A Marc Augé no le hace
gracia que le digan que es un etnólogo, prefiere el título de antropólogo, por
aquello de que la condición étnica cada vez menos define a los individuos y las
comunidades, según sus palabras: “los
etnólogos son por tradición especialistas en sociedades lejanas y exóticas para
la mirada occidental, o especialistas en los sectores más arcaicos de las
sociedades modernas.”
Augé es uno de los
más brillantes pensadores en Francia con una obra extensa y sólida, ha visitado
nuestro país en ocasión a unos estudios que realizó con una tribu Yarure-Pumé
en la frontera con Colombia, Marc Augé se ha especializado en el tema de la
globalización del que he leído recientemente dos de sus trabajos La Comunidad Ilusoria (2010) y Sobremodernidad, del mundo de hoy al mundo
del mañana (2012) y quiero comentar sus observaciones con ustedes.
Para ser un hombre que ha convivido con tribus
prehistóricas, que se desenvuelve de igual forma en unos de los centros
culturales más importantes del mundo como lo es la ciudad de París, y que la
naturaleza de su trabajo implica viajar constantemente, atravesando fronteras,
y haciendo inmersiones profundas en otras culturas, su visión del mundo es muy
particular.
Tiempo, espacio e imagen son las tres variables
fundamentales que la postmodernidad se ha encargado de trastocar, el mundo no
es el que era antes; al contrario de lo que algunos observadores opinan la
cultura no se ha homogeneizado, todo lo contrario, saltan de inmediato las
diferencias locales, las creencias grupales se han multiplicado, constantemente
surgen muestras de reivindicaciones culturales de diversos grupos étnicos o
religiosos.
El tiempo se nos acorta de manera notable debido al
exceso de información que nos bombardea cada día, la historia parece
acelerarse, los acontecimientos en pleno desarrollo nos pisan los talones,
eventos en los lugares más apartados del mundo se hacen parte de nuestras
preocupaciones, las noticias no paran en producirse, las crisis cambian de la
mañana a la noche.
Igual sucede con las distancias, el mundo se nos hizo
pequeño, estamos en la era de la inmediatez, lo que tarda nos aburre, los
trenes, los aviones son cada vez más eficientes en trasladarnos, los paquetes
nos llegan por Courier de un día al otro, el tiempo y los espacios en internet
se mueven a otro ritmo, el que se descuida, y es muy fácil descuidarse, se
llena de actividades y compromisos que están más allá de su capacidad de
atención, los olvidos y los descuidos son cada vez más frecuentes.
Lo señalado por Macluhan en los años setenta del siglo
pasado, de la aldea global, definida por una misma red económica, un mismo
lenguaje (el inglés) y con una tecnología de comunicaciones que acorta
distancias y une a la gente uniformando su cultura, pero esto no ha sido del
todo realizado, ni siquiera con el agregado del Fin de la Historia de Fukuyama, que predicaba que la economía de
mercado y la democracia representativa como parte de la formula universal para
alcanzar la felicidad humana, se han cumplido en la actual globalización.
En vez de una unificación del mundo lo que encontramos es
una fragmentación, en vez de un mayor acercamiento de los seres humanos por
medio de la tecnología de las comunicaciones, lo que encontramos es una soledad
creciente entre las personas, aun cuando están conectadas a redes y el intercambio
de información se haya incrementado, la tecnología ha traído un nuevo tipo de
pasividad social, la realidad se ha trastocado por una virtual, la relación con
el otro dejó de ser cara a cara, o cuerpo a cuerpo, para depender de imágenes
en pantallas y sonidos por medio de monitores.
Augé hace una importante observación en cuanto al
desarrollo cultural de las personas que obtienen su mayor información del
ciberespacio, nos dice:
En cuanto a la individualización de
los destinos o de los itinerarios, y a la ilusión de libre elección individual
que a veces la acompaña, éstas se desarrollan a partir del momento en el que se
debilitan las cosmologías, las ideologías y las obligaciones intelectuales con
las que están vinculadas: el mercado ideológico se equipara entonces a un selfservice, en el cual cada individuo
puede aprovisionarse con piezas sueltas para ensamblar su propia cosmología y
tener la sensación de pensar por sí mismo.
Pero de los comentarios sobre lo que
la globalización nos ha traído me impresionaron sus descripciones de lo que
llama, los no-lugares, que incluyen los espacios de circulación: autopistas,
áreas de servicios en las gasolineras, aeropuertos, vías aéreas... Los espacios
de consumo: super e hypermercados, cadenas hoteleras. Los espacios de la
comunicación: pantallas, cables, ondas con apariencia a veces inmateriales.
Nos explica Augé:
Estos no-lugares se yuxtaponen, se
encajan y por eso tienden a parecerse: los aeropuertos se parecen a los
supermercados, miramos la televisión en los aviones, escuchamos las noticias
llenando el depósito de nuestro coche en las gasolineras que se parecen, cada
vez más, también a los supermercados. Mi tarjeta de crédito me proporciona
puntos que puedo convertir en billetes de avión, etcétera. En la soledad de los
no-lugares puedo sentirme un instante liberado del peso de las relaciones...
Este paréntesis tiene un perfume de inocencia… La versión negra de los
no-lugares serían los espacios de tránsito donde nos eternizamos, los campos de
refugiados, todos estos campos de fortuna que reciben una asistencia
humanitaria, y donde los lugares intentan recomponerse.
Los no-lugares se parecen todos, aun cuando algunos tienden a
jugar en sus diseños con la fantasía, todos atienden principalmente a sus
funciones como un lugar de tránsito, de pasaje, que no tienen contenidos
simbólicos profundos, son espacios predeterminados por la actividad que
desempeñan, tratan de ser neutros y parecidos.
Augé comparte mi opinión que una de las consecuencias
previsibles de este escalamiento global es la necesidad o la tendencia de un
manejo apropiado del planeta, dice el bretón lo siguiente: “Queda claro que el estrechamiento del
planeta (consecuencia del desarrollo de los medios de transporte, de las
comunicaciones y de la industria espacial) hace cada día más creíble (y a los
ojos de los más poderosos, más seductora) la idea de un gobierno mundial”.
Una de las características principales de la política en
la globalización es su cercana relación con los medios de comunicación masivos,
las pantallas nos traen la imagen del mundo, lo que ha cambiado nuestra
relación con nuestro entorno, mucha de la información que recibimos es tendenciosa
e interesada, la imagen de las personas en vez de las personas mismas nos
obligan a un cambio fundamental en nuestra relación simbólica con nuestro prójimo,
el mundo virtual que nos lega la globalización tiene sus costos, el simulacro se
convierte en nuestro única referencia con nuestro mundo, la ficción puede
sustituir la realidad, pero las imágenes pueden ser manipuladas a un grado
inimaginable y con ellas nuestras creencias.
Termina Augé su escrito Sobremodernidad, con una referencia a
su experiencia con los indios venezolanos:
Aislados, casi sin recursos, estos
indios celebraban casi cada noche una ceremonia, el Tôhé, durante la cual un
chamán viaja soñando a la casa de los dioses. Por la mañana cuenta su viaje, que a menudo tiene una meta
concreta (pedir la opinión de un dios,
recuperar el alma robada de un hombre o de una mujer enfermos, tener
noticias de un muerto), y describe el país de los dioses. Este país es una
ciudad donde circulan coches silenciosos
entre las altas construcciones iluminadas. En los cruces, la comida y las
bebidas son entregadas a discreción. Total, este mundo de dioses es una imagen
magnificada de Caracas donde estos pumé nunca han ido, pero de la cual han
recolectado algunos ecos o algunas imágenes interrogando a visitantes u
hojeando revistas encontradas. Así, nuestras ciudades han invadido el imaginario
de estos indios. Pero son ciudades de ensueños, en su doble sentido. En la
realidad, cuando algunos de estos pumé dejan su campamento, paran a las puertas
de la ciudad, en las chabolas donde los televisores les proponen, a todas
horas, sustitutos a las imágenes de sus sueños, ficciones abandonadas por sus
dioses. El sueño y la realidad se degradan conjuntamente. Las ciudades de
los sueños indios no son más reales que los indios de los sueños occidentales y
juntos se desvanecen.
Este constante juego de ilusiones y
espejos que implica la modernidad es descubierta por Augé, un autor que
recomiendo, de una prosa limpia y una gran erudición, es el guía perfecto para
unos tiempos turbulentos y que a veces parecen vacíos de contenido. -
saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario