sábado, 17 de noviembre de 2018

Porqué del escozor de la moral en la política



Max Weber para ser un sociólogo no fue mal politólogo, a pesar de sus fracasos en política como fue su enjundiosa participación en la redacción de la fallida constitución de Weimar, y su venida a menos, esa  aventura en la fundación del Partido Democrático Alemán que nunca cuajó, lo admiro sin embargo por su profunda visión de sus observaciones sociales, su tenacidad como investigador y educador, y su infatigable búsqueda de la verdad científica.
Vástago de una familia de sólidas convicciones religiosas y morales, su madre era una hugonote de rancia estirpe y una calvinista devota, y su padre, aunque mucho más liberal, era el clásico protestante, exitoso en los negocios, de una vida algo disipada, y un activo promotor de los salones intelectual en su natal Múnich, con quien su hijo Max, tuvo una serie de desavenencias graves, que llevó al joven Weber a sufrir de estados depresivos, algunos de los cuales requirieron de ayuda especializada y de largos períodos de incapacidad, historial éste, que los nazis aprovecharían más tarde, para desprestigiarlo, alegando que sufría de problemas mentales.
Este breve introito tiene la intensión de demostrar que Weber no era un amoral, mucho menos un inmoral, todo lo contrario, su vida fue ejemplo de ascetismo y compromiso con su iglesia y sus valores personales, aunque siempre insistió e hizo norma de vida, separar la moral de toda esa concepción teórica que desarrolló en su sociología y economía.
Pero tenía razones para hacer esta escisión entre la norma moral y la política, la primera era que en el ánimo de aplicar el espíritu científico a sus observaciones sociológicas, incluyendo a las relaciones políticas, trató de ser objetivo, de analizar los fenómenos que veía, registraba y analizaba únicamente con el dato empírico, sin otro agregado cultural que los hechos que se producían en la realidad que analizaba.
El juicio moral, según Weber era una consideración personalísima del sujeto y que es parte de su mundo cultural, creencias, valores, tradiciones, preceptos, que no tienen ningún peso específico en el resultado final de la realidad sociológica, no porque no existan, sino porque hay tal diversidad de creencias como individuos, que para un observador imparcial, le sería imposible darle algún valor específico a ese agregado.
Weber no cancela la existencia de la moral en la vida social y política de los individuos, sólo que en su método sociológico, no la toma en cuenta, que es muy diferente a decir que la moral no juega ningún papel en la vida política, de hecho, en toda su trayectoria, su trabajo y sus obras están signadas por un importante marco ético-moral, su consecución por la verdad y la objetividad requieren de un juicio de valor que necesariamente lo remite al hecho moral.
Por supuesto, en política siempre fue predominante el espíritu realista, el presente se basa en lo que está ocurriendo en la realidad, no en lo que debería ser, el futuro se predice de manera directa por lo ocurrido en el pasado, no sobre ilusiones o sueños utópicos, sobre esta base opera la llamada “realpolitik” que tuvo entre  sus antecesores a  Maquiavelo, Grotius y Matternich.
El problema fundamental del realismo es manejar el factor cambio, una de las características fundamentales de la realidad es su constante transformación, nos dice Andrei  V. Kortunov  al respecto: “Esto significa que la práctica del realismo nunca puede fijarse en algo concreto. Tiene que ser flexible y poder cambiar con el carácter de la vida política y los hechos históricos. Lo que funcionó ayer puede ser inútil hoy.  Lo que pudiera ser aceptado hoy  sin reservas puede aparecer como un sin sentido mañana. El éxito de hoy puede conducir al desastre, si  es repetido en el futuro cercano.”
Cuando Weber descubre esta diversidad de contenido moral en la sociedad desiste en considerarla determinante en explicar el hecho social, para Weber, como para ya muchos sociólogos de su época, la moral es parte fundamental de la ideología, y como bien lo afirma en varias ocasiones, la realidad del mundo es “ajeno a Dios y sin profetas”.
Weber toma el concepto neokantiano de  Wertbeziehung (relación con los valores), que fue desarrollado por el filósofo Heinrich Rickert para tratar el problema de la objetividad en la ciencia histórica, admite que existe, sobre todo en el valor que las personas le atribuyen a los objetos culturales, pero se trata de una validez muy personal y por lo tanto plural, imposible de ser abarcado de manera racional.
Al respecto alega Rickert: “…el concepto de valor cultural general presupone que existen personas en una comunidad humana que quieren efectivamente realizar acciones que se corresponden con esos valores o los realizan, por lo que una ciencia empírica puede hacer «visibles» esos valores incorporados en acciones o en cosas”
Recordemos siempre que Weber es sociólogo, por lo que su terminología está determinada por categorizaciones sociológicas, pero al igual que Platón siempre buscó lo que caracterizaba no solo al buen científico, sino también al buen político; dado que las condiciones sociales son plurales, diversas en genero y resultados,  y que a pesar de que el cuerpo social se organiza a sí mismo para que funcione, siempre hay margen para que los individuos escojan el curso de acción más adecuado a sus propios intereses y valores y que a su vez coincidan con los propósitos del cuerpo social.
Y en este punto las consideraciones weberianas nos tocan como sociedad y explican en mucho la situación política de nuestro país, dándonos luces en medio de este inmenso caos provocado por el chavismo.
James A. Dorn, en su impactante publicación The Rise of Goverment and the Decline of Morality (1996), nos dice de manera clara:

El crecimiento del gobierno ha politizado la vida y debilitado la fibra moral de la nación. La intervención del gobierno- en la economía, la comunidad y en la sociedad- ha incrementado las ganancias para la acción política y reducido el alcance de la acción privada. La gente se ha hecho más dependiente del estado y ha sacrificado su libertad por una falsa sensación de seguridad.

Todo vuelve al origen del ideal griego cuando se hicieron la pregunta clave, ¿Cómo vivir la vida? Y para responderla, obligatoriamente deberíamos confluir con la ética y la política, es la única manera de responderla, aún estando de acuerdo en la versión más cruda de la política como sería la del ejercicio del poder por medio de la violencia, que es ni más ni menos, que la concepción de la política del Socialismo del Siglo XXI.
¿Dónde se ubica la ética y la moral en un estilo de hacer política que consiste en obligar a la sociedad a vivir la vida según una receta fantasiosa de igualdad y pobreza colectiva, obligada a punta de pistola? ¿Tiene algún contenido de valor una situación de esa naturaleza?
Para quienes opinan que la política debe prescindir de toda moral, es fácil entender que están situados detrás del arma, pero para quienes estamos al otro extremo del cañón, y que somos la mayoría, la situación se nos torna injusta e inaceptable.
¿No nace el derecho a la rebelión de este desequilibrio existencial y de pretensiones de un opresor y un oprimido? ¿No son causa de la guerra, el acto político más extremos de todos, del rompimiento de un equilibrio ético y político fundamental?
James A. Dorn continúa diciéndonos:

Los individuos pierden su rumbo moral cuando se hacen dependientes del estado benefactor, cuando son premiados portener niños fuera del matrimonio, cuando se les hace irresponsables de sus acciones. La brújula moral que normalmente guiaría nuestro comportamiento deja de funcionar cuando el estado nos quita los incentivos morales por nuestra conducta y desfigura la distinción entre el bien y el mal,

Hasta esa pretensión dogmática de algunos politólogos de que todo es negociable, sacrificando incluso la dignidad (yo diría, sacrificando principalmente la dignidad), valores que para algunos sociólogos no tienen cabida en la ecuación del cómo vivir la vida, o la posición amoral de algunos políticos profesionales de sacrificar principios en el altar del pragmatismo, y que se traduce en prebendas, mordidas, vacunas, corrupción, “espacios”, que al final significa renunciar a lo que nos hace humanos.
A Weber hay que comprenderlo bajo los términos de su sistema, en primer lugar él asumió que el modelo triunfante de organización social es el del mercado producto del capitalismo, que el mundo consiste en una inmensa pluralidad de valores y aceptar unos y descartar a los otros incrementa la posibilidad de conflictos, y por último, el mundo que nos descubre es un mundo “desencantado”, ya no existen las fórmulas universales de creencias o ideas del mundo, los dogmas que sostenían el mundo antiguo y el clásico ya no existen, por lo que la tendencia de los políticos es permanecer en un terreno neutro.
En su obra Política como vocación nos dice: “Servir a una causa no debe estar ausente de la acción pues es lo que le da fuerza interna, exactamente que causa, parece un asunto de fe y depende de lo que el político tenga como fin del poder por el que lucha. Un político puede servir a fines nacionales, humanitarios, sociales, éticos, culturales, mundiales o religiosos… sin embargo algún tipo de fe debe existir siempre. De otra manera se impondrá la maldición de la falta de valor absoluto de las criaturas, haciéndole sombra aún en los más grandes triunfos políticos
-saulgodoy@gmail.com










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