martes, 26 de enero de 2016

Las tierras cultivables


Salvar, mantener, mejorar, proteger las tierras cultivables hacen tanto sentido para un ambientalista como proteger parques nacionales o selvas vírgenes.  Digámoslo de una vez, la agricultura es una actividad productiva que degrada el ambiente, no importa cuán orgánica sea, si usa las técnicas de la permacultura, si aplica el riego por goteo, o rotando los cultivos, el final siempre es el mismo, el suelo se empobrece, el agua se contamina, las plagas se hacen más resistentes y, con el tiempo, se hace más costoso producir en el lote o parcela, pero lo hacemos para satisfacer una necesidad fundamental, producir alimentos y otros productos necesarios para nuestra vida.
Cuando se asigna una tierra para la agricultura su destino es degradarse en la actividad, cuán rápido y de qué manera es la parte que nos toca a los ambientalistas; una región agrícola, con buenos cuidados, con inteligencia, con aplicación de mucha ciencia, puede durarnos unos cuantos lustros produciendo alimentos, fibras, maderas, aceites, flores, licores y hasta biocombustibles. 
Lo que ha hecho el gobierno socialista bolivariano, con la confiscación por parte del Estado de la mayor parte de tierras cultivables, para arruinar a sus propietarios y dársela a personas que no tienen la menor idea del manejo de la agricultura sustentable, es por decir lo menos un crimen de consecuencias terribles para la ecología del país.
Los grandes latifundios tenían reservorios de tierras cultivables sin utilizar, cuidados y bien conservados; algunos como El Cedral, El Hato Piñero, El Hato El Frío contaban con refugios de fauna silvestre, otros como La Marqueseña sostenían un centro genético de ganado; pero con los socialistas bolivarianos se inició la destrucción de estas tierras de la manera más irracional posible, los cambios de cultivos, los usos de la tierra, la promoción de los conucos, las invasiones sin sentido que propiciaron saqueos y destrucción de este importante patrimonio, bajo la excusa de justicia social, es algo que vamos a sufrir por mucho tiempo.
No deja de producirme mucha pena el discurso socialista o eco-socialista, que, a pesar de las evidencias, tratan de hacernos creer, de que se trata de una revolución que respeta el ambiente; la idea de volver a las comunas (tribus) y a una economía de conucos, a las aldeas y comunas de hippies, tratando de ser autosustentables, es un discurso tan falso, carente de conocimiento y sentido de lo real, que parece una mala broma.
El gran ecólogo y granjero norteamericano Wendell Berry, hizo de su vida una larga cruzada por explicar a la gente que la crisis ecológica empieza en el seno de nuestras familias, en nuestras almas, al momento de abandonarnos a los cuentos de camino de los gobiernos, corporaciones y mercados e ideologías (comunistas y capitalistas) que buscan sustituir nuestra relación con la tierra con productos procesados y empaquetados que no sabemos de dónde vienen, cuando permitimos que se abuse de la tierra en nombre del progreso o del igualitarismo.
Berry alertaba que las tierras cultivables de un país son su principal riqueza, cuidarlas y desarrollarlas con sentido común era la única manera de ser verdaderamente independientes y libres, de otra manera las naciones serían dependientes de otras fuentes de alimentación, algunas que vienen de muy lejos y sobre las que no tienen ningún control, dependen de un gigantesco sistema de distribución que puede atascarse en cualquier lugar, en nuestro caso, nuestros puertos no tienen la capacidad de atender y desembarcar la cantidad de barcos que llegan con alimentos, y no es de extrañar que mucha de esa comida se descomponga y se pierda en la espera por un turno en los muelles, esto nos hace sumamente vulnerables.
Las tierras cultivables tienen una manera apropiada de ser explotadas y muchas inapropiadas, cuando los terrenos se usan para monocultivos y una explotación intensiva, la pérdida de nutrientes y el desgaste de la calidad del suelo se hace de manera rápida e irreversible, hay que estar constantemente reponiendo nutrientes, permitiendo que los suelos descansen, en lo posible, rotando cultivos y combinando la agricultura con la ganadería; la diversidad es lo apropiado, no se debe desperdiciar nada y obedecer la ley del retorno, lo que los suelos te dan debes devolverlo para poder contar con esas tierras por generaciones y no perderlas abusando de ellas o, simplemente, abandonándolas.
Lo que en un principio iba a ser un “rescate” de las tierras cultivables en manos de los latifundistas, se convirtió en la destrucción de nuestra actividad agrícola y en un pillaje de la infraestructura y bienes que con tanto esfuerzo se había levantado hasta el momento; ni siquiera durante la Guerra Federal en el siglo XIX Venezuela perdió tanto potencial agropecuario, los campos eran simplemente arrasados como ocurrió con los maizales en Guanare, las siembras de caña en Aragua, el sorgo y el arroz en Portuguesa…
El ganado fue sacrificado o vendido al mejor postor por las hordas embrutecidas del chavismo que llegaban armadas a los fundos, y se instalaban en las casas de hacienda a preparar grandes festines de carne asada, despostaban a los animales y los dejaban sin tocar para que se pudrieran a la vera de las carreteras.  Caballos, búfalos, rebaños de caprinos y de reses lecheras eran trasladadas en camiones a otros destinos, cuando no caían víctimas de la práctica del tiro al blanco; todo este dantesco espectáculo de cosechas incendiadas, potreros tumbados por las máquinas, sistemas de riego desmontados para venderlos por partes, peones de hacienda desalojados por la fuerza de sus viviendas, fue transmitido por televisión, se hicieron innumerables reportajes en la prensa nacional, se mostraron fotografías y con las miles de denuncias se llenaron folios y folios de los expedientes de esos días de locura y abuso que hoy reposan en los tribunales y la Fiscalía, amparado todo, por la presencia de la Guardia Nacional que hacía lo posible por ahuyentar a periodistas, mientras detenía a los dueños de las tierras y amenazaba a los representantes gremiales.
Desde el año 2001, cuando Chávez aprobó por decreto la infame Ley de Tierras, pasando por el 2004, cuando se le declaró la guerra al latifundismo, con la excusa que se trataba de predios subutilizados, improductivos o con títulos de propiedad dudosos, fueron afectados más de 5 millones de hectáreas de las mejores tierras productivas del país, la mayoría de ellas con establecimientos modernos y funcionales en plena producción.
Venezuela dispone de unas 30 millones de hectáreas de tierras cultivables; apenas con un 20% de ese potencial, el país producía suficientes alimentos para garantizar la seguridad alimentaria de rubros básicos, llegando incluso a ser exportadores, como en el caso del arroz, el plátano y el café; nuestras carnes, pollos y leche eran consideradas de calidad superior, estuvimos a punto de ser autosuficientes en azúcar, teníamos una industria pesquera bastante desarrollada y nadie jamás pensó que pudiera haber escasez de harina de maíz.
Con el gobierno socialista bolivariano se abandonó el mantenimiento de la vialidad agrícola, de la infraestructura eléctrica y del agua, se le asestó un duro golpe a los insumos agrícolas al nacionalizar su distribución, las políticas de créditos y de asistencia al trabajador del campo se convirtieron en instrumentos partidistas para hacer política, otorgando recursos a gente que no tenía ni la vocación, ni la preparación, para asumir la producción de alimentos.
Franklin Brito, el agricultorque murió de hambre reclamandole sus tierras al ladrón de Chávez
Hicieron del transporte de alimentos un calvario de requisitos y alcabalas, a fuerza de decretos se controló el precio de los productos a puerta de corral, en las agroindustrias y en los mercados, sin ninguna preocupación por la oferta y la demanda, se abrió la importación de alimentos y el negociado por los dólares regulados por el gobierno privó por encima de la necesidad de abastecimiento, vino Pudreval, se enterraron toneladas de comidas podrida en instalaciones militares, la competencia desleal incrementó la ruina en el campo, ya que el productor nacional no podía competir con los precios de la papa y los quesos que llegaban de otros países.
Se produjeron los sucesos en contra del productor agrícola Franklin Brito que, desesperado, decide iniciar una huelga de hambre para que el gobierno le restituyera sus derechos violados, pero lo detuvieron, lo vejaron, lo drogaron y finalmente murió de hambre bajo custodia en el Hospital Militar de Caracas, usándolo como ejemplo de lo que pudiera pasarle a quienes protestaran por estas políticas comunistas.
No contentos con la aplicación de estas políticas que estaban destruyendo nuestra vital industria agroalimentaria, los “expertos” del Ministerio de Agricultura y Tierras y del INTI, se dieron a la tarea loca de cambiar los usos de la tierra, lo que se sembraba tradicionalmente se sustituyó por cultivos que nada tenían que ver con las vocaciones de las regiones, lo que implicaba cambiar la composición físico-química de la tierra y un empobrecimiento acelerado del suelo fértil.
Inexplicablemente el gobierno lanza una campaña de propaganda donde anuncia que con la asociación de empresas y los gobiernos de Rusia, China, Vietnam, Brasil, Irán y otros, estas tierras rescatadas serían explotadas para convertirnos en una potencia exportadora de alimentos y productos como la soya, la palma africana, los plátanos y otros renglones.
El país irremediablemente cae en una espiral de dependencia alimentaria con países en el extranjero, mientras la propaganda del gobierno nos engaña diciéndonos que ahora somos más independientes y soberanos que nunca, la escasez en importantes rubros se hace sentir, la inflación pone el precio de los alimentos por las nubes, el campo está desolado y yermo, las políticas de afectación de tierras productivas ha obligado a la gente a deforestar e intervenir áreas protegidas, cuencas y montañas, que deberían permanecer como reservas naturales para las próximas generaciones, y ahora son ocupadas por gente depauperada y sin control… esto, mientras el grueso de las tierras cultivables se encuentran abandonadas o en peligro de desertificación por su mal uso.

Es urgente una reversión de estas políticas anti-venezolanas, creo que ya hemos aprendido la lección de cómo la ignorancia y la insensatez pueden destruir en un instante el trabajo de generaciones, en una actividad que necesita tiempo, conocimiento, mucho amor y trabajo para poder ver nuestros campos de nuevo florecer. – saulgodoy@gmail.com

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