Se
sorprenderían de saber cuántas personas existen que no entienden ni saben cómo
funciona un mercado, para qué sirve y, peor todavía, cuántas creen que lo que
se hace en un mercado es un asunto del demonio, donde comerciantes
inescrupulosos engañan a los clientes, y la gente se deja quitar el fruto de su
trabajo gracias al uso de unos convenientes trucos capitalistas.
El
mercado es malo – creen - porque te roban, te venden lo que no quieres ni
necesitas, siempre sales desplumado, te ponen unos tomates rojos, gordos y bien
bonitos en los aparadores y te meten en la bolsa los podridos, haciéndote pagar
altos precios por ellos.
Una
buena parte de este malentendido con respecto a los mercados - cualquiera de
ellos, el municipal, el de los productores del campo, el de los autos, la bolsa
de valores o el de internet, por nombrar apenas alguno de ellos – se debe a los
comunistas y socialistas, a gente intoxicada por la propaganda y la ideología
de los rojos rojitos, unos bichitos de uña que no creen en el libre intercambio
de bienes y productos, sino que quieren que les regalen bolsas CLAP o, a lo
sumo, ir a un mercado a hacer trueque de cosas que tienen, que en una situación
normal no tendrían demanda, por cosas que funcionen, porque ellos creen que
tienen el derecho (¿social?) de que sus deseos sean satisfechos por el
colectivo.
El
socialismo cree en la planificación centralizada por parte del estado, es
decir, es el estado por medio de sus ministerios y oficinas planifican toda la
vida económica del país, son sus expertos lo que deben decidir cuántos zapatos,
o carros o latas de mantequilla la población debe consumir, a qué precio,
cuando, de que calidad, tipo y de seguro donde, porque obliga a la gente a ir
hacer largas colas a sus establecimientos donde controla a quien se le entrega
su unidad o ración.
Esto
lo hacen con el ánimo de que todos tengan de todo, o mejor dicho, que todos
consuman lo mismo, que es la razón final de la igualdad, y si hay algo que no
se produce o se produce con defectos, todos solidariamente padeceremos las
consecuencias, también lo hacen para evitar desperdicio y redundancias, la
economía que ellos practican supuestamente científica, y pensada hasta el
último detalle, ellos alegan es la mejor, la más eficiente y la que finalmente
le traerá la felicidad al pueblo.
Por
esta razón es que en las economías socialistas no hay competencia, los bienes
se producen en base a “cuotas” que asigna el estado, que ya vienen con su
precio estipulado por los especialistas, por eso es que la compra-venta se hace
con listados, se necesitan “carnets” y el que no esté en la lista o no tenga el
carnet, no come (no existe).
Esta
es la razón principal por la que el estado debe ser el dueño de todos los
medios de producción, todos trabajando con un solo objetivo y bajo una misma
estrategia, darle felicidad al pueblo satisfaciendo sus necesidades materiales
de manera masiva e igualitaria, esa es la raíz del estado empresario,
comerciante y financista, para el socialista fundamentalista, ninguna empresa
debe estar en manos privadas, ninguna actividad comercial, ningún banco, basta
que exista un medio productivo fuera del esquema estatista para que todo el
sistema comunista empiece a mal funcionar.
A los
chavistas, esa especie perniciosa de socialismo salvaje, les gusta hacer sus
“mercados populares”, que no son sino lugares donde asisten vendedores de cosas
y productos, robados por el estado (expropiadas) a sus legítimos dueños, que se
venden a precios viles, muy barato (porque no les costó nada producirlos), para
satisfacer las apremiantes necesidades de subsistencia de unos parásitos
sociales, que no trabajan sino que viven del estado, es decir, de todos
nosotros, y es que por la “ley” estamos obligados a mantenerlos.
El
estado socialista alega velar por los pobres, y los mantiene en esa condición,
porque constituyen una “clase” y, como tal, tienen derechos que se estiman muy
por encima de los que tienen los propietarios, industriales, comerciantes,
rentistas del capital, trabajadores productivos… los argumentos son variados:
hay que ser solidarios y buenos cristianos, cuando en realidad lo que quieren
son sus votos, que sigan siendo una mayoría inculta, dependiente, necesitada e
insatisfecha, para seguir explotándolos políticamente, hay una cúpula del poder
un “soviet” que necesita el respaldo de la masa a la que deben movilizar para
transformar el mundo en la utopía de la clase trabajadora, en la dictadura del
proletariado que dará paso, finalmente, a una sociedad sin clases y sin gobierno.
Este
tipo de mercado socialista, científico, solidario, igualitario y que algunos
aducen como “democrático”, no es más que una construcción de unos hombres
enajenados del siglo XIX que veían que las masas trabajadoras podían ser
movilizadas para dar una revolución en contra del orden establecido, el orden
burgués, y tomar el poder para constituir un nuevo estado, no tenía nada que
ver con los mercados originales que surgieron espontáneamente de esa necesidad
social del intercambio de bienes y servicios.
En
este punto, algunas personalidades que sufren de esa enfermedad llamada
“altruismo” se conmueven y prefieren no seguir leyendo un artículo que les cuestiona
su objeto de placer: el ser generoso con los que menos tienen, es decir que,
dentro de sus intereses personales, se encuentra el bien ajeno, lo que se hace
por seguridad personal (los pobres son un peligro social, por lo que la pobreza
debe ser disminuida de inmediato), lo que expresa sentimientos… al final no
importa, con tal de controlar la pobreza, que es una desgracia social, que no
es culpa del capitalismo, ni del libre mercado, ni del individualismo, sino de
pésimas políticas de un estado que le conviene que exista la miseria y,
mientras más pobres e ignorantes, mejor.
Pero
no nos desviemos del tema, los mercados son una autentica expresión de la
organización social de las comunidades humanas, una de sus primeras y más
necesarias formas de relación, donde la gente se encontraba para intercambiar
productos, bienes, servicios, información y entablar relaciones con extraños y
gente de otros pueblos; esto sucedía en un ambiente de paz y cordialidad, que
es donde progresan los países.
Estas
reuniones que se hacían primero al descampado al finalizar las cosechas, o
cuando el clima lo permitía, prestaban a los aldeanos la oportunidad de colocar
sus excedentes, intercambiarlos por otros productos que necesitaban, granos por
animales, vestidos por aperos de labranza… era también una oportunidad para los
artesanos de cambiar o vender sus creaciones, de los músicos y juglares de
encontrar un público que les diera algo por sus actuaciones.
Las
autoridades de los pueblos se dieron cuenta de que estas reuniones atraían
variados negocios y que eran buenas para la prosperidad de la región, por lo
que decidieron hacerlos en las plazas o en un lugares acondicionados para tales
propósitos; esto las convirtió en algo más permanente y, como el flujo de gente
atraía a visitantes de todos lados, se dieron intercambios culturales
importantes, algunos extranjeros traían de sus países productos exóticos, que los
lugareños nunca antes habían visto y, si les iba bien, volvían… y, quién sabe,
a veces compraban un terreno, construían y montaban su negocio.
De
eso se trata el mercado, en su sentido más abstracto es el espacio donde se
realizan el conjunto de transacciones entre individuos y donde la actividad evoluciona
en mecanismos que pueden ser justos y claro;, en los mercados se discuten los
precios, se llega a acuerdos, según la escasez del producto o la dificultad del
trabajo, en los mercados se va a negociar.
Muy
poca gente se da cuenta la importancia que tienen los precios, que son el
resultado de esas dos fuerzas que controlan todo mercado, la oferta y la
demanda; los precios de los productos y servicios son pequeños paquetes de
información muy útiles para todos, el precio de algún producto no dice cuán
bien le va en su producción, si es algo que se consume mucho o poco, si está
dentro de los productos de la estación o si lo traen de otros lugares, si se
trata de algo exclusivo o de consumo masivo… también nos dice si el producto se
fabrica con insumos foráneos, podemos saber cuál de ellos hace la diferencia en
el precio; igualmente nos revela si tiene substitutos más baratos o más costosos,
a quienes les gusta más, si a niños o adultos, mujeres u hombres; cuando es
usado para la cría de animales, deja ver cómo influye en el precio de la carne
y otros derivados… por el precio sabemos si es difícil de producir, cuan fresco
está… y, si es un servicio, digamos, el de un dentista, quien más cobra, por lo
general, es el mejor… los precios le imprimen a los productos información que.
de otra manera, es casi imposible saber . Trate de imaginarse lo que podría
significar llevar el control de la producción de tantos productos que se
intercambian en un mercado ¿Quién podría asignarle a cada uno de ellos el
precio más justo?... el mercado lo hace de manera espontánea, la mercancía que
no se vende o no gusta o está muy cara, obliga al vendedor a bajar el precio,
hacer ofertas, o incentivar a la gente a probar su producto dando muestras
gratis…
Una
de las quimeras del socialismo está en tratar de controlar los precios de una
economía, porque los precios tienen la característica de que, si se interfiere
con ellos, inmediatamente se disloca la cadena productiva y de consumo; cuando
los precios son muy bajos desparecen los productos de los mercados, y cuando
precios muy altos, nadie puede comprar… la demanda y la oferta son los reyes
del mercado, ni lo es el Estado, ni la Justicia Social, ni el amor, menos aún,
la avaricia.
Por
ello decía Adam Smith que el mercado estaba controlado por una mano invisible,
que es la suma de todos esos pequeños componentes presentes en el precio final
de los productos, porque allí está reflejado el trabajo de la gente, el clima,
la calidad de los ingredientes, el transporte, el almacenamiento, los
impuestos, las ganancias y para usted de contar. El precio final es un libro
que se escribe solo y, al final de la historia, es el consumidor quien
finalmente dictamina si le gusta o no, es algo casi milagroso.
Pero
repito, basta que alguien trate de alterar ese libro de los precios para que
todo se venga abajo, el mercado deja de funcionar y viene la ruina.
En el
mercado el consumidor es juez y parte: si algo le gusta, lo volverá a comprar,
lo recomendará, lo obsequiará, lo querrá vender… pero si es malo y caro pasará
lo contrario, los clientes no volverán, el vendedor recibirá su castigo por
abusador y tramposo, si voy al mercado y en el puesto de los vegetales me
venden tomates podridos ¿Creen ustedes que volveré a comprar algo allí?, niente, never, jamais… más nunca.
Todo
mercado donde se respete el derecho a la propiedad funciona bien, ese es el
principio de una cadena que termina en prosperidad y éxito económico para todos
los que participan en el mercado, pues el intercambio se hará de manera natural
y con justicia: te pago el precio por el producto de tu creación, me das algo
que es tuyo y yo te doy algo que es mío, tu tomate por el dinero que me gané
trabajando duro… al final de la cadena no son productos lo que intercambiamos,
son valores, necesidades que se solventan, apoyo que nos damos en el
intercambio, cooperación social…
Dicen
los más enjundiosos sociólogos que sólo hay dos maneras como el hombre libre
actúa en sociedad, en cooperación, o bajo coacción; y esto se proyecta, incluso,
a los países en el mundo, por ello es que la cooperación internacional es mucho
más apetecida que la imposición violenta y militarista de algunas naciones,
donde hay tiranía y actos de fuerza no puede haber cooperación.
Por
ello es que los Estados civilizados se abstienen de interferir en las
relaciones contractuales de sus ciudadanos; donde el estado interviene, como
parte de esta negociación, las relaciones de poder cambian, y nunca habrá
transacciones libres.
En
palabras del economista Pascal Salim: “Sólo
los verdaderos liberales han entendido que los objetos materiales- o
económicos- no son sino un medio, entre otros, para que cada persona pueda
alcanzar sus propios fines, sean estos de orden material, ético, religioso o
filosófico.” -
saulgodoy@gmail.com
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