Max
Weber para ser un sociólogo no fue mal politólogo, a pesar de sus fracasos en
política como fue su enjundiosa participación en la redacción de la fallida
constitución de Weimar, y su venida a menos, esa aventura en la fundación del Partido
Democrático Alemán que nunca cuajó, lo admiro sin embargo por su profunda
visión de sus observaciones sociales, su tenacidad como investigador y
educador, y su infatigable búsqueda de la verdad científica.
Vástago
de una familia de sólidas convicciones religiosas y morales, su madre era una
hugonote de rancia estirpe y una calvinista devota, y su padre, aunque mucho
más liberal, era el clásico protestante, exitoso en los negocios, de una vida
algo disipada, y un activo promotor de los salones intelectual en su natal Múnich,
con quien su hijo Max, tuvo una serie de desavenencias graves, que llevó al
joven Weber a sufrir de estados depresivos, algunos de los cuales requirieron
de ayuda especializada y de largos períodos de incapacidad, historial éste, que
los nazis aprovecharían más tarde, para desprestigiarlo, alegando que sufría de
problemas mentales.
Este
breve introito tiene la intensión de demostrar que Weber no era un amoral,
mucho menos un inmoral, todo lo contrario, su vida fue ejemplo de ascetismo y
compromiso con su iglesia y sus valores personales, aunque siempre insistió e
hizo norma de vida, separar la moral de toda esa concepción teórica que
desarrolló en su sociología y economía.
Pero
tenía razones para hacer esta escisión entre la norma moral y la política, la
primera era que en el ánimo de aplicar el espíritu científico a sus
observaciones sociológicas, incluyendo a las relaciones políticas, trató de ser
objetivo, de analizar los fenómenos que veía, registraba y analizaba únicamente
con el dato empírico, sin otro agregado cultural que los hechos que se
producían en la realidad que analizaba.
El
juicio moral, según Weber era una consideración personalísima del sujeto y que
es parte de su mundo cultural, creencias, valores, tradiciones, preceptos, que
no tienen ningún peso específico en el resultado final de la realidad sociológica,
no porque no existan, sino porque hay tal diversidad de creencias como
individuos, que para un observador imparcial, le sería imposible darle algún
valor específico a ese agregado.
Weber
no cancela la existencia de la moral en la vida social y política de los
individuos, sólo que en su método sociológico, no la toma en cuenta, que es muy
diferente a decir que la moral no juega ningún papel en la vida política, de
hecho, en toda su trayectoria, su trabajo y sus obras están signadas por un
importante marco ético-moral, su consecución por la verdad y la objetividad
requieren de un juicio de valor que necesariamente lo remite al hecho moral.
Por
supuesto, en política siempre fue predominante el espíritu realista, el
presente se basa en lo que está ocurriendo en la realidad, no en lo que debería
ser, el futuro se predice de manera directa por lo ocurrido en el pasado, no
sobre ilusiones o sueños utópicos, sobre esta base opera la llamada
“realpolitik” que tuvo entre sus
antecesores a Maquiavelo, Grotius y
Matternich.
El
problema fundamental del realismo es manejar el factor cambio, una de las
características fundamentales de la realidad es su constante transformación,
nos dice Andrei V. Kortunov al respecto: “Esto significa que la práctica del realismo nunca puede fijarse en
algo concreto. Tiene que ser flexible y poder cambiar con el carácter de la
vida política y los hechos históricos. Lo que funcionó ayer puede ser inútil hoy. Lo que pudiera ser aceptado hoy sin reservas puede aparecer como un sin
sentido mañana. El éxito de hoy puede conducir al desastre, si es repetido en el futuro cercano.”
Cuando
Weber descubre esta diversidad de contenido moral en la sociedad desiste en
considerarla determinante en explicar el hecho social, para Weber, como para ya
muchos sociólogos de su época, la moral es parte fundamental de la ideología, y
como bien lo afirma en varias ocasiones, la realidad del mundo es “ajeno a Dios
y sin profetas”.
Weber
toma el concepto neokantiano de Wertbeziehung (relación con los valores), que fue desarrollado por el filósofo Heinrich
Rickert para tratar el problema de la objetividad en la ciencia histórica,
admite que existe, sobre todo en el valor que las personas le atribuyen a los
objetos culturales, pero se trata de una validez muy personal y por lo tanto
plural, imposible de ser abarcado de manera racional.
Al
respecto alega Rickert: “…el concepto de
valor cultural general presupone que existen personas en una comunidad humana
que quieren efectivamente realizar acciones que se corresponden con esos
valores o los realizan, por lo que una ciencia empírica puede hacer «visibles»
esos valores incorporados en acciones o en cosas”
Recordemos
siempre que Weber es sociólogo, por lo que su terminología está determinada por
categorizaciones sociológicas, pero al igual que Platón siempre buscó lo que
caracterizaba no solo al buen científico, sino también al buen político; dado
que las condiciones sociales son plurales, diversas en genero y
resultados, y que a pesar de que el
cuerpo social se organiza a sí mismo para que funcione, siempre hay margen para
que los individuos escojan el curso de acción más adecuado a sus propios
intereses y valores y que a su vez coincidan con los propósitos del cuerpo
social.
Y en
este punto las consideraciones weberianas nos tocan como sociedad y explican en
mucho la situación política de nuestro país, dándonos luces en medio de este
inmenso caos provocado por el chavismo.
James
A. Dorn, en su impactante publicación The
Rise of Goverment and the Decline of Morality (1996), nos dice de manera
clara:
El crecimiento del gobierno ha
politizado la vida y debilitado la fibra moral de la nación. La intervención
del gobierno- en la economía, la comunidad y en la sociedad- ha incrementado
las ganancias para la acción política y reducido el alcance de la acción
privada. La gente se ha hecho más dependiente del estado y ha sacrificado su
libertad por una falsa sensación de seguridad.
Todo
vuelve al origen del ideal griego cuando se hicieron la pregunta clave, ¿Cómo
vivir la vida? Y para responderla, obligatoriamente deberíamos confluir con la
ética y la política, es la única manera de responderla, aún estando de acuerdo
en la versión más cruda de la política como sería la del ejercicio del poder
por medio de la violencia, que es ni más ni menos, que la concepción de la
política del Socialismo del Siglo XXI.
¿Dónde
se ubica la ética y la moral en un estilo de hacer política que consiste en
obligar a la sociedad a vivir la vida según una receta fantasiosa de igualdad y
pobreza colectiva, obligada a punta de pistola? ¿Tiene algún contenido de valor
una situación de esa naturaleza?
Para
quienes opinan que la política debe prescindir de toda moral, es fácil entender
que están situados detrás del arma, pero para quienes estamos al otro extremo
del cañón, y que somos la mayoría, la situación se nos torna injusta e
inaceptable.
¿No
nace el derecho a la rebelión de este desequilibrio existencial y de
pretensiones de un opresor y un oprimido? ¿No son causa de la guerra, el acto
político más extremos de todos, del rompimiento de un equilibrio ético y
político fundamental?
James
A. Dorn continúa diciéndonos:
Los individuos pierden su rumbo moral
cuando se hacen dependientes del estado benefactor, cuando son premiados
portener niños fuera del matrimonio, cuando se les hace irresponsables de sus
acciones. La brújula moral que normalmente guiaría nuestro comportamiento deja
de funcionar cuando el estado nos quita los incentivos morales por nuestra
conducta y desfigura la distinción entre el bien y el mal,
Hasta
esa pretensión dogmática de algunos politólogos de que todo es negociable,
sacrificando incluso la dignidad (yo diría, sacrificando principalmente la
dignidad), valores que para algunos sociólogos no tienen cabida en la ecuación
del cómo vivir la vida, o la posición amoral de algunos políticos profesionales
de sacrificar principios en el altar del pragmatismo, y que se traduce en
prebendas, mordidas, vacunas, corrupción, “espacios”, que al final significa
renunciar a lo que nos hace humanos.
A
Weber hay que comprenderlo bajo los términos de su sistema, en primer lugar él
asumió que el modelo triunfante de organización social es el del mercado
producto del capitalismo, que el mundo consiste en una inmensa pluralidad de
valores y aceptar unos y descartar a los otros incrementa la posibilidad de
conflictos, y por último, el mundo que nos descubre es un mundo “desencantado”,
ya no existen las fórmulas universales de creencias o ideas del mundo, los
dogmas que sostenían el mundo antiguo y el clásico ya no existen, por lo que la
tendencia de los políticos es permanecer en un terreno neutro.
En su
obra Política como vocación nos
dice: “Servir a una causa no debe estar
ausente de la acción pues es lo que le da fuerza interna, exactamente que
causa, parece un asunto de fe y depende de lo que el político tenga como fin
del poder por el que lucha. Un político puede servir a fines nacionales,
humanitarios, sociales, éticos, culturales, mundiales o religiosos… sin embargo
algún tipo de fe debe existir siempre. De otra manera se impondrá la maldición
de la falta de valor absoluto de las criaturas, haciéndole sombra aún en los
más grandes triunfos políticos”
-saulgodoy@gmail.com
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