viernes, 4 de marzo de 2016

El juego de los volúmenes



De las mujeres de Zitman

El mundo de la escultura es variado y sorprendente, como forma artística, el poseer volumen la diferencian notablemente de la pintura, tres dimensiones es mejor que solo dos al momento de ofrecerle al espectador posibilidades de experimentar con ese otro sentido, el tacto, y aún cuando no se puedan tocar las obras, solamente caminando alrededor de ellas nos enteramos de las formas, sentimos el espacio ocupado, vemos las curvaturas gravitacionales sobre los elementos integrados.
¿Quién no ha sentido la necesidad, ante una gran obra maestra de la pintura de gran formato como Velázquez o Monet de dar los pasos hacia dentro del cuadro y estar allí, en aquella realidad que dejaron para nuestros ojos?  Con la escultura sucede un fenómeno particular, compartimos el mismo espacio, la obra se adscribe a nuestro ambiente, podemos abarcarla y hacerla nuestra sin el límite que nos impone el lienzo.
Robert Morris y su cilindro mínimo
La modernidad le ha sentado bien a la escultura multiplicando sus posibilidades de manera casi ilimitada, de acuerdo al escultor Robert Morris una de las condiciones que afecta una escultura a su propio espacio es la gravedad, Morris la separa de aquellas obras de arte que necesitan estar expuestas en una pared; el piso y no la pared es para este escultor la dimensión que hace la diferencia, una obra pegada a una pared limita la posibilidad de visión del espectador a solo ver hacia arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda; una escultura sobre el piso crea su propio espacio aún dentro de la sala de exhibición de un museo.
En sus famosas Notas sobre Escultura (1966) Morris señala que el hecho de que la escultura es un objeto tridimensional crea un continuum que está determinado por su tamaño, en este rango puede ser una estructura o un ornamento, el ornamento se enfoca en el acabado de su superficie, es propenso a un elaborado detalle de sus detalles, en cambio en una estructura (cuando hay que ensamblarlo) o en un objeto (viene en una sola pieza), el enfoque es más hacia el todo, auto contenido, comprimido en su propio espacio y por supuesto, monumental.
Carlos Prada en movimiento
De aquí viene la diferenciación con piezas consideradas monumentos, para ser exhibidas en espacios públicos, compitiendo o integrándose a la naturaleza y arquitectura del lugar y que necesariamente, para poderlo apreciar en un todo, se necesita un mayor espacio entre la obra y el espectador que digamos, el necesario para apreciar una escultura de orfebrería a la que tenemos que aproximarnos para poderla realmente detallar.
Para Morris, el uso del color y de lo que él llama “ilusionismo” (efectos, trucos de perspectivas, movimiento mecánico, etc.),  son accesorios que distraen la relación gestalt que se quiere alcanzar con el todo de la escultura, el color pertenece a otro medio que es el óptico, no el físico de una escultura tal y como él la concibe, por lo que, al introducirlo modifica la unidad del objeto, a lo sumo, para este escultor, los colores si se deben usar, deberían ser lo más neutros posibles.
Jeff Koons y sus creaciones
El filósofo alemán Martin Heidegger escribió unas muy interesantes líneas sobre este arte para su amigo, el escultor vasco Eduardo Chillida, para su exposición en Suiza en el otoño de 1969, que lo intituló El Arte y el Espacio, en el mismo dice lo siguiente: “Las figuras plásticas son cuerpos. Su masa, compuesta de diversos materiales, está configurada de múltiples maneras.  La configuración acontece en la delimitación, entendida como inclusión y exclusión con respecto a un límite. Aquí es donde entra en juego el espacio. El espacio es ocupado por la figura plástica y queda moldeado como volumen cerrado, perforado y vacío”
Heidegger que desde hace mucho tiempo venía rumiando sus complejos pensamientos sobre los “topos”, las comarcas, los espacios locales, los territorios, haciéndoles partes integrales de su concepto del ser, se pasea por una serie de conceptos sobre el espacio para desarrollar esta particular noción del espacio; “El espacio, ¿Pertenece a esos fenómenos primarios que, al ser descubiertos, despiertan en el hombre, según palabras de Goethe, una suerte de espanto que llega a convertirse en angustia? Pues parece que detrás del espacio no hay nada más a lo cual éste pudiera ser reducido. Y delante de él no hay desvío que lleve a otra cosa…”
Para concluir con este interesante pensamiento que resume de manera muy hermosa el valor del arte.
“El arte como plástica: no una toma de posesión del espacio.  La plástica no sería una confrontación con el espacio.  La plástica sería una corporeización de lugares que, al abrir una comarca y preservarla, mantienen reunido en torno a sí un ámbito libre que confiere a las cosas una permanencia y procura a los hombres un habitar en medio de las cosas.”
La obra de Cruz Diez en el aeropuerto de Maiquetía
Es por ello que creo, al contrario de la opinión generalizada, que la obra del artista cinético Cruz Diez que se encuentra elaborada en el piso del aeropuerto de Maiquetía, y que ha pasado a ser considerada como el recuerdo triste de la despedida de nuestros seres queridos debido al éxodo que ha propiciado el gobierno maldito de Maduro y del chavismo, no es un espacio para tristezas y malos recuerdos, todo lo contrario, creo firmemente que tanto el artista como quienes comisionaron la obra, deseaban fuera un espacio para la libertad y para la promesa de un pronto retorno, de un “Aquí te esperamos y será una fiesta cuando vuelvas”.
Por último no puedo dejar de comentar el fabuloso libro del esteta y filósofo sur coreano Byung-Chul Han, La Salvación de lo Bello (2015) quien nos dice: Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual. Es en lo que coinciden las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilación brasileña. ¿Por qué lo pulido nos resulta hoy hermoso? Más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna resistencia. Sonsaca los «me gusta». El objeto pulido anula lo que tiene de algo puesto enfrente. Toda negatividad resulta eliminada”.
El ilusionismo de Rafael Barrios
Chul Han, un admirador de las esculturas de Jeff Koons, contradice en mucho a la visión de Robert Morris y hasta la profundidad de Heidegger cuando comenta: ninguna interpretación, ninguna hermenéutica, ninguna reflexión, ningún pensamiento. Su arte se queda intencionadamente en infantil, en banal, en impertérritamente relajada, en un arte que se nos gana y nos desagravia. Está vaciada de toda profundidad, de toda abisalidad, de toda hondura. Su lema es este: «Abrazar al observador». Nada debe conmocionarlo, herirlo ni asustarlo. El arte —dice Jeff Koons— no es otra cosa que «belleza», «alegría» y «comunicación»”.
Y este comentario me sitúa de nuevo en el comienzo de mi artículo, los venezolanos tenemos la fortuna de contar con una verdadera legión de insignes escultores, de todo tipo, desde los monumentales como Narváez, pasando por los orfebres como de la Sierra, o Cuevas, y entre ellos los monstruos sagrados del cinetismo, Jesús Soto y Cruz Diez, las robustas esculturas de Carlos Prada, las ilusionistas de Rafael Barrios, las mujeres de Cornelis Zitman.
Debo mencionar a dos artistas en ascenso, Delsy Rubio del Zulia, minimalista, abstracta, geométrica, e India Serena de Margarita, con una reinterpretación del cinetismo, simétrica, de líneas muy puras, ambas representan visiones frescas y nuevas atmósferas, la lista pudiera continuar pero se me pierde en un Olimpo de artistas imprescindibles, de técnicas, materiales y estilos que han hecho de nuestro país un enorme taller de constructores de espacios, en los que podemos habitar cuando las cosas se ponen feas en el mundo real. -    saulgodoy@gmail.com



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