sábado, 4 de noviembre de 2017

Donna Haraway, mi feminista favorita



Hay muchas feministas que admiro y sigo sus carreras y trabajos, como ustedes comprenderán el movimiento feminista es hija dilecta del comunismo, y muchas de estas autoras han sido mis maestras en el adiestramiento que he tenido para manejar la ideología de izquierda con cierta destreza, ellas me han enseñado muchos de sus trucos de retorica y discursivos que utilizan como armas, me han instruido en metodología, en contra argumentación, en una serie de análisis críticos que me han sido sumamente valiosos al momento de entender las finas tesituras del postmodernismo (postmarxismo).
Autoras como Luce Iragaray, Michele le Doeuff, Carole Pateman, Judith Butler, de las llamadas feministas de segunda generación, o las clásicas, como Hannah Arendt, Julia Kisteva, Margerite Duras o Simone de Beauvoir, entre otras muchas.
Como bien dice John Lechete en su libro 50 Pensadores Contemporáneos esenciales (1994):
El feminismo… pone en tela de juicio más que las desigualdades sociales experimentadas por las mujeres… las estructuras ideológicas de hondas raíces que suman inevitablemente a las mujeres en desventaja con respecto a los hombres.  El patriarcado es una de dichas estructuras, y el contrato social —tan influyente a la hora de justificar las instituciones políticas de Occidente— es otra.  Frecuentemente inspirado por los hallazgos del psicoanálisis de Lacan, que demuestra que la conciencia, o el yo, no es el centro de la subjetividad, el feminismo… desafía la tendenciosidad sexual en el lenguaje, la ley y la filosofía.  Afirma que las mujeres no deben aspirar solo a ser como los hombres (como ocurre a menudo en la batalla por la igualdad social), sino que deben aspirar a desarrollar un lenguaje, unas leyes y una mitología que sean nuevos y específicamente femeninos.

Pero a pesar de esta segunda generación de mujeres bravías, el marxismo machista ha caído igualmente en desgracia y como muy bien apunta Heidi Hartmann: “Recientes intentos de integrar marxismo y feminismo han sido poco satisfactorio para nosotras feministas, debido a que subsumen la lucha feminista a un esfuerzo mucho más grande, en contra del capital. Para continuar con nuestro símil, o bien necesitamos de un matrimonio mucho más sano o necesitamos el divorcio.”
Conocí a Donna Haraway (n.1944) por su aproximación a la ciencia ficción, en especial por su pensamiento avanzado sobre los cyborgs en su famoso ensayo, A Cyborg Manifesto (1985) por el que se generó su fama como crítica de en la rama de la tecno-ciencia, que en el mundo de la teoría cultural, abarcando un amplio territorio que incluye la ciencia ficción.
Cyborg es una contracción en ingles de la expresión “cybernetic organism” que es un sistema auto regulado que combina partes orgánicas y mecánicas. Por lo general se refiere a humanos que han sido tecnológicamente intervenidos con partes mecánicas como un marcapasos, una bombita reguladora de insulina, o un miembro artificial, aunque los cyborgs pueden tomar muchas formas como seres vivos implantados con instrumentos de alta precisión como visión artificial o localizadores remotos, o pueden ser computadoras o robots con partes humanas.
El término fue creado por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline en los años 60 para un artículo para la revista Aeronáutics titulado Cyborgs en el espacio, donde argumentaban que en vez de adaptar el ambiente al cuerpo humano se debería hacer lo contrario, esta idea de intervenir el cuerpo humano con tecnología para variar la esencia de su naturaleza, torpedeaba la idea de convertir el cuerpo humano en un concepto integro, invariable y sagrado y fue justamente Haraway la primera que exploró estas posibilidades.
Esta socialista y feminista argüía que esta teoría tenía alcances políticos importantes ya que el cyborg interrumpía la oposición binaria convencional entre humanos-animales y organismos-máquinas, siendo el cyborg un ser intermedio, un híbrido entre dos naturalezas distintas, ofreciendo una oportunidad de mostrar alternativas ante la sexualidad humana, salir de una clasificación tan homogénea y monolítica como el concepto de “mujer”, el cyborg es un ejemplo de cómo los límites de hombre y mujer son expandibles, se pueden transgredir creando formulas muy potentes, no sin sus peligros, pero creando fusiones que antes no existían.
Ha corrido mucha agua bajo el puente desde que Haraway planteó estos problemas y el tiempo le ha dado la razón, corrientes de pensamiento como el transhumanismo aparecieron en el mapa, sin dejar de mencionar los cambios profundos que se han producido en la sociedad en cuanto al género de las personas, y la gran proliferación de cyborgs que hoy existen entre nosotros.
Haraway atacaba la línea de flotación de la ideología occidental, que proponía conceptos como persona humana, mente, cuerpo, cultura y naturaleza entre otros, conceptos que se creían inamovibles, cuando la realidad era que la medicina y la tecnología estaban constantemente alterando nuestra constitución con sus variadas invenciones.
Ante la disolución de los dualismos Haraway propone su proyecto feminista concluyendo en su ensayo, que ella prefería ser un cyborg que una “diosa”, su posición a favor de los adelantos de la ciencia fue un cambio refrescante ante una mayoría feminista anti-tecnología.
Su argumentación se enfrenta al postulado tradicional de que la naturaleza es el asiento del origen y de la identidad, sobre todo para las mujeres, pero Haraway cree que son la sociedad en que uno crece y se forma, el pertenecer a una raza y a una clase social, la educación y sobre todo, el momento que se vive en la historia,  las que determinan realmente la contingencia de ser mujer, es una condición que no viene “dada” sino que se construye.
Para ella es importante el conocimiento puntual epistemológico, la perspectiva parcial, el conocimiento local, términos utilizados en sus trabajos para apuntar a ciertos conocimientos que se generan en diferentes momentos, generalmente por minorías marginales y que conforman parte de la crítica, y según ella “de una objetividad alternativa”, pues se trata de posiciones que están fuera de los intereses dominantes.
El pensamiento de Donna Haraway tiene una fuerte carga postmodernista y en especial postmarxista, trata de llevar todo el peso de su discurso hacia terrenos de la relatividad y de un cierto nihilismo, ella insiste una y otra vez que las feministas deben exigir una lectura del mundo que satisfaga incluso las diferencias (o las diferentes) por lo que la política, debe ser parte sustancial del discurso racional.
El problema con el estilo de Haraway es que tiene una carga de cinismo y humor negro que a veces se hace pesado y que no a todo el mundo le gusta, pero su gusto por romper los equilibrios creados por las ideologías dominantes y dar oportunidad a nuevas recomposiciones, la caracterizan como una de las feministas más combativas en el difícil campo de la tecno-ciencia.
El cyborg no es totalmente natural ni completamente un artefacto, es una metáfora en un mundo cada vez más tecnificado y que nos está llevando a todos, a ser parte de ese mundo extraño, de fusiones radicales y productos del momento histórico.   -    saulgodoy@gmail.com







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