sábado, 5 de marzo de 2016

El niño Maduro


Cada día que pasa me convenzo más y más de que el venezolano sufre alguna forma de infantilismo mental, especie de cretinismo que le impide afrontar la realidad en términos de sobrevivencia, en primer lugar, y de imponer orden en el mundo para la consecución de sus fines; no estoy muy seguro si esto tiene que ver con problemas en la alimentación, o en la falta de afecto, o en la negación a tener una familia constituida por padres responsables, hermanos y el resto de la familia extendida… espero que no sea un problema de herencia genética, como apunta el historiador y psiquiatra Francisco Herrera Luque, porque entonces el problema es aún mayor.
Hay allí, en nuestra cultura, un bloqueo para entender nuestros problemas de manera cabal; nuestra visión del mundo me parece de lo más inmadura e irreal, al momento de afrontar nuestras circunstancias me encuentro con agregados astrobiológicos, mágicos, rodeado de justificaciones mitómanas, con explicaciones y soluciones metafísicas, y me parece un milagro que todavía existamos como sociedad.
Hay unos ingredientes de fantasía involucrados que nos hacen jugar a roles de héroes, de personas con un espíritu de sacrificio y entrega absolutas a las causas más justas, o en su defecto, de bandidos famosos, a lo Robin Hood, de criminales caballeros que encantan al mundo con sus maneras y osadía; esa ambivalencia se refleja en nuestro lenguaje cotidiano, enfrentamos el día con un Dios proveerá, “como vaya viniendo vamos viendo”, la carga se endereza en el camino, si la naturaleza se opone lucharemos contra ella, no hay hombres malos hay situaciones malas, el que no llora no mama, y otra serie de memes que de alguna manera nos impiden planificar, prever, ahorrar, crecer…
El venezolano, aparentemente, aún no ha salido de su etapa anal, le encanta regodearse en su propia excreta, esperando que alguien lo limpie y le ponga los pañales con talco.
No hay manera de que el país se mantenga sobre un rumbo de prosperidad, producción, preparación, crecimiento, consolidación de instituciones sin que en algún momento le demos una patada a la mesa y tengamos que volver a empezar desde cero.
Qué mejor ejemplo de lo que digo es la manera cómo los venezolanos escogemos a nuestros líderes y cómo se comporta el estamento político, en el campo socialista, compuesto casi en su totalidad por niños exploradores a los que les gusta la vida de campamento, de uniformes, de tropas, de grandes consignas sobre la solidaridad, la comuna, el colectivo, la revolución ¿De dónde viene esa adoración por el guerrillero que se va a la lucha armada en una montaña? ¿De dónde ese apego atávico a lo militar, a las charreteras y los sables?
Consignas universales como las de la Justicia Social o la Igualdad, campañas heroicas para salvar el mundo, darle la libertad a los oprimidos, conforman un estado mental de eterna complacencia con la aventura, con las misiones, con las consignas que identifican a los grupos privilegiados de héroes sociales que lo dan todo por el bienestar de los otros… porque, al final, la recompensa es sentirse bien, ser feliz, ser útil y parte del grupo.
Esos ideales inalcanzables, esa lucha contra la injusticia, que inmediatamente conforma un cuadro sacado de un comic o suplemento de superhéroes, nos ha hecho un mal terrible, todo se configura en una campaña de explotación de un grupo para darle al otro, de robarle al que tiene para darle al que no (por lo menos en intención), de trabajar sin sueldo ni salario sólo por el ideal y terminar el día cantando canciones en torno a la fogata agarraditos de la mano.
Me van a disculpar, pero esa es la visión del mundo que casi a diario le venden los gobiernos socialistas a una buena parte de los venezolanos, y lo peor es que se la creen, están convencidos de que el estado está allí para mantenerlos, que mientras cumplan su misión serán vestidos, alimentados, les habrán asignado barracas y hasta una mujer, que sus hijos serán educados por la comuna, que sus necesidades en vida y hasta la tumba están cubiertas por una partida del presupuesto nacional… porque ese es su derecho.
Pero también nos encontramos con los demócratas infantiles, son más modositos, intelectuales, formales, a los que les gustan los discursos, creen que con tener buenas intenciones basta, esos individuos creen que la vida trata de un juego de debates del tipo de los modelos de las Naciones Unidas.
Estos venezolanos creen, como los cochinitos del cuento con el lobo, que construyendo sus casas de paja primero, de madera luego y de piedra al final, que gobernados por la mejor Constitución del mundo, por las instituciones de papel que han creado, van a soportar los furiosos embates de los enemigos de la democracia, que ellos mismos, en un ataque de pureza democrática y tolerancia suicida, han permitido participar en sus justas de quien da el mejor discurso.
Hay una debilidad de carácter inconmensurable, no hay manera de que puedan defender lo que tienen, por principio prefieren dejar que los roben y violen a defenderse, lo que la sociedad ha ganado como bueno y positivo lo pierden, simplemente porque los guardianes que designan para protegerlos son todavía más infantiles que ellos, se la pasan poniéndose medallas que nunca han ganado, otorgándose ascensos que no merecen y viviendo unas vidas de héroes que no les pertenecen, medrando de historias de un pasado glorioso y del que, supuestamente, ellos son herederos.
El mundo de fantasía que nos hemos construido hizo explosión en un alarde pirotécnico digno de una presentación de Disney, con personajes como Chávez y Maduro, que llegaron a ser presidentes, de un infantilismo absoluto, que parecen sacados de una historia de los hermanos Grimm, el uno creyéndose casi un Dios y el otro, el hijo de ese Dios.
Chávez jugó con el país como le dio la gana, y el pueblo, embelesado con sus programas de televisión, se tragó el cuento completico, mientras desmontaba el país y lo vendía en el exterior; Chávez gozó como nadie, jugó a ser militar, un héroe, para demás señas igual que Simón Bolívar, fue agricultor, médico, maestro, embajador, sacerdote, brujo, revolucionario, historiador, banquero, industrial, juez, cantante, grande liga, escritor, filósofo, economista, urbanista… imagine usted un rol cualquiera y, le aseguro, que se puso el disfraz y lo encarnó.
Pero es que además, tuvo un hijo, y ese fue Nicolás Maduro, medio lento el hombre, pero bueno, era lo que la gente quería, con su cara de pueblo, trató de jugar a que él era Chávez pero nunca llenó las expectativas, entre otras cosas porque ya no había dinero para pagarle a los músicos, comprar los refrescos y dulces ni para contratar a buenos payasos.
La fiesta se le fue agriando, la gente se empezó a sentir engañada y empezaron los abucheos, Maduro desesperado llamó a los que estaban disfrazados de militares para que montaran su show, pero eran malazos hasta para personificar esos personajes que, con sus juguetes bélicos, se habían dedicado a robar a los invitados.
Trató de animar a la gente con un nuevo Plan de la Patria, con 13 nuevos supermotores, pero ya la gente estaba aburrida, lo que quería era seguir comiendo dulces y bebiendo refrescos, varias veces se fue la luz en la fiesta y los baños despedían un hedor insoportable porque no había agua.
Nombró a una indigente como jefa de las cárceles, a un loco de carreta como ministro de economía productiva y trató de ocultar los actos lascivos con menores que le descubrieron a su presidente del Banco Central, pero nada resultaba, al final quedaron en la fiesta solo algunos niños con retardos cognitivos vestidos de rojo y gritando que con el socialismo se vive mejor.
La gente desencantada los esperaba afuera del local para que les rindiera cuenta, lo habían elegido presidente para que los entretuviera, no para hacerles pasar un mal rato; pero Maduro se negaba a salir, de modo que le dijo a una chama que estaba enamorada de él y disfrazada de juez del Tribunal Supremo de algo, que saliera y les dijera que el que se metiera con él era un tramposo.
Luego mandó a otra chamita disfrazada de ministra de agricultura urbana para que les explicara cómo sembrar bolsas de papitas fritas y tostones en sus casas, pero los ánimos se seguían caldeando.
Los constitucionalistas y ganadores del juego del modelo de la ONU, que estaban celosos porque ellos querían hacer ahora su fiesta (les tocaba a ellos y habían esperado un buen rato), le decían a la gente “Maduro ya no es gracioso, no nos quiere dar más fiesta”, pero la gente no escuchaba, estaba viendo con horror cómo Maduro incendiaba el rancho, enloquecido rociaba la casa con gasolina mientras gritaba “Esta fiesta es mía y se acaba cuando yo diga”.
Parece una pesadilla, pero no lo es. Eso es lo que le pasa a un país cuando no se toma en serio la vida, y permite que unos locos entren a su casa y dispongan de todo.  – saulgodoy@gmail.com







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