sábado, 17 de febrero de 2018

El mercado para principiantes



Se sorprenderían de saber cuántas personas existen que no entienden ni saben cómo funciona un mercado, para qué sirve y, peor todavía, cuántas creen que lo que se hace en un mercado es un asunto del demonio, donde comerciantes inescrupulosos engañan a los clientes, y la gente se deja quitar el fruto de su trabajo gracias al uso de unos convenientes trucos capitalistas.
El mercado es malo – creen - porque te roban, te venden lo que no quieres ni necesitas, siempre sales desplumado, te ponen unos tomates rojos, gordos y bien bonitos en los aparadores y te meten en la bolsa los podridos, haciéndote pagar altos precios por ellos.
Una buena parte de este malentendido con respecto a los mercados - cualquiera de ellos, el municipal, el de los productores del campo, el de los autos, la bolsa de valores o el de internet, por nombrar apenas alguno de ellos – se debe a los comunistas y socialistas, a gente intoxicada por la propaganda y la ideología de los rojos rojitos, unos bichitos de uña que no creen en el libre intercambio de bienes y productos, sino que quieren que les regalen bolsas CLAP o, a lo sumo, ir a un mercado a hacer trueque de cosas que tienen, que en una situación normal no tendrían demanda, por cosas que funcionen, porque ellos creen que tienen el derecho (¿social?) de que sus deseos sean satisfechos por el colectivo.
El socialismo cree en la planificación centralizada por parte del estado, es decir, es el estado por medio de sus ministerios y oficinas planifican toda la vida económica del país, son sus expertos lo que deben decidir cuántos zapatos, o carros o latas de mantequilla la población debe consumir, a qué precio, cuando, de que calidad, tipo y de seguro donde, porque obliga a la gente a ir hacer largas colas a sus establecimientos donde controla a quien se le entrega su unidad o ración.
Esto lo hacen con el ánimo de que todos tengan de todo, o mejor dicho, que todos consuman lo mismo, que es la razón final de la igualdad, y si hay algo que no se produce o se produce con defectos, todos solidariamente padeceremos las consecuencias, también lo hacen para evitar desperdicio y redundancias, la economía que ellos practican supuestamente científica, y pensada hasta el último detalle, ellos alegan es la mejor, la más eficiente y la que finalmente le traerá la felicidad al pueblo.
Por esta razón es que en las economías socialistas no hay competencia, los bienes se producen en base a “cuotas” que asigna el estado, que ya vienen con su precio estipulado por los especialistas, por eso es que la compra-venta se hace con listados, se necesitan “carnets” y el que no esté en la lista o no tenga el carnet, no come (no existe).
Esta es la razón principal por la que el estado debe ser el dueño de todos los medios de producción, todos trabajando con un solo objetivo y bajo una misma estrategia, darle felicidad al pueblo satisfaciendo sus necesidades materiales de manera masiva e igualitaria, esa es la raíz del estado empresario, comerciante y financista, para el socialista fundamentalista, ninguna empresa debe estar en manos privadas, ninguna actividad comercial, ningún banco, basta que exista un medio productivo fuera del esquema estatista para que todo el sistema comunista empiece a mal funcionar.
A los chavistas, esa especie perniciosa de socialismo salvaje, les gusta hacer sus “mercados populares”, que no son sino lugares donde asisten vendedores de cosas y productos, robados por el estado (expropiadas) a sus legítimos dueños, que se venden a precios viles, muy barato (porque no les costó nada producirlos), para satisfacer las apremiantes necesidades de subsistencia de unos parásitos sociales, que no trabajan sino que viven del estado, es decir, de todos nosotros, y es que por la “ley” estamos obligados a mantenerlos.
El estado socialista alega velar por los pobres, y los mantiene en esa condición, porque constituyen una “clase” y, como tal, tienen derechos que se estiman muy por encima de los que tienen los propietarios, industriales, comerciantes, rentistas del capital, trabajadores productivos… los argumentos son variados: hay que ser solidarios y buenos cristianos, cuando en realidad lo que quieren son sus votos, que sigan siendo una mayoría inculta, dependiente, necesitada e insatisfecha, para seguir explotándolos políticamente, hay una cúpula del poder un “soviet” que necesita el respaldo de la masa a la que deben movilizar para transformar el mundo en la utopía de la clase trabajadora, en la dictadura del proletariado que dará paso, finalmente, a una sociedad sin clases y sin gobierno.
Este tipo de mercado socialista, científico, solidario, igualitario y que algunos aducen como “democrático”, no es más que una construcción de unos hombres enajenados del siglo XIX que veían que las masas trabajadoras podían ser movilizadas para dar una revolución en contra del orden establecido, el orden burgués, y tomar el poder para constituir un nuevo estado, no tenía nada que ver con los mercados originales que surgieron espontáneamente de esa necesidad social del intercambio de bienes y servicios.
En este punto, algunas personalidades que sufren de esa enfermedad llamada “altruismo” se conmueven y prefieren no seguir leyendo un artículo que les cuestiona su objeto de placer: el ser generoso con los que menos tienen, es decir que, dentro de sus intereses personales, se encuentra el bien ajeno, lo que se hace por seguridad personal (los pobres son un peligro social, por lo que la pobreza debe ser disminuida de inmediato), lo que expresa sentimientos… al final no importa, con tal de controlar la pobreza, que es una desgracia social, que no es culpa del capitalismo, ni del libre mercado, ni del individualismo, sino de pésimas políticas de un estado que le conviene que exista la miseria y, mientras más pobres e ignorantes, mejor.
Pero no nos desviemos del tema, los mercados son una autentica expresión de la organización social de las comunidades humanas, una de sus primeras y más necesarias formas de relación, donde la gente se encontraba para intercambiar productos, bienes, servicios, información y entablar relaciones con extraños y gente de otros pueblos; esto sucedía en un ambiente de paz y cordialidad, que es donde progresan los países.
Estas reuniones que se hacían primero al descampado al finalizar las cosechas, o cuando el clima lo permitía, prestaban a los aldeanos la oportunidad de colocar sus excedentes, intercambiarlos por otros productos que necesitaban, granos por animales, vestidos por aperos de labranza… era también una oportunidad para los artesanos de cambiar o vender sus creaciones, de los músicos y juglares de encontrar un público que les diera algo por sus actuaciones.
Las autoridades de los pueblos se dieron cuenta de que estas reuniones atraían variados negocios y que eran buenas para la prosperidad de la región, por lo que decidieron hacerlos en las plazas o en un lugares acondicionados para tales propósitos; esto las convirtió en algo más permanente y, como el flujo de gente atraía a visitantes de todos lados, se dieron intercambios culturales importantes, algunos extranjeros traían de sus países productos exóticos, que los lugareños nunca antes habían visto y, si les iba bien, volvían… y, quién sabe, a veces compraban un terreno, construían y montaban su negocio.
De eso se trata el mercado, en su sentido más abstracto es el espacio donde se realizan el conjunto de transacciones entre individuos y donde la actividad evoluciona en mecanismos que pueden ser justos y claro;, en los mercados se discuten los precios, se llega a acuerdos, según la escasez del producto o la dificultad del trabajo, en los mercados se va a negociar.
Muy poca gente se da cuenta la importancia que tienen los precios, que son el resultado de esas dos fuerzas que controlan todo mercado, la oferta y la demanda; los precios de los productos y servicios son pequeños paquetes de información muy útiles para todos, el precio de algún producto no dice cuán bien le va en su producción, si es algo que se consume mucho o poco, si está dentro de los productos de la estación o si lo traen de otros lugares, si se trata de algo exclusivo o de consumo masivo… también nos dice si el producto se fabrica con insumos foráneos, podemos saber cuál de ellos hace la diferencia en el precio; igualmente nos revela si tiene substitutos más baratos o más costosos, a quienes les gusta más, si a niños o adultos, mujeres u hombres; cuando es usado para la cría de animales, deja ver cómo influye en el precio de la carne y otros derivados… por el precio sabemos si es difícil de producir, cuan fresco está… y, si es un servicio, digamos, el de un dentista, quien más cobra, por lo general, es el mejor… los precios le imprimen a los productos información que. de otra manera, es casi imposible saber . Trate de imaginarse lo que podría significar llevar el control de la producción de tantos productos que se intercambian en un mercado ¿Quién podría asignarle a cada uno de ellos el precio más justo?... el mercado lo hace de manera espontánea, la mercancía que no se vende o no gusta o está muy cara, obliga al vendedor a bajar el precio, hacer ofertas, o incentivar a la gente a probar su producto dando muestras gratis…
Una de las quimeras del socialismo está en tratar de controlar los precios de una economía, porque los precios tienen la característica de que, si se interfiere con ellos, inmediatamente se disloca la cadena productiva y de consumo; cuando los precios son muy bajos desparecen los productos de los mercados, y cuando precios muy altos, nadie puede comprar… la demanda y la oferta son los reyes del mercado, ni lo es el Estado, ni la Justicia Social, ni el amor, menos aún, la avaricia.
Por ello decía Adam Smith que el mercado estaba controlado por una mano invisible, que es la suma de todos esos pequeños componentes presentes en el precio final de los productos, porque allí está reflejado el trabajo de la gente, el clima, la calidad de los ingredientes, el transporte, el almacenamiento, los impuestos, las ganancias y para usted de contar. El precio final es un libro que se escribe solo y, al final de la historia, es el consumidor quien finalmente dictamina si le gusta o no, es algo casi milagroso.
Pero repito, basta que alguien trate de alterar ese libro de los precios para que todo se venga abajo, el mercado deja de funcionar y viene la ruina.
En el mercado el consumidor es juez y parte: si algo le gusta, lo volverá a comprar, lo recomendará, lo obsequiará, lo querrá vender… pero si es malo y caro pasará lo contrario, los clientes no volverán, el vendedor recibirá su castigo por abusador y tramposo, si voy al mercado y en el puesto de los vegetales me venden tomates podridos ¿Creen ustedes que volveré a comprar algo allí?, niente, never, jamais… más nunca.
Todo mercado donde se respete el derecho a la propiedad funciona bien, ese es el principio de una cadena que termina en prosperidad y éxito económico para todos los que participan en el mercado, pues el intercambio se hará de manera natural y con justicia: te pago el precio por el producto de tu creación, me das algo que es tuyo y yo te doy algo que es mío, tu tomate por el dinero que me gané trabajando duro… al final de la cadena no son productos lo que intercambiamos, son valores, necesidades que se solventan, apoyo que nos damos en el intercambio, cooperación social…
Dicen los más enjundiosos sociólogos que sólo hay dos maneras como el hombre libre actúa en sociedad, en cooperación, o bajo coacción; y esto se proyecta, incluso, a los países en el mundo, por ello es que la cooperación internacional es mucho más apetecida que la imposición violenta y militarista de algunas naciones, donde hay tiranía y actos de fuerza no puede haber cooperación.
Por ello es que los Estados civilizados se abstienen de interferir en las relaciones contractuales de sus ciudadanos; donde el estado interviene, como parte de esta negociación, las relaciones de poder cambian, y nunca habrá transacciones libres.
En palabras del economista Pascal Salim: “Sólo los verdaderos liberales han entendido que los objetos materiales- o económicos- no son sino un medio, entre otros, para que cada persona pueda alcanzar sus propios fines, sean estos de orden material, ético, religioso o filosófico.”   -
saulgodoy@gmail.com









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