jueves, 30 de noviembre de 2017

La mutación fotográfica



A María Teresa Boulton, fotógrafa “Par excellence” - pertinaz investigadora

Dos artículos sobre la fotografía llamaron mi atención en un fin de semana de inmersión estética, dos autores separados por el tiempo, unidos por su amor a la fotografía y con dos visiones que se encabalgan sobre un oficio y un arte en plena evolución.  Por un lado, un breve ensayo del fotógrafo y crítico John Berger, escrito en 1972 como parte de su libro Ensayos y artículos selectos: La mirada de las cosas, la pieza se intitula Entendiendo una fotografía; el otro fue la introducción que hace  Joanna Zylinska, para el libro digital Photomediation (2016), del que ella es uno de los compiladores, una de esas propuestas de avanzada que se hacen en la red para explorar nuevas formas y expresiones de arte; ambos artículos son muy buenos y apuntan en una misma dirección.
Berger parte de la opinión de que la fotografía no es parte de las bellas artes, a pesar de que por mucho tiempo estuvo, desde la Academia, argumentando a su favor, y no lo es, sencillamente, porque la fotografía no es candidata para convertirse en una propiedad de valor como podrían ser las esculturas y pinturas renacentistas.  Estos objetos, una vez que adquieren valor y alguien o algo las posee (bien sea un coleccionista privado, un banco, un museo o un gobierno), por ser objetos de altísimo valor, únicos, no sujetos a la reproducción masiva, sus propiedades artísticas dejan de ser su característica fundamental.
De hecho, nos dice Berger, son preservadas como propiedades de valor, lejos de las masas, reverenciadas por expertos en sus propios mausoleos… esto, a pesar de que para el tiempo en que Berger escribía, ya había algunos museos que exhibían fotografías y había coleccionistas que empezaban a pagar buen dinero por ciertas fotografías.
“Por su naturaleza- nos dice Berger- la fotografía tiene muy poco o ningún valor como propiedad porque no es una rareza, el propio principios de la fotografía es que no es única, al contrario, puede ser infinitamente reproducida, y en términos del siglo XX, las fotografías son registros de cosas ya vistas”.
Berger compara la fotografía a los cardiogramas y basa su valor únicamente en la decisión del fotógrafo de congelar un instante que él considera relevante ver, pero esto sucede igual en una gran fotografía como en cualquier toma hecha por un amateur; la gran diferencia, opina Berger, se encuentra en el grado de transparencia y comprensión que el fotógrafo hace del momento, y eso es irrebatible, las grandes fotografías no necesitan explicación, lo dicen todo por sí mismas.
Berger remata su idea diciendo: “Entonces nos enfrentamos a una muy poca explicada paradoja de la fotografía.  La fotografía es un registro automático por medio de la luz en un evento determinado; y utiliza el mismo evento para explicar lo que está registrando. La fotografía es el proceso de construir observaciones conscientes de sí mismas.”
Mucha gente ha llegado a pensar que una buena fotografía lo es porque está bien compuesta, como en una pintura, hay una composición; la pintura es el arte del arreglo, el artista ubica cada cosa, trazo, color, línea o sombra en el lugar correcto, las formas se adaptan a los propósitos del artista. En una fotografía esto no sucede, al menos que se trate de fotografías de estudio, que es un tipo de fotografía, pero en el resto de la fotografía no hay composición.
El verdadero sentido de la fotografía hay que encontrarlo en el tiempo, en el momento justo entre un montón de momentos, cuando el fotógrafo decide activar el obturador, es ese instante que se registra, el que se sitúa entre la presencia y la ausencia; la fotografía, al dejar registro de lo que estamos viendo, al mismo tiempo siempre se refiere a lo que no estamos viendo, separa y preserva un momento de un flujo continuo.
Para Berger la fotografía no tiene lenguaje propio, se aprende a leer las fotografías de igual manera que un cazador lee los rastros que dejan sus presas; el lenguaje que la fotografía utiliza es el lenguaje del evento que registra, no hay referencias internas, como en una pintura, todo está dado por el continuum del evento, de modo que el gran poder de la fotografía radica en la decisión del fotógrafo de aislar el momento, que en realidad invoca lo que no te está enseñando y, esto me pareció importante, el valor de una fotografía radica tanto en lo que te estoy enseñado como en lo que no que se encuentra allí, implícito en ese momento.
El artículo de Zylinska es otra cosa; en realidad, es una visión actual de lo que la fotografía representa en nuestros días, aunque no comparto en lo personal esa necesidad de ver mi vida retratada en sus momentos estelares, ni de construir un “timeline” de mi vida en las redes sociales, si soy un voraz consumidor de imágenes sobre el estado del mundo en que vivo, necesito saber lo que pasa en otras latitudes, ver los momentos históricos de la humanidad, explorar el espacio exterior con las cámaras de alta precisión que ahora recorren el sistema solar, ver reproducido el arte que jamás veré en ciertos museos o los rostros de multitudes extasiados en la música de mis artistas favoritos… porque la fotografía hace posible eso y mucho más.
Hoy somos todos fotógrafos, gracias a las cámaras que vienen incorporadas en nuestros teléfonos celulares, laptops y computadoras portátiles, cada vez con una mejor calidad de imágenes; la comunicación sin cables ha hecho posible el inmediato intercambio y publicación de imágenes de eventos que suceden delante de nuestros ojos, el almacenamiento a bajo costo de imágenes en archivos digitales ubicados en nubes, hacen posible que dejemos constancia de los lugares que hemos visto, personas que hemos conocido, aventuras que hemos vivido, mascotas que hemos querido…
Hoy, más que nunca, nuestra vida está constantemente documentada, si no voluntariamente, entonces por las conspicuas cámaras de seguridad que dejan registro de nuestro de nuestro paso, por las cientos de zonas de acceso a edificios públicos, por la inmensa cantidad de “snapshots” que nos toman en bancos y estacionamientos, los incontables “selfies” de los que somos parte con nuestros sobrinos, hasta por las radiografías y ecos de nuestras vísceras que quedan de nuestras visitas médicas.
Nunca hemos estado rodeados por la fotografía como hoy en día. Son tan abundantes las imágenes del mundo, de nuestra cultura, de nosotros mismos, que la manera que tenemos de ver la vida ha cambiado radicalmente.
Como bien dice Zylinska: “Pero, a pesar del constante proceso de imágenes en la experiencia de nuestras vidas y en tan diferentes niveles, el mundo académico y curatorial conservan un cerrado y tradicional discurso sobre el tema de la fotografía. La enorme cantidad de actividades en que la fotografía se ve envuelta no simplemente se asume hoy como objetos, sino participantes del evento mismo, todavía lo califican bajo dos grandes títulos: Fotografía como arte o fotografía como práctica social”.
Zylinska tiene razón, hay que sacar a la fotografía de ese encierro a la que la tienen sometida los amos del arte canónico, principalmente porque la fotografía ya se combina con otras artes de manera natural, son raros los conciertos de música moderna que no recurran a las imágenes proyectadas en las grandes pantallas; lo que está sucediendo con el arte digital es apabullante y la fotografía es uno de sus ingredientes principales, no hay conferencia, recital o puesta en escena que no recurra en algún momento a la fotografía.
Lo que está sucediendo en el mundo del foto reportaje es impresionante; los fotógrafos están registrando eventos insólitos en campos de refugiados, en medio de atentados terroristas, de desastres naturales que dejan al público sin lugar donde esconderse; la existencia de un “gusto popular” por la buena fotografía, construido por la industria de la publicidad, del foto modelaje y el negocio de la moda es un hecho constatable; la fotografía científica, sobre todo la que se hace con poderoso microscopios de nos muestran las fronteras últimas de la materia están cambiando nuestros patrones de diseño y composición. Hay gente que sólo vive para las cámaras, detrás de ellas, operándolas, como los paparazzi; otros hacen vida delante, como si fueran objetos de la prensa del corazón.
Nombres como Henri Cartier-Bresson o Richard Avedon son sinónimos de arte y sus trabajos son expuestos en los mejores museos del mundo; otros fotógrafos de bodas, de niños, de mujeres embarazadas, de retratos de ejecutivos corporativos, muestran estilos y tendencias cada vez más populares… sus registros que quedan en álbumes de familia, en las salas de conferencias de las empresas, en portarretratos que descansan encima del escritorio, o en una estampa en la cartera, son parte de nuestras memorias personales o de las instituciones.
Heiferman, un curador e investigador de la fotografía para el Smithsonian, dijo en ocasión de un gran simposio sobre fotografía en esa institución (2012) lo siguiente: “…la fotografía hace lento el tiempo hasta detenerlo, lo encorrala y deja la información congelada en un instante. Pero igual de impresionante e importante, la fotografía es activa; hace que las cosas se muevan… las fotografías no sólo enseñan cosas. Nos comprometen ópticamente, neurológicamente, intelectualmente, emocionalmente, visceral y físicamente…así como la fotografía cambia nuestro entorno, así mismo cambia ella misma…”
Por último, Joanna Zylinska nos invita a ver la fotografía no sólo como una técnica o tecnología de registro de imágenes, sino como un medio para intervenir el propio concepto de “ser”, por medio de la luz y la posibilidad de congelar el tiempo, podemos obtener instantes de tiempo-espacio que son parte de nosotros, que estructuran nuestras vidas y experiencias, y nos propone incorporar a la fotografía como parte de un mundo híbrido, de medios, agentes, relaciones y redes sobre los cuales incorporamos a nuestras personas con la tecnología, acrecentando nuestras oportunidades para realizarnos como seres humanos en el nuevo siglo XXI. Una propuesta nada despreciable y no carente de riesgos.   –    saulgodoy@gmail.com



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