lunes, 27 de julio de 2015

La teología de la liberación


En noviembre de 1969 cae abatido por la policía, el terrorista comunista Carlos Marighela en una calle de Sao Paulo, detrás dejaba un largo historial de atentados, robos a bancos, asesinatos, secuestros (entre ellos el del embajador norteamericano Charles Burke Elbrik), era el líder del grupo subversivo Acción Libertadora Nacional (ALN), una de las fuerzas más virulentas en contra del Progreso y el Orden de Brasil.
Lo que ya sabía los cuerpos de inteligencia del Estado, y que se confirmó luego de la muerte de Marighela, era la participación de un gran número de sacerdotes, sobre todo de dominicos, que formaban parte de la organización criminal y prestaban apoyo a los planes de infiltración de los comunistas, de hecho, la responsabilidad de organizar la guerrilla rural en el eje Belén-Brasilia, era de un fraile dominico.
Ya las autoridades habían confrontado a los sacerdotes revolucionarios en varias zonas industriales del país, organizaban a los obreros en las fábricas predicando la violencia como instrumento legitimo para alcanzar la justicia social, muchos de ellos fueron arrestados y deportados por incitar a la población a la revuelta.
Fueron unos años críticos para la paz social en Brasil, la teología de la liberación era como la gasolina que se regaba sobre la brasa ardiente de los ingentes problemas que aquejaban a esa sociedad.
Tiempo después, la policía pudo determinar que, parte importante del financiamiento y logística para estos grupos violentos provenían de Cuba.
Carlos Marighela, sin embargo sería más recordado, por un libro que escribió, El minimanual del guerrillero urbano, una obra que se convirtió en la biblia para las Brigadas Rojas en Italia, el grupo Baader-Meinhoff en Alemania, los Tupamaros en Uruguay y Sendero Luminoso en el Perú entre otros.
Todo este espiral de violencia tuvo su detonante en la II Asamblea General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) celebrado en la ciudad de Medellín, Colombia, entre el 26 de Agosto al 6 de septiembre de 1968, allí, los sacerdotes que habían sido contaminados por el marxismo más radical, presentaron 16 documentos donde  abogaban por la violencia y el levantamiento popular para derrotar a las oligarquías y los gobiernos de la región, consideraban deber de la Iglesia estar del lado de los pobres y organizarlos para llevarlos a la reivindicación de sus derechos humanos.
Hubo posiciones tan extremas como la del padre Joseph Comblin del Instituto Teológico de Recife que pedía la instauración de un soviet eclesiástico para gobernar la iglesia.
Estas ideas tenían unos interesantes antecedentes en los sacerdotes-obreros en Francia en los años cincuenta, en la “Misión Francia” donde ya el marxismo marcaba la tendencia ideológica de un neocristianismo militante, en Brasil  para 1957 se inicia el movimiento de Comunidades de Base, inspirados entre otros, por el maestro de escuela Paulo Freire, quien desarrolló un sistema de alfabetización basado en la indoctrinación comunista, al mejor estilo gramsciano.
Estas posiciones casi crearon un cisma, las discusiones que se iban a centrar en torno al Concilio Vaticano II se tornaron agrias y el Vaticano cayó en cuenta que sus pastores en Latinoamérica habían sido infiltrados por los comunistas, la Unión Soviética y Cuba habían hecho un buen trabajo, buena parte de la organización eclesiástica servía ahora a otros intereses, fue cuando se escuchó con insistencia la tesis que Cristo era socialista.
El mundo se enteró de personajes como Paulo Evaristo Arns, Hélder Cámara, Fray Beto, el franciscano Leonardo Boff, y el sacerdote-guerrillero Camilo Torres, colombiano, quien murió en 1966 luchando en las filas del ELN y otros muchos sacerdotes (entre los venezolanos estaban Nelson Casique y el padre Pedro Trigo) que estaban dispuestos a organizar al pueblo en armas y consideraban que era obligación de la Iglesia apoyarlos.
Joseph Ratzinger, cardenal encargado de la Defensa de la Fé en el Vaticano no tuvo un momento de descanso a partir de este momento, afortunadamente la talla intelectual del que luego fue el Papa Benedicto XVI, probó ser de altísimo vuelo, produciendo sendos documentos como el Libertatis Nuntius (1984) y el Libertatis Concientia (1986) donde refutaba todas las posiciones de los teólogos de la liberación y poniendo en cintura a los curas guerrilleros.
Pero ya el daño estaba hecho, para cuando se levantó la reunión del CELAM la iglesia roja estaba trabajando en las montañas de Nicaragua, en las selvas de Guatemala, en las principales ciudades de El Salvador, México, Perú y digamos poco del cono sur, que ya estaba en llamas.
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Fidel Castro había logrado transferir el odio de clases a los curas comunistas, odio a las élites, a los industriales, a los de pensamiento de derecha, a los políticos demócratas, a las instituciones, hizo que una parte de la iglesia se incorporara como engranaje fundamental en la subversión armada, los hizo, en una palabra, traicionar sus sagrados votos en aras de una “Justicia Social” absolutamente contaminada por el comunismo internacional, más que pastores eran políticos, más que salvadores de almas era bandoleros con sotana.
La Teología de la Liberación está inserta en lo que posteriormente se conoció como la Filosofía de la Liberación, que para los marxistas latinoamericanos es la expresión más pura y adelantada del pensamiento latinoamericano, pero que en mi humilde opinión se trata de la ideología que ha postrado a nuestro continente en el subdesarrollo y una virulenta violencia política.
Ya para mediados de los años sesenta la influencia marxista leninista estaba en boga en las principales universidades Latinoamericanas, una buena parte de la intelectualidad comulgaba con la posibilidad de la realización de un socialismo libertario que, asociado al populismo, pudiera convertir los idearios de la Revolución Cubana en programas políticos para los partidos de izquierda.
México y Argentina se pusieron a la cabeza del desarrollo de estas ideas confundiendo ex profeso la doctrina social de la Iglesia con las posturas revolucionarias que proponen la lucha armada en contra de la opresión colonialista de los gobiernos de derecha.
Junto al desarrollo de análisis económicos como la Teoría de la Dependencia y la Teoría del Desarrollismo, se conjugó la propuesta de Paolo Freire sobre la Pedagogía del Oprimido y ambas corrientes de pensamiento desembocaron en las propuestas sobre la liberación del hombre y los pueblos de acuerdo a la enseñanza de los evangelios.
En esta tesis opresión-liberación el ingrediente cristiano se hizo fundamental, liberar a los pobres y oprimidos, era una cruzada humanista que exigía entrega, y la vida de Cristo se hizo ejemplo, no era de extrañar que pensadores como el padre jesuita Ignacio Ellacuría expresase lo siguiente: “Ante la situación latinoamericana de pobreza y de postración, que desde la fe se entiende como una «estructura de pecado», desde la teología de la revolución se consideraban los esfuerzos de cambio y de revolución, incluso violentos, como esfuerzos de «redención cristiana»”.
Mientras haya personas que crean que esa es nuestra esencia y que dicha filosofía nos podría conducir a algún tipo de utopía o salida para un mundo mejor, lamento decir, estaremos condenados al atraso y obligados a vernos como esclavos y servidumbre del llamado primer mundo, lo que necesariamente lleva a la violencia y a vivir presos de un complejo de inferioridad.
La filosofía de la liberación no pasa de ser más que un elaborado fresco de ideas comunistas, cuyo centro existencial es la perplejidad de unas mentes, que nunca pudieron superar el pasado colonialista en nuestro continente.
La Filosofía de la Liberación es el resultado de las tesis marxistas de las revoluciones proletarias del siglo XIX en Europa, adoptadas y convertidas a la escena local que entre otras muchas tesis, propone eyectar a Latinoamérica de la civilización occidental, lo que fue un verdadero problema para los curas, pues los puso en contradicción con las tradiciones cristianas a las que se debían.
Entender la fe como la reflexión y praxis de la liberación de los oprimidos, y del enorme problema de la pobreza de esos años, los impulsó a utilizar los evangelios como arma política; la realidad fue, que esta teología resultó poco influyente en la filosofía de la liberación, debido justamente, a que pocos de sus seguidores eran creyentes.
La próxima vez que escuchen hablar a los chavistas de la teología de la liberación o vean a sus exaltados curas socialistas en la televisión, recuerden que esas ideas tienen tras de sí mucha sangre, violencia y dolor, pero sobre todo, confusión, que esos hombres están dispuestos a cambiar la biblia por el fusil y a Cristo por el líder de la revolución comunista venezolana y sus lugartenientes,  a quienes deben obediencia, por encima de sus propias conciencias. – saulgodoy@gmail.com





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