sábado, 23 de julio de 2016

Nietzsche y el socialismo


El siguiente escrito es una traducción libre y resumida de un trabajo de mayor extensión del profesor Nicholas Buccola, titulado “The tyranny of the least and the dumbest”, publicado en The Quaterly Journal of ideology, vol 31, 2009

La genealogía era parte fundamental del método crítico del filósofo de Basilea; ir a los orígenes, comprenderlos, era tarea fundamental para entender los asuntos humanos, como buen filólogo creía que el origen de las palabras así como el de las ideas, constituyen la estructura fundamental de cualquier problema a desentrañar, fue así como Nietzsche consideraba que toda doctrina afiliada al idealismo estaba condenada al fracaso, y probablemente Platón y su maestro Sócrates tuvieron mucho que ver en este falso comienzo.
El pensar la existencia de un mundo ideal, de las ideas perfectas, que contradecían al mundo real, ya creaban una división artificiosa para el manejo efectivo de la vida,  la verdad fue ubicada en esa otra dimensión en detrimento de la realidad, el pecado original del socialismo, como todas las otras doctrinas idealistas, consiste en abrazar ese otro mundo que no es éste.
Por eso es, que a los ojos de Nietzsche, Sócrates era un hombre perverso que se la pasaba devaluando la realidad, restándole valor a las cosas como realmente son.
El cristianismo es sin duda alguna una doctrina idealista que rechaza este mundo por otro más perfecto, eterno; Cristo ofrecía una religión para el espíritu, interna, para que el individuo accediera a la salvación por medio de una transformación personal, con la cual e hombre podía alcanzar la perfección en Dios, según Nietzsche, San Pablo cambió esa visión y la hizo mucho más abierta y gregaria, el gran mérito de San Pablo consistió en convertir el cristianismo en una doctrina social, más pública, hizo del cristianismo una opción política que afectaba la vida de la comunidad, y de aquí se enganchó el socialismo para recibir de gratis un baño de moral y hasta de santidad.
Pero fue la tesis de la igualdad de las almas ante Dios, de la que se aprovechó el socialismo para conquistar a su público dentro de las filas cristianas, en El Anticristo, nos dice Nietzsche que esta igualdad es el pretexto del rencor que mueve al socialista en su reclamo por justicia social y que se constituyó “en el principio que destruyó el orden social”, el concepto de la igualdad en el hombre nace primero de la religión, para luego convertirse en moral para terminar siendo un precepto social.
Estas dos malinterpretaciones del cristianismo, la de la igualdad de las almas y la preferencia por un mundo ideal fueron promovidas por el socialismo como la venida de un reino, pero no de Dios sino del hombre, porque el socialismo predica la muerte de Dios y sin la gloria del cielo, no queda sino transformar este mundo en un verdadero paraíso en la tierra.
Pero para Nietzsche va a ser la contribución de un filósofo del siglo XVIII el que tenderá los puentes entre el idealismo platónico-cristiano y el idealismo social, y ese hombre fue Jean-Jaques Rousseau.
Nietzsche desprecia profundamente a Rousseau, un soñador en una época que: “dominada por mujeres, con tendencia al entusiasmo, lleno de espíritu, poco profundo ganado para el servicio de lo que es bueno para el corazón… intoxicado, alegre, transparente, humano, falso ante sí mismo, con mucha canalla social.” Lo consideraba preso de un idealismo entusiasta de comenzar el mundo desde cero. Lo que separa a Rousseau de la tradición cristiana es su idealización de la naturaleza humana y de la fe transformadora de las instituciones sociales.
La naturaleza humana es esencialmente buena pero la corrompe la sociedad y aunque ha perdido su inocencia, cree que puede ser restituida en nuevos valores gracias a las instituciones políticas, y si la Ciudad de Dios agustiniana no tenía posibilidad de construirse en la tierra, debido a la naturaleza pecadora del hombre,  Rousseau, eliminando la mancha del pecado, creía en el progreso de la humanidad por medio de los cambios institucionales.
Los agentes provocadores socialistas, aquellos que organizaban huelgas y paros en las industrias bajo la inconformidad con la vida que llevaban como trabajadores, conjuntamente con la clase dominante que no inspiraba ningún respeto, pues no tenían maneras nobles de conducirse, eran las verdaderos causantes del ambiente revolucionario de la época.
Nietzsche veía su sociedad estructurada de manera racional con una “alta cultura” que necesariamente debía descansar sobre una amplia base de una mediocridad consolidada, que eran los trabajadores, no esclavos, pero eran personas cuyo única posibilidad de felicidad estaba en prestar tales servicios ya que esa era su posibilidad, no daban para más, la felicidad del mediocre era la mediocridad, especializarse en solo una actividad es su instinto natural, además, recibía el abrigo de la religión que los hacía dóciles, conformistas con su situación, el cristianismo y el budismo enseñaban a estos pobres de espíritu que había un ilusorio orden superior cuya promesa los hacía aceptar la dureza de este mundo real.
Recordemos que Nietzsche, un pensador que desarrolló la mayor parte de su obra a finales del siglo XIX, creía en un orden natural de cosas, entre ellas que existía una aristocracia y un proletariado, y que la alta cultura dependía de la estabilidad que tuviera el edificio social donde la aceptación de este orden era absolutamente necesaria, al introducir el discurso socialista de reivindicaciones, igualdad y poder para los obreros, estaban desestabilizando ese mundo.
Pero Nietzsche le advertía a la aristocracia que tenía que tener carácter, sus formas de comportamiento debían hacer la diferencia entre ambas clases, porque si se comportaban como simples parásitos, chupadores de sangre, igual el orden social se desboronaría, para que el sistema pudiera sostenerse debían ser hombres íntegros, con don de mando, una raza superior de hombres que inspiraran respeto pues si el obrero pensaba que el empresario o el industrial estaba allí por pura suerte, y él podría ocupar sus zapatos, entonces el socialismo prendería como fuego en la pradera.
En La Voluntad de Poder, otro de los libros de Nietzsche, recomendaba a la clase dominante estar en constante renovación de su legitimación como hombres superiores, la base de la pirámide social estará satisfecha solo si entiende que su trabajo es útil y necesario para el mantenimiento del orden social, que cada uno tiene su lugar y debe hacer lo necesario por conservar ese equilibrio, bastó que desaparecieran los césares para que el imperio romano cayera en manos de los cristianos y sobreviniera la decadencia.
Caer en el juego socialista es fatal ya que no puede la clase dominante otorgarles a los trabajadores educación, derecho al voto, derecho a servir en los cuerpos militares y otras prebendas, y al mismo tiempo, tratar de mantenerlo en una posición de subordinación económica, o es trabajador o es un emprendedor independiente.
Hay muchos aspectos de la realidad que son tenidos como indeseables y negativos como podrían ser los deshechos, la podredumbre producto del decaimiento y el deterioro, pero para la naturaleza, son procesos generadores de nueva vida y que mantienen un orden y estabilidad en la vida, estos aspectos son condenados por los idealistas y llevados a la función social, tratan de enmendar los vicios de la sociedad, erradicar la prostitución, las enfermedades, la pobreza, la ignorancia, el uso indebido de drogas, las apuestas… es querer cambiar el curso de la vida que necesita que los hombres envejezcan y mueran, no que permanezcan sanos y lozanos por siempre, eso va en contra de los mismos postulados de vida, ésta negación de la realidad y la exaltación del mundo ideal hace que los postulados rousseaunianos y socialistas estén equivocados, parten de una naturaleza equivocada, que no existe.
Querer un nuevo orden, un hombre nuevo a partir de ideales, obligatoriamente lleva a producir monstruosidades, quimeras que pronto se derrumban, ese es el llamado de la utopía socialista, creemos un nuevo mundo desde cero, derribando el viejo orden, impongamos un orden mucho mas “humano”, benigno, justo, pero para ello debemos olvidar quienes somos en realidad, debemos ocultar nuestra verdadera naturaleza, para que las instituciones puedan moldear ese hombre ideal.
Pero definitivamente el centro del ataque de Nietzsche al socialismo radica en su señalamiento de que se trata de una filosofía para resentidos que buscan venganza, el fondo del argumento socialista es demostrarle al obrero que está siendo oprimido y que debe rebelarse.
Para Nietzsche los socialistas son los que no tienen privilegios de ningún tipo, los desposeídos y los miserables que buscan en otros la razón de sus sufrimientos, son “los apóstoles de la venganza y el resentimiento”, no se trata, como en el caso de los cristianos, de culpar a todo el mundo, incluyéndose ellos, de que existan hombres pobres, los socialistas no se incluyen como causantes del problema, al contrario se convierten en los acusadores de la injusticia e injurian a quienes mantienen para su provecho este estado de cosas.
El socialista al separarse de la culpa de la injusticia social y convertirse en acusador se transforma en un ángel vengador.
Yo estoy afectado por el sistema- parecieran decir- si castigamos a quienes sostienen el sistema seremos compensados, para Nietzsche, el socialista y el racista son animales del mismo pelaje, ambos necesitan a un chivo expiatorio en el centro de su teoría de la justicia, lo que significa que el racista y el socialista renuncian a su responsabilidad por las condiciones que padece y se las asigna a un ente externo, bien sean los judíos, los extranjeros, los aristócratas, los empresarios, los imperialistas.
Todo el proceder socialista se concentra en echarle la culpa de una situación dada a alguien y proceder a castigarlo, despojarlo de sus bienes que son producto del robo para restituírselos a la gente, sus verdaderos dueños, y como ellos son todos iguales, la propiedad es comunitaria, todo es de todos, lo que también significa, nada es de nadie.
Esta terapia de venganza puede llevar a revoluciones sangrientas y ruina social, por lo que el filósofo alerta a las clases dominantes de la Europa de su época a ser sobrios, en cierta manera, a ser justos y evitar excesos, y a estar pendientes de los experimentos socialistas.
En su obra Mas allá del bien y del mal, Nietzsche opina sobre la democracia: “Nosotros tenemos una fe diferente: para nosotros el movimiento democrático (del que el socialismo es parte) no es solo una expresión decadente de la organización política sino es decadencia por sí misma, se trata de una disminución del hombre, hacerlo mediocre y disminuyendo su valor… esta degeneración humana universal que proponen las mentes simples de los socialistas como el hombre del futuro, que es su ideal, esta disminución del hombre como el perfecto animal de manada, esta animalización dentro de una igualdad de derechos, es posible, no hay duda alguna. El que haya pensado en esta posibilidad de seguro a sentido nauseas, pero la mayoría solo lo ve como una nueva etapa a cumplir.”
Para quienes quieran ahondar en estos planteamiento recomiendo se dirijan al artículo original del profesor Buccola, que es mucho más rico en ideas y definitivamente más profundo que esta aproximación que le hago a mis lectores, lo que definitivamente queda descartado es la presunción de algunos socialistas de querer utilizar la filosofía de Federico Nietzsche como apoyo a sus ideas progresistas y de justicia social, nuestro filósofo era un hombre adelantado a su tiempo pero conservador, un humanista clásico en todo el sentido de la palabra y un hombre honesto que expresaba lo más claro posible su pensamiento, aún recurriendo a la metáfora como muchas veces hizo para explicar ideas.   -  saulgodoy@gmail.com
 




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