domingo, 17 de julio de 2016

Presencias Reales


Es un magnífico ensayo del autor y filósofo del lenguaje George Steiner cuyo subtítulo es El Sentido del Sentido y que llegó a mis manos gracias al legado de parte de la biblioteca de la historiadora Laura Febres Cordero y su esposo Guillermo Ayala, que finalmente se integró a la de Olga y mía. Gracias Laura y Guillo.
Esta publicación fue patrocina, según lo entiendo, por el Dr. Rafael Tomás Caldera, en 1989, quien hizo posible su traducción y publicación; y comprendo perfectamente la importancia de esta obra para quienes participaron en su difusión en el país, pues no solo habla la “crisis del lenguaje” sino de la terrible desviación que ha caracterizado al término “Humanismo” sobre todo por factores del totalitarismo que lo utilizan para justificar lo injustificable.
 El escritor George Steiner

Pues bien, fue un gesto premonitorio que nos llega de aquel final del siglo XX, donde ya Europa sentía en sus huesos el crujir del postmodernismo y el deconstruccionismo, que hacía que todo aquello que teníamos por real se fuera disolviendo en un mero espejismo y que, en palabras de Luis Miguel Isava, “es un síntoma insoslayable de la profunda crisis de valores, de la crisis espiritual de occidente”.
Steiner empieza su ensayo considerando la crisis filosófica en los fundamentos de las matemáticas, que debería ser uno de los pilares más sólidos del conocimiento humano por la naturaleza de su lenguaje y el universo donde se desenvuelve; ya la lógica estaba experimentando serias dudas sobre sus propias fuentes para demostrar una prueba, especialmente con Gödel, quien explicó su inquietante descubrimiento de la necesidad de recurrir siempre a una adición exterior, fuera del sistema desde el que se opera, en otro sistema aparte, para validar la integridad de una demostración.
Las cadenas de necesidad y sustentación parecían no tener fin, el mundo descubría que nada era autónomo e independiente, las cosas y el mundo se explicaban por argumentaciones infinitas, en una tupida red de dependencias que parecían nunca acabar, nadie podía decir, ésta es la raíz de la palabra, del concepto o del universo, sin que de inmediato saltaran de la chistera otros conejos imposibles de atrapar, y esto sucedía en todas las disciplinas, aún en la más “dura”, como son las matemáticas.
Fue así como el lenguaje entra en una terrible barrena del sentido, nuestra capacidad de nombrar el mundo, de darle forma y sentido, resulta ser un coladero de interpretaciones donde todo resulta posible y nada seguro, el llamado Giro Lingüístico se transforma en una pesadilla que afecta a todo lo que es humano y divino… donde se use la palabra, cualquier cosa puede pasar.
Es por ello que Steiner se va por lo único seguro, por la “cosa en sí” kantiana, la última realidad-sustancia que debería estar allá afuera sustentando la realidad y a la que sólo es posible acceder por medios extraordinarios como el arrebato místico, como la poesía y el arte en sus formas puras.
Es interesante como Steiner rescata a dos de los profetas que entrevieron ese universo caótico y se lo presentaron al mundo en sendas obras; son Mallarmé y Rimbaud, quienes experimentan disociando la palabra de la referencia externa. Para Steiner fue el lenguaje poético, en la segunda mitad del siglo XIX, la llave que abría los portales de un universo asociativo “líquido” como diría Baumman, un abrevadero donde el yo se desvanecía para experimentar el mundo anterior al lenguaje.
Según Steiner, fue el Círculo de Viena el primero en darse cuenta y proponer vías para manejar tal contingencia, que ponía a la epistomología en serios aprietos, y fue tratando de purgar el lenguaje de todo contenido metafísico, igualmente se probaron otras vías como los intentos de regresar a las tradiciones reveladas, sobre todo las talmúdicas como propusieron otros intelectuales; el asunto es que, mientras esto sucedía, el lenguaje del mundo, el lenguaje de la política, de los medios de comunicación, de la propaganda y la publicidad se degradaba, la cultura clásica y la tradición humanística perdían sentido ante la subversión de verdaderas revoluciones en la psicología, la sociología, la cosmología y todo ese empuje tecnológico que lanzó a la humanidad a confrontarse en dos guerras mundiales con el poder en las manos de devastar al enemigo sin piedad y sin razones.
Al perderse el ancla del significado, el hombre quedó a la deriva, porque todo se volvió relativo, la opinión de un idiota tenía el mismo valor que la de un sabio, todo se reducía a la forma y en ese mundo la verdad dejaba de existir, todo se sometía a los gustos personales.
Hasta el mismo sentido común fue deconstruído, nada parecía resistirse a la embestida etimologizante, al incesante juego de palabras, a la andanada de retóricas que del lado del postmodernismo llovían a diario desde los medios de comunicación, desde la academia, desde los Think-tank de los partidos políticos.
Me gusta la manera como Steiner toma esos ataques del postmodernismo, al que considera una “cámara autista de ecos”, donde se juega a un juego cuyas propias reglas se alteran y subvierten mientras transcurre; la deconstrucción es puro nihilismo, es una forma de terrorismo que va destinado a erosionar la auctoritas, y en su contra lo que cabe es confiar en el consenso de lo que él llama la “praxis liberal”, que no es otra cosa que la tradición erudita de los estudiosos, en sus palabras: “…el editor, el crítico seguirán adelante, como siempre, trabajando en mano, con la dilucidación de lo que se considera un auténtico aunque a menudo polisémico e incluso ambiguo sentido, y enunciarán lo que consideran sus preferencias y juicios de valor informados, racionalmente argumentables, aunque siempre provisionales y auto-cuestionadores. A través de los milenios, una mayoría decisiva de receptores informados no sólo llegó a una visión múltiple aunque amplia y coherente de lo que tratan La Ilíada, El rey Lear o Las bodas de Fígaro (los significados de sus significados), sino que han concordado en juzgar a Homero, Shakespeare y Mozart como artistas supremos, en una jerarquía de reconocimientos que se extienden desde las cimas clásicas hasta lo trivial y falso. Esta amplia concordancia, con su innegable residuo de disensión de disputas hermenéuticas y críticas, con sus márgenes de incertidumbres y su cambiante localización, constituyen un consenso institucional, un manual de referencia y ejemplaridad acordada a través de los tiempos. Esta concurrencia general provee a la cultura con sus energías de memoria, y aporta las piedras de toque con las que medimos la nueva literatura, el arte nuevo, la nueva música.”
Steiner ve en este caos y anarquía, creados por el postmodernismo, provocaciones intensamente estimulantes para proseguir en la labor de reparar esa disociación platónica entre estética y moral; no hay pre-textos ni morfologías anteriores al acto creativo de un poema, su esencia es una necesidad ontológica y de auto-suficiencia. El poema- dice Steiner- a través de una ejecución particular, contiene y da cuerpo a su propia raison détre.
Steiner remata con una de sus frases iluminadoras: “El poema es; el comentario significa. El significado es un atributo del ser.”
No me queda sino agradecerle al Dr. Rafael Tomás Caldera su empeño en traducir y publicar para los venezolanos este texto tan iluminador y primordial para comprender la modernidad, y de recomendar a mis lectores que se busquen este ensayo y lo beban como si fuera un buen vino, despacio, paladeándolo y disfrutando cada gota de su sabiduría.
Presencias Reales de George Steiner es uno de esos textos imprescindibles, que en tiempos tan artificiosos puede arrojar luz sobre la situación que vivimos los venezolanos en medio de esta fuerza tan corrosiva como lo es el chavismo y su ideología chatarra.  -  saulgodoy@gmail.com







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