lunes, 30 de noviembre de 2015

La sociedad enferma


Para nadie es un secreto que algo muy malo está sucediendo con la sociedad venezolana, no son solo los signos externos por los que ya ni siquiera nos inmutamos, los índices de criminalidad, violencia, desempleo, inflación, carestía, crisis en los servicios asistenciales y desnutrición, para mencionar unos pocos, que hablan no solo de un gran fracaso del gobierno de turno, sino de una enorme incapacidad colectiva por enfrentar las causas de dichos problemas y buscar soluciones.
Hay otros síntomas de nuestra enfermedad que son de orden interno, culturales y espirituales que pesan igual o más que esas estadísticas en rojo que los socialistas no quieren reconocer, y estos síntomas hablan de una ideologización de una parte de la población, de desinformación, fanatismo, odio de clases.
El novelista Robert Musil
La decadencia de las sociedades es un asunto muy serio por sus resultados, siendo el más extremo la disolución de los vínculos de convivencia y la desaparición de la nación.
Los que han estudiado la decadencia de las sociedades, cosa que en occidente tiene una larga historia empezando por los griegos, han observado una colección de síntomas, de señales que son comunes a estos derrumbes institucionales y de la paz social, y que traen como consecuencia guerras y conmociones destructivas.
La caída del Imperio Astro-Húngaro y el desmoronamiento de la Unión Soviética, son casos de la modernidad que han traído consecuencias notables, y lo que han hecho es reafirmar las tesis que soportan los procesos de decadencia.
escudo real del Imperio Astrohúngaro
En esta oportunidad quiero referirme a lo que los investigadores Allan Janick y Stephen Toulmein, en su libro La Viena de Wittgenstein, han denominado “El síndrome de Kakania”, (Kakania es una combinación de las dos KK que identificaban las dependencias reales en la Viena Imperial y cuyo sonido semeja a la voz alemana para caca, lo usó Robert Musil en su novela El hombre sin atributos) en referencia directa a la terrible situación política suscitada con los Habsburgo entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Podríamos resumir el síndrome como la imposibilidad de aprehender la realidad social imperante, debido a la imposición de un lenguaje alienante desde el poder, con el fin de falsear la verdad.
La primera condición para que alguien pueda solucionar un problema es reconocer que se tiene un problema, en el caso de una enfermedad lo primero para encontrar una cura es saber que se está enfermo. Pero cuando un gobierno totalitario de izquierda como el que tenemos, trata de justificar su propia permanencia en el poder, forzando los límites de la lealtad natural o de la simpatía ideológica de sus seguidores, cuando la desinformación y la ocultación del fraude forman parte de la política comunicacional del gobierno, cuando la censura y la autocensura son la norma de conducta para que el funcionario pueda permanecer dentro de la burocracia, entonces, los usos comunes del lenguaje y de los valores que sustentan las descripciones de los problemas y situaciones de la vida real se trastocan, por una necesidad artificial, de responder a unos intereses ideológicos.
El "padrecito" José Estalin
La receta perfecta para una alienación colectiva, y que afectan las defensas intelectuales como morales.
El resultado es la imposibilidad de una sociedad para articular sus procesos de reparación y defensa de su integridad, los problemas no pueden ser identificados, las soluciones no pueden ser aplicadas, no hay capacidad para valorar si una conducta es buena y justa.
 Si un mandatario dice amar y respetar a su pueblo pero los hechos reflejan lo contrario, ignorando sus reclamos, desestimando a la oposición, se crean contradicciones que producen cortos circuitos en el funcionamiento de la sociedad, lo mismo sucede si un gobierno practica una “política oficial” que nada tiene que ver con la solución de los problemas reales de la gente, exaltando una visión interesada de la realidad.
Si las políticas públicas no pasan de ser juegos florales del discurso de los políticos, donde toda la responsabilidad de retrasos, incumplimientos y negligencias son dirigidos a un enemigo exterior o interior, confundiendo al pueblo sobre la verdadera causas de las ineficiencias, se va creando un sentimiento de inseguridad y miedo sobre la propia existencia.
Pero la verdad termina siempre por imponerse, y en la constatación de lo que el ciudadano vive y lo que el gobierno le dice que vive, surge la duda sobre si el gobierno sabe lo que hace, o está mintiendo deliberadamente, y en la vida del hombre común no hay peor pesadilla que la de un gobierno que pueda convertirse en su enemigo o que pueda dejarlo solo cuando más lo necesita.
Una sociedad que acepte tal situación cae en la disociación, camina sobre un piso de falsedades y artificios, vive de la promesa y la ilusión; mientras el país va directo al infierno, el gobierno lo arrulla con canciones que le dicen que va al cielo y cuando la realidad lo despierta, por lo general es muy tarde, está muriendo, la decadencia es inevitable.
El Partido Comunista de la Unión Soviética, en la era estalinista, se atribuyó el derecho a gobernar indefinidamente, se invistió de inmunidad a críticas y juicios, con la misma pretensión de poseer un derecho divino como el de los reyes, que eran infalibles, esta pretensión de los gobiernos totalitarios fueron estudiadas por Janick y Tulmein, comentando al respecto: “… motivo por lo cual la máquina del Estado y el Partido se ve impedida de identificar, reflejar, o responder a las necesidades, intereses y conflictos auténticos que emergen de las vidas de sus ciudadanos, salvo cuando se adaptan de antemano a las preconcebidas categorías administrativas o ideologías”.
Aquellos socialistas que se den cuenta de la situación y tratan de hacer algo para corregir un problema, haciendo simplemente lo que la razón les indica, corren el riesgo de ser declarados “enemigos del proceso”, “traidores a la revolución” o “agentes de la CIA.”
De esta manera, con los ojos cerrados, oídos sordos y guiados por una ideología y un líder que no admiten contradicciones, la sociedad no sabe donde está ni para donde va.
Esta es una estrategia diabólica, pues el gobierno, generando confusión y desinformación mantiene una ventaja política, en el sentido de tratar de conservar su popularidad y el control sobre la sociedad, pero aliena a los ciudadanos, los enferma de incertidumbre, les quita referencia mental sobre su realidad dejándolos indefensos ante las adversidades.
Finalmente, a pesar de toda violencia generada para mantener el poder, la realidad se impone, como bien dijo Séneca: “jamás duraron los poderes violentos”.  –     saulgodoy@gmail.com




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