martes, 11 de diciembre de 2018

El terrorismo, el lenguaje de la muerte



Los actos terroristas generan una serie de respuestas en la sociedad que pudieran llevar a la interrupción de los vínculos humanos más elementales, presuponen estas condiciones la antesala de cambios políticos, bien sea para preservar un régimen o para el inicio de una revolución; el asunto es que, en un ambiente de miedo y represión indiscriminada, el desorden que se genera sólo beneficiaría a estos grupos violentos y sus intereses.
Una acción terrorista es sorpresiva e inesperada, puede surgir en cualquier momento y por lo general estos primeros ataques son inevitables y no hay otra manera sino soportar el golpe, contar las bajas y reparar el daño. Igualmente, si quien promueve el terrorismo es el mismo Estado, planificará y ejecutará sus acciones en secreto y actuará sin previo aviso.
El problema se agrava cuando una sociedad tiene que vivir en un ambiente de terror, que sería el caso de los estados fallidos, que ya no pueden brindar paz, estabilidad y orden, quedando en manos del hampa y grupos criminales, controlando territorios y viviendo del despojo y la esclavitud de esas poblaciones atrapadas en el peor escenario posible.
Pero puede ocurrir que ese primer acto sea tan devastador y poderoso que pueda poner a una nación de rodillas y obligue a un gobierno a rendirse ante sus atacantes. Esta situación, impensable hace unas décadas, es posible gracias a la presencia de armas de destrucción masivas y ataques cibernéticos que incapacitarían las comunicaciones y principales servicios de una ciudad o un país.
Está claro que el ataque al World Trade Center en New York, el 11 de septiembre del 2001, generó en el mundo occidental una onda expansiva que todavía se siente en la fibra económico-social de las naciones. El terrorismo, aunque brutal y muchas veces primitivo, dispone hoy de elementos que multiplicarían exponencialmente sus resultados destructivos y generarían un caos social sin precedentes.
Los gobiernos responsables y civilizados del mundo están en la obligación moral de prepararse  para enfrentar y triunfar sobre esa arma tan nefasta. El contar con organizaciones antiterrorista preparada y en alerta las 24 horas del día, así como disponer de un sistema de inteligencia capaz de captar, organizar, utilizar la información sobre estos grupos, para finalmente triunfar sobre el terrorismo, el preparar debidamente a la población para que esté alerta sobre estos grupos y situaciones, pudiera significar la diferencia entre la vida y la muerte de las naciones.
De la misma manera, la comunidad de naciones debe estar atenta sobre gobiernos que propician el terrorismo fuera de sus fronteras. El terrorismo es un crimen contra la humanidad y los regímenes despóticos del mundo lo aplican a sus connacionales sin ningún escrúpulo, que es apenas la antesala para propagar el terrorismo más allá de sus fronteras. Mecanismos de vigilancia e intervención deben estar dispuestos para evitar que sus perpetradores se muevan de un lugar a otro sin barreras.
Uno de los indicativos de la presencia de un estado terrorista en su fase inicial, es la exportación de la corrupción y el lavado de dinero, estos capitales producto del crimen salen de los países propiciadores del terrorismo con la intensión de influenciar las economías que las reciben, no sólo aumentando el volumen de la masa monetaria, confundiendo capitales productivos con el dinero negro, con toda la intención de usarlo para comprar conciencias, decisiones judiciales; estos volúmenes de dinero sucio impactan las economías sanas deformando indicadores económicos, creando la ilusión de prosperidad, creando empresas fachadas que ocultan actividades ilícitas.
El terrorismo tiene diferentes formas de hacerse sentir: como amenazas, en atentados contra personalidades, ataques a bases militares, sabotajes a infraestructura vitales en la prestación de servicios públicos, ataque con bombas, gases o armas biológicas en contra de la población civil, secuestros aéreos y de personas, asesinatos selectivos, guerra psicológica, actos sensacionalistas de propaganda, guerra cibernética, estados de sitio, escuadrones de la muerte, tortura... los medios de que dispone el terrorista son variados y cada vez más tecnificados.
En la guerra cibernética,  el objetivo es ir en contra de los sistemas automatizados de información y servicios de un país, es especialmente grave ya que atenta contra la red nerviosa y de comunicaciones de las organizaciones que conforman una nación civilizada. Ya hemos visto qué tanto daño puede hacer un simple hacker actuando en solitario, cuando irrumpe en los bancos de datos de un hospital o un banco. Una operación a gran escala y organizada podría paralizar un país, organismos estatales de censura ya están desmontando los servicios de noticias e información libres del mundo, impidiendo que sus servicios sean adquiridos o vistos con toda la intención de aislar a los países en una hegemonía comunicacional.
La proliferación de las criptomonedas se están convirtiendo en una herramienta del terrorismo para burlar los mecanismos de vigilancia financiera sobre las economías del mundo, los países y economías que se afilien a estas monedas virtuales corren el peligro de afianzar parte de sus economías sobre plataformas virtuales de dinero artificial e inorgánico.
Hasta el momento no ha proliferado el terrorismo atómico; afortunadamente, sólo se han planteado escenarios y algunas falsas alarmas, pero por la naturaleza destructiva de las armas nucleares se trata de un tipo de terrorismo de consecuencias catastróficas aún tratándose de armas de bajo poder.
El hecho de que se haya desatado una proliferación  en el desarrollo de armas nucleares entre países distintos a las grandes potencias, hace temer por una situación peligrosa de este tipo de terrorismo en el futuro cercano.
El terrorismo biológico, aquel que utiliza potentes toxinas creadas por el hombre en laboratorios, que son venenos letales para la vida humana, es hoy una realidad ineludible. La milenaria ciudad de Tokio fue secuestrada por el miedo cuando la secta religiosa japonesa Aum Shinrikyo esparció el gas neurotóxico Sarín en el Metro causando muertes y lesionados.
Shoko Asahara, el líder de la secta, basó su doctrina en un collage de fundamentos budistas y en pocos años, pudo disponer de un número importante de seguidores, sorprendentemente, la mayoría estudiantes y profesionales altamente calificados.
Entre sus adeptos fabricaron el letal Sarin líquido en un laboratorio clandestino, y en marzo de 1995 fueron dejadas en cinco estaciones del metro, unas bolsas plásticas con el veneno; luego fueron perforadas con las puntas de unos paraguas y el gas invisible circuló libremente en las estaciones, resultando en 12 muertes y miles de pasajeros enfermos.
El fanatismo religioso es uno de los motores principales de las acciones de terror en el mundo y cuando está ligado a la política puede producir eventos desastrosos, experiencias como el movimiento de Issis en el Medio Oriente, con su claro propósito de instaurar el Califato en el mundo es apenas una de las derivaciones del fundamentalismo islámico que ya ha provocado guerras y emigraciones masivas de refugiados.
La llegada de los Nazis al poder en la Alemania de 1932 es un claro ejemplo de cómo el terrorismo se convierte en una eficaz arma política, justificando la violencia en contra de la oposición como actos justos, necesarios y revestidos de legalidad.
¿Quiénes son los terroristas? ¿De dónde vienen? ¿Cómo se sostienen? ¿Cómo operan? ¿Por qué hacen lo que hacen?,  son algunas de las preguntas que tendremos que respondernos antes de  poder discutir el cómo defendernos y finalmente vencer el terrorismo, o por lo menos mantenerlo a raya.
Los principales organismos de planificación y estudios del futuro, en la mayoría de los países del primer mundo, anuncian con preocupación que en el futuro a corto y mediano plazo presenciaremos un surgimiento de nacionalismos y regionalismos que fragmentarán aún más el mapa político del mundo, con su subsecuente resultado de violencia y desorden.
El surgimiento de fundamentalismos y sectas, de descabelladas ideas milenaristas, grupos con suficiente dinero y recurso humano especializado, han puesto en vilo ciudades enteras con sus políticas de terror y muerte.
Hace más de una década vimos un claro ejemplo de lo que vendría, fue la bomba que puso el IRA en Londres en The Square Mile, corazón financiero de Europa, con ésta acción paralizaron buena parte de las transacciones financieras europeas por varios días, escogieron un fin de semana con la intención de dañar infraestructura, no personas y según Alvin Tofler sentenció para aquel momento: "usaron tecnología de la segunda ola, para atacar un blanco de la tercera ola."
Si bien es cierto que vivimos en un mundo cada vez más abierto y libre, también estamos más interconectados y formando parte de un orden mundial. De allí el fenómeno de globalización. La estructura de relaciones que se han tejido, sirve tanto para la promoción de las causas justas y la paz, como del terror.
Los enemigos de la sociedad abierta son muchos y mortales, estamos hablando de fanáticos que han abandonado todo medio de diálogo y confrontación pacífica de las ideas y han optado por la violencia ciega y muchas veces indiscriminada de los atentados, con el propósito de provocar unas condiciones que favorezcan sus propósitos e ideas, hemos visto incluso a los terroristas haciéndose gobierno, utilizando los medios democráticos llegan al poder y convierten sus países en una guarida de terroristas.
Tampoco debemos olvidar que los gobiernos legítimamente constituidos y en plena vigencia de la ley, son también capaces de actos terroristas en contra de su población o de grupos disidentes, la línea que separa la represión del terrorismo es muy delgada. Con órganos institucionales como la policía, los tribunales, el ejército se puede aterrorizar y finalmente controlar de manera violenta las voluntades de los ciudadanos, de allí la importancia de educar al público y sostener instituciones que protejan los derechos humanos fundamentales.
Por medio de los organismos que recaudan impuestos, los que emiten documentos de identidad, o los que se ocupan de la salud, alimentación y educación, se puede jugar al terror  y crear situaciones que minan el sentido de seguridad de una población entera, e incluso provocar hechos de violencia tan deplorables e ilícitos como el del terrorista convencional.
La creación de grupos de choque adeptos al régimen, su ideologización y preparación en tácticas de la violencia en contra de la disidencia,  es uso del terror. A estos grupos o círculos se les da una imagen de organización civil a sus estructuras, se les atribuye legalidad y derechos, una fachada, por lo general patriótica, con lo que sus acciones de violencia pueden ser fácilmente justificadas por sus operadores.
Los cuerpos de seguridad del Estado y los ciudadanos en general deben comprender el fenómeno del terrorismo para poder combatirlo; los primeros porque es su deber y necesitan una aproximación profesional, los segundos porque son las víctimas propicias y quienes sufren los golpes de estas acciones que, sin control, pueden convertirse en una enfermedad terminal para la democracia y la libertad en el mundo.   -    saulgodoy@gmail.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario