lunes, 19 de agosto de 2019

Orígenes de la filosofía Latinoamericana




Hay reyes, como el chichimeca Netzahualpilli, que mataron a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo que dejó matar el suyo el romano Bruto; hay oradores, como el thascalteca Xicontecatl, que se levanta llorando a rogar a su pueblo que no dejen entrar al español, cómo se levantó Demóstenes a rogar a los griegos que no dejasen entrar a Filipo; hay monarcas justos, como Netzahualcoyotl, el gran poeta rey de los chichimecas, que sabe, como el hebreo Salomón, levantar templos magníficos al Creador del Mundo.
José Martí.


El filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel no es precisamente santo de mi devoción, es un marxista convencido, un revolucionario bolivariano y vendedor de la filosofía de la liberación, a la que considero una piedra de molino, atada al cuello de los latinoamericanos, al momento de querer salvarnos de nuestros problemas de identidad- porque tenemos problemas de identidad graves-, entre otras cosas, porque creo que no hemos sido capaces de manejar nuestra naturaleza mestiza y universal y hemos caído en el juego hegemónico de la cultura eurocentrista.
Dussel es un insigne trabajador de la filosofía, ha escrito más libros de los que puedo retener en la memoria, es una de las eminencias grises del llamado Foro de Sao Paulo y fue uno de los teóricos de la teología de la liberación; conforma, junto con Mignolo y Fanon, el sagrado triunvirato de la política de la descolonización, es un consecuente visitante de La Habana y una de las figuras claves del pensamiento postmodernista latinoamericano.
Pero a pesar de que disiento del 90% de su obra, por estar envenenada de comunismo, hay algo que reconozco en él, y es la manera elegante y analítica con que planteó la idea del origen de nuestra filosofía aborigen, como una mitología formal desde donde todo pensamiento existencial debe partir, si es que vamos a darle una perspectiva histórica a la filosofía latinoamericana; estas narrativas son las que sirven de base al pensamiento posterior al descubrimiento de América y que, en occidente, aún no nos ha sido reconocida como parte de la filosofía autóctona y regional, por prejuicios colonialistas, según Dussel y muchos otros filósofos de la izquierda.
El problema es el siguiente, la filosofía occidental parte de los relatos mitológicos de los pueblos aqueos y helenos, que constituyen el sustrato de la filosofía griega, y allí incluye los relatos de Homero y toda la poesía épica, que caracterizaron aquellos momentos seminales del pensamiento antiguo; nos dice Victor Duruy en su clásico libro Historia de Grecia (1945):

Aquellos dioses del Olimpo homérico, terribles a la alegría y el dolor, en comunicación continua con los habitantes de la tierra, no eran de aspecto ni poderío muy terribles. Tenían todos los defectos de la Naturaleza humana, todas nuestras pasiones, la cólera, el odio, la violencia, hasta nuestras miserias… Las divinidades que contaban más adoradores eran los doce grandes dioses del Olimpo, cuyo imperio limita y cuyas funciones precisó la teodicea de los últimos tiempos. Júpiter, dios supremo a quien obedecen los demás, y protector de toda la raza de los helenos; Juno o Hera, venía del cielo, cuyo símbolo era el pavo real, porque los ojos brillantes de su plumaje extendido recordaban el firmamento estrellado; Neptuno, dios de las aguas; Apolo, el sol que alumbra y la inteligencia que inspira; Minerva, la sabiduría y la ciencia… Venus, la hermosura, Marte, la guerra, Vulcano, las artes útiles, la casta Vesta, que presidía las virtudes domesticas, Ceres, que hacía madurar las mieses; Diana, la luna, y Mercurio, mensajero de los dioses, que protegía el comercio y daba elocuencia.

Pero no reconoce con la misma medida y valor los relatos mitológicos de los pueblos orientales, africanos e, incluso, los chinos, de mayor antigüedad y de una indudable sabiduría; este impulso eurocentrista, de considerar sólo al pensamiento arcaico griego como de valor e inicio de la filosofía occidental, castiga igualmente a la mitología y la narrativa Latinoamericana, la que ya existía antes del descubrimiento.
Lo dice muy claramente Dussel, en la introducción del libro El pensamiento filosófico latinoamericano, del caribe y “latino” (1300-2000), publicado en el 2009:

Todos los pueblos tienen “núcleos problemáticos”, que son universales y consisten en aquel conjunto de preguntas fundamentales (es decir, ontológicas) que el homo sapiens debió hacerse llegado a su madurez específica. Dado su desarrollo cerebral, con capacidad de conciencia, autoconciencia, desarrollo lingüístico, ético (de responsabilidad sobre sus actos) y social, el ser humano enfrentó la totalidad de lo real para poder manejarla, a fin de reproducir y desarrollar la vida humana comunitaria.

Más adelante agrega:

La producción de mitos fue el primer tipo racional de interpretación o explicación del entorno real (del mundo, de la subjetividad, del horizonte práctico ético, o de la referencia última de la realidad que se describió simbólicamente). Los mitos, narrativas simbólicas entonces, no son irracionales ni se refieren sólo a fenómenos singulares. Son enunciados simbólicos y, por ello, de “doble sentido”, que exigen para su comprensión todo un proceso hermenéutico, que descubre las razones y, en este sentido, son racionales y contienen significados universales.

Los mitos de los dioses del Olimpo, por ejemplo, no son muy diferentes de los mitos de Quetzalcóatl concibiendo a  Ometéotl, dios de la Dualidad, ni de los Quechua pensando al cosmos como Pacha y el Runa como la persona humana; tiempo, espacio, vida, lo sagrado, son todas expresiones comunes en todas las sociedades primitivas, el fuego de los dioses tiene diferentes manifestaciones.
“Cuando los hombres-dice Homero- menospreciando las leyes de Júpiter y su presencia, violan la justicia en las plazas públicas, y la hacen esclava de sus pasiones, el dios irritado desencadena las tempestades que hacen gemir la tierra. Desbórdanse los ríos, ministros de su cólera; los torrentes arrastran montañas, árboles y rocas, y los campos del labrador no son más que miseria y desolación”.
Los dioses primitivos, no importa de la cultura donde nazcan, y da lo mismo que vengan de la tradición taoísta o de los Vedas, de Caldea o de Kyoto, todos tienen una vida y un comportamiento que hacen los fundamentos éticos de los pueblos en los que se desarrollan; sus actos heroicos o de cobardía, sus miedos y deseos se justifican en la historia de los pueblos, que los tienen como ejemplo; sus narrativas explican la visión del mundo de la gente que los recuerda.
Los mitos Americanos no tienen nada que envidiarle a los mitos griegos o egipcios, o a ninguno de aquellos generados al otro lado “del charco”, y una de las razones que podríamos asumir es que nuestros mitos y leyendas tienen tantos factores en común con los mitos euroasiáticos que, sin duda, se evidencia una influencia directa de contactos y migraciones de esa parte del mundo a la nuestra, siendo la existencia de las pirámides en nuestra América, apenas, una parte de ese intercambio fundacional entre nuestras culturas.
Tomemos por ejemplo la historia del diluvio; nuestro gran etnólogo y antropólogo Arístides Rojas, en su libro titulado Orígenes Venezolanos (2008), una compilación de sus trabajos por la Biblioteca Ayacucho, nos narra el siguiente episodio:

… el Creador del género humano, llegó en cierto día sobre una canoa, en los momentos de la gran inundación que se llama la edad de las aguas, cuando las olas del océano chocaban en el interior de las tierras, contra las montañas de la Encaramada… todos los tamanacos se ahogaron, con la excepción de un hombre y una mujer que se refugiaron en la cima de la elevada montaña de Tamacú, cerca de las orillas del río Asiverú, llamado por los españoles Cuchivero; que desde allí, ambos comenzaron a arrojar, por sobre sus cabezas y hacia atrás, los frutos de la palma moriche, y que de las semillas de ésta salieron los hombres y mujeres que actualmente pueblan la tierra. Amalivaca, viajando en su embarcación grabó las figuras del sol y de la luna sobre la roca pintada (Tepu-mereme) que se encuentra cerca de la Encaramada.

La base filosófica de nuestras tradiciones es esencialmente ecológica, tiene que ver con un respeto muy grande con la tierra, sus aguas, sus plantas y animales, y esto se replica en cada una de las culturas que afloraron en nuestro continente; entre las cosas que debo reclamarle a Dussel está que no haya incluido en su investigación y recopilación nada sobre nuestros indios norteamericanos, pero que sí incluye a los latinoamericanos, aunque estaba haciendo filosofía y viviendo en Norteamérica.
Los indios de las praderas norteamericanas y los que viven en la tundra ártica, como los esquimos, los Inuit, los Pies Negros, los Cree, los hurones y otros muchos, tienen un extraordinario repertorio de mitos tan buenos o más que los Náhuatl, los Mayas, los Aztecas, Los Incas, los Tojolabal o los Mapuche; el asunto principal es que, para el momento en que los conquistadores españoles llegaron a América, ya existía una cosmología tramada en especulaciones de índole  religiosas, éticas, políticas, pero principalmente de carácter natural y conservacionista.
Los Hidatsas, que vivían entre las Rocosas y Missouri, tenían unas tradiciones que fueron recogidas por varios cronistas en la investigación que realizó Carmen Rodríguez Yuste para la Universidad de Valladolid, titulada Los indios de las praderas y las llanuras de Norteamérica. Vida cotidiana según los testimonios de G Catlin, K. Bodmer y E.S Curtis, quienes eran unos artistas gráficos y fotógrafos que lograron rescatar algunas imágenes de esos indios en sus hábitats; al efecto, nos relata la investigadora:

Entre sus ceremonias se encontraba la Danza del Sol, un rito de súplica para obtener, principalmente, ayuda espiritual en el éxito de la guerra y el bienestar general de la tribu. En esta fiesta, los participantes se torturaban, lacerándose y perforándose la carne. Solía durar unos cuatro días, durante los cuales los danzantes esperaban tener visiones. La ceremonia del Maíz se celebraba para cumplir una promesa hecha en primavera al espíritu del maíz. Sólo duraba un día y consistía en invocaciones para una cosecha abundante y el bien común. La Elevación del cuenco, era una leyenda del hallazgo de una vasija de cerámica misteriosa. Consistía esta celebración en rituales de sufrimiento que duraban cuatro días y se creía que era especialmente eficaz en tiempos de sequía. Se sacaba el cuenco sagrado, se le presentaba ofrendas y se convertía en el símbolo de las deidades.  La Ceremonia del Lobo, se celebraba para conseguir que un hombre tuviera éxito como jefe guerrero. El lobo era el símbolo del explorador y de las partidas de guerra. Los participantes ayunaban cuatro días y cuatro noches, practicaban ritos de tortura, terminando con una carrera y danzas agotadoras... El sanador era un “akuwápúsh” que significaba “el que cura”, mientras un guerrero era “El que guía”, pero ambos, recibían el poder del ayuno. Durante el ayuno, los espíritus se les aparecían y les explicaban cómo debían vestirse, pintarse, cantar y hacer ciertos conjuros. También se consideraba que los jefes guerreros, eran capaces de adivinar acontecimientos del futuro.

El agua era un elemento fundamental para estas culturas primigenias de nuestra América, de allí que algunos de sus dioses recibieran, cuando el agua escaseaba, grandes ritos y sacrificios humanos, como los que se producían en México. El investigador Andrés Gonzales Pagés, en su obra Leyendas del agua en México (2006) relata lo siguiente:

Existe otra ciudad nahua mítica que fue denominada como Tollan, “Entre juncias”, y que estaba cerca de un lugar de agua. La ciudad tenía un cerro, el Monte del Grito,  y era la ciudad de Quetzalcóatl. Durante años, varias ciudades recibieron el mote de Tollan: Teotihuacán, Tula, Cholula, Tenochtitlán. Tula fue la ciudad donde Huémac, uno de sus gobernantes, ganó una partida a los tlaloques y, por no aceptar el elote que le ofrecieron como ganador, la ciudad sufrió una helada  y, después, un período de fuertes sequías. La ciudad de Tula sucumbe cerca del 1200 d.C., pero se da una profecía para la fundación de una nueva ciudad: México-Tenochtitlán. El augurio conocido decía que se encontraba un águila devorando a una serpiente sobre un tunal. Lugar que vino a ser la cuenca de México.

Para resumir, si este gran preámbulo a la filosofía de los pueblos deviene de los mitos y leyendas de las diferentes regiones del mundo, acondicionados por su geografía y el clima, por los factores naturales con los que tuvieron que convivir y de los cuales se nutrían, resulta excepcional que la filosofía griega se haya convertido en la idea dominante de una buena parte del mundo.
Volviendo a Dussel, no puedo estar más de acuerdo con su apreciación de que:

… la filosofía griega fue un ejemplo en su tipo entre las filosofías producidas por la humanidad, y que le tocó históricamente continuarse en las filosofías del Imperio romano, que por su parte abrirán un horizonte cultural hacia la llamada Edad Media europeo latino-germánica, que al final culminará en la tradición de la filosofía europea que fundamentará el fenómeno de la Modernidad, desde la invasión de América, la instalación del colonialismo y del capitalismo, y que por la revolución industrial, desde finales del siglo xviii (hace sólo dos siglos), llegará a convertirse en la civilización central y dominadora del sistema-mundo hasta el comienzo del siglo xxi . Esto produce un fenómeno de ocultamiento y distorsión en la interpretación de la historia (que denominamos heleno y eurocentrismo), que impedirá tener una visión mundial de lo que realmente ha acontecido en la historia de la filosofía. De no aclararse estas cuestiones, mediante un diálogo actual entre tradiciones filosóficas  no occidentales con la filosofía europeo-norteamericana, el desarrollo de la filosofía entrará en un callejón sin salida. 

-saulgodoy@gmail.com
  




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