miércoles, 20 de mayo de 2015

Sobre el derecho a la pornografía


Me ha resultado sumamente difícil decidir por dónde continuar el desarrollo del tema sobre la pornografía; mis investigaciones preliminares me descubrieron un mundo vasto y una historia tan imbricada con la naturaleza humana, que desovillar el tema por el principio, resultaría en un tratado que, por razones de espacio y tiempo, no estaba en mi intención, ni en mi interés realizar.
Decidí atenerme a la interpretación que hace el cultísimo Walter Kendrick del término “Pornografía”, en su libro El Museo Secreto (1987), donde advierte que “la palabra "pornografía" aparece casi siempre entre comillas para significar que aquello de lo que se habla no es una cosa sino un concepto, una estructura de pensamiento que ha cambiado asombrosamente poco desde que apareció hace ya un siglo y medio. Por "pornografía" se entiende un escenario ficticio de peligro y redención, un constante y pequeño melodrama en el que, si bien nuevos actores han reemplazado a los antiguos, los papeles permanecen más o menos iguales a como lo fueron en un principio”
Kendrick afirma que la primera vez que se usó el término pornografía fue a mediado del siglo XIX, cuando los frescos encontrados en Pompeya fueron catalogados con ese término y encerrados en una cámara secreta bajo llave, lejos de la observación del público.
Y para hacer las cosas expeditas, pero no por ello menos profundas, decidí empezar por el final, o sea, por la actualidad, y qué mejor lugar que en el campo del feminismo, y dentro del feminismo, oh, sorpresa, con las feministas radicales que reclaman para la mujer el derecho a la pornografía.
Wendy McElroy, entrevistó a cientos de trabajadoras sexuales (entre ellas a un importante grupo de mujeres que trabajaba para la industria pornográfica) y meditó sobre ese espinoso asunto para su libro XXX: A Woman’s Right to Pornography (no hay traducción al castellano),  en el que nos informa cómo el movimiento feminista se debate entre las siguientes posiciones: 1- La más generalizada es que la pornografía es la expresión de una cultura machista donde las mujeres son cosificadas y explotadas. 2- La segunda en popularidad, es la que combina el respeto por la libre expresión, sumado al principio, que el cuerpo de una mujer es su derecho, lo que resulta en una aceptación de que todos consumimos las palabras e imágenes que queramos y a voluntad (la posición liberal). 3- La tercera es la actitud pro-sexo, según la cual la pornografía beneficia a las mujeres, en este sentido las mujeres deben estar en libertad de participar en estas producciones y en consumirlas con entera libertad, mientras se trate de una decisión personal y sin coerción, es más, la ley debería protegerlas.
Esta última posición la explica la señora McElroy desde el punto de vista de los beneficios personales y políticos para la mujer: Primero, la pornografía le da a la mujer un panorama amplio de sus posibilidades sexuales, tomando en cuenta que, a estas alturas de la historia, algunas mujeres llegan a la madurez sin saber cómo darse placer por medio de la masturbación, lo que implica una sujeción a la ignorancia de su propia sexsualidad.
Segundo, le permite a la mujer una manera “segura” de experimentar opciones y satisfacer su curiosidad; en un mundo “de alto riesgo” la pornografía es una fuente de conocimiento solitario.
Tercero, provee la información emocional de experimentar algo, o bien directamente o como testigo, proveyéndola con esa sensación de lo que sería “sentirlo” en la realidad.
Desde el punto de vista político es ya una ganancia que la mujer pueda interpretar el sexo por ella misma, algunas corrientes antifeministas promueven la vergüenza por esos apetitos y deseos; la pornografía les propone que lo acepten y lo disfruten.
Para nadie es un secreto que en muchas terapias de parejas la propuesta del uso de la pornografía en la intimidad, para mejorar la comunicación y las relaciones sexuales, es común y aceptable (y al parecer, funciona); y si no tiene pareja, es una buena manera de canalizar esas necesidades y combate la soledad, sobre todo en personas que han perdido o no ven a sus parejas por largo tiempo; también parece resultar en parejas, que comparten momentos íntimos con pornografía, haciéndolas menos propensas al adulterio.
El uso de la palabra “degradante”, para asignárselo a representaciones de mujeres en actos sexuales, tiene mucho que ver con la interpretación e intereses de quienes lo califican de esa manera; más que la calificación del acto en sí, debería ser la misma mujer quien defina si un acto es degradante o no, teniendo en cuenta que tratar de convertir a mujeres en “objetos” es no sólo imposible, sino absurdo… los objetos carecen de sexualidad.
El destacar de todos sus atributos y cualidades de la mujer, solamente el sexual, no debería ser degradante, se trata de eso, de resaltar un atributo, de la misma forma que a veces se enfoca a una mujer por su inteligencia o su sentido del humor ¿Por qué es degradante resaltarla sólo en su sexualidad?
Las mujeres han sido sometidas a una cesura despiadada por el hombre por siglos; las leyes anti pornografía, que supuestamente son para proteger la virtud en la sociedad, han degenerado en terribles normativas de control social por medios policiales.
La pornografía, de alguna manera a contribuido a liberar a las mujeres de ese yugo; algunos autores alegan que la pornografía es el equivalente a la libertad de expresión en el campo de lo sexual. También hay quienes afirman que la pornografía funciona como catarsis sexual en los hombres, haciéndolos menos agresivos y disminuyendo el abuso de las mujeres (este punto es discutible, hay argumentos en contrario).
Pero veamos el otro lado de la moneda: para muchas feministas la pornografía es un acto de violencia sexual; asumen que, en la prehistoria, el rapto y la violación era el trato usual que recibían las mujeres, el pene era usado en su contra como arma y que, aún hoy, dentro de la sociedad capitalista, que es esencialmente patriarcal, esa violencia persiste y una de sus manifestaciones es justamente la pornografía.
La sexualidad no deja de tener una pesada carga ideológica, eso que Foucault llamaba “el discurso social”, compuesto de palabras e imágenes; la representación de la mujer como símbolo sexy, en función de obtener ganancias y como producto de consumo, ha desfigurado el rol de la mujer a simple mercancía de intercambio, siendo la pornografía su aspecto más crudo.
Pero quizás el argumento más poderoso contra la pornografía es que ésta genera violencia del hombre contra la mujer, en una relación causa-efecto (este argumento también es discutible, hay soporte estadístico  y estudios de campo para ambas posiciones, a favor y en contra, hay un estudio en particular que explican estas divergencias en los estudios llevado a cabo por los doctores Malamauth, de la Universidad de California, Adison, de la Universidad MacMaster y Koss, de la Universidad de Arizona, del año 2000).
El estudio realizado por el Congreso Norteamericano por la presión de senadores conservadores que participaban en grupos a favor de la censura, el Comité Meese, determinó que la conexión entre pornografía y violencia no tenía base alguna; lo mismo sucedió con el reporte del Grupo de Tarea contra la Violencia de la Mujer, del área Metropolitana de Toronto (1983), no encontró relación entre pornografía y crímenes sexuales. Otros informes, de otros comités y en otros países, demuestran que sí existe una relación entre pornografía y violencia de género, lo que complica la discusión del asunto.
Wendy McElroy afirma en su libro que Japón, donde mucha de su pornografía describe gráficamente la violencia brutal del hombre hacia la mujer, siendo estos materiales abiertamente accesibles para los ciudadanos, la incidencia en el crimen de violación es mínima; sin embargo, en los EEUU, donde existen severas restricciones a la violencia en la pornografía, la incidencia es may
Otras muchas autoras feministas pro-sexo, como la Dra. Leonore Tiefer, o la activista Nadine Strossen, que vienen de círculos académicos y profesionales, se han sumado a este debate, la doctora Catherin Mackinon profesora de la escuela de leyes de la Universidad de Harvard, es de la opinión que quien consume pornografía  se asocia a la prostitución pagada, estos argumentos se
presentan abiertamente en programas de televisión, conferencias y artículos.
Me parece no sólo interesante, sino democrático, ventilar estos asuntos en la opinión pública; lo que me llama la atención es que son fundamentalmente mujeres las que están liderando la discusión.
En un país tan violento como la Venezuela de este momento, y con una condición de abuso hacia la mujer de carácter endémico, sería interesante realizar un estudio para examinar la relación pornografía-violencia y su incidencia en crímenes de este tipo. -  saulgodoy@gmail.com


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