domingo, 17 de abril de 2016

La música española


Dice la leyenda urbana (es impresionante lo mucho que dice), que Mike Jagger, el cantante de los Rolling Stones pidió que lo llevaran a ver cantar a Camarón de La Isla, el mejor intérprete del Cante Hondo de su época, lo condujeron a un pequeño local perdido por los arrabales de Sevilla, que estaba de feria, se sentó en una mesa con su acompañantes y esperó hasta la madrugada la llegada del turno del artista.
Ya embotado de tanto vino, cigarrillos, risas y firmas de autógrafos, empezaba a desesperar cuando anunciaron la presentación de Camarón, apareció en el tablao un guitarrista greñudo, alto y flaco (Tomatito) y apareció este diminuto personaje de pelo largo, chaquetilla corta de rejonero y fajado como todo buen gitano, que sin preámbulos empezó a recitar con su recia voz unos versos con acentuado staccato, eran del Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, al terminar, le dio la bienvenida al famoso rockero británico e inmediatamente empezó su presentación.
El Camarón de la Isla en plena interpretación
Dicen quienes allí estuvieron, que fue a la tercera canción, que la actitud y comportamiento de Jagger y su troupe cambió, bajó los pies de la mesa, mandó a hacer silencio a sus mujeres y con las manos bajo la barbilla clavó su mirada en lo que sucedía en el pequeño escenario.
Camarón hizo su show como siempre, entregando el alma en cada canción y esa noche no fue diferente, cuando llegó el final de aquel primer tiempo, Jagger se levantó aplaudiendo como un poseído, silbando y gritando loas, y ante el asombro de todos abrazó al sudoroso cantante y se lo llevó hacia los baños, allí en medio de testigos, dicen que hasta fotos se hicieron, intercambiaron calzoncillos como expresión de mutuo respeto.
No sé si esto fue verdad, si ocurrió de esta manera, el asunto es que la música española tiene expresiones sublimes que corresponden a lo más alto y refinado de la música occidental, y que cuando alguien la escucha, no importa de qué cultura provenga, algo se nueve en su alma,  esto tiene una explicación.
En España confluyeron tres de las culturas principales del mundo, la cristiana, la judía y la árabe y por medio de ésta última, la griega clásica gracias a las traducciones y comentarios que hicieron los sabios de las cortes de los Califas durante los siglos de conquista de todo ese legado que llegó a sus manos.
A esto debemos añadirlas culturas celtíberas, visigodas, fenicias, africanas, romanas que hicieron ese tejido tupido de expresiones de la España vernácula. Tal confluencia, única en el mundo, tuvo sus consecuencias muy particularmente en la música.
Nombres como Isaac Albéniz, Manuel de Falla, Joaquín Rodrigo, Pablo Casals, Andrés Segovia, Jordi Savall luminarias de la música universal, son compositores e instrumentistas de altos quilates que supieron explotar la rica veta de la música de su patria, investigaron y rescataron para el mundo un repertorio que estremeció a los auditorios más exigentes, la música española marcó definitivamente con su impronta no solo la cultura popular, sino que hizo nido en las cumbres de la música culta.
Don Manuel de Falla
Tomemos por ejemplo las Cantigas de Santa María que recopiló Alfonso X, es la muestra de la música visigótica trasmitida en unos coros que no son de este mundo, o el impresionante ballet de Falla, Amor Brujo, o sus bellísimas impresiones sinfónicas, Noches en los Jardines de España, nos catapultan a una modernidad sin parangón en aquellos principios del siglo XX, el genio musical español renace y se hace de sus propias cenizas como un ave fénix.
La música y erudita inglesa Ann Livermore, en su obra Historia de la Música Española nos dice:
“Las formas tradicionales de la expresión musical española permanecen claras y escuetas, signo éste de una constante participación de carácter comunitario, desde la danza tal y como se cultivaban en tiempo de los romanos hasta los cantos que se han conservado, así como los primeros himnos en formas de preces, creados en Sevilla en tiempos de San Isidoro… los españoles han permanecido unánimemente fieles al precepto de San Agustín, que recomienda que la gente practique el baile y el canto. Es evidente que estas formas han sido cultivadas por el pueblo hispano y es evidente también el sentido vital de la alegría, sentido que ha permanecido y se ha conservado intacto.”
No he conocido una persona que no se haya sentido conmovido por los cuadros de unas sevillanas, por la salvaje lujuria de un tablao flamenco, o la fiesta de una Jota Aragonesa, que no se le haya arrugado el alma con la dulzura de una gaita gallega o unos zéjeles andaluces, la música española pareciera contener la virtud de ser como una lleve maestra que abre las puertas de intensos sentimientos en las personas.
Dicen los historiadores y expertos musicólogos que por allá en los años de 1231, Sevilla se había convertido en la principal industria de instrumentos musicales de su tiempo, lutiers de todas partes del mundo, maestros ebanistas, expertos en cuerdas de todo tipo, finos curtidores de cuero, matemáticos pitagóricos, del sistema griego tradicional, del árabe- pérsico, experimentaban con afinaciones y escalas, se publicaron grandes tratados de teoría musical como el Gran Libro sobre Música de Al Fārābi, el tratado de Zirāb, el Libro sobre Música de Al-Musoli de Bagdag, el desaparecido libro de Avempace que se supone contenía tesoros de la música mozárabe.
El laúd se convirtió en el instrumento favorito de las cortes, el de cuatro y cinco cuerdas, los había de diferentes tamaños y sus cajas presentaban diversas formas, se usaba el arpa, el rabbab, especie de viola que se tocaba con arco, había numerosos instrumentos de viento siendo los favoritos las flautas y caramillos, habían trompetas y tubas,  habían órganos de fuelle, pero era en los instrumentos de percusión donde la imaginación era rebasada por la variedad de panderetas y castañuelas que existían, cada una con un sonido particular, la cantidad de tambores eran impresionantes estaba el qasa, timbal de poco fondo, el Tabl tawil, tambor largo ordinario, el Kūba, timbal en forma de vasija, la tradicional tabla y cantidad de cimbales.
El maestro Pablo Casals
Y es que existía en los tiempos de los Califas de la dinastía de los Fātimid, unas composiciones llamadas Nubas, que eran interpretadas solo para miembros de la corte y donde únicamente los Califas, Primeros Ministros o Generales de importancia les eran permitidos tocar los tambores y timbales en el curso de la pieza, muy de vez en cuando le daban la oportunidad a un embajador extranjero a que tuviera un toque de los cueros durante la interpretación, y eso era un verdadero honor.
Mientras más estudio sobre la música en España, más me convenzo de su importancia en el contexto de la música universal, nada digamos de lo fundamental que es para nuestra música Latinoamericana de la que escribiremos en otro momento.  -  saulgodoy@gmail.com





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