lunes, 23 de julio de 2018

La Shintō



Al Japón antiguo llegan tres grandes corrientes religiosas de China, el confucionismo, el budismo y el taoísmo, pero ya anteriormente, desde la prehistoria, existía en el archipiélago Nipón, sobre todo en las aldeas al interior de sus grandes bosques y selvas, unas creencias autóctonas que le atribuía al mundo una espiritualidad desbocada, todo en la naturaleza contenía espíritus: el agua, los árboles, los animales, el mar, las tormentas, el mismo hombre quien era una parte de esa gran unidad constituida por la diversidad, esa creencia se le conocía como sintoísmo.
La Shintō tuvo la buena fortuna de amalgamarse muy bien con las religiones entrantes, sobre todo con el budismo que empezó a diferenciarse de manera múltiple en un extraordinario sincretismo, al punto, que el budismo japonés tenía su propia personalidad que muy poco tenía que ver con el que venía originalmente de la India vía China.
El budismo, el confucionismo y el taoísmo se hicieron muy populares en los grandes centros urbanos, mientras que el sintoísmo se conservó en su forma primitiva en los pueblos y aldeas, que eran lugares donde se construían templos y monasterios de clausura para la meditación, y donde quienes buscaban iluminación, se exponían a las costumbres locales y sus creencias, sobre todo a la rica mitología de la Shintō.
Según la historia de la creación, una de las hijas de los dioses celestiales, la diosa-sol, bajó a la tierra de los juncos, a Japón, y se encontró con una cantidad de malos espíritus revoloteando por el lugar como moscardones azules, les advirtió que se tranquilizaran, que se sometieran al mandato celeste, pero tuvo que enviar expediciones punitivas hasta que por fin los venció, incluyendo a las fuerzas de su hermano, el dios-tormenta que regía sobre el Mar de Japón, esta es una historia épica sumamente violenta y con episodios de crueldad que dicen mucho del carácter japonés.
Una vez pacificado Japón, la diosa-sol envió a uno de sus ahijados para gobernar el país, éste tuvo que viajar grandes distancias hasta llegar a las tierras medias, conocidas como Yamato, y fue allí que el legendario Jimmu Tenno fundó la dinastía imperial, sus descendientes tuvieron que seguir la lucha en contra de todo tipo de enemigos los «Arañas de Tierra», los «Mochuelos-Ochenta», los «Piernas Largas», los «Gigantes Furias», una serie de personajes de leyenda, hasta que lograron imponerse.
Esta es la historia que marca a la familia imperial del Japón hasta el día de hoy, y el clan Yamato, del cual la mayoría de los japoneses son descendientes, creen provenir directamente de los dioses celestiales.
Éste es un apretado resumen de la historia que refiere Masaharu Anesaki, en su obra Mitología Japonesa (1947) y que es la base del sintoísmo considerada la religión nativa del Japón.
¿En que creía esta religión? Permitamos que sea el propio Anesaki quien nos ilustre:

La primitiva religión de ese pueblo se llamaba Shintō que significa «Camino de los Dioses» o «Espíritus». Esta creencia se remonta a una visión animista del mundo, asociada con el culto tribal de las deidades del clan. Se emplea aquí la palabra animismo para indicar la doctrina de que las cosas de la naturaleza están animadas, igual que nosotros, por un alma o por una clase especial de vitalidad. Viendo el mundo bajo esta luz, los japoneses lo veneran todo, tanto un objeto natural como un ser humano, siempre que lo venerado parezca manifestar un poder o una belleza inusuales. Cada uno de esos objetos o seres se llama kami, una deidad o espíritu. La naturaleza está habitada por una cohorte infinita de esas deidades o espíritus, y la vida humana se halla estrechamente asociada con sus pensamientos y acciones. Al genio de un monte que inspire temor se le llama deidad del monte, y puede ser considerado al mismo tiempo con el progenitor de la tribu que vive al pie de la montaña o, sino como el antepasado, sí puede al menos ser invocado como el dios tutelar de la tribu.

La imbricación del budismo con el sitoísmo nos habla de una de las amalgamas de religiones más fructíferas en la historia, La Shintō no tenía un núcleo común doctrinal, ni una identidad que fuera reconocida en todo el Japón de manera uniforme, el budismo le prestó ambas, hoy en día los templos budistas son compartidos en el archipiélago sin ningún problema, el kami, que  en el sintoísmo es considerado como una forma de de haber llegado al estadio de un Buda, es decir de haber alcanzado la perfección, y esto era válido para personas animales y otros entes naturales, es aceptado sin problemas.
Pero un evento marcó sintoísmo de manera negativa, y se presentó en las décadas anteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón se embarcó en su proyecto militarista y colonialista e hiso del sintoísmo y del culto al Emperador, el código de honor exigido a los japoneses, el sintoísmo se convirtió en la excusa para un fascismo duro y cruel, y fue el vehículo para el nacionalismo más exacerbado del que se tenga memoria en el Japón, tal y como nos lo recuerda el historiador Kenneth G. Henshall: “era ampliamente difundido el concepto de que el Emperador tenía un poder absoluto y divino, y la idea de que Japón, ocupando y controlando Asia, lo hacía en orden para liberarla - era la peculiar idea de los japoneses de un anti-imperialismo por medio del imperialismo”.  La violencia y la opresión de aquellos eventos hicieron de la creencia en el sintoísmo durante la post guerra, casi un delito.
Los valores del sintoísmo de respeto a los padres y a la autoridad, de no romper con la armonía del mundo, se unió a una reacción en contra de lo que era extranjero, de los valores occidentales, del capitalismo y el comercio que impusieron en el Japón, de su manera de pensar, de la arrogante actitud de los ingleses y norteamericanos. La idea de que el Emperador representaba al estado japonés, que era el padre benefactor del pueblo y éste le debía su absoluta obediencia y respeto, dispararon la necesidad en el gobierno de rescatar al sintoísmo, recargarlo de valores nacionalistas y hacerlo de estudio obligatorio en las escuelas.
El historiador Minoru Kiyota, cuando habla de la restauración del poder imperial, destaca el papel que jugó la escuela Hirata del sintoísmo, para 1868 ya existía en el gobierno una Oficina para Asuntos Sintoístas que entre sus funciones tenía: “el diseminar la política de estado de la idea de una unidad del estado con el sintoísmo, y propagar la Shintō como una forma de vida, enraizada en la ambigua mitología del Kojioki y el Nihon Shold.  Para restaurar la pureza del sintoísmo, influenciado por elementos budistas, se aplicó una política de separación entre la Shintō y el Budismo, y fue anunciado el 17 de Marzo de 1868, y exigido como obligatorio en todo el país al mes siguiente, bajo la autoridad de la Oficina de Asuntos Sintoístas.”
Pasaron décadas antes de que pudiera, poco a poco, ir dejando atrás aquella caracterización de religión para la guerra, y volver a su cauce original como una de las religiones más cercanas a la ecología y el respeto por la naturaleza que existen.
Vamos a profundizar un poco en la naturaleza del Kami para poder entender su relación con la ecología y la naturaleza en general, el investigador  Daniel M. P. Shaw, de la Universidad de Lancaster, nos refiere en su obra Shintō and a 21st Century Japanese Ecological Attitude (2005), lo siguiente:

El Kami se experimenta de manera espiritual como una presencia que inspira asombro y recogimiento. Se hace evidente a nuestros sentidos cuando nos toca su energía vital bien sea en entes naturales o en fenómenos. Ese sentimiento es comparable en occidente a la experiencia de lo sublime. Sin duda alguna, cuando estamos a la vera de un majestuoso monte Fuji, o a los pies de una cascada atronadora, o en el medio de una tormenta de verano, o al borde de un inmenso risco, la presencia de kami se siente. Sin embargo también está allí cuando apreciamos las intrincadas filigranas de una pequeña flor, o en la caricia de una suave briza, en el mágico trinar de las aves, o cuando un zorro se nos atraviesa en el camino. Sentir al kami puede ser también desagradable, como cuando escuchamos los quejumbrosos lamentos del viento a través de los ramales de los árboles. Esas energías vitales y poderes, no son el Kami per se, sino manifestaciones de sus múltiples formas… la presencia del Kami se puede percibir en los edificios, carros, música y otros productos de la labor humana… El mundo visto con la mente de un sintoísta es un todo interconectado, por lo tanto, por cualquier experiencia del kami se puede sentir su presencia, que es el poder de la naturaleza actuando como un todo. Esos momentos son inspiradores y aunque no duran, marcan una diferencia fundamental frente a las preocupaciones y ocupaciones habituales y comunes, despertando a la persona a los misterios del mundo, a las maravillas de la vida, y por ello es posible que un viejo y gigante árbol nos pueda detener en el sitio, admirados por el poder de vida que nos proyecta.

Para experimentar el kami y sus implicaciones con unidad natural universal, hay que tener una mente y un corazón puro, en Japón se le conoce a este estado como Makoto no Kokoro , o en una traducción aproximada “un corazón con conocimiento”, que es lo que se necesita para darle respuestas sinceras a la resonancia del mundo en nosotros.
Hoy Japón se ve afectada por diversas problemas de carácter ambiental, y a pesar de todavía contar con una extensa reserva natural, la minería del cobre, la contaminación atmosférica, los accidentes nucleares, la contaminación de aguas y tierras por desechos industriales, la sobrepoblación de sus centros urbanos, hacen que la calidad de vida se vea seriamente afectada, a parte de los temas de aprovechamiento de las especies marinas, la matanza de la ballenas y la explotación de bosques en otros lugares en la región, los han puesto en la mira internacional de las organizaciones ambientalistas.
Pero sus propias reservas morales y culturales están haciendo el trabajo de restituir la armonía donde ésta se ha roto, muchos de sus movimientos ambientalistas autóctonos teniendo a la Shintō como guía, han empezado un arduo trabajo de restauración, protección y conservación del ambiente en Japón, y no dudamos que tendrán éxito pues lo han tomado como una gran cruzada nacional, y cuando los japoneses se trazan estos retos colectivos, la historia ha demostrado, vencen cualquier escollo y logran sus propósitos.   saulgodoy@gmail.com





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