Para metaforizar lo complejo, siempre utilicé la imagen de un reloj mecánico abierto y enseñando sus entrañas, todo ese cúmulo de ruedas, engranajes, muelles, palancas moviéndose como si estuviera vivo, eran para mí algo incomprensible aunque muy real de cómo el universo pudiera estar trabajando en determinado momento.
Pero
no era el aspecto mecanicista del ingenio lo que me atraía del conjunto, sino
la variedad de piezas, algunas tan pequeñas, otras más grandes, montadas unas
sobre las otras, moviendo dientes que engarzaban en pestañas y movían a otras,
en una cadena interminable de acciones y reacciones, todo esto, para empujar
con precisión las agujas del reloj con el fin de conociéramos en que fracción,
de un tiempo figurado en que habíamos dividido el día que vivíamos.
Era
sorprendente como algo mecánico, podía marcar de manera tan rotunda nuestra
existencia.
El
arte se me asemeja mucho al reloj, pero al revés, como algo tan inasible,
abstracto y metafísico, salido de un objeto o conjunto de objetos materiales,
podía provocar en el alma de las personas, tanto individual como
colectivamente, ciertos estados del alma y de la conciencia con efectos
contundentes sobre nuestra estética y nuestra ética.
Pero
además, el arte tiene esa extraña condición de retratarnos el presente, permitiéndonos
ver destellos del futuro en una especie de distorsión espacio-temporal, muchos
estetas de la izquierda ideologizan el presente diciendo que vivimos en un
“capitalismo total”, donde el tiempo de la gente ha sido colonizado por un
sistema de mercado, que precisamente, con la ayuda de ese ingenio que es el
reloj, asigna precios y productividad a cada segundo.
Bajo
esa premisa, que vivimos subsumidos en un sistema esclavista de nuestro tiempo,
el arte se convierte en crítica y subvierte en contra del sistema
presentándonos, en algunos de estos ensamblajes y performances, horridos y
hasta vulgares, como espejos de lo contemporáneo, un punto de quiebre de
nuestra realidad, el ¿nuevo? malestar
cultural, la sempiterna alienación.
Deluze,
el filósofo y esteta francés, un verdadero estudioso del cine, ha hecho
importante consideraciones acerca del tiempo en el arte, para él (y muchos
otros) el espacio y el tiempo son elementos fractales, de los cuales somos
conscientes de una pequeñísima parte.
El
cine, por medio del ojo de la cámara nos ha hecho conscientes de que el flujo
de la realidad está compuesto de múltiples cuadros independientes y distintos,
que juntos nos dan la ilusión de una unidad en el mundo, en nuestro mundo.
El
arte tiene esa extraña facultad de congelar para nosotros un momento y dárnoslo
a probar en toda su plenitud, y de alguna manera nos actualiza en los elementos
espaciales y más extraño aún, nos hace experimentar duraciones de tiempo que
son ajenas a nuestra cotidianidad.
Esta
modalidad del arte en cuanto al tiempo, es considerado como subversivo por
algunos autores, pues hacen un corto circuito en la fibra espacio-tiempo donde
trabajan las ideologías.
Por
otra parte, el arte entendido como canal de comunicaciones para alcanzar un
público, ha sido una fórmula tan vieja como la historia, siempre ha existido la
expresión del artista a favor o en contra de alguna tendencia política, una de
las funciones más notables del estado es su capacidad de censor de algunas de
estas manifestaciones artísticas, que sin tener ninguna consideración con su
contenido estético, permite o no la exhibición de esa pieza de arte al público,
prohíben una película o una canción, precisamente, por esa capacidad que tienen
tanto el arte como el artista de influenciar la moral pública.
El
artista y su obra, aparte de las consideraciones ideales pertinentes a su
oficio, no dejaban de ser actores sociales, y algunos, precisamente por su
relevancia, se les exige hacer pública su simpatía hacia el régimen en el poder,
para poder gozar del favor del gobierno, y no fueron pocos los artistas que
tuvieron que pagar con el exilio su negativa, de modo, que tratar de sacar con
pinzas al artista de su responsabilidad social es un absurdo.
Platón
escribió sobre el papel del artista en su República (y no lo dejó muy bien
parado), el Imperio Romano tuvo sus edictos en contras de artistas ostrizados
de la ciudad, el imperio pontificio tuvo a sus “favoritos” trabajando para
ellos, como fue el caso de Miguel Ángel, quien complacía a los Papas con su
arte institucional (y a pesar de ser un artista a carta cabal, era vigilado,
pues lo consideraban peligroso), los estados nacionales tuvieron sus listados
de artistas a favor del régimen y de otros que tenían prohibido su arte, el
caso de los artistas judíos durante el nazismo en Alemania es un caso, el cuadro
Guernica de Picasso fuera
incomprensible sin ese elemento político que constituye su intención, algunos
movimientos artísticos como el dadaísmo no tuvieran sentido si se les obviara
su elemento de protesta política en contra de lo establecido.
La
novelista norteamericana Joyce Carol Oates lo pone de manera excepcional cuando
dice: “El asunto importante para el
artista, por supuesto, es: ¿La ética de quien? ¿La moral de quien? ¿De quienes son los usos de propiedad? ¿A qué comunidad? ¿Qué censores? ¿Qué jueces? ¿Fiscales? ¿Carceleros? ¿Verdugos? ¿Qué Estado?
La costumbre de la tribu puede parecer para observadores de afuera tan
arbitrarios como el lenguaje mismo- lenguaje, en que las palabras por las cosas
se entienden que no son las cosas, pero, que para la tribu, son raramente
negociables. Menos aún se permite que un individuo las viole excepto tomando un
gran riesgo (como el estresante caso de Salman Rushdie dejó en claro)”
De
modo que efectivamente, el arte no puede sustraerse de la política mientras
exista y se genere en el marco de la sociedad humana, y no hay duda que las
obras pueden llevar contenido político y alguna de estas propuestas
contemporáneas está haciendo política abiertamente, de hecho no hace falta
escarbar muy profundo para encontrar al estado, o a organizaciones políticas comunistas
(en el caso de Venezuela) como promotores de estas exposiciones, sistemas de
orquestas, festivales y premios de literatura, por ejemplo, lo que a su vez
lleva al financiamiento de las carreras de estos artistas afectos al régimen.
Pero
igual, sea bajo comunismo o capitalismo los museos y galerías, salas de
conciertos y coliseos, una gran parte de ellos, son manejados por el estado, y
algunos artistas aceptan comisiones de entes públicos, proyectos encargados por
gobernaciones y alcaldías, o por la misma Presidencia de la República o de
alguna fundación que maneja fondos públicos, que conforman el entramado
ideológico del estado, imponiendo un gusto y una visión del mundo.
No es
el arte en sí lo que pudiera verse comprometido cuando un gobierno lo apoya, es
el impacto ético en lo social lo que verdaderamente le interesa, y más cuando
se trata de un gobierno totalitario cuyo propósito es la opresión y la
imposición de una ideología, basta que un tirano se vea asociado a buenos
eventos y a triunfos de alguno de sus nacionales en el mundo, para aprovechar y
lavarse la cara ante el orden internacional como un buen humanista, así tenga
sus cárceles llenas de presos políticos.
Un
arte tan inocuo como la música, que pudiera considerarse el arte menos político
de todos, es precisamente el que más afecta los sentimientos humanos, pueden
entristecer o alegrar a la audiencia, pueden enaltecer y darle pompa a un
evento, algunas de sus piezas incluso pueden proyectar valor y bravura para
quienes marchan bajo sus notas, es el arma preferida de los regímenes de
fuerza, y cuando quienes lo producen, compositores, directores, ejecutantes,
etc., se hacen parte de esos espectáculos públicos, es imposible separar “el
arte” de su intención política.
Recordemos
otro elemento importante en la ecuación del arte, y es que el observador, la
audiencia, el recipiente final de la obra de arte que es el público, cada uno
de ellos al percibir la obra lo hará de una muy particular manera, esta
interpretación unipersonal está fuera de todo control y manipulación,
constreñida únicamente por el conocimiento, valores, sentimientos, posturas
(incluso políticas) que esa persona tenga en ese momento.
Esa
recreación de la obra dentro del espíritu de cada espectador es único, y mucha
veces muy distinto del que se propuso su autor.
Me
atrevería adelantar otras interpretaciones mucho más políticas, cuando vemos a
un Latinoamericano triunfando en los escenarios del mundo interpretando obras
que no son de su tradición, capturando el espíritu y la intención de
compositores que nada tienen que ver con su tierra, pudiera interpretarse que
la música es efectivamente universal, que una vez creada, le pertenece al
mundo, pero para los teóricos de la liberación y de las posturas nacionalistas
(entre ellos muchos revolucionarios), ese es un acto de coloniaje innegable,
donde los gustos, valores y modos del imperialista, han penetrado el alma del
vasallo y lo han convertido en un esperpento, en un fenómeno digno de ser
presentado en un circo, el producto más acabado de la manipulación espiritual,
que un barquisimetano pueda llegar a sentir lo que un natural de Hamburgo, como
el maestro Johannes Brahms, sintió al momento de componer e interpretar su
música, es algo que trasciende el simple conocimiento del lenguaje o la técnica
de ejecución, se necesita una inmersión completa en su cultura para que no sea
una mera imitación mecánica.
De
modo que no se trata de simples opiniones o de considerar al arte como algo
metafísico más allá de las posibilidades humanas, el arte, todo arte, tiene,
aparte de su misterio y su mundo propio, su efecto innegable en la sociedad, el
artista y su obra juegan un papel importante no solo para aquellos espíritus
delicados y sublimes que comulgan en el empíreo de las formas perfectas.
Para
muchos, incluso para quienes ni siquiera pueden participar de esos delicados
placeres exclusivos de melómanos, para el pueblo llano, ver al artista abrazado
al dictador, ver a la orquesta presentando honores a la nomenclatura del poder,
observar al artista eludiendo su responsabilidad con la situación de su país
ante los medios de comunicación, tiene un contenido altamente político, y creo
que es un error y hasta un pecado, tratar de sustraer al artista de su compromiso
como actor de su grupo social en crisis, y menos todavía cuando ya hizo su
elección política y nos las restriega en el rostro, contando con la impunidad
inaceptable de que es un artista, y todavía más indecoroso, de fama
internacional.
Me
parece que anteponer el ideal democrático del derecho a disentir, para excusar
una falta grave a los deberes cívicos de un ciudadano, que durante toda su vida
se benefició de los favores de la política, y que cuando más se necesitan
ejemplos de probidad, patriotismo y ética se pretenda echar debajo de la
alfombra un comportamiento dañino a la integridad del grupo social por la vía
de que es “su derecho”, esa persona incurre en un error grave del sentido de lo
que es democrático.
Pero por otro lado, quizás hemos entrado en la fase
postmoderna de la cual, el sociólogo Zygmun Bauman declara: “hemos entrado en la época de l’après devoir, una época
posdeóntica, en la cual nuestra conducta se ha liberado de los últimos
vestigios de los opresivos deberes infinitos, mandamientos y obligaciones
absolutas. En nuestros tiempos, se ha deslegitimado la idea de auto sacrificio;
la gente ya no se siente perseguida ni
está dispuesta a hacer un esfuerzo por alcanzar ideales morales ni defender
valores morales; los políticos han acabado con las utopías y los idealistas de
ayer se han convertido en pragmáticos. El más universal de nuestros eslóganes
es - sin exceso-. Vivimos en la era del individualismo más puro y de la
búsqueda de la buena vida, limitada solamente por la exigencia de tolerancia
(siempre y cuando vaya acompañada de un individualismo autocelebratorio y sin
escrúpulos, la tolerancia solo puede expresarse como indiferencia).”
Seguimos
perdurando el fatal error de no querer reconocer a los enemigos de la sociedad
abierta, de aceptar como demócratas a quienes no lo son, de darle rango de
iguales a los oportunistas, a los parásitos, a quienes no les importa si
nuestra democracia perdura o es destruida por un inaceptable contubernio con el
mal.
No
importa la excusa si la persona es un excelente médico, director de orquesta,
gran literato o preclaro sacerdote, si ese individuo se hace parte de un grupo
de narcotraficantes y terroristas para poderle dar educación a unos jóvenes
necesitados, si por política presta su imagen y fama a unos mafiosos para poder
sostener a un “sistema de orquestas”, me perdonan, pero hay algo inmoral en esa
posición, y no se trata de poner en una balanza el sumo bien, pues igual,
Hitler decidió acabar con los judíos pensando en el mejoramiento de la raza
aria.
Quien
se sustraiga de su responsabilidad con su grupo social, está haciendo política,
y si esa supuesta neutralidad lo que hace es contribuir a la disolución de esa
sociedad; para efectos del resultado final, el que haya sido un gran artista o
científico, no tiene importancia.
- saulgodoy@gmail.com
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