Hay reyes, como el chichimeca
Netzahualpilli, que mataron a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo que
dejó matar el suyo el romano Bruto; hay oradores, como el thascalteca
Xicontecatl, que se levanta llorando a rogar a su pueblo que no dejen entrar al
español, cómo se levantó Demóstenes a rogar a los griegos que no dejasen entrar
a Filipo; hay monarcas justos, como Netzahualcoyotl, el gran poeta rey de los
chichimecas, que sabe, como el hebreo Salomón, levantar templos magníficos al
Creador del Mundo.
José Martí.
El
filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel no es precisamente santo de mi
devoción, es un marxista convencido, un revolucionario bolivariano y vendedor
de la filosofía de la liberación, a la que considero una piedra de molino,
atada al cuello de los latinoamericanos, al momento de querer salvarnos de nuestros
problemas de identidad- porque tenemos problemas de identidad graves-, entre
otras cosas, porque creo que no hemos sido capaces de manejar nuestra
naturaleza mestiza y universal y hemos caído en el juego hegemónico de la
cultura eurocentrista.
Dussel
es un insigne trabajador de la filosofía, ha escrito más libros de los que
puedo retener en la memoria, es una de las eminencias grises del llamado Foro
de Sao Paulo y fue uno de los teóricos de la teología de la liberación;
conforma, junto con Mignolo y Fanon, el sagrado triunvirato de la política de
la descolonización, es un consecuente visitante de La Habana y una de las
figuras claves del pensamiento postmodernista latinoamericano.
Pero
a pesar de que disiento del 90% de su obra, por estar envenenada de comunismo,
hay algo que reconozco en él, y es la manera elegante y analítica con que
planteó la idea del origen de nuestra filosofía aborigen, como una mitología
formal desde donde todo pensamiento existencial debe partir, si es que vamos a
darle una perspectiva histórica a la filosofía latinoamericana; estas
narrativas son las que sirven de base al pensamiento posterior al
descubrimiento de América y que, en occidente, aún no nos ha sido reconocida
como parte de la filosofía autóctona y regional, por prejuicios colonialistas, según
Dussel y muchos otros filósofos de la izquierda.
El
problema es el siguiente, la filosofía occidental parte de los relatos
mitológicos de los pueblos aqueos y helenos, que constituyen el sustrato de la
filosofía griega, y allí incluye los relatos de Homero y toda la poesía épica,
que caracterizaron aquellos momentos seminales del pensamiento antiguo; nos
dice Victor Duruy en su clásico libro Historia
de Grecia (1945):
Aquellos dioses del Olimpo homérico,
terribles a la alegría y el dolor, en comunicación continua con los habitantes
de la tierra, no eran de aspecto ni poderío muy terribles. Tenían todos los
defectos de la Naturaleza humana, todas nuestras pasiones, la cólera, el odio,
la violencia, hasta nuestras miserias… Las divinidades que contaban más adoradores
eran los doce grandes dioses del Olimpo, cuyo imperio limita y cuyas funciones
precisó la teodicea de los últimos tiempos. Júpiter, dios supremo a quien
obedecen los demás, y protector de toda la raza de los helenos; Juno o Hera,
venía del cielo, cuyo símbolo era el pavo real, porque los ojos brillantes de
su plumaje extendido recordaban el firmamento estrellado; Neptuno, dios de las
aguas; Apolo, el sol que alumbra y la inteligencia que inspira; Minerva, la
sabiduría y la ciencia… Venus, la hermosura, Marte, la guerra, Vulcano, las
artes útiles, la casta Vesta, que presidía las virtudes domesticas, Ceres, que
hacía madurar las mieses; Diana, la luna, y Mercurio, mensajero de los dioses,
que protegía el comercio y daba elocuencia.
Pero
no reconoce con la misma medida y valor los relatos mitológicos de los pueblos
orientales, africanos e, incluso, los chinos, de mayor antigüedad y de una
indudable sabiduría; este impulso eurocentrista, de considerar sólo al
pensamiento arcaico griego como de valor e inicio de la filosofía occidental,
castiga igualmente a la mitología y la narrativa Latinoamericana, la que ya
existía antes del descubrimiento.
Lo
dice muy claramente Dussel, en la introducción del libro El pensamiento filosófico latinoamericano, del caribe y “latino”
(1300-2000), publicado en el 2009:
Todos los pueblos tienen “núcleos
problemáticos”, que son universales y consisten en aquel conjunto de preguntas
fundamentales (es decir, ontológicas) que el homo sapiens debió hacerse llegado
a su madurez específica. Dado su desarrollo cerebral, con capacidad de
conciencia, autoconciencia, desarrollo lingüístico, ético (de responsabilidad
sobre sus actos) y social, el ser humano enfrentó la totalidad de lo real para
poder manejarla, a fin de reproducir y desarrollar la vida humana comunitaria.
Más adelante agrega:
La producción de mitos fue el primer
tipo racional de interpretación o explicación del entorno real (del mundo, de
la subjetividad, del horizonte práctico ético, o de la referencia última de la
realidad que se describió simbólicamente). Los mitos, narrativas simbólicas
entonces, no son irracionales ni se refieren sólo a fenómenos singulares. Son
enunciados simbólicos y, por ello, de “doble sentido”, que exigen para su
comprensión todo un proceso hermenéutico, que descubre las razones y, en este
sentido, son racionales y contienen significados universales.
Los mitos de los dioses del Olimpo, por ejemplo, no
son muy diferentes de los mitos de Quetzalcóatl concibiendo a Ometéotl, dios de la Dualidad, ni de los
Quechua pensando al cosmos como Pacha y el Runa como la persona humana; tiempo,
espacio, vida, lo sagrado, son todas expresiones comunes en todas las
sociedades primitivas, el fuego de los dioses tiene diferentes manifestaciones.
“Cuando los hombres-dice Homero- menospreciando las leyes de Júpiter y su
presencia, violan la justicia en las plazas públicas, y la hacen esclava de sus
pasiones, el dios irritado desencadena las tempestades que hacen gemir la
tierra. Desbórdanse los ríos, ministros de su cólera; los torrentes arrastran
montañas, árboles y rocas, y los campos del labrador no son más que miseria y
desolación”.
Los dioses primitivos, no importa de la cultura
donde nazcan, y da lo mismo que vengan de la tradición taoísta o de los Vedas,
de Caldea o de Kyoto, todos tienen una vida y un comportamiento que hacen los
fundamentos éticos de los pueblos en los que se desarrollan; sus actos heroicos
o de cobardía, sus miedos y deseos se justifican en la historia de los pueblos,
que los tienen como ejemplo; sus narrativas explican la visión del mundo de la
gente que los recuerda.
Los mitos Americanos no tienen nada que envidiarle a
los mitos griegos o egipcios, o a ninguno de aquellos generados al otro lado
“del charco”, y una de las razones que podríamos asumir es que nuestros mitos y
leyendas tienen tantos factores en común con los mitos euroasiáticos que, sin
duda, se evidencia una influencia directa de contactos y migraciones de esa
parte del mundo a la nuestra, siendo la existencia de las pirámides en nuestra
América, apenas, una parte de ese intercambio fundacional entre nuestras
culturas.
Tomemos por ejemplo la historia del diluvio; nuestro
gran etnólogo y antropólogo Arístides Rojas, en su libro titulado Orígenes Venezolanos (2008), una
compilación de sus trabajos por la Biblioteca Ayacucho, nos narra el siguiente
episodio:
… el Creador del género humano, llegó en
cierto día sobre una canoa, en los momentos de la gran inundación que se llama
la edad de las aguas, cuando las olas del océano chocaban en el interior de las
tierras, contra las montañas de la Encaramada… todos los tamanacos se ahogaron,
con la excepción de un hombre y una mujer que se refugiaron en la cima de la
elevada montaña de Tamacú, cerca de las orillas del río Asiverú, llamado por
los españoles Cuchivero; que desde allí, ambos comenzaron a arrojar, por sobre
sus cabezas y hacia atrás, los frutos de la palma moriche, y que de las
semillas de ésta salieron los hombres y mujeres que actualmente pueblan la
tierra. Amalivaca, viajando en su embarcación grabó las figuras del sol y de la
luna sobre la roca pintada (Tepu-mereme) que se encuentra cerca de la
Encaramada.
La base filosófica de nuestras
tradiciones es esencialmente ecológica, tiene que ver con un respeto muy grande
con la tierra, sus aguas, sus plantas y animales, y esto se replica en cada una
de las culturas que afloraron en nuestro continente; entre las cosas que debo
reclamarle a Dussel está que no haya incluido en su investigación y
recopilación nada sobre nuestros indios norteamericanos, pero que sí incluye a
los latinoamericanos, aunque estaba haciendo filosofía y viviendo en
Norteamérica.
Los indios de las praderas
norteamericanas y los que viven en la tundra ártica, como los esquimos, los
Inuit, los Pies Negros, los Cree, los hurones y otros muchos, tienen un
extraordinario repertorio de mitos tan buenos o más que los Náhuatl, los Mayas,
los Aztecas, Los Incas, los Tojolabal o los Mapuche; el asunto principal es que,
para el momento en que los conquistadores españoles llegaron a América, ya
existía una cosmología tramada en especulaciones de índole religiosas, éticas, políticas, pero
principalmente de carácter natural y conservacionista.
Los Hidatsas, que vivían entre
las Rocosas y Missouri, tenían unas tradiciones que fueron recogidas por varios
cronistas en la investigación que realizó Carmen Rodríguez Yuste para la
Universidad de Valladolid, titulada Los
indios de las praderas y las llanuras de Norteamérica. Vida cotidiana según los
testimonios de G Catlin, K. Bodmer y E.S Curtis, quienes eran unos artistas
gráficos y fotógrafos que lograron rescatar algunas imágenes de esos indios en
sus hábitats; al efecto, nos relata la investigadora:
Entre sus ceremonias se encontraba la
Danza del Sol, un rito de súplica para obtener, principalmente, ayuda
espiritual en el éxito de la guerra y el bienestar general de la tribu. En esta
fiesta, los participantes se torturaban, lacerándose y perforándose la carne.
Solía durar unos cuatro días, durante los cuales los danzantes esperaban tener
visiones. La ceremonia del Maíz se celebraba para cumplir una promesa hecha en
primavera al espíritu del maíz. Sólo duraba un día y consistía en invocaciones
para una cosecha abundante y el bien común. La Elevación del cuenco, era una
leyenda del hallazgo de una vasija de cerámica misteriosa. Consistía esta
celebración en rituales de sufrimiento que duraban cuatro días y se creía que
era especialmente eficaz en tiempos de sequía. Se sacaba el cuenco sagrado, se
le presentaba ofrendas y se convertía en el símbolo de las deidades. La Ceremonia del Lobo, se celebraba para
conseguir que un hombre tuviera éxito como jefe guerrero. El lobo era el
símbolo del explorador y de las partidas de guerra. Los participantes ayunaban
cuatro días y cuatro noches, practicaban ritos de tortura, terminando con una
carrera y danzas agotadoras... El sanador era un “akuwápúsh” que significaba
“el que cura”, mientras un guerrero era “El que guía”, pero ambos, recibían el
poder del ayuno. Durante el ayuno, los espíritus se les aparecían y les
explicaban cómo debían vestirse, pintarse, cantar y hacer ciertos conjuros.
También se consideraba que los jefes guerreros, eran capaces de adivinar
acontecimientos del futuro.
El agua era un elemento fundamental para estas
culturas primigenias de nuestra América, de allí que algunos de sus dioses
recibieran, cuando el agua escaseaba, grandes ritos y sacrificios humanos, como
los que se producían en México. El investigador Andrés Gonzales Pagés, en su
obra Leyendas del agua en México
(2006) relata lo siguiente:
Existe otra ciudad nahua mítica que fue
denominada como Tollan, “Entre juncias”, y que estaba cerca de un lugar de
agua. La ciudad tenía un cerro, el Monte del Grito, y era la ciudad de Quetzalcóatl. Durante años,
varias ciudades recibieron el mote de Tollan: Teotihuacán, Tula, Cholula,
Tenochtitlán. Tula fue la ciudad donde Huémac, uno de sus gobernantes, ganó una
partida a los tlaloques y, por no aceptar el elote que le ofrecieron como
ganador, la ciudad sufrió una helada y,
después, un período de fuertes sequías. La ciudad de Tula sucumbe cerca del
1200 d.C., pero se da una profecía para la fundación de una nueva ciudad:
México-Tenochtitlán. El augurio conocido decía que se encontraba un águila
devorando a una serpiente sobre un tunal. Lugar que vino a ser la cuenca de
México.
Para resumir, si este gran preámbulo a la filosofía
de los pueblos deviene de los mitos y leyendas de las diferentes regiones del
mundo, acondicionados por su geografía y el clima, por los factores naturales
con los que tuvieron que convivir y de los cuales se nutrían, resulta
excepcional que la filosofía griega se haya convertido en la idea dominante de
una buena parte del mundo.
Volviendo a Dussel, no puedo estar más de acuerdo
con su apreciación de que:
… la filosofía griega fue un ejemplo en
su tipo entre las filosofías producidas por la humanidad, y que le tocó
históricamente continuarse en las filosofías del Imperio romano, que por su
parte abrirán un horizonte cultural hacia la llamada Edad Media europeo
latino-germánica, que al final culminará en la tradición de la filosofía
europea que fundamentará el fenómeno de la Modernidad, desde la invasión de
América, la instalación del colonialismo y del capitalismo, y que por la
revolución industrial, desde finales del siglo xviii (hace sólo dos siglos),
llegará a convertirse en la civilización central y dominadora del sistema-mundo
hasta el comienzo del siglo xxi . Esto produce un fenómeno de ocultamiento y
distorsión en la interpretación de la historia (que denominamos heleno y
eurocentrismo), que impedirá tener una visión mundial de lo que realmente ha
acontecido en la historia de la filosofía. De no aclararse estas cuestiones,
mediante un diálogo actual entre tradiciones filosóficas no occidentales con la filosofía
europeo-norteamericana, el desarrollo de la filosofía entrará en un callejón
sin salida.
-saulgodoy@gmail.com
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