Hay
un libro que disfruté mucho, entre otras cosas por su rigor en la exposición de
sus argumentos en contra de la tesis del padre jesuita Teilhard De Chardin del
“evolucionismo cristiano”, es la obra del chileno Abraham Pimstein Lamm
titulado Teilhard De Chardain, La
Evolución Desfigurada (1967), que es un ataque, con toda la artillería
pesada del método de crítica marxista, en contra del pensamiento de Teilhard
desarrollado a través de su extensa producción.
Teilhard
ha sido uno de mis héroes intelectuales, entre otras cosas por su rica e
interesante vida, por el injusto tratamiento que recibió de una iglesia al
borde de un ataque de pánico, por su entereza en soportar el mal trato de parte
de los suyos, por la interesante aventura que sufrió su obra después de muerto,
pero por sobre todo, sus ideas, es lo más cercano que tiene la iglesia a un
escritor de ciencia ficción, y eso, lo aprecio.
Para
los que no estén enterados, Chardin fue un geólogo y paleontólogo que cimentó
una gran reputación como científico, participó en el descubrimiento de la
estación paleolítica del complejo siberiano, de donde se extrajo una valiosa
información que puso al día todo un período que se encontraba sembrado de
grandes dudas, junto a E. Licent descubrió y estudió los restos del sinántropo
de Pekín, ambos hechos lo pusieron en la punta de las investigaciones sobre la
evolución humana y del planeta.
El
problema, tal y como lo señala Pimstein, fue que la fama no discriminó y sus
trabajos no científicos, más bien, especulaciones teológicas, sobre cómo se
ajustaban sus descubrimientos dentro del dogma de la Iglesia, se hicieron muy
populares y eso preocupó al alto clero y lo sometieron a un proceso muy cruel
de silencio, al punto que tuvo que intervenir la Suprema Congregación del Santo
Oficio, y prohibieron sus libros, tratando de invisibilizarlo, y no era la Edad
Media, estamos hablando de 1957, dos años después de su muerte.
Pimstein,
como buen comunista, elabora su ataque a la filosofía de Chardin, que es ir en
contra del dogma de la iglesia, bajo la dialéctica y el materialismo marxista,
arranca su argumentación diciendo:
Una obra puede ser científica o
metafísica, pero no puede ser ambas cosas a la vez. Si no obstante se pretendiera que puede
serlo, contendría una contradicción lógica fundamental, y en tal caso, no
dejaría de ser del todo metafísica. La
ciencia digna y pulcra, no consiente melanges
ni acomodos… Mientras la ciencia procura el conocimiento probado de una
parcialidad de fenómenos concretos semejantes que ocurren en el mundo (materia,
tiempo, historia), la metafísica presume otorgar el conocimiento de la
trascendencia de la totalidad de los fenómenos que se dan, que se han dado y
que podrían darse en el mundo (pensamiento, intemporalidad, ahistoricidad). Mientras
la ciencia opera con abstracciones necesarias, derivadas directamente de las
cosas, procesos y relaciones, la metafísica lo hace de abstracciones, cuando no
admite cosas tan extrañas y subjetivas como intuiciones especiales y
personales, iluminaciones místicas, angustias existenciales, la náusea, el
absurdo, etc. La metafísica desdoble fantásticamente el mundo real y único de
la ciencia, incluyendo imaginariamente al mundo real en otro mundo mayor
ficticio, o sea, en un ultramundo, la ciencia tiene relación con la vida, la
metafísica nace de sus despojos… Metafísica y religión: dos hermanas gemelas.
Su destino común: de la tumba a la ultratumba…
Y como bien arguye Pimstein, Chardin trató de
acomodar la teoría evolucionista, elaborada por Darwin, J. Huxley y muchos
otros científicos, en el marco del pensamiento ortodoxo de la Iglesia Católica,
tal intento encendió las alarmas de los defensores de la fe, y salieron de
cacería en busca de la cabeza de Chardin, pero el problema fundamental es que
el pobre jesuita estaba equivocado, su intento no tuvo éxito, aunque dejó en el
camino algunas elaboraciones imaginativas que todavía son utilizadas por los
escritores de ciencia ficción en la elaboración de sus narrativas.
Para Pimstein, Chardin es un agnóstico, alguien que,
según Engels, practica una especie de materialismo ruborizado, que consiste en
conocer y aceptar el funcionamiento natural del universo, pero introduce la duda
si existe un Ser Supremo como realidad última, que – según Lennin- es la puerta
trasera que dejan abierta todos los seguidores de Kant y Hume para que se metan
todos los duendes, demonios, santos católicos y demás, para negar la realidad
objetiva.
Lo que me disgusta de Pimstein es el valimiento de
la tesis sobre la diferencia de clases, a la que echa mano para explicar la
evolución social e histórica de la metafísica, dice el autor chileno:
Su desarrollo [de la metafísica], su
persistencia, su actual supervivencia, tiene su explicación en la continuidad
histórica de la cadena de esas sociedades clasistas (esclavismo, feudalismo,
capitalismo, regímenes bonapartistas y termidorianos) que separan, acentúan y
cristalizan, el trabajo manual o físico, por una parte, y el trabajo mental e
intelectual, por la otra. El trabajo corpóreo o material corresponde, por
supuesto, a las vastas mayorías, el incorpóreo o espiritual a minorías
selectas, a una élite que las masas deben alimentar y reverenciar. El oficio de
estos pocos consiste en pensar pensamientos (abstraídos de la realidad material
y social). Cuando llegan a ejercerlo, lo que no es muy frecuente, se llaman
metafísicos.
Pareciera que Pimstein ignoraba que en comunismo
existe toda una nueva clase social de revolucionarios, miembros del partido,
secretarios generales, miembros del comité central, funcionarios de la
nomenclatura, e ideólogos del régimen, que gracias a una metafísica con sabor “materialista”,
que habla de utopías, del nuevo orden y del nuevo hombre, de la sociedad
perfecta, de la igualdad de los hombres, de la Justicia Social… igual que sus
contrapartes espirituales, obligan a las masas y pueblos que someten al
socialismo, a mantenerlos y reverenciarlos de exactamente igual manera, para dedicarse
en pensar pensamientos, que también niegan la realidad material y social.
Pero bueno, hay que leer a Pimstein con mentalidad
crítica y su libro es una muy buena introducción a la obra de Teilhard De
Chardin.
Y para mis lectores que no conocen de la obra de
nuestro buen jesuita, y se preguntan por sus contribuciones a la temática de la
ciencia ficción, la cosmología teilhardiana es vasta y de múltiples niveles,
pero sobresalen sus intuiciones al transhumanismo, el desarrollo de su tesis
sobre la Noosfera que es una fuente inagotable de especulaciones sobre el
futuro de la humanidad, su concepto del universo como un superátomo (un quantum
cerrado), su famoso Punto Omega ha sido utilizado de las mil maneras, su tesis
de la corpusculización de la energía en el origen del universo aparecen en más
de un cuento y novela, su invento de una megamolécula como estadio intermedio
en la evolución, ha sido parte del discurso de muchos personajes al tratar el
tema evolutivo.
Chardin es una mina inagotable de conceptos para un
escritor de ciencia ficción, su poderosa imaginación y sus conocimientos
científicos lo hacían un divulgador de ideas para historias que conciernen
tanto al pasado como al futuro, es un autor indispensable en toda biblioteca
con el sello de Sci-Fi. -
saulgodoy@gmail.com
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