para alcanzar otros fines que no fueran las de producción eficiente y con un alto consumo? ¿Cuánta voluntad tendrían en apartar prioridades tecnocráticas a favor de una nueva simplificación de la vida, de una desaceleración del ritmo social? ¿Estarían los trabajadores de la Renault dispuestos a considerar el cierre de la industria en base a que los carros son más una molestia que una conveniencia en nuestras vidas? ¿Estarían los trabajadores en la aviación dispuestos a borrar los planes del Concorde SST debido a que la nave, un milagro de la ingeniería aeronáutica, por seguro se convertirá en una monstruosidad social? ¿Los trabajadores en la industria de municiones estarían preparados a terminar con la producción para la Force de Frappe, debido a que el balance de terror es una de las más viles ofensas de la tecnocracia? Yo creo que la respuesta es “no”. La composición social de la tecnocracia se alteraría, pero el cambio equivaldría nada más que a una ampliación en la base en que descansan los imperativos de la tecnocracia”.
La decisión de De Gaulle de hablar al país en cadena nacional, el viernes 24, interfirió con los planes de Pompidou quien, tras dificultosas negociaciones, había logrado preparar una reunión entre sindicatos y patronos. Tuvo que retrasarla.
El discurso en general fue una pieza de oratoria inconveniente y mala. La decepción de los franceses fue profunda. De Gaulle quedó como un viejo torpe y decrépito. Como resultado no solo se encresparon los ánimos nuevamente sino que se torpedeó todo lo ganado por Pompidou.
Además de pedir más poderes para sí, convocó a un referéndum para el 16 de junio con el objeto de afianzar su continuidad como jefe de Estado; en fin, pedía un cheque en blanco.
La violencia estalló de nuevo; esta vez mejor preparados, los estudiantes volvieron a enfrentarse con la policía. Ese viernes hubo dos muertos: un policía y un estudiante; el fragor de la batalla callejera en París llenó de miedo y ansiedad a la mayoría de las personas que no participaban; las sonrisas se esfumaron de los labios; la simpatía se convirtió en temor, y mucha gente comenzó a pensar que la 5ta. República llegaba a su fin. Fue un enfrentamiento salvaje, 800 detenidos, 1.500 heridos, La Sorbona estaba en ruinas, algunos estudiantes y grupos de jóvenes obreros pudieron llegar hasta la Bolsa de París y prendieron una fogata en el piso de las transacciones.
“El poder está en la calle”, “Mientras más hago la revolución, más ganas me dan de hacer el amor”, eran los gritos que se escuchaban en las calles junto a otras consignas más prosaicas y referidas a De Gaulle.
Mientras Pompidou, solo, trataba de mantener la integridad del régimen y maniobraba con sangre fría, los sindicatos alarmados viraban hacia un arreglo con el gobierno; lo que ellos querían eran mejores condiciones salariales, no derrocar al gobierno.
Del 25 al 27 de mayo probó Pompidou sus dotes de negociante; consiguió que las exigencias de los obreros en cuanto a salarios y demás beneficios fueran aceptadas, y discutió con los patronos el espinoso asunto de la co-gestión en las empresas.
Su éxito en las conversaciones fue rotundo; los dirigentes sindicales se levantaron con logros concretos que mostrar a sus afiliados y así alejarlos de los extremistas que solo deseaban la revolución.
Mientras esto sucedía, todo vestigio de orden parecía derrumbarse; el respeto y la credibilidad, factores importantes para mantener un estado de derecho, habían cedido ante los avances de quienes en las calles pedían cambios radicales.
Los dirigentes obreros salieron con aquellos acuerdos, que se les conoció como los “Acuerdos de Grenelle”, y los comunicaron a los huelguistas y demás militantes; aquellos esperaban por fin romper con la huelga, volver a sus trabajos y disfrutar del botín adquirido. Tamaña sorpresa les esperaba cuando de todos los rincones de Francia les llegó un rotundo NO!!!
La masa trabajadora descalificaba a sus líderes, los hacía a un lado y furiosa rugía “Gobierno Popular”.
Inmediatamente De Gaulle acusó a los sindicalistas de querer subvertir el orden, de intentar derrocarlo; los asombrados dirigentes no sabían que hacer; el gobierno los tildaba de golpistas y los obreros de aliarse al gobierno.
Del 27 al 30 de mayo, fueron días negros para Francia; la izquierda  apretó sus esfuerzos en la recomposición de sus cuadros, realizando alianzas, deshaciendo pactos; en fin, buscaba presentar una unidad que pudiera hacerse cargo del gobierno ante la eminente caída. La figura de François Mitterrand fue clave; su ambición y su combatividad como político lo hizo brillar como única opción entre las encontradas fuerzas de izquierda.
Los comunistas lo llamaron a unir esfuerzos y realizar un proyecto de gobierno común; pero Mitterrand no quería verse envuelto con los comunistas; quería, antes de hacer alguna coalición, fortalecerse más aún como líder ante el pueblo de Francia.
De modo que convocó a una rueda de prensa y allí anunció que los días de De Gaulle estaban contados; que él se presentaba como candidato a la presidencia y que ofrecía un equipo de gobierno amplio, que incluiría a todas las tendencias. Los comunistas indignados ante este truco que los dejaba sin participación directa, a pesar de ser ellos, la principal fuerza en la masa obrera, le dieron la espalda a Mitterrand y declararon que estaban dispuestos a conducir el país sin los socialistas.
También entre De Gaulle y Pompidou había tiranteces que resultaron irreconciliables, y hay quienes opinan que Pompidou pensaba que el General entorpecería cualquier intento de reconciliación y vuelta a la paz política.

El miércoles 29 de mayo, cuando todos estaban seguros que Francia sería tomada por los comunistas y De Gaulle derrocado, éste, misteriosamente, desaparece.
Hay muchos detalles que todavía permanecen en secreto, clasificados como material de seguridad nacional.
J.R. Tournoux en su obra Le mois de mai du Genéral, donde recopila las partes oficiales y documentos que fueron producidos durante ese período, nos ilustra sobre el efectivísimo golpe teatral del viejo General que lo coloca milagrosamente, de nuevo, al frente del gobierno.
Tres helicópteros Alouette III despegaban de d´Issy-les-Moulineaux; uno reservado al Presidente, la Primera Dama y el Comandante Flohic, el otro transporta los médicos militares y la guardia presidencial; el último lleva a los gendarmes.
El itinerario oficial era Colombey-les-deux-Englises; la visibilidad, excelente. El General se retiraba a cavilar sobre la situación para luego hacer su anuncio.
A mitad de camino, los helicópteros sorpresivamente aterrizan en la base militar de Saint Dossier donde el General aborda un avión y parte con rumbo desconocido; luego los helicópteros siguen a su destino original; cuando llegan lo hacen sin De Gaulle. Francia entera se desconcierta; ni el mismo Pompidou podía dar información sobre el paradero del Presidente; nadie sabía donde se hallaba.
Mientras la gran mayoría de los franceses entraban en estado de pánico, los comunistas sacaron a las calles a sus hombres quienes desfilaron triunfales desde La Bastilla hasta la estación de Saint Lazare. Medio millón de manifestantes proclamaron un nuevo orden y esa noche designaron al líder comunista Mendes-France como el jefe de la izquierda unida.
El jueves en la mañana aparece De Gaulle, quien en realidad había estado en Alemania, en la base militar de Baden-Baden; se había entrevistado con los generales que estaban al frente de 70.000 tropas francesas de ocupación. Se había asegurado de poder contar con fuerzas de intervención capaces de tomar París rápidamente, para poder detener a los comunistas.
Se puso en contacto con todos sus partidarios; convocó al Consejo de Ministros y a las cuatro de la tarde, pronunció un breve discurso de apenas algunos minutos que le heló la sangre a los izquierdistas.
Habló de una amenaza de dictadura comunista; de una nación desesperada ante una situación de fuerza; disolvió la Asamblea Nacional y se erigió como defensor absoluto de Francia en contra de la infernal empresa totalitaria.
Aquella era la chispa que necesitaba la masa conservadora y pro-gaullista para reaccionar. Todo el miedo al comunismo se desató en una furia incontenible que luego se canalizó en una gran manifestación en apoyo al General y que marchó desde la Plaza La Concordia hasta los Campos Elíseos.
Más de un millón de personas ondeando banderas tricolores y cantando La Marsellesa hicieron acto de presencia; gritaron slogans anti-comunistas. François Mitterrand casi pierde la vida en manos de unos matones gaullistas.
Las acciones se vieron reforzadas con unos movimientos de tropa en la provincia; la policía salió a la calle y sistemáticamente empezó de nuevo su ruda operación de limpieza, desalojando efectivamente a tomistas y huelguistas; estos trabajos duraron hasta mediados de junio.
Todo aquel impresionante despliegue de la izquierda se desplomó cuando los comunistas se negaron a utilizar la fuerza. La confrontación se movió de las calles a las urnas de votación donde los gaullistas ganaron casi todos los asientos en la nueva Asamblea Nacional.
De Gaulle aprovechó la oportunidad e hizo una limpieza de su gabinete; entre las cabezas que rodaron cayó la de Pompidou. El Estado de la economía era deplorable, de modo que un severo régimen de austeridad se aplicó de inmediato.
Francia volvió a la normalidad poco a poco, pero De Gaulle pareció quedar herido y resentido con su pueblo; muchos observadores opinan que su derrota en el referéndum de abril de 1969 fue una consecuencia directa de aquellos eventos de mayo.
Las reformas universitarias se dieron, así como los logros en materia laboral.
Nada quedó igual después de aquel mayo del 68; fue un espasmo que descubrió una realidad solapada y fue desde ese momento que Francia tomó definitivamente el rumbo a la modernidad.
Pero el mayo francés envió su onda de choque por todo el mundo. Creo que no hubo trabajador o estudiante que no supiera de aquel hecho y que no sonriera con satisfacción; fue una demostración de fuerza que resultó en la confirmación de que ningún sistema político podía prescindir de ellos.
En Venezuela se sintió igualmente ese terremoto pero con retardo como en toda Latinoamérica, uno de los poquísimos intelectuales que comentó los hechos mientras sucedían fue Arturo Uslar Pietri, quien desde El Nacional, el 19 de mayo, en un artículo titulado La rebelión de los jóvenes, se cuestionaba con sorpresa: “La juventud está en rebelión contra el mundo que les han hecho los mayores. Lo critican, lo condenan, lo rechazan… no creen en sus luchas, no reconocen sus bienes, sus normas ni mucho menos sus ideales… son sin embargo la generación que ha contado con más ventajas y facilidades para realizarse en la historia…”




El intelectual Juan Calsadilla, en la introducción que amablemente le hizo a mi artículo cuando fue publicado por primera vez en la revista Imagen, en mayo del 88, resume brillantemente las repercusiones de aquel evento en nuestro país: “Una primera derivación del mayo francés fue, en efecto, la toma de la Universidad del Zulia a comienzos de 1969 por grupos anárquicos dirigidos por la izquierda cristiana. Hito que condujo a la formación, por primera vez, de un gobierno estudiantil dentro de aquella universidad así como una secuela de enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los estudiantes, y una serie de “tomas” que pronto se extenderían por todo el país como candela… el impulso insurreccional se extendió hacia Mérida, cuyas calles fueron ocupadas por la oleada de violencia que duró todo el año de 1969…  a la postre dejaron el saldo de varias muertes inútiles, entre éstas la del estudiante Rosas Piña, que sirviera para el montaje de una pieza de teatro donde se utilizaba los muti-media… afloraron los movimientos “Poder Joven” y “Poder Negro”, ideologías culturales de tipo protestatario… la protesta universitaria, cuyo objetivo solicitaba la reforma del sistema educacional, tuvo un éxito relativo en el movimiento de renovación de la Escuela de Letras de la UCV, pero fracasó en las demás ciudades… en Caracas el primer grupo Rajatabla, por entonces protestatario presentaba Tu país está feliz y Venezuela tuya, de Antonio Miranda y Brito García, respectivamente. El Congreso Cultural de Cabimas, convocado para fines de 1970, con el objeto de discutir los problemas del país a la luz de los conflictos universitarios (y tras la asistencia del teórico y poeta alemán Hans Henserberger), extendió el acta de defunción. El Congreso dictaminó que la movilización de masas llevada a los sectores populares, contradecía la legitimidad de una concepción eminentemente universitaria de la revolución”.


 Con estas ideas queda claro que todavía están por escribirse nuevos capítulos del movimiento estudiantil en la historia patria.  -  saulgodoy@gmail.com

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