domingo, 29 de septiembre de 2019

Un etnólogo planetario



A Marc Augé no le hace gracia que le digan que es un etnólogo, prefiere el título de antropólogo, por aquello de que la condición étnica cada vez menos define a los individuos y las comunidades, según sus palabras: “los etnólogos son por tradición especialistas en sociedades lejanas y exóticas para la mirada occidental, o especialistas en los sectores más arcaicos de las sociedades modernas.”
 Augé es uno de los más brillantes pensadores en Francia con una obra extensa y sólida, ha visitado nuestro país en ocasión a unos estudios que realizó con una tribu Yarure-Pumé en la frontera con Colombia, Marc Augé se ha especializado en el tema de la globalización del que he leído recientemente dos de sus trabajos La Comunidad Ilusoria (2010) y Sobremodernidad, del mundo de hoy al mundo del mañana (2012) y quiero comentar sus observaciones con ustedes.
Para ser un hombre que ha convivido con tribus prehistóricas, que se desenvuelve de igual forma en unos de los centros culturales más importantes del mundo como lo es la ciudad de París, y que la naturaleza de su trabajo implica viajar constantemente, atravesando fronteras, y haciendo inmersiones profundas en otras culturas, su visión del mundo es muy particular.
Tiempo, espacio e imagen son las tres variables fundamentales que la postmodernidad se ha encargado de trastocar, el mundo no es el que era antes; al contrario de lo que algunos observadores opinan la cultura no se ha homogeneizado, todo lo contrario, saltan de inmediato las diferencias locales, las creencias grupales se han multiplicado, constantemente surgen muestras de reivindicaciones culturales de diversos grupos étnicos o religiosos.
El tiempo se nos acorta de manera notable debido al exceso de información que nos bombardea cada día, la historia parece acelerarse, los acontecimientos en pleno desarrollo nos pisan los talones, eventos en los lugares más apartados del mundo se hacen parte de nuestras preocupaciones, las noticias no paran en producirse, las crisis cambian de la mañana a la noche.
Igual sucede con las distancias, el mundo se nos hizo pequeño, estamos en la era de la inmediatez, lo que tarda nos aburre, los trenes, los aviones son cada vez más eficientes en trasladarnos, los paquetes nos llegan por Courier de un día al otro, el tiempo y los espacios en internet se mueven a otro ritmo, el que se descuida, y es muy fácil descuidarse, se llena de actividades y compromisos que están más allá de su capacidad de atención, los olvidos y los descuidos son cada vez más frecuentes.
Lo señalado por Macluhan en los años setenta del siglo pasado, de la aldea global, definida por una misma red económica, un mismo lenguaje (el inglés) y con una tecnología de comunicaciones que acorta distancias y une a la gente uniformando su cultura, pero esto no ha sido del todo realizado, ni siquiera con el agregado del Fin de la Historia de Fukuyama, que predicaba que la economía de mercado y la democracia representativa como parte de la formula universal para alcanzar la felicidad humana, se han cumplido en la actual globalización.
En vez de una unificación del mundo lo que encontramos es una fragmentación, en vez de un mayor acercamiento de los seres humanos por medio de la tecnología de las comunicaciones, lo que encontramos es una soledad creciente entre las personas, aun cuando están conectadas a redes y el intercambio de información se haya incrementado, la tecnología ha traído un nuevo tipo de pasividad social, la realidad se ha trastocado por una virtual, la relación con el otro dejó de ser cara a cara, o cuerpo a cuerpo, para depender de imágenes en pantallas y sonidos por medio de monitores.
Augé hace una importante observación en cuanto al desarrollo cultural de las personas que obtienen su mayor información del ciberespacio, nos dice:

En cuanto a la individualización de los destinos o de los itinerarios, y a la ilusión de libre elección individual que a veces la acompaña, éstas se desarrollan a partir del momento en el que se debilitan las cosmologías, las ideologías y las obligaciones intelectuales con las que están vinculadas: el mercado ideológico se equipara entonces a un selfservice, en el cual cada individuo puede aprovisionarse con piezas sueltas para ensamblar su propia cosmología y tener la sensación de pensar por sí mismo.

Pero de los comentarios sobre lo que la globalización nos ha traído me impresionaron sus descripciones de lo que llama, los no-lugares, que incluyen los espacios de circulación: autopistas, áreas de servicios en las gasolineras, aeropuertos, vías aéreas... Los espacios de consumo: super e hypermercados, cadenas hoteleras. Los espacios de la comunicación: pantallas, cables, ondas con apariencia a veces inmateriales.
Nos explica Augé:

Estos no-lugares se yuxtaponen, se encajan y por eso tienden a parecerse: los aeropuertos se parecen a los supermercados, miramos la televisión en los aviones, escuchamos las noticias llenando el depósito de nuestro coche en las gasolineras que se parecen, cada vez más, también a los supermercados. Mi tarjeta de crédito me proporciona puntos que puedo convertir en billetes de avión, etcétera. En la soledad de los no-lugares puedo sentirme un instante liberado del peso de las relaciones... Este paréntesis tiene un perfume de inocencia… La versión negra de los no-lugares serían los espacios de tránsito donde nos eternizamos, los campos de refugiados, todos estos campos de fortuna que reciben una asistencia humanitaria, y donde los lugares intentan recomponerse.

Los no-lugares se parecen todos, aun cuando algunos tienden a jugar en sus diseños con la fantasía, todos atienden principalmente a sus funciones como un lugar de tránsito, de pasaje, que no tienen contenidos simbólicos profundos, son espacios predeterminados por la actividad que desempeñan, tratan de ser neutros y parecidos.
Augé comparte mi opinión que una de las consecuencias previsibles de este escalamiento global es la necesidad o la tendencia de un manejo apropiado del planeta, dice el bretón lo siguiente: “Queda claro que el estrechamiento del planeta (consecuencia del desarrollo de los medios de transporte, de las comunicaciones y de la industria espacial) hace cada día más creíble (y a los ojos de los más poderosos, más seductora) la idea de un gobierno mundial”.
Una de las características principales de la política en la globalización es su cercana relación con los medios de comunicación masivos, las pantallas nos traen la imagen del mundo, lo que ha cambiado nuestra relación con nuestro entorno, mucha de la información que recibimos es tendenciosa e interesada, la imagen de las personas en vez de las personas mismas nos obligan a un cambio fundamental en nuestra relación simbólica con nuestro prójimo, el mundo virtual que nos lega la globalización tiene sus costos, el simulacro se convierte en nuestro única referencia con nuestro mundo, la ficción puede sustituir la realidad, pero las imágenes pueden ser manipuladas a un grado inimaginable y con ellas nuestras creencias.
Termina Augé su escrito Sobremodernidad, con una referencia a su experiencia con los indios venezolanos:

Aislados, casi sin recursos, estos indios celebraban casi cada noche una ceremonia, el Tôhé, durante la cual un chamán viaja soñando a la casa de los dioses. Por la mañana  cuenta su viaje, que a menudo tiene una meta concreta (pedir la opinión de un dios,  recuperar el alma robada de un hombre o de una mujer enfermos, tener noticias de un muerto), y describe el país de los dioses. Este país es una ciudad donde circulan coches  silenciosos entre las altas construcciones iluminadas. En los cruces, la comida y las bebidas son entregadas a discreción. Total, este mundo de dioses es una imagen magnificada de Caracas donde estos pumé nunca han ido, pero de la cual han recolectado algunos ecos o algunas imágenes interrogando a visitantes u hojeando revistas encontradas. Así, nuestras ciudades han invadido el imaginario de estos indios. Pero son ciudades de ensueños, en su doble sentido. En la realidad, cuando algunos de estos pumé dejan su campamento, paran a las puertas de la ciudad, en las chabolas donde los televisores les proponen, a todas horas, sustitutos a las imágenes de sus sueños, ficciones abandonadas por sus dioses. El sueño y la realidad se degradan conjuntamente. Las ciudades de los sueños indios no son más reales que los indios de los sueños occidentales y juntos se desvanecen.

Este constante juego de ilusiones y espejos que implica la modernidad es descubierta por Augé, un autor que recomiendo, de una prosa limpia y una gran erudición, es el guía perfecto para unos tiempos turbulentos y que a veces parecen vacíos de contenido.   -    saulgodoy@gmail.com






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