miércoles, 4 de mayo de 2016

La literatura según Eagleton



No comulgo con sus ideas izquierdistas, pero Terry Eagleton es un pensador de valía y un escritor ameno, y sin mucha estridencia, profundo.
Detesto a los escritores disque académicos que adrede, para parecer sapientes en sus disciplinas, complican de tal manera sus explicaciones que hacen ininteligibles sus textos, sobre todo en un área tan delicada como la crítica literaria, pues bien Terry Eagleton es un escritor británico especializado en filosofía de la literatura, ¡ugh!, filosofía de la literatura, ¿Que más aridez puede pedir alguien sobre algo?, y sin embargo me sumergí en su libro El acontecimiento de la Literatura como si estuviera dándome un piscinazo en un día de verano, con un agua azul y fresca, una experiencia vigorizante y hasta divertida; quien sabe de lo que habla, lo hace para ser comprendido, no para confundir y Terry conoce su negocio.
Lo dice desde el mero principio del libro:La literatura… no tiene ningún tipo de esencia. Los textos escritos calificados de «literarios» no tienen en común ninguna propiedad individual, ni siquiera un conjunto de rasgos comunes.
Su colega y amigo Stanley Fish, otro de esos “raros” que se ocupa del fenómeno de la literatura reitera: la categoría “obra de ficción” no tiene en última instancia contenido, […] no existe ningún rasgo o conjunto de rasgos que todas las obras de ficción tengan en común y que constituyan las condiciones necesarias y suficientes para convertirlas en una obra de ficción.
Y como si no fuera suficiente echa mano de la opinión de otro experto, en este caso de E. D. Hirch que nos tira esta perlita: la literatura no tiene ninguna esencia independiente, ni estética ni de ningún otro tipo. Es una clasificación arbitraria de obras lingüísticas que no presentan rasgos comunes diferenciados y no se puede definir al modo de una especie aristotélica.
Me pareció definitivamente un reto empezar un libro sobre literatura donde el autor niega la posibilidad de definir lo que es literatura, y en cierta manera todas estas opiniones tienen razón en el sentido ¿Que pudieran tener en común un libro como La Biblia, escrito por un colectivo de autores, con otro como Harry Potter y la Piedra Filosofal de J.K. Rowling, o una novela policial de Agatha Christie con el Cantar del Mío Cid? La Literatura incluye demasiados estilos, objetivos y temas como para poder definir sus rasgos en una simple fórmula.
Pero Terry es un prestidigitador excepcional y recurre nada menos que a Ludwig Wittgenstein a la caza de un criterio unificador, el filósofo vienés en su obra Investigaciones Filosóficas, cuando trata el espinoso problema de la diferencia y la identidad, propone como solución los denominados parecidos familiares.
Pero dejemos que sea Eagleton quien lo explique: En un pasaje célebre, Wittgenstein nos invita a reflexionar sobre qué es lo que tienen en común todos los juegos, y concluye que no comparten ni un solo elemento. Lo que más bien hay es «una compleja red de parecidos que se superponen y entrecruzan» A continuación, hace la famosa comparación de esta enmarañada red de afinidades con los parecidos existentes entre los miembros de una familia. Quizás esos hombres, mujeres y niños se parezcan, pero no porque todos tengan las orejas peludas, la nariz muy prominente, una boca muy salivosa o cierto toque de petulancia. Algunos tendrán uno o dos de estos rasgos, pero no más; otros tendrán una mezcla de varios junto con, acaso, alguna otra característica física o de carácter, o cosas parecidas. De esto se desprende que tal vez dos miembros de la misma familia no tengan en común ninguno en absoluto, aun siguiendo vinculados entre sí mediante otros elementos interpuestos en la serie.
A partir de este argumento, la literatura se zafó de la jaula de hierro que ciertos académicos le habían impuesto al punto, que Christopher New pudo decir sin temor a contradecirse: todos los discursos literarios se parecerían a algún otro discurso literario en algún aspecto, pero no todos se parecerían entre sí en un único aspecto”.
Esta manera de ver la literatura da como resultado que podamos incluir autores tan disímiles en el género como un García Márquez al lado de un Stephen King, sin causar indignaciones, la esencia de la literatura se salva al ponerla fuera del alcance de determinada clase o cierta propiedad o conjunto de propiedades, necesarias y suficientes al mismo tiempo, que posee y las hace pertenecer a dicha categoría.
El problema fundamental con esta aproximación sería, que si no se explican las afinidades entre las obras literarias (y por ende sus diferencias) el concepto quedaría vacío, puesto que cualquier cosa podría parecerse a otra en innumerables rasgos, lo señala Eagleton de la siguiente manera: Una tortuga se parece a una operación quirúrgica para implantar una prótesis en que ninguna de las dos sabe montar en bicicleta. Sin embargo, si se da un nombre a los parecidos que están en juego, parece que se respalda la idea de que hay condiciones necesarias y suficientes para que un objeto sea lo que es, algo de lo que se podría pensar que la idea del parecido familiar ha deshecho. Más bien, lo único que hemos hecho es resituar este tipo de discurso en el plano de las categorías generales, en lugar de en las entidades individuales.
Lo cierto- afirma Eagleton- es que el recurso de los parecidos familiares tiene sus límites, no podría aplicarse al momento de querer definir arte, por ejemplo, no hay nada más complicado que tratar de definir arte sin caer en las referencias funcionales e institucionales, aunque desde el romanticismo para acá, lo más notorio de una obra de arte es precisamente que está desprovista de función, y esto, como una clara crítica hacia una sociedad esclava de la utilidad, el valor de cambio y la razón calculadora, la función de una obra de arte es no tener función.
En el libro de Terry Eagleton que estamos comentando no es difícil conseguir pasajes brillantes como el siguiente: Se puede concebir que un haiku, la máscara ornamentada de un guerrero, una pirueta y el blues de doce compases compartan algunos de los denominados efectos estéticos, pero resulta difícil entender que comparten alguna cualidad intrínseca muy distintiva. Quizá todos hagan ver lo que de vez en cuando se denomina «forma significativa» o diseño integral. No obstante, aun cuando así fuera, hay un buen catálogo de fenómenos vanguardistas y posmodernos que no los comparten, a pesar de lo cual les asignamos igualmente el nombre de arte. También hay infinidad de objetos, como las palas o los tractores, que exhiben forma significativa pero no se les suele considerar obras de arte, salvo quizá desde la perspectiva del realismo socialista.
Para las personas que desean formarse un criterio avanzado sobre la literatura, éste volumen de Terry Eagleton El acontecimiento de la Literatura, es una lectura grata e iluminadora que recomiendo no sin antes advertirles, que Eagleton utiliza el método de la crítica marxista donde la conexión entre la narrativa y el poder es fundamental.
Emplea las herramientas del desconstruccionismo para vencer las resistencias del lenguaje estructurado en conceptos, los desmonta, y una vez con todas las piezas regadas en el piso, la reconstruye teniendo como plano las relaciones de clase y la estructura cultural sobre las que se levanta el socialismo, destacando los vínculos y códigos que establece la ideología dominante.

Para Terry la crítica y la teoría literaria son instrumentos de manipulación de intereses de clase que pocas veces son vistos como tales, debido precisamente a que conforma piezas muy sutiles de dominio pero cuyo resultado, la de instaurar ideologías y creencias, son de importancia extrema en la siembra de valores y actitudes.  -  saulgodoy@gmail.com

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