viernes, 8 de enero de 2016

Desde el asfalto


El pasado martes 5 de Enero estando en Caracas, mis sobrinos decidieron ir a la Asamblea Nacional a defender su voto; los acompañé y, durante el recorrido, estuve reflexionando sobre nuestra situación política como país, el siguiente escrito es ese recuento.
Dejamos el carro en Parque Cristal y de allí tomamos una camionetica hasta el centro, que nos dejaría en algún lugar de la Av. Urdaneta, cerca del lugar de concentración.
Dentro de la unidad de transporte el contenido era variopinto, eran fácilmente identificables los que iban del este y pertenecían a la oposición, con sus indumentarias domingueras, los buenos zapatos, sombreros o cachuchas, la botella de agua mineral y el koala; la mayor parte eran mujeres mayores de cuarenta y muy animadas, vi algunos chavistas con sus franelas rojas y sus gorras, algunos muy serios; otro grupo grande andaba con bolsas con Harina PAN, azúcar, café, pañales y papel toilette, regresaban a sus hogares luego de hacer las colas para abastecerse.
El tráfico fue fluido hasta pasar los elevados de San Bernardino; allí empezamos a ver la gente con las banderas y en grandes grupos caminando por las aceras, la administración del Metro había decidido cerrar cinco estaciones, las que servían justamente los alrededores de la Plaza Bolívar y de la sede de la Asamblea Nacional, muy al contrario de cuando el gobierno organiza sus marchas y concentraciones que las mantienen abiertas y con acceso gratuito.
Era claramente un tratamiento discriminatorio y abusivo el dejar sin servicio de transporte subterráneo un área tan grande y concurrida significaba sólo una cosa: culillo, miedo, pánico a la gente, al pueblo que, como nosotros, venía a acompañar a sus diputados en el acto de juramentación e instalación del parlamento, un acto de soberanía popular, pero como los chavistas habían perdido las elecciones y sus dirigentes no aceptaban la derrota ni la pérdida del poder, imponían aquel ‘’toque de queda” para quienes ahora eran sus enemigos políticos, la idea era no sólo hacer difícil la llegada y la participación en aquella fiesta cívica, sino disuadir a los ciudadanos, intención que quedó confirmada con las pintas sobre los muros, en las aceras, en algunos kioscos, que anunciaban, como en las películas baratas de horror gringas, “Entrando en territorio chavista”.
Frente a la torre del que era el Banco Latino nos bajamos, el tráfico era pesado y decidimos hacer el trayecto a pié, para mi sorpresa la mayoría de los locales comerciales estaban abiertos; ver aquella torre me trajo recuerdos de cuando funcionaba el banco en el edificio, fueron buenos clientes en otras épocas y les hacía folletos bilingües de sus operaciones off-shore, recuerdo que el director de operaciones internacionales era un señor francés muy elegante, la torre era una tacita de plata y llena de gente haciendo negocios.
Pero la realidad me abofeteó el rostro de inmediato, avanzábamos esquivando los montones de basura acumulados en la calle, saltando los charcos de agua pestilentes, esquivando los vendedores de comida apostados en las aceras; había varios edificios donde funcionaban dependencias públicas y los empleados vestidos de rojo eran organizados en filas para llevárselos a la concentración de los chavistas, y otra vez, en un día laboral, pagados con nuestro dinero vía impuestos, el partido de gobierno disponía de estos funcionarios públicos para abultar sus actos políticos que se hacen más y más escuálidos cada día que pasa.
A la altura del puente de las Fuerzas Armadas doblamos hacia el sur buscando la Av. Universidad y la concentración de los nuestros; una nutrida caravana de motorizados, liderada por una camioneta de Corpoelec, la empresa eléctrica del gobierno, llevaba a personas con radios, todos ataviados con chalecos y gorras rojas… los que conformaban ese grupo llevaban lentes oscuros y cara de pocos amigos.
Pronto nos encontramos con un nutrido piquete de la Policía Bolivariana; estaban vestidos con sus trajes anti-motines, nos saludaron cortésmente y señalaron la entrada por donde estaban permitiendo el acceso a la avenida.
Un río de gente fluía hacia el centro, grupos grandes portando banderas de los partidos, algunos de sus estados, se escuchaban los pitos y las trompas, la concurrencia estaba animada, no faltaban los vendedores ambulantes con sus bandejas de tortas y vasitos de flan con sus cucharas clavadas, los que llevaban las cavas con agua y refrescos, los heladeros, los que vendían banderines y gorras.
Nos unimos a un grupo que venía del estado Anzoátegui, nos contaron que los habían retenido por una hora en el sobre ancho de la autopista, frente a la Universidad Metropolitana, hasta que la Guardia Nacional les permitió continuar.
Diversas actividades se realizaban simultáneamente; había grupos que bailaban con muñecas del tamaño de una persona al son de la música que reproducía un aparato que desplazaban con un carrito de mercado; había varias personas dando discursos a viva voz sobre la importancia de aquel acto; incluso había un predicador que anunciaba con un megáfono que Venezuela era tierra de gracia, tierra de Jesús El Salvador.
El sol estaba en todo su esplendor; a las once y media las personas avanzaban en apretados grupos, lentamente, pero con buenos ánimos. De pronto se escucharon unas detonaciones lejanas, los curiosos de asomaron sobre el enrejado y escuché decir que eran unos colectivos por los lados del Nuevo Circo, disparando al aire, la mayoría de la gente ni siquiera se inmutó, así de acostumbrados estaremos a esos episodios.
De pronto caí en cuenta de algo importante, allí los sifrinos éramos una minoría notable, volteé para todos lados haciendo un rápido escaneo de la situación y, efectivamente, los que parecían de la burguesía eran 1 de 10, el grueso de la convocatoria era pueblo, sobre todo mucha gente del interior, que se vino a Caracas a defender la voluntad de cambio que recorre el país como una corriente eléctrica. Aquello me produjo una paz inmensa, de verdad, algo estaba cambiando en Venezuela.
Los helicópteros pasaban sobre nuestras cabezas como si fueran moscardones; alguno se quedaba fijo en el aire y luego continuaba sus vueltas. Tardé como veinte minutos en llegar hasta donde estaba detenida la concentración, justo antes de la Torre El Chorro, que para mi sorpresa, me enteré y verifiqué que estaba invadida.
Henry Ramos Allup nuevo presidente de la renovada Asamblea Nacional
Estábamos como a tres cuadras largas de la sede de la Asamblea Nacional, frente a nosotros estaba un primer anillo de seguridad de la policía, en la próxima esquina se veía claramente los piquetes anti-motines de la Guardia Nacional, luego venía la Ballena, vehículo que lanza agua a presión para disolver manifestaciones, en las boca-calles se veían las motos de los cuerpos de seguridad y sus tripulantes listos para una rápida intervención disuasiva, a los lejos podíamos ver un nutrido grupo de bandera rojas.
Rápidamente me entero que los diputados ya estaban dentro del Palacio Legislativo presentando sus credenciales, que habían llegado sin mayores problemas, que los chavistas estaban del otro lado de la plaza Bolívar, que no tenían cordones de seguridad que los retuvieran pero se mantenían en su perímetro… dentro de aquella concentración nos enterábamos de lo que sucedía en la Asamblea Nacional por twitters, eran otros tiempos cuando Chávez sacaba monitores gigantescos a la calle para que la gente escuchara sus discursos.
Caigo en cuenta que me encuentro en medio de un gran bloque de asistentes de Primero Justicia y, entre ellos, un grupo de la sexualidad diversa ondeando con orgullo la bandera multicolor, la mayoría eran muchachos muy jóvenes, adolescentes, uno de ellos con el pelo pintado de rojo, las cejas delineadas y con zarcillos en las orejas me observa apuntando hacia la Torre El Chorro a las cabecitas que se ven en los pisos superiores.
-Pobres familias… esas oficinas no fueron hechas para viviendas y los tienen allí pasando trabajo
-Yo conocí ese edificio – le dije- cuando era sede de varias empresas y habían despachos de abogados y oficinas de contadores públicos, creo que había una empresa de seguros… Había hasta un museo…
-Estos chavistas malucos… desalojaron la Torre David ¿Se acuerda?... y ahora tienen ésta… les encantan los ranchos verticales… a mi me da terror pasar debajo de esas ventanas, he escuchado que arrojan porquería sobre la gente.
Me quedo viendo las ventanas basculantes precariamente sostenidas por pedazos de madera, la ropa secándose al sol, en uno de los edificios insignias del centro de Caracas, una de las propiedades más valiosas en bienes raíces del país, inmejorablemente ubicada en el casco histórico de la ciudad, convertida en eso… un rancho vertical, los anuncios de que uno entraba a territorio chavista eran verdad, el dedo del chavismo que trocó el espacio en territorio de miseria, en hambre y mala vida.
Visto que no iba a suceder gran cosa allí, decidimos regresar; fue cuando conté cuatro cuadras largas llenas de gente… según un comentario, los chavistas no llenaron ni una.
De regreso acompañé a una señora que venía de Araira, de allí mismo, del Edo. Miranda, que me dijo: -Pues fíjese, me levanté a las tres de la mañana para salir de mi casa y agarrar el autobús para venir para Caracas, y en una alcabala de la Guardia Nacional nos retuvieron por tres horas… ¡tres horas! El oficial a cargo sólo se reía cuando le decíamos que era nuestro derecho constitucional transitar libremente por el país y, más todavía, cuando queríamos acompañar a nuestros representantes en su juramentación ante un gobierno que es una dictadura.
Afortunadamente ese día no pasó nada en la calle, aunque adentro de la Asamblea Nacional nuestro país cambiaba definitivamente. -  saulgodoy@gmail.com




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