lunes, 9 de enero de 2017

La relojería del arte



Para metaforizar lo complejo, siempre utilicé la imagen de un reloj mecánico abierto y enseñando sus entrañas, todo ese cúmulo de ruedas, engranajes, muelles, palancas moviéndose como si estuviera vivo, eran para mí algo incomprensible aunque muy real de cómo el universo pudiera estar trabajando en determinado momento.
Pero no era el aspecto mecanicista del ingenio lo que me atraía del conjunto, sino la variedad de piezas, algunas tan pequeñas, otras más grandes, montadas unas sobre las otras, moviendo dientes que engarzaban en pestañas y movían a otras, en una cadena interminable de acciones y reacciones, todo esto, para empujar con precisión las agujas del reloj con el fin de conociéramos en que fracción, de un tiempo figurado en que habíamos dividido el día que vivíamos.
Era sorprendente como algo mecánico, podía marcar de manera tan rotunda nuestra existencia.
El arte se me asemeja mucho al reloj, pero al revés, como algo tan inasible, abstracto y metafísico, salido de un objeto o conjunto de objetos materiales, podía provocar en el alma de las personas, tanto individual como colectivamente, ciertos estados del alma y de la conciencia con efectos contundentes sobre nuestra estética y nuestra ética.
Pero además, el arte tiene esa extraña condición de retratarnos el presente, permitiéndonos ver destellos del futuro en una especie de distorsión espacio-temporal, muchos estetas de la izquierda ideologizan el presente diciendo que vivimos en un “capitalismo total”, donde el tiempo de la gente ha sido colonizado por un sistema de mercado, que precisamente, con la ayuda de ese ingenio que es el reloj, asigna precios y productividad a cada segundo.
Bajo esa premisa, que vivimos subsumidos en un sistema esclavista de nuestro tiempo, el arte se convierte en crítica y subvierte en contra del sistema presentándonos, en algunos de estos ensamblajes y performances, horridos y hasta vulgares, como espejos de lo contemporáneo, un punto de quiebre de nuestra realidad, el ¿nuevo? malestar cultural, la sempiterna alienación.
Deluze, el filósofo y esteta francés, un verdadero estudioso del cine, ha hecho importante consideraciones acerca del tiempo en el arte, para él (y muchos otros) el espacio y el tiempo son elementos fractales, de los cuales somos conscientes de una pequeñísima parte.
El cine, por medio del ojo de la cámara nos ha hecho conscientes de que el flujo de la realidad está compuesto de múltiples cuadros independientes y distintos, que juntos nos dan la ilusión de una unidad en el mundo, en nuestro mundo.
El arte tiene esa extraña facultad de congelar para nosotros un momento y dárnoslo a probar en toda su plenitud, y de alguna manera nos actualiza en los elementos espaciales y más extraño aún, nos hace experimentar duraciones de tiempo que son ajenas a nuestra cotidianidad.
Esta modalidad del arte en cuanto al tiempo, es considerado como subversivo por algunos autores, pues hacen un corto circuito en la fibra espacio-tiempo donde trabajan las ideologías.
Por otra parte, el arte entendido como canal de comunicaciones para alcanzar un público, ha sido una fórmula tan vieja como la historia, siempre ha existido la expresión del artista a favor o en contra de alguna tendencia política, una de las funciones más notables del estado es su capacidad de censor de algunas de estas manifestaciones artísticas, que sin tener ninguna consideración con su contenido estético, permite o no la exhibición de esa pieza de arte al público, prohíben una película o una canción, precisamente, por esa capacidad que tienen tanto el arte como el artista de influenciar la moral pública.
El artista y su obra, aparte de las consideraciones ideales pertinentes a su oficio, no dejaban de ser actores sociales, y algunos, precisamente por su relevancia, se les exige hacer pública su simpatía hacia el régimen en el poder, para poder gozar del favor del gobierno, y no fueron pocos los artistas que tuvieron que pagar con el exilio su negativa, de modo, que tratar de sacar con pinzas al artista de su responsabilidad social es un absurdo.
Platón escribió sobre el papel del artista en su República (y no lo dejó muy bien parado), el Imperio Romano tuvo sus edictos en contras de artistas ostrizados de la ciudad, el imperio pontificio tuvo a sus “favoritos” trabajando para ellos, como fue el caso de Miguel Ángel, quien complacía a los Papas con su arte institucional (y a pesar de ser un artista a carta cabal, era vigilado, pues lo consideraban peligroso), los estados nacionales tuvieron sus listados de artistas a favor del régimen y de otros que tenían prohibido su arte, el caso de los artistas judíos durante el nazismo en Alemania es un caso, el cuadro Guernica de Picasso fuera incomprensible sin ese elemento político que constituye su intención, algunos movimientos artísticos como el dadaísmo no tuvieran sentido si se les obviara su elemento de protesta política en contra de lo establecido.
La novelista norteamericana Joyce Carol Oates lo pone de manera excepcional cuando dice: “El asunto importante para el artista, por supuesto, es: ¿La ética de quien?  ¿La moral de quien?  ¿De quienes son los usos de propiedad?  ¿A qué comunidad?  ¿Qué censores?  ¿Qué jueces?  ¿Fiscales? ¿Carceleros?  ¿Verdugos?  ¿Qué Estado?  La costumbre de la tribu puede parecer para observadores de afuera tan arbitrarios como el lenguaje mismo- lenguaje, en que las palabras por las cosas se entienden que no son las cosas, pero, que para la tribu, son raramente negociables. Menos aún se permite que un individuo las viole excepto tomando un gran riesgo (como el estresante caso de Salman Rushdie dejó en claro)”      
De modo que efectivamente, el arte no puede sustraerse de la política mientras exista y se genere en el marco de la sociedad humana, y no hay duda que las obras pueden llevar contenido político y alguna de estas propuestas contemporáneas está haciendo política abiertamente, de hecho no hace falta escarbar muy profundo para encontrar al estado, o a organizaciones políticas comunistas (en el caso de Venezuela) como promotores de estas exposiciones, sistemas de orquestas, festivales y premios de literatura, por ejemplo, lo que a su vez lleva al financiamiento de las carreras de estos artistas afectos al régimen.
Pero igual, sea bajo comunismo o capitalismo los museos y galerías, salas de conciertos y coliseos, una gran parte de ellos, son manejados por el estado, y algunos artistas aceptan comisiones de entes públicos, proyectos encargados por gobernaciones y alcaldías, o por la misma Presidencia de la República o de alguna fundación que maneja fondos públicos, que conforman el entramado ideológico del estado, imponiendo un gusto y una visión del mundo.
No es el arte en sí lo que pudiera verse comprometido cuando un gobierno lo apoya, es el impacto ético en lo social lo que verdaderamente le interesa, y más cuando se trata de un gobierno totalitario cuyo propósito es la opresión y la imposición de una ideología, basta que un tirano se vea asociado a buenos eventos y a triunfos de alguno de sus nacionales en el mundo, para aprovechar y lavarse la cara ante el orden internacional como un buen humanista, así tenga sus cárceles llenas de presos políticos.
Un arte tan inocuo como la música, que pudiera considerarse el arte menos político de todos, es precisamente el que más afecta los sentimientos humanos, pueden entristecer o alegrar a la audiencia, pueden enaltecer y darle pompa a un evento, algunas de sus piezas incluso pueden proyectar valor y bravura para quienes marchan bajo sus notas, es el arma preferida de los regímenes de fuerza, y cuando quienes lo producen, compositores, directores, ejecutantes, etc., se hacen parte de esos espectáculos públicos, es imposible separar “el arte” de su intención política.
Recordemos otro elemento importante en la ecuación del arte, y es que el observador, la audiencia, el recipiente final de la obra de arte que es el público, cada uno de ellos al percibir la obra lo hará de una muy particular manera, esta interpretación unipersonal está fuera de todo control y manipulación, constreñida únicamente por el conocimiento, valores, sentimientos, posturas (incluso políticas) que esa persona tenga en ese momento.
Esa recreación de la obra dentro del espíritu de cada espectador es único, y mucha veces muy distinto del que se propuso su autor.
Me atrevería adelantar otras interpretaciones mucho más políticas, cuando vemos a un Latinoamericano triunfando en los escenarios del mundo interpretando obras que no son de su tradición, capturando el espíritu y la intención de compositores que nada tienen que ver con su tierra, pudiera interpretarse que la música es efectivamente universal, que una vez creada, le pertenece al mundo, pero para los teóricos de la liberación y de las posturas nacionalistas (entre ellos muchos revolucionarios), ese es un acto de coloniaje innegable, donde los gustos, valores y modos del imperialista, han penetrado el alma del vasallo y lo han convertido en un esperpento, en un fenómeno digno de ser presentado en un circo, el producto más acabado de la manipulación espiritual, que un barquisimetano pueda llegar a sentir lo que un natural de Hamburgo, como el maestro Johannes Brahms, sintió al momento de componer e interpretar su música, es algo que trasciende el simple conocimiento del lenguaje o la técnica de ejecución, se necesita una inmersión completa en su cultura para que no sea una mera imitación mecánica.
De modo que no se trata de simples opiniones o de considerar al arte como algo metafísico más allá de las posibilidades humanas, el arte, todo arte, tiene, aparte de su misterio y su mundo propio, su efecto innegable en la sociedad, el artista y su obra juegan un papel importante no solo para aquellos espíritus delicados y sublimes que comulgan en el empíreo de las formas perfectas.
Para muchos, incluso para quienes ni siquiera pueden participar de esos delicados placeres exclusivos de melómanos, para el pueblo llano, ver al artista abrazado al dictador, ver a la orquesta presentando honores a la nomenclatura del poder, observar al artista eludiendo su responsabilidad con la situación de su país ante los medios de comunicación, tiene un contenido altamente político, y creo que es un error y hasta un pecado, tratar de sustraer al artista de su compromiso como actor de su grupo social en crisis, y menos todavía cuando ya hizo su elección política y nos las restriega en el rostro, contando con la impunidad inaceptable de que es un artista, y todavía más indecoroso, de fama internacional.
Me parece que anteponer el ideal democrático del derecho a disentir, para excusar una falta grave a los deberes cívicos de un ciudadano, que durante toda su vida se benefició de los favores de la política, y que cuando más se necesitan ejemplos de probidad, patriotismo y ética se pretenda echar debajo de la alfombra un comportamiento dañino a la integridad del grupo social por la vía de que es “su derecho”, esa persona incurre en un error grave del sentido de lo que es democrático.
Pero por otro lado, quizás hemos entrado en la fase postmoderna de la cual, el sociólogo Zygmun Bauman declara: “hemos entrado en la época de l’après devoir, una época posdeóntica, en la cual nuestra conducta se ha liberado de los últimos vestigios de los opresivos deberes infinitos, mandamientos y obligaciones absolutas. En nuestros tiempos, se ha deslegitimado la idea de auto sacrificio; la gente ya no se siente  perseguida ni está dispuesta a hacer un esfuerzo por alcanzar ideales morales ni defender valores morales; los políticos han acabado con las utopías y los idealistas de ayer se han convertido en pragmáticos. El más universal de nuestros eslóganes es - sin exceso-. Vivimos en la era del individualismo más puro y de la búsqueda de la buena vida, limitada solamente por la exigencia de tolerancia (siempre y cuando vaya acompañada de un individualismo autocelebratorio y sin escrúpulos, la tolerancia solo puede expresarse como indiferencia).”
Seguimos perdurando el fatal error de no querer reconocer a los enemigos de la sociedad abierta, de aceptar como demócratas a quienes no lo son, de darle rango de iguales a los oportunistas, a los parásitos, a quienes no les importa si nuestra democracia perdura o es destruida por un inaceptable contubernio con el mal.
No importa la excusa si la persona es un excelente médico, director de orquesta, gran literato o preclaro sacerdote, si ese individuo se hace parte de un grupo de narcotraficantes y terroristas para poderle dar educación a unos jóvenes necesitados, si por política presta su imagen y fama a unos mafiosos para poder sostener a un “sistema de orquestas”, me perdonan, pero hay algo inmoral en esa posición, y no se trata de poner en una balanza el sumo bien, pues igual, Hitler decidió acabar con los judíos pensando en el mejoramiento de la raza aria.
Quien se sustraiga de su responsabilidad con su grupo social, está haciendo política, y si esa supuesta neutralidad lo que hace es contribuir a la disolución de esa sociedad; para efectos del resultado final, el que haya sido un gran artista o científico, no tiene importancia.    -    saulgodoy@gmail.com








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