domingo, 9 de agosto de 2020

Como manejar la vulnerabilidad, el riesgo y la incertidumbre

 


He observado como algunos conocidos y personas cercanas a mi familia se están dejando llevar por el miedo y la desesperanza ante las condiciones del país y los últimos sucesos en el mundo; y, la verdad sea dicha, son tiempos difíciles, plenos de eventos que han ido desmontando nuestras creencias y fe en ciertas seguridades, que mantenían nuestro equilibrio emocional y, en algunos casos, han roto nuestra confianza en un futuro viable y estable para nosotros y nuestras familias; eso trae como consecuencia la desesperanza, y un aumento de nuestro temor hacia las circunstancias de nuestra vida diaria.

La parte más negativa de este cuadro es que, dentro de un estado de nerviosismo y temor, las decisiones que tomamos y las respuestas que damos no siempre son las mejores; estas actuaciones hechas apresuradamente y con pobre juicio contribuyen a empeorar nuestro cuadro emocional y relacional, disminuyendo nuestra capacidad de sobrevivencia.

Cuando estudié comunicaciones, siempre creí que en los escenarios extremos y límites, en las crisis humanas, era cuando el intercambio de información se convierte en un valor de máxima importancia; en estas situaciones, la comprensión del proceso comunicacional adquiere su valor e importancia más obvios y claros, allí es cuando de verdad se aprecia la importancia de las comunicaciones, razón por la cual siempre tuve el interés de ocuparme de estudiar procesos de comunicación bajo presión, en situaciones de emergencia y para enfrentar situaciones caóticas.

La mejor manera de comunicarse que tienen dos cerebros es a través de la palabra, hasta ahora no se ha encontrado otro medio más efectivo, por medio del lenguaje podemos ordenar la sociedad y el mundo, aún en las situaciones más complejas y comprometidas; el verbo es nuestra única llave maestra, que abre las puestas de un universo comprensible… fuera de ese escenario, lo que impera es el desorden.

Y esto era lo que le ocurría a los primeros humanos, a decir de Hobbes, vivían una existencia brutal, corta y sin seguridades, no contaban con un lenguaje lo suficientemente desarrollado para siquiera nombrar el mundo, y lo que no se puede nombrar está fuera de nuestro control. El hombre de las cavernas, para tener alguna seguridad en su vida, tuvo que empezar por darle nombre a las cosas, a partir de ese momento pudo planificar y construir una civilización.

Y esa es, precisamente, la trampa en que caemos los seres humanos, creer que la civilización es el mundo, y en cierta manera lo es, pero nunca podemos perder de vista que el universo, la naturaleza, en su esencia es caótica, destructiva, creadora, catastrófica, hermosa y aterradoramente incontrolable.

A ese rostro informe y siempre cambiante del universo le hemos puesto una máscara para poder vivir en él; le dimos un expresión amigable, predictiva, estable, medible y hasta poética, todo gracias al lenguaje con el que describimos la realidad para nosotros… y la palabra clave es ésa, el universo que la mayor parte de nosotros conocemos o pretendemos conocer es una descripción, no es el universo real, es una interpretación, el universo allá afuera sigue siendo tan maravilloso y peligroso como el que veía y vivía el hombre primigenio.

Un desastre ocurre cuando un evento extremo sobrepasa la habilidad personal o de la comunidad para hacerle frente, y es algo que ocurre con frecuencia; se trata de eventos determinados por variaciones infinitas y pocas veces predecibles, y la habilidad de prever contramedidas para los desastres es limitada, debido a la enorme cantidad de posibilidades que pueden ocurrir y la diversidad de los mismas; una comunidad podría estar preparada para inundaciones o incendios forestales, pero poco preparada para terremotos o para una pandemia.

Igual ocurre con las personas, nos aseguramos para enfrentar una emergencia de salud, creamos un fondo de emergencia para alguna crisis económica, ponemos alarmas contra robos en nuestros hogares, pero siempre quedan por fuera imprevistos. Igual le sucede a un municipio, a los gobiernos estadales o nacionales, a los bomberos y a los militares, su preparación ante eventos imprevistos está limitada y siempre hay prioridades y planes que los obligan a concentrar recursos… la seguridad es un juego de probabilidades, eso lo saben los actuarios.

Y ya que estamos hablando de estadísticas, hay un interesante artículo del profesor de la Universidad de Oxford, Bent Flyvbjerg, titulado La Ley del Regreso a la Cola, una tendencia descubierta por Francis Galton, y explicada por Flyvbjerg de la siguiente manera:

 

Galton ilustra su principio poniendo de ejemplo a unos padres que son de estatura alta y que tienden a tener niños que cuando crezcan serán más bajos que sus padres, cercanos al promedio de la población, y de la misma manera aplica para padres de corta estatura. En otro ejemplo, del famoso premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, pilotos que se desempeñan bien en recientes vuelos, tienden a operar con menos brillantez en vuelos posteriores, más cerca al promedio de los comportamientos en un gran número de vuelos. Esto no es porque las habilidades de los pilotos se hayan deteriorado, sino porque sus recientes “performances” son motivados no por un progreso en sus habilidades, sino por una afortunada combinación de eventos impredecibles.

 

Y el gran secreto del universo se encuentra en este factor, el enorme cúmulo de eventos impredecibles que ocurren en todo momento, y hay un sin número de eventos donde no existen promedios de comportamiento, y si no existen, no se pueden calcular, aparecen de la nada, de allí que los eventos catastróficos ocurren sin aviso; eso es una verdad recogida en el lenguaje coloquial, en inglés es muy gráfico: “shit happens”.

Nos hemos mal acostumbrado al orden generado por el lenguaje y el pensamiento racional, esperamos que el mundo se comporte con un promedio… eso, estimados lectores, es una peligrosa ficción, y cuando el cielo empieza a caer sobre nuestras cabezas hay gente que no lo puede soportar, y se descontrola.

Los gerentes que manejan riesgos jamás toman en cuenta el factor suerte; creer que las cosas pudieran mantenerse estables en el tiempo puede darnos un falso sentido de seguridad. Muchos de los estadísticos que se manejan en ambientes de riesgos saben que vendrá un virus mucho peor que el COVID-19 y que tenemos en puerta eventos climáticos catastróficos en el planeta; no se trata de anuncios escandalosos de Casandra, son escenarios que están por venir en cualquier momento.

Los venezolanos, desde hace ya un tiempo, hemos estado viviendo una seguidilla de eventos catastróficos; el chavismo y la destrucción de la democracia, la quiebra del país, la destrucción de nuestro aparato productivo sin haber estado en guerra, la pandemia mundial del Coronavirus, han golpeado a nuestra población sin misericordia y no sabemos lo que viene, pero para estas alturas, ya hay gente muy afectada en su sentido de seguridad y, en consecuencia, vulnerable y deprimida.

He escuchado de amigos sus grandes temores sobre el futuro inmediato, algunos pensando en vender sus bienes y largarse del país… y la pregunta que surge es ¿Y dónde te vas a meter que te sientas seguro? porque no es sólo Venezuela la que sufre los latigazos de eventos incontrolables y catastróficos; el mundo está sembrado de incidentes y situaciones que conmueven el orden internacional, a donde quiera que vayan estarán expuestos a esa ruleta del destino; las crisis y los conflictos no tienen hora ni respetan fronteras, no, en un mundo globalizado e interconectado como el nuestro, yo diría que ha sido tan intensa nuestra afectación que ya viene siendo tiempo de esperar por una remisión de las calamidades que nos azotan (ésta es una esperanza, no lo anoten como una certeza).

La gente que no tolera la incertidumbre tiene un problema de actitud y debe aprender a manejarla para no ser arrollado por sus propias inseguridades; todos sufrimos las consecuencias de eventos mundiales, guerras, pandemias, cambio climático, recesión económica, contaminación ambiental… todos sufrimos nuestros problemas existenciales, como la seguridad de que vamos a morir, y problemas de orden cósmico, incluyendo los asteroides que pasan demasiado cerca de nuestro planeta, o el enfriamiento y recrecimiento de nuestra principal estrella, el sol; bastaría que se formara una “enana blanca” en nuestra galaxia, cerca de nuestro cuadrante, para tener en perspectiva una irradiación letal de microondas… son sucesos sobre los que nadie tiene control, nadie.

Recientemente, alguien me comentó del caso de una persona que apenas saliendo de un chequeo su cardiólogo, que lo había examinado y le había dicho que estaba como “una pepa”, exámenes por delante, murió de un infarto cuando buscaba su auto en el estacionamiento de la clínica.

Nuestra vida es esa, no tenemos otra, y está llena de incertidumbres, de una infinidad de variables que actúan sobre nosotros (y nosotros somos, a la vez, una variable que actúa sobre el mundo); si no aceptamos esa verdad o condición no podremos conseguir algún tipo de estabilidad o “normalidad” dentro de ese caos creativo que es el universo.

Es común conseguir alguna medida de seguridad conociendo de las amenazas más apremiantes y construyendo contramedidas que aseguren nuestra tranquilidad; hay fórmulas matemáticas que de alguna manera aseguran probabilidades de ocurrencia, entre ellas las formulaciones del regreso de la cola, que permiten jugar con los promedios… las empresas de seguro, las bolsas financieras, los gestores de riesgos, entre otros, se dedican a jugar en escenarios posibles, de allí la construcciones de índices estadísticos que permiten resumir los riesgos de criminalidad, los estándares de pobreza, trabajo, calidad de vida, y otros tantos indicadores en ciudades y países en el orbe.

El Dr. Bruce Schneier, en su artículo The Psichology Security (2008) lo resume de esta manera:

 

“La seguridad es negociada… no hay una seguridad absoluta, en cualquier ganancia en seguridad siempre hay un costo. La seguridad cuesta dinero, pero también cuesta tiempo, conveniencia, libertad, y tantas otras cosas… Recuerdo las semanas luego del 9/11, un reportero me preguntó- Cómo podemos prevenir que esto suceda de nuevo?  –Eso es fácil- le dije- simplemente manteniendo en tierra a todos los aviones.”

 

De alguna manera, eso es lo que ha sucedido durante la actual pandemia del Coronavirus, decidimos sacrificar la cercanía social para evitar propagar la infección, lo cual ha desencadenado una serie de consecuencias, afectando profundamente nuestras vidas y, con ello, nuestro sentido de la seguridad.

Cuando no hay seguridad, las personas pierden control sobre sus respuestas emocionales, lo cual impide que puedan pensar bien y, entre otras cosas, afecta sus reacciones hacia lo que perciben como amenazas a sus vidas, pudiendo aumentar el riesgo sobre sus personas.

La inseguridad tiene dos componentes fundamentales: por un lado está la necesidad de información necesaria para tomar las decisiones adecuadas, una información incompleta o, peor, errada, nos puede conducir a formarnos un juicio incorrecto sobre nuestra situación; en este sentido, los venezolanos tenemos una enorme desventaja, contamos con un régimen tiránico que utiliza la desinformación como herramienta de control social, por lo que no contamos con información oficial veraz y oportuna, toda la información que generan tiene un objetivo y es controlar nuestras acciones para que se adecúen a un plan en el que nuestra seguridad no es lo primordial.

La inseguridad personal, que es el otro componente, tiene que ver con nuestras propias habilidades cognitivas, percepciones, sentimientos y comportamientos que están afectados negativamente, sobre todo en la incapacidad de predecir el futuro, porque vivimos en un ambiente enrarecido, por la falta de estimados, de coherencia y de reglas claras, que nos ayuden a navegar en el día a día.

He aquí unos rápidos consejos para lidiar con la incertidumbre: en primer lugar, acepte la incertidumbre como algo natural en la vida; adicionalmente, trate de conseguir fuentes alternas de información útil y veraz que llenen esas lagunas informativas; nunca tome decisiones importantes para su vida en un estado de depresión o temor acerca del futuro; rodéese de cosas suaves, tenga en la cama cantidad de texturas suaves y textiles amigables a la piel, toque superficies que le causen placer, esto para efectos de relajación y claridad mental; use ropa cómoda y suave; prevea, en lo posible, situaciones de peligro y construya defensas, trate de mantener alejado aquello que le produce temor; acepte lo inevitable y controle lo que pueda efectivamente controlar en su vida… esto le ahorrará mucho tiempo y sufrimiento.

Enfóquese en el presente, en su entorno inmediato y las personas que lo acompañan, en lo que tiene en este momento y como protegerlos; tenga listos planes de emergencia puntuales y no muy a largo plazo; trate de no pensar mucho en su situación ayudando a otros a prepararse, involúcrese en trabajos prácticos con sus vecinos, con otras empresas; tenga, si puede, fondos de reserva, en materiales, comida, dinero…; diseñe un plan B en caso de tener que abandonar su hogar o lugar de trabajo; no le tenga miedo al miedo, es una herramienta natural para la acción, lo importante es no quedarse paralizado, estar siempre en actividad… éste es un buen momento para aprender a respirar y, con ello, a controlar su estrés, eso le ayudará a tener una mente más clara.

No siga ciegamente lo que otros hagan; piense antes de actuar, no se deje dominar por la idea de que lo que ocurre a su alrededor no es real, le está sucediendo a usted y debe actuar de acuerdo a las circunstancias. Con estos consejos, siguiéndolos y estando alerta, estará en condiciones de afrontar cualquier incertidumbre hasta que recupere algo de control sobre su situación. Espero que esta reflexión y estos consejos les sean de utilidad.    -     saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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