A María Teresa Boulton, fotógrafa
“Par excellence” - pertinaz investigadora
Dos
artículos sobre la fotografía llamaron mi atención en un fin de semana de
inmersión estética, dos autores separados por el tiempo, unidos por su amor a
la fotografía y con dos visiones que se encabalgan sobre un oficio y un arte en
plena evolución. Por un lado, un breve
ensayo del fotógrafo y crítico John Berger, escrito en 1972 como parte de su
libro Ensayos y artículos selectos: La
mirada de las cosas, la pieza se intitula Entendiendo una fotografía; el otro fue la introducción que hace Joanna Zylinska, para el libro digital Photomediation (2016), del que ella es
uno de los compiladores, una de esas propuestas de avanzada que se hacen en la
red para explorar nuevas formas y expresiones de arte; ambos artículos son muy
buenos y apuntan en una misma dirección.
Berger parte de la opinión de que la
fotografía no es parte de las bellas artes, a pesar de que por mucho tiempo
estuvo, desde la Academia, argumentando a su favor, y no lo es, sencillamente, porque
la fotografía no es candidata para convertirse en una propiedad de valor como
podrían ser las esculturas y pinturas renacentistas. Estos objetos, una vez que adquieren valor y
alguien o algo las posee (bien sea un coleccionista privado, un banco, un museo
o un gobierno), por ser objetos de altísimo valor, únicos, no sujetos a la
reproducción masiva, sus propiedades artísticas dejan de ser su característica
fundamental.
De hecho, nos dice Berger, son preservadas
como propiedades de valor, lejos de las masas, reverenciadas por expertos en
sus propios mausoleos… esto, a pesar de que para el tiempo en que Berger
escribía, ya había algunos museos que exhibían fotografías y había
coleccionistas que empezaban a pagar buen dinero por ciertas fotografías.
“Por
su naturaleza- nos dice Berger- la fotografía tiene muy poco o ningún valor como propiedad porque no es
una rareza, el propio principios de la fotografía es que no es única, al
contrario, puede ser infinitamente reproducida, y en términos del siglo XX, las
fotografías son registros de cosas ya vistas”.
Berger compara la fotografía a los
cardiogramas y basa su valor únicamente en la decisión del fotógrafo de
congelar un instante que él considera relevante ver, pero esto sucede igual en
una gran fotografía como en cualquier toma hecha por un amateur; la gran
diferencia, opina Berger, se encuentra en el grado de transparencia y
comprensión que el fotógrafo hace del momento, y eso es irrebatible, las
grandes fotografías no necesitan explicación, lo dicen todo por sí mismas.
Berger remata su idea diciendo: “Entonces nos enfrentamos a una muy poca
explicada paradoja de la fotografía. La
fotografía es un registro automático por medio de la luz en un evento
determinado; y utiliza el mismo evento para explicar lo que está registrando.
La fotografía es el proceso de construir observaciones conscientes de sí
mismas.”
Mucha gente ha llegado a pensar que una
buena fotografía lo es porque está bien compuesta, como en una pintura, hay una
composición; la pintura es el arte del arreglo, el artista ubica cada cosa, trazo,
color, línea o sombra en el lugar correcto, las formas se adaptan a los
propósitos del artista. En una fotografía esto no sucede, al menos que se trate
de fotografías de estudio, que es un tipo de fotografía, pero en el resto de la
fotografía no hay composición.
El verdadero sentido de la fotografía hay
que encontrarlo en el tiempo, en el momento justo entre un montón de momentos,
cuando el fotógrafo decide activar el obturador, es ese instante que se
registra, el que se sitúa entre la presencia y la ausencia; la fotografía, al
dejar registro de lo que estamos viendo, al mismo tiempo siempre se refiere a
lo que no estamos viendo, separa y preserva un momento de un flujo continuo.
Para Berger la fotografía no tiene
lenguaje propio, se aprende a leer las fotografías de igual manera que un
cazador lee los rastros que dejan sus presas; el lenguaje que la fotografía
utiliza es el lenguaje del evento que registra, no hay referencias internas,
como en una pintura, todo está dado por el continuum del evento, de modo que el
gran poder de la fotografía radica en la decisión del fotógrafo de aislar el
momento, que en realidad invoca lo que no te está enseñando y, esto me pareció
importante, el valor de una fotografía radica tanto en lo que te estoy enseñado
como en lo que no que se encuentra allí, implícito en ese momento.
El artículo de Zylinska es otra cosa; en
realidad, es una visión actual de lo que la fotografía representa en nuestros
días, aunque no comparto en lo personal esa necesidad de ver mi vida retratada
en sus momentos estelares, ni de construir un “timeline” de mi vida en las redes sociales, si soy un voraz
consumidor de imágenes sobre el estado del mundo en que vivo, necesito saber lo
que pasa en otras latitudes, ver los momentos históricos de la humanidad,
explorar el espacio exterior con las cámaras de alta precisión que ahora
recorren el sistema solar, ver reproducido el arte que jamás veré en ciertos
museos o los rostros de multitudes extasiados en la música de mis artistas
favoritos… porque la fotografía hace posible eso y mucho más.
Hoy somos todos fotógrafos, gracias a las
cámaras que vienen incorporadas en nuestros teléfonos celulares, laptops y
computadoras portátiles, cada vez con una mejor calidad de imágenes; la
comunicación sin cables ha hecho posible el inmediato intercambio y publicación
de imágenes de eventos que suceden delante de nuestros ojos, el almacenamiento
a bajo costo de imágenes en archivos digitales ubicados en nubes, hacen posible
que dejemos constancia de los lugares que hemos visto, personas que hemos
conocido, aventuras que hemos vivido, mascotas que hemos querido…
Hoy, más que nunca, nuestra vida está
constantemente documentada, si no voluntariamente, entonces por las conspicuas
cámaras de seguridad que dejan registro de nuestro de nuestro paso, por las
cientos de zonas de acceso a edificios públicos, por la inmensa cantidad de “snapshots” que nos toman en bancos y
estacionamientos, los incontables “selfies”
de los que somos parte con nuestros sobrinos, hasta por las radiografías y
ecos de nuestras vísceras que quedan de nuestras visitas médicas.
Nunca hemos estado rodeados por la fotografía
como hoy en día. Son tan abundantes las imágenes del mundo, de nuestra cultura,
de nosotros mismos, que la manera que tenemos de ver la vida ha cambiado
radicalmente.
Como bien dice Zylinska: “Pero, a pesar del constante proceso de
imágenes en la experiencia de nuestras vidas y en tan diferentes niveles, el
mundo académico y curatorial conservan un cerrado y tradicional discurso sobre
el tema de la fotografía. La enorme cantidad de actividades en que la
fotografía se ve envuelta no simplemente se asume hoy como objetos, sino
participantes del evento mismo, todavía lo califican bajo dos grandes títulos:
Fotografía como arte o fotografía como práctica social”.
Zylinska tiene razón, hay que sacar a la
fotografía de ese encierro a la que la tienen sometida los amos del arte
canónico, principalmente porque la fotografía ya se combina con otras artes de
manera natural, son raros los conciertos de música moderna que no recurran a
las imágenes proyectadas en las grandes pantallas; lo que está sucediendo con
el arte digital es apabullante y la fotografía es uno de sus ingredientes
principales, no hay conferencia, recital o puesta en escena que no recurra en
algún momento a la fotografía.
Lo que está sucediendo en el mundo del foto
reportaje es impresionante; los fotógrafos están registrando eventos insólitos
en campos de refugiados, en medio de atentados terroristas, de desastres
naturales que dejan al público sin lugar donde esconderse; la existencia de un
“gusto popular” por la buena fotografía, construido por la industria de la
publicidad, del foto modelaje y el negocio de la moda es un hecho constatable;
la fotografía científica, sobre todo la que se hace con poderoso microscopios
de nos muestran las fronteras últimas de la materia están cambiando nuestros patrones
de diseño y composición. Hay gente que sólo vive para las cámaras, detrás de
ellas, operándolas, como los paparazzi; otros hacen vida delante, como si
fueran objetos de la prensa del corazón.
Nombres como
Henri Cartier-Bresson o Richard Avedon son sinónimos de arte y sus trabajos son
expuestos en los mejores museos del mundo; otros fotógrafos de bodas, de niños,
de mujeres embarazadas, de retratos de ejecutivos corporativos, muestran
estilos y tendencias cada vez más populares… sus registros que quedan en
álbumes de familia, en las salas de conferencias de las empresas, en
portarretratos que descansan encima del escritorio, o en una estampa en la
cartera, son parte de nuestras memorias personales o de las instituciones.
Heiferman, un
curador e investigador de la fotografía para el Smithsonian, dijo en ocasión de
un gran simposio sobre fotografía en esa institución (2012) lo siguiente: “…la fotografía hace lento el tiempo hasta
detenerlo, lo encorrala y deja la información congelada en un instante. Pero
igual de impresionante e importante, la fotografía es activa; hace que las
cosas se muevan… las fotografías no sólo enseñan cosas. Nos comprometen
ópticamente, neurológicamente, intelectualmente, emocionalmente, visceral y
físicamente…así como la fotografía cambia nuestro entorno, así mismo cambia
ella misma…”
Por último, Joanna
Zylinska nos invita a ver la fotografía no sólo como una técnica o tecnología
de registro de imágenes, sino como un medio para intervenir el propio concepto
de “ser”, por medio de la luz y la posibilidad de congelar el tiempo, podemos
obtener instantes de tiempo-espacio que son parte de nosotros, que estructuran
nuestras vidas y experiencias, y nos propone incorporar a la fotografía como parte
de un mundo híbrido, de medios, agentes, relaciones y redes sobre los cuales
incorporamos a nuestras personas con la tecnología, acrecentando nuestras
oportunidades para realizarnos como seres humanos en el nuevo siglo XXI. Una
propuesta nada despreciable y no carente de riesgos. –
saulgodoy@gmail.com
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