Y su
propuesta la comparto plenamente, empezando porque es uno de los hombres más
informados que existen en la actualidad sobre ese complejo campo de la
neurobiología, sobre todo, la que tiene que ver con el funcionamiento del
cerebro.
Ya he
escrito unos cuantos artículos acerca del profesor Daniel C. Dennett, un prolífico autor y conferencista
norteamericano de fama mundial, que tiene una terrible noticia para aquellos
que creen en la divinidad del ser humano, en la naturaleza especial, digo
espiritual, en esa partición no biológica de nuestro ser que algunos llaman
alma, personalidad, yo, conciencia.
Considerada
una de las ideas más peligrosas del mundo, el profesor Dennett ha sido
anatemizado por muchas de las religiones del mundo como el propagandista de una
herejía, de la herejía.
Para
ponerlo en términos muy crudos, Dennett cree haber descubierto (al igual que
muchos científicos) que el cerebro humano trabaja como una computadora húmeda
(orgánica) que funciona como terminal de un complejo sistema nervioso que capta
estímulos, los procesa, los filtra, los cataloga, les da propiedades,
significación, jerarquía y los presenta en una especie de sala situacional,
donde actúan diferentes sistemas especializados, que no son otra cosa que
millones de neuronas haciendo sinapsis entre ellas, cada una trayendo a la mesa
su versión de los hechos, y allí, con toda esa información a la vista y gracias
a varios trucos que el cerebro ha aprendido para favorecer nuestra existencia
en un mundo hostil, nos hace creer que somos una persona, que tenemos un yo
dentro de nuestro cuerpo controlando una parte de nuestras vidas, sobre todo la
que tiene que ver con el mundo externo.
El profesor e investigador Daniel C. Dennett |
El
truco es tan bueno que nos hace creer que tenemos un discurso interno,
pensamientos, sentimientos atribuibles a esa persona que tiene nuestro nombre, ocupación,
dirección, cuentas bancarias y número de teléfono; estar consciente, es ser un
agente para la acción con un punto de vista en primera persona, no solo
reconocemos cosas y respondemos a ellas, sino que nos damos cuenta que notamos
cosas, incluso a nosotros mismos dándonos cuenta.
Lo
más loco de la situación que Dennett nos dice, es que los investigadores han
encontrado en
sus laboratorios, que todas las partes involucradas en esta
ilusión de crearnos a nosotros mismos, ninguna tiene consciencia propia, ni
siquiera esos sistemas especializados que se encuentran en la sala situacional
(que es el cerebro todo, no un punto en específico), son como máquinas que
operan en paralelo, inconscientemente, simultáneamente, trabajando las 24 horas,
todos los días hasta el momento que dejemos de funcionar, y cuando eso suceda,
el truco se acaba, la ilusión de nosotros, de mi persona, simplemente
desaparecerá.
Una
idea terrible, y espectacular al mismo tiempo, es la biología trabajando al
máximo de sus posibilidades creando personas, seres que creen tener conciencia
de sí y del universo, que se cuestionan sobre el pasado, el presente y el
futuro, que prevén su final, que crean arte y quieren conquistar otros mundos,
que aman, que tienen hijos, que se matan y destruyen, que quieren vivir
eternamente… que crearon a Dios.
Esa
persona que vive en ese cuerpo, o sea tú y yo, nos hemos construido por medio
de la palabra, constantemente nos estamos presentando ante otros y a nosotros
mismos, utilizando una red de discursos, de representaciones, de
caracterizaciones, de roles, de recuerdos y experiencias que construimos con el
lenguaje, Dennett cree que uno de los elementos más potentes de nuestro medio
ambiente son las palabras con las que creamos nuestro mundo simbólico, y muchas
veces son las palabras las que toman el control de nuestras vidas.
Fue
Descarte el que nos hizo creer que dentro de nuestro cerebro había un teatro, y
que allí sucedían las cosas que nos sucedían, y había un homúnculo, un
hombrecito que veía todo lo que pasaba y que tomaba decisiones, era nuestro yo
imaginado por un filósofo del siglo XVII, esa idea de que éramos “nosotros”,
espíritus divinos separados de la materia en la que estábamos encerrados, los
verdaderos señores de nuestro destino y acciones, incorruptibles, eternos,
entes luminosos hechos para un mundo perfecto cuando abandonáramos nuestros
cuerpos, una idea reconfortante y falsa.
Gottfried
Wilhelm Leibniz en su tratado Monadología
(1840) escribió: “Supongamos que hay una
máquina, cuya estructura produce pensamientos, sentimientos y percepciones;
imagina esta máquina esta máquina grande pero preservando sus proporciones, de
modo que pudiéramos entrar en ella como si lo hiciéramos en un molino.
Suponiendo que podemos visitar su interior; que podríamos encontrar allí? Nada sino partes que se empujan y se mueven, pero no encontraríamos nada que
pudiera explicar la percepción.”
Leibniz
planteó correctamente la imagen, pero las creencias de su tiempo lo hicieron
derivar hacia el alma, al fantasma dentro de la máquina, esa entidad espiritual
que la metafísica de su tiempo creó para explicar la razón última del ser
humano, pero había planteado el problema correctamente, sólo que abandonó la
explicación más obvia, era la actividad de esas partes brutas las que
originaban, a manera de un subproducto, la percepción.
Porque
si le creemos a Dennett y a los resultados que los científicos han obtenido en
sus centros de investigación luego de años de trabajo, no existe el libre
albedrío en los términos que hasta ahora hemos conocido, la libertad es otro
truco que nos juega el cerebro, porque si somos creación de nuestros nervios,
glándulas, humores, órganos y secreciones, si todo está condicionado por la
tiranía del estímulo-repuesta y nuestra constitución biológica, ¿Somos
realmente libres?
Tomemos
en cuenta, que ningún cuerpo es igual al otro, de modo que esa tendencia a la
infidelidad, a la acumulación de riqueza, a contemplar el suicidio o a la
bondad entre las personas, así como otros muchos comportamientos de las
personas, pudieran ser productos de cómo funciona ese complejo sistema biológico,
y la calidad de los trucos que hace.
Todas
nuestras normas éticas-legales, nuestro mundo moral, nuestras creencias
religiosas todo ese constructo cultural de ideas y creaciones estéticas,
nuestras formas políticas e
instituciones no son sino parte de esa enorme colmena, que como las termitas en
África, hemos construido para guarecernos de los elementos y de los peligros.
Pero
muy por el contrario, al entender esta tesis (sí, afortunadamente, para
algunos, todavía es una tesis, no ha sido probada del todo, pero lo que se ha
descubierto apunta a que es así) en vez de echarnos a llorar porque el mundo no
es lo que creíamos, lo que nos habían vendido los curanderos y brujos, esa
fantasía dorada de que vivíamos en la tierra de “nunca jamás”, lo que debería
despertar es nuestra curiosidad por redefinir quienes somos en realidad, como
personas y como especie, si esto fuera de esta manera, si nuestra consciencia
es el resultado de una arquitectura inteligente de nuestra biología ¿Cuál es
nuestro lugar en el mundo? ¿Qué es el mundo?
No sé
a ustedes, pero a mí me parece apasionante que por primera vez en nuestra
historia se nos dé la oportunidad de revisarnos en totalidad, de quitarnos de
encima ese pesado fardo de mentiras y buenas intenciones y enfrentemos nuestro
sino, sabemos que hace algunos miles de años atrás no había seres conscientes
en nuestro planeta, que la aparición de la consciencia fue un fenómeno de
reciente aparición ¿Cómo fue eso posible?
Si lo
que dice Dennett es verdad, se trataría del descubrimiento más importante de la
historia de la humanidad, ni siquiera el descubrimiento de América, o el del
subconsciente tendrían comparación, y aunque se entiende, le movería el piso a
mucha gente, tampoco eso significa una invitación al nihilismo o a la
desesperanza, muy por el contrario, sería la oportunidad de desarrollar nuevos
sistemas filosóficos, en especial una ontología distinta, la antropología daría
un vuelco y nada digamos la sociología, sólo para empezar.
Para
algunos críticos esta sería una versión de Darwin recargado, que no estaría muy
lejos de la verdad, la evolución ha especializado el cerebro humano hasta el
punto de producir conciencia desde una plataforma puramente biológica, como un
epifenómeno de alta complejidad.
La
conciencia, según Dennett no es algo tangible, ni concreto, es difícil de
abarcar y no sabemos cómo se origina, lo que sí sabemos es que en medio de ese enorme
caudal de información que produce nuestro sistema nervioso, está allí, en
constante proceso de los impulsos que
recibe, sólo atendiendo aquella información que la necesidad reclama para
conservarnos con vida.
Lo
que aflora como conciencia, es como un gran mosaico de lo que percibimos como
realidad, cada pieza es inmediatamente sustituida por otra y otra, y otra, algunas
duras partes de un segundo, otras son más estables creándose una corriente de
conciencia, un flujo que nos da la impresión de continuidad y unidad.
Los
libros de Dennett hay que leerlos con mucha atención, afortunadamente es un
educador de primera, con un gran dominio del lenguaje, capaz de explicarnos al
detalle situaciones complicadas que conciernen
nuestra más íntima naturaleza.
- saulgodoy@gmail.com
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