viernes, 30 de octubre de 2015

Jenofonte y el arte de la retirada


De los historiadores de la Grecia antigua, entre los que destacan Hecateus, Herodoto, Tucídides, Polibio, la figura de Jenofonte resalta, entre otros muchos aspectos, por haber sido el primer soldado en dejar sus memorias de combate, inaugurando una tradición que luego retomaría Julio Cesar y seguiría hasta nuestros tiempos con figuras como T.E. Lawrence, convirtiendo el género en un clásico del estudio de las artes militares.
Pero su papel como historiador es mucho más complejo, no sólo escribió su memorable Anábasis, conocido también como La expedición Persa, o La Retirada de los Diez Mil, en la que participó como jefe militar, sino que retomó la historia de Grecia que dejó su antecesor, Tucídides, durante la Guerra del Peloponeso, y la llevó hasta la caída de la hegemonía de Tebas, de allí surgieron Las Helénicas, escribió también una de las primeras crónicas, Historia de mi tiempo, una biografía, Agesilaus, y uno de los primeros manuales de formación para los príncipes, La Educación de Ciro, género que se haría muy popular durante el Barroco y el Renacimiento.
Para el gran helenista John Bagnell Bury, en las conferencias que dictó en la Universidad de Harvard (1908), Jenofonte queda muy mal parado, al criticarlo en su rol como historiador, diciendo que era poco profundo y banal, que se dejaba llevar por sus apetencias e intereses, descuidando la imparcialidad, acusándolo de ser un simple “corresponsal de guerra”.
Jenofonte es un personaje harto interesante; nacido en Atenas (430 AC.) de una familia importante, que le permitió ser caballero (los que poseían caballos en aquel tiempo podía pertenecer a la caballería en el ejército) aunque en realidad no estaba dentro de sus intereses ser un soldado profesional, aunque sí le gustaba viajar y conocer otros pueblos.
Tuvo contacto y fue influenciado en Atenas por el gran maestro, Sócrates, a quien tuvo como guía en su obra y vida, pero dadas sus amistades, Jenofonte fue acercándose cada vez más a Esparta, al punto de mudarse y hacer vida en la eterna rival de su ciudad natal, situación que le trajo incómodos problemas de lealtad.
Fue en Esparta donde se enroló en el ejército de mercenarios que Ciro, Príncipe de los Persas y aliado de Esparta, reclutó para marchar hasta Babilonia y desalojar del trono a su hermano, Atajerjes II.
Por su grado de nobleza e influencias Jenofonte logró un puesto entre los oficiales y luego de una marcha forzada, atravesando una buena parte de la Anatolia, Capadocia, y el desierto de Siria, soñando con las glorias y la recompensa que recibirían al instalar a Ciro como nuevo Rey de Persia, llegaron finalmente a las puertas de Babilonia donde en la primera gran batalla, en Cunaxa, Ciro muere en acción.
El mundo se les vino abajo a estos 10.000 espartanos, lejos de sus casas, en un territorio desconocido, rodeados de enemigos y sin Comandante en jefe ni generales, esperan lo peor; Atajerjes II les pide la rendición y que luchen para él, ya que los espartanos eran soldados fogueados en el oficio de la guerra y muy estimados como mercenarios en el mundo antiguo. 
El ejercito heleno tenía como costumbre resolver todo en asamblea, no había rangos superiores en prevalencia, ni la experiencia era suficiente para obtener el mando, se reunieron y permitieron que hablaran todos los que tuvieran algo que decir; luego de varias reuniones, fue Jenofonte el que mejor se expresó y esgrimió los argumentos más convincentes, tanto, que a pesar de la oposición de algunos comandantes, fue nombrado jefe de la expedición, su plan fue la retirada inmediata por una nueva ruta, hacia el norte, buscando el litoral del Mar Negro, por el Ponto.
Es aquí donde empieza Anábasis; no es en realidad el recuento de una guerra, como en el caso de Julio César en La Guerra de las Galias, sino de una retirada, que es, bajo los estudios militares, un caso excepcional y no menos difícil.
Italo Calvino, en su obra Porqué leer los clásicos, nos dice: “La impresión más fuerte que produce Jenofonte, al leerlo hoy, es la de estar viendo un viejo documental de guerra, como vuelven a proyectarse de vez en cuando en el cine o en la televisión. La fascinación del blanco y negro de la película un poco desvaída, con crudos contrastes de sombras y movimientos acelerados… El paso rápido de una representación visual a otra, de ésta a la anécdota, y de aquí a la notación de costumbres exóticas: tal es el tejido que sirve de fondo a un continuo desgranarse de aventuras, de obstáculos imprevistos opuestos a la marcha del ejército errante. Cada obstáculo es superado, por lo general, gracias a una astucia de Jenofonte: cada ciudad fortificada que hay que asaltar, cada formación enemiga que se opone en campo abierto, cada paso, cada cambio atmosférico requiere una idea ingeniosa, un hallazgo, una iluminación genial, una invención estratégica del narrador-protagonista-caudillo.”
El gran logro de Jenofonte como general fue conservar la unidad entre un ejército tan grande, en una de las rutas más peligrosas del mundo antiguo, tratando de mantener el orden durante los pillajes cuando entraban a un pueblo doblegado, conservar la coherencia entre el continuo hostigamiento de las guerrillas locales o de los ejércitos de los Sátrapas, vencer las tentaciones de quedarse en un lugar y fundar un asentamiento en el épico viaje, prever la logística de aquella movilización.
Cada página de esta historia es una lucha continua en contra de los elementos, la geografía y los ejércitos enemigos, incluso hasta el final, cuando por fin llegan a Esparta, precedidos por una fama de violentos y desestabilizadores, por miedo de sus coetáneos, les niegan el permiso para que entren a la ciudad, impase que sólo tiene solución cuando Esparta decide contratarlos como ejército, para que peleen otras de sus guerras.
De acuerdo al estudio preliminar a la obra, en la edición de Pinguin Classics, el estudioso George Cawkwell observa que el núcleo central de las fuerzas en batalla lo constituía, para la época, la infantería pesada, tanto la infantería liviana como la caballería, eran útiles sólo en las escaramuzas del inicio del enfrentamiento o con un rol menor en los flancos.
Cuando se daba la orden de atacar, los generales podían hacer muy poco, la mayoría se involucraba personalmente en los combates, y como no se usaban reservas para el apoyo o sostén de puntos claves, no había juego estratégico; Jenofonte fue uno de los primeros generales en no concentrar sus fuerzas en un único ataque frontal, utilizaba reservas con las que podía jugar para obtener la victoria.
Jenofonte cambió radicalmente sus tácticas, aprendió a depender de la infantería ligera y de la carga de caballería, sobre todo cultivó el concepto de tropas élites, profesionales para penetración profunda de los frentes y para la contención, persecución y destrucción de los ataques tipo guerrilla. 
Todas las armas pesadas que se usaron en la Guerra de Troya, las paredes de escudos, los carros de guerra y los largos venablos para las marchas de contacto, fueron cayendo en desuso luego de las lecciones aprendidas en esta aparatosa retirada, donde tuvieron que enfrentar una multiplicidad de enemigos sobre los más variados escenarios.
Leer a Jenofonte es tomar un curso intensivo de la guerra post-peloponeso; los detalles son simplemente asombrosos, era la nueva forma de guerra que heredaron los macedonios, primero con Filipo, luego con Alejandro Magno, quien según algunos autores leía a Jenofonte con mucho cuidado; fue la primera vez que una retirada tenía sentido militarmente.
J.F.C. Fuller en su obra El Generalato de Alejandro Magno nos dice: “Desafortunadamente Arriano y otros historiadores nos dicen muy poco de los cambios tácticos que Alejandro había introducido aunque podemos asumir una considerable expansión en sus tropas ligeras, a pie y a caballo; todo lo que podemos conocer es la introducción de lanzadores de jabalinas montados y que Alejandro ordenó aligerar el equipo que eran parte de las falanges.  Cualesquiera que hayan sido estos cambios, una cosa es segura, estaban basados en la movilidad y la flexibidad, aunado al uso de un gran número de bases y colonias militares en el camino que restringían la movilidad del enemigo y aumentaban la suya.”
Alejandro, aparte de la Ilíada de Homero (tenía un ejemplar comentado por su maestro Aristóteles) utilizó a Jenofonte para aprender de esta primera incursión de los griegos hacia Mesopotamia, utilizó varias de sus tácticas, como el cruce de los ríos ayudándose con las pieles de las tiendas, llenas de heno, como flotadores, hizo caso de las advertencias sobre los accidentes de la ruta, pasos estrechos en los acantilados, ciudades amuralladas que había atacado, pantanos, descripciones del terreno que le fueron de mucha utilidad, sobre todo en los sitios de Caria y Lycia, muy desfavorables para la caballería, o el uso de pasajes en las montañas para la conquista de Capadocia.
Jenofonte enseñó, en su Anábasis, cómo el combate nocturno era un arma poderosa contra los persas que, por creencias religiosas y costumbres ancestrales, consideraban la noche un mal momento para guerrear.
Las tácticas y estrategias de Jenofonte son hoy estudiadas en academias militares
Jenofonte aprendió rápidamente que la velocidad era fundamental en una campaña (en su caso, una retirada) y aleccionaba a futuros comandantes: “En primer lugar, pienso que debemos quemar todas las carretas que tenemos, de modo que el ganado no sea nuestro capitán,  y que podemos tomar cualquier ruta que sea mejor para el ejercito. Segundo, también deberíamos quemar nuestras tiendas, porque son igualmente difíciles de cargar, y no nos ayudan ni en la lucha ni obteniendo provisiones. Es más, vamos a tirar todo nuestro equipaje innecesario, dejando sólo lo que nos sirva para pelear, para comer o beber, esto para poder tener el mayor número de hombres en armas y el menor peso muerto que llevar.” 
Jenofonte no fue sólo un corresponsal de guerra, fue un gran general, un héroe, un estratega y un magnífico historiador. –   saulgodoy@gmail.com


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