lunes, 30 de julio de 2018

Sobre la mentada “antipolítica”




Me parece que se le hace un daño tremendo a las ciencias políticas cuando empiezan a circular términos y posiciones que devienen de un pésimo uso del  lenguaje y de un evidente interés por proteger y defender ciertas posiciones ideológicas y organizacionales, en detrimento no sólo de la cultura en general sino de la misma actividad política, es el caso del término antipolítica, al que ya algunos académicos están tratando de encontrarle cabeza, tronco y extremidades a algo que no pasa de ser un chapucero intento por desinformar y corromper el lenguaje político, aún más de lo que está.
He buscado en tratados, compendios, diccionarios, estudios, enciclopedias sobre política la palabreja, y el concepto de antipolítica no aparece por ningún lado, ni siquiera en los textos de pensadores socialistas, que son los más propensos a inventar palabras.
Para empezar el prefijo “anti” según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua significa algo que es contrario, opuesto, por lo que antipolítica debería resultar en una negación de la política, de toda forma política, lo que resultaría en un oxímoron ya que alguien que sea contrario a cualquier manifestación política ya está tomando una posición política.
Pero lo más grave resulta, que se está mal utilizando el termino para designar, sólo a aquellos políticos, personas u organizaciones que están en contra de los partidos políticos establecidos, o sea, aquellos que son parte del establishment, que supuestamente son las organizaciones políticas debidamente registradas en los organismos electorales, con una organización sistematizada y con una vida efectiva en el mundo de las elecciones, donde participa el estado como gestor.
Según este concepto sería anti política aquellas opiniones, acciones, organizaciones, personas, movimientos, argumentos, discursos, intereses,  que de alguna manera vayan en contra de la existencia, intereses, organización, ideología y acciones de los partidos políticos establecidos y certificados como tales, habrá que preguntarse si la legitimación de estos partidos que vienen en una primera instancia del mismo estado es suficiente para provocar una escisión entre actores políticos tradicionales y los que no lo son.
Si se trata de un problema sobre autorizaciones, permisos, registros, y la manera como esta certificación se haga, que me imagino viene de un organismo electoral oficial, se crea una desventaja importante a otros participantes políticos como serían movimientos comunitarios, organizaciones locales, minorías, movimientos como el feminismo, o ecologistas, grupos antiaborto y otras manifestaciones que vienen de la necesidad de participar en política sin ser un partido político.
Hay todo un movimiento interesado en establecer la palabra antipolítica como un equivalente de anti partido político tradicional, y que viene motorizado por una serie de comunicadores sociales, académicos, políticos, pertenecientes o con filiación justamente a estos partidos políticos establecidos, con la clara intención de soslayar cualquier crítica u opinión en contrario a las acciones u omisiones de estos partidos.
Según algunos estudiosos como el politólogo Vittorio Mete la palabra nació en Italia para designar en el debate político, a figuras emergentes extra-partido, en un clima de desencanto y oposición a las ejecutorias de los partidos políticos tradicionales, durante la transición política de los años 90, figuras como el edito Silvio Berlusconi asociado a un movimiento con la etiqueta “Neopopulismo”.
Pero surgen una serie de problemas no solo de carácter filológico, sino también filosófico, moral, político, histórico y hasta delictual, porque hay una marcada intención de crear confusión en la mente de las personas, posiblemente con el ánimo de encausar apoyo del electorado, financiamiento de contribuyentes a las campañas, participación y protección de los órganos electorales del estado a las organizaciones políticas establecidas en detrimento de otras manifestaciones políticas, y de adelantar una pretendida posición de superioridad y dominio sobre la actividad; quien no esté de acuerdo con las políticas de los partidos políticos establecidos, es un antipolítico, que para todos los efectos, es igualmente anti republicano, antidemocrático, con claras alusiones a una irracionalidad y asociación con ideologías perversas, probablemente de carácter fascista, populistas, comunistas, anarquistas, militarista, que según esta pretendida definición no son parcelas políticas, y no tienen derecho ni a expresar sus puntos de vistas, ni a tener participación en los eventos políticos de la sociedad y del país nacional.
El investigador venezolano José Antonio Rivas Leone, en su trabajo, Transformaciones y Crisis de los  Partidos Políticos. La Nueva Configuración del Sistema de Partidos en Venezuela (2002) resume de manera clara y concisa:

La antipolítica es un fenómeno relativamente reciente que engloba un conjunto de prácticas políticas que se caracterizan, ante todo, por una ruptura con las prácticas políticas tradicionales desarrolladas principalmente a través de los partidos políticos y los políticos profesionales. Por ello observamos en gran medida el apego a prácticas y conductas de corte antipartido y en algunos casos antisistema, desarrolladas por los outsiders y los nuevos caudillos de la política… estas prácticas consideradas como antipolíticas, teniendo como premisa que la política de la antipolítica supone una revisión de la concepción de las pautas, de los comportamientos, de los mecanismos, de los actores, de las temáticas y de la propia cultura política. Es decir, encontramos la antipolítica como un modo alternativo de hacer política que en nuestro medio latinoamericano se manifiesta principalmente a través del cuestionamiento de los actores tradicionales, inclusive asumiendo en algunos casos posiciones antisistémicas. En otros contextos como el europeo, la antipolítica se expresa de forma más enérgica a través de los movimientos separatistas, movimientos de extrema derecha, movimientos neonazis y a través del resurgimiento de los nacionalismos beligerantes, entre otros.

En Latinoamérica el caso ecuatoriano con Bucaran y el peruano con Fujimori, se convirtieron en casos emblemáticos de la antipolítica, primero porque eran liderazgos que surgieron fuera de los partidos establecidos y en contra de estos mismos partidos, y segundo, porque sus programas políticos eran de corte populista. El caso de Chávez en Venezuela fue el más llamativo y que degeneró de un populismo a ultranza, en una dictadura filocubana, hasta los momentos estos gobiernos que han nacido de estos movimientos llamados antipolíticos han resultado en experiencias negativas para los pueblos que los han elegido, el mismo Donald Trump en los EEUU a pesar de ser un candidato de una de las plataformas más tradicionales, su llegada a la política no fue haciendo carrera política dentro del partido Republicano, y de acuerdo a algunos análisis de su discurso, le correspondería estar clasificado como un antipolítico, lo cual genera gran confusión.
Pero de acuerdo a investigadores como Oscar Landi afirma que: “la definición de lo que es y de lo que no es político en la sociedad en un momento dado es producto de los conflictos por la hegemonía”. Y efectivamente, la palabra “antipolítica” nace del conflicto por el poder entre factores políticos, entre los partidos políticos tradicionales que no quieren perder su hegemonía, y los nuevos actores que surgen como competencia.
Y hay algo más claro todavía, los partidos políticos tradicionales que han degenerado en aparatos burocráticos sin ninguna utilidad, con ideologías desfasadas, con programas que nada aportan al desarrollo de los pueblos, y aquellos nuevos partidos que nacen adheridos a viejos y obsoletos sistemas políticos como el socialismo, no tienen ningún atractivo ni ofrecen respuestas a un electorado que los ha superado en sus luchas y aspiraciones, y lo más normal del mundo es que la gente los rechace.
Lo que los partidos políticos tradicionales y sus operadores están tratando de hacer, es crear un meme que identifique a todo aquel que los critique como antipolíticos, arrogándose ellos la única posibilidad de hacer política, negándole a los demás el derecho de hacer política, esto lo hacen desde la ambigua trinchera del lenguaje, escogieron una palabra y la convirtieron en algo diferente a su significación original y están tratando de establecer toda una defensa a su mediocridad en un conjuro, como si fueran brujos, al pronunciarlo, el enemigo desaparecerá, aceptarles esta vagabundería es empobrecer la cultura y desvirtuar el verdadero papel de la política, discutir y llegar a acuerdos.
En mi caso personal estoy considerado como un analista político antipartido, mis críticas al viejo establecimiento político han destapado ronchas, creo que disponemos de unas organizaciones políticas que son chatarras, conducidas por gente que ya no tiene perspectivas de las nuevas situaciones ni saben cómo enfrentar las nuevas realidades, a no ser bajo el pretexto de la negociación y el acomodo pragmático, por ello claman por una ficticia unidad, donde ellos se asumen como parte importante y vital del mundo político, sin llegar a reconocer que ya pertenecen al basurero de la historia y muy pocas personas los apoyan.
Borges, Capriles, Allup, todas esas organizaciones de corte socialistas y promarxistas que con sus errores de conducción y su falta de visión nos han hundido en el pantano del Socialismo del Siglo XXI, no tienen ni el pensamiento ni las herramientas para hacerle frente a un enemigo peligroso y que se adapta sin problemas a los medios y fines de estos partidos hegemónicos que cada día se parecen más y más al chavismo, para ellos, la antipolítica les viene de maravillas, descargan su irresponsabilidad y falta de criterio en quienes creemos en una evolución que ya hace mucho ellos se han negado en reconocer y mucho menos en motorizar.
Anibal Romero quien es un analista político e historiador de valía, a quien respeto, tiene una opinión mucho más equilibrada y serena que la mía en éste asunto, el dice: “Los estudiantes que protestan no son anti-políticos, y tampoco lo somos quienes cuestionamos aspectos significativos de la estrategia, decisiones y acciones de los que tienen en sus manos la conducción política de la oposición democrática. Sencillamente tenemos visiones distintas acerca de las líneas de avance que en nuestra concepción del tema, deberían ser adelantadas por la dirigencia y seguidores de la oposición, para combatir al régimen traidor y a sus amos cubanos. El epíteto de la anti-política, en conclusión, es un cómodo estribillo para la polémica, utilizado a la ligera cuando ya no quedan otras armas para zaherir al adversario.”
Quienes hoy señalan como antipolíticas a las nuevas generaciones, a las novísimas organizaciones surgidas en el fragor de esta lucha en contra del totalitarismo, a los nuevos liderazgos que buscan sus propios espacios fuera de los camastrones que ellos han creado, son unos políticos con el alma vieja y enmohecida, que sólo velan por sus propios intereses y nos hacen la lucha mucho más difícil, pues no solo tenemos que combatir contra los ejércitos de los muertos vivientes del chavismo, también debemos cargar con el pesado lastre de unos jarrones chinos que sólo son un peso muerto.
Pienso que la Academia Nacional de Ciencias Políticas debería pronunciarse ante esta tendencia de hacer de este vocablo “antipolítico” fuente de confusión y error, que lo que propicia son vagabunderías y salidas fáciles para los partidos tradicionales, y velar por que el lenguaje político sea mucho más claro y preciso, sobre todo en estos momentos tan cruciales.   -   saulgodoy@gmail.com

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