No
hay lugar a dudas, para el marxismo el arte ocupa un lugar relevante en el
desarrollo de su pensamiento crítico, para Marx era el territorio de la
naturaleza humanizada, una manifestación del trabajo que nos hacía superar
nuestra propia animalidad.
En
sus Cuadernos Filosóficos, Lenin,
aduce que el pensamiento abstracto busca aprehender las relaciones internas de
lo real, que llevado al arte significaría, que el artista busca en su mundo
abstracto la estructura íntima de las cosas.
No
fue en vano el esfuerzo que se propuso Plejánov de dogmatizar el arte realista,
tratando de embridar el arte a las necesidades del estado socialista, y que
posteriormente Luckács estrecharía el cerco para excluir a Proust, Joyce y
Kafka de los escritores comprometidos con la causa socialista bajo la acusación
de “subjetivistas”, especie de onanistas del arte.
No fue Hitler el inventor del llamado “arte
decadente” el cual quiso destruir y expulsar de los museos del Reich, fueron
los comunistas, en su afán por enrostrarle al capitalismo las señales
ineludibles de su derrumbe como forma de organización social los que definieron
un arte fútil e infértil, que no prestaba ningún beneficio a la civilización y
el progreso, fue un brillante y fanático comunista, como el poeta francés Louis
Aragon, quien declaró : “El realismo es
un navío atacado y abordado a hachazos desde babor y estribor. El pirata de derecha grita: ¡Muera el
realismo! Y el de izquierda: ¡El realismo soy yo!”
Porque
para el comunismo, el arte que no le rinde pleitesía al realismo social, no es
arte.
Los
años 60 del pasado siglo fueron claves para la discusión de estos temas, Paris
era un hervidero de la intelectualidad de izquierda que repasaba una y otra vez
el legado de Marx, de la Revolución Rusa, de los revisionismos académicos
continentales en medio de una explosión artística, de movimientos, manifiestos,
experimentos y vanguardias que ponían en entredicho las interpretaciones
culturales logradas hasta el momento.
Para Marx,
tal como los escribió en El Capital (1867):
El trabajo es, antes de todo, un proceso
entre la gente y la naturaleza… A través de este esfuerzo el hombre actúa sobre
la externalidad de la naturaleza y la cambia, y de esta manera el cambia
simultáneamente su propia naturaleza.
Con esta idea Marx aborda el arte y lo convierte no
simplemente en un espejo de la realidad, sino en un instrumento para ayudar a
la construcción de la realidad, se trata de una fuerza formativa más que una
reflexiva, en su Introducción a la Crítica
de una Política Económica (1857-59) dice junto a Engels:
Un objet
dárt crea un público con un gusto artístico que es capaz de disfrutar de la
belleza- y lo mismo puede ser dicho de cualquier otro producto. La producción produce no sólo objetos para
los sujetos, pero también sujetos para los objetos.
Para esos intelectuales reunidos en
París estaba claro que el realismo a que aducía Marx en la pintura lo
encontrábamos en los objetos y las vestimentas que adornaban una estampa de la
época, en la música el realismo era dado por los instrumentos musicales que el
compositor escogía para la interpretación de su obra, o las maneras del canto y
la orquestación propias de la liturgia y los cánones de sus días, en la
literatura por lo que se resaltaba como importante para sus tiempos sea este el
nacionalismo, el romanticismo o el misticismo, sólo para mencionar unos pocos
temas, que eran los lentes, a través del cual los novelistas veían su realidad.
El autor Pierre Abraham director
de la revista Europe, explicando el
porqué de esas variaciones entre gustos y temas en la cultura, dice:
…en
el niño el hombre social no está todavía formado. Si se me permite por un
segundo el uso de una imagen mecánica —que por lo demás no es mía sino de Louis
Armand—, diría que la máquina superelectrónica que es nuestro cerebro nace con
todas sus células pero sin las interconexiones que la educación y la
instrucción proporcionarán luego. Las conexiones sociales son las últimas —por
lo menos en el plano artístico— que adquirimos. No es asombroso, pues, que
frente a la obra de arte el hombre social se forme en nosotros con un retardo
de muchos años con respecto al que hemos denominado hombre interior.
El
realismo socialista en el arte, siempre generó controversias en cuanto a sus
límites, había unos que como Brecht se negaba a reconocerle fronteras, decía
incluso que lo fantástico, la deformación, la parábola y la parodia, eran parte
fundamental del realismo, de esa crítica obligada que el artista desarrollaba
en su obra, pero para otros, el formalismo era lo fundamental, deducían ciertas
normas del arte ya existente, y en base a esa perfección, recogían lo que veían
como realidad social.
Lo
que sí es claro que el arte socialista vinculado a las necesidades ideológicas
del estado resultó en un arte malo, inferior, caricaturesco, artificial y que
jamás remontó la cuesta de lo original, de las emociones y lo sublime, de allí
que se generó una cierta sospecha sobre todo arte “social” pues se presumía
interesado en una ideología o en algún programa de promoción política, es
decir, propaganda.
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Pero
sin duda con el advenimiento de la Nueva Crítica desarrollada en el continente
europeo, sobre todo con la Escuela de Frankfurt y posteriormente con el movimiento
postmodernista, la teoría estética de la izquierda tomó nuevos aires y marcó el
rumbo del pensamiento estético de fin del milenio.
Las
tesis sobre arte marxistas vienen afiliadas a un fuerte contenido moral, y
muchas veces predomina éste sobre el espíritu verdaderamente artístico,
resultando en algo grotesco.
Aragon decía: “Los
grandes maestros son grandes por el contenido de sus obras y porque siempre encontraron
para ese contenido, la forma adecuada”. Pero a
medida que se fue dejando atrás esta concepción clásica del marxismo, esta
obligación de “decir” sobre la condición social, la crítica se hizo mucho más
compleja y diversa, en próximos artículos discutiremos algunas de estas ideas
que hoy marcan el decurso del arte contemporáneo y que tienen sus raíces en un
marxismo evolucionado.
Por cierto, no es el caso de la visión de cultura
que tiene el socialismo del siglo XXI, que parece sacado de los tiempos de la
comuna de París, es decir, la concepción de arte para el chavismo es
acartonada, superflua e infantil y su contenido leninista radica en la terrible
costumbre de obligar al público a sufrirlo.
Por medio de esa primitiva concepción de la
hegemonía comunicacional, que reserva todos los espacios culturales, para ese
bodrio nacionalista y de propaganda que ellos llaman arte, y del cual se
vanaglorian en una música, un teatro, una pintura, un cine y una literatura que
nos retrotraen a siglos de incultura ya superadas.
Nunca estuvo la alta cultura tan amenazada en
nuestro país que con estos vendedores de pócimas y ungüentos mágicos, el
chavismo se ha convertido en el peor enemigo de quienes saben leer y escribir,
y son absolutamente insensibles a las principales tendencias del arte mundial,
prefieren mirarse el ombligo y ofrecerle al pueblo un menú muy pobre de
opciones para alimentar el alma, Venezuela ha dado un vuelco terrible en su
devenir cultural, justamente, en nombre del marxismo. -
saulgodoy@gmail.com
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