miércoles, 12 de agosto de 2020

El extraño caso de Gretchen Weirob

 


 

“Soy un cuerpo vivo y, cuando ese cuerpo muera, mi existencia terminará”

 

Gretchen Weirob, en su segunda noche de agonía

 


Se debe tratar de una de las lecturas más singulares que he hecho últimamente, es el libro del profesor de filosofía de la Universidad de Stanford, John Perry, que en castellano lleva el título Diálogo sobre la identidad personal y la inmortalidad (1984), y comienza de la siguiente manera:

“Esta es una grabación de las conversaciones de Gretchen Weirob, profesora de filosofía en una pequeña universidad del Medio Oeste de los Estados Unidos y dos de sus amigos. Las conversaciones se efectuaron en el cuarto de hospital de la profesora durante las tres noches anteriores a que muriera a consecuencia de los daños sufridos en un accidente de motocicleta.

Sam Miller es un capellán y viejo amigo de Weirob, y David Cohén un exalumno de ella”.

La profesora Weirob resultó seriamente herida en el accidente, afortunadamente, sin afectar su mente brillante e inquisitiva, de hecho, el accidente y la proximidad a una muerte segura, parecen le aguzaron sus poderes mentales y la conversación que transcribe el profesor Perry es la extraña invitación que hace la mujer parapléjica al capellán Miller, para que le consuele en su lecho de moribunda haciéndole este insólito requerimiento: “Convénceme, simplemente, de que mi sobrevivencia después de la muerte de este cuerpo es posible, y prometo consolarme. Independientemente de que lo logres o no, tus intentos serán una distracción, pues ya sabes que no hay cosa que más me guste que hablar de filosofía”.

Miller y Weirob han tenido una cercana amistad durante muchos años y gustaban de enfrascarse en discusiones de carácter filosófico y teológico, ella era atea y el capellán trató de convertirla a la fe en un mundo espiritual, pero la profesora era una experta en lógica argumental y desmontaba cualquier argumento de Miller hasta llevarlo al absurdo, Miller había desistido de su intento, pero aquel llamado de su amiga era una oportunidad que no quería desaprovechar, no tanto por su orgullo como hombre de Dios, sino para la paz de su amiga en tan difíciles momentos.

En este diálogo claramente vemos dos posiciones antagónicas, Miller creía en la sobrevivencia del alma después de la muerte y su reunión con el creador, todo lo contrario que Weirob, quien creía en que todo acababa con la muerte, sellando el fin de la existencia consciente.

El interesante diálogo que se da, gira en torno al peliagudo tema de la identidad de la persona y su posible sobrevivencia sin un cuerpo vivo que lo soporte, ¿Cómo argumentar la sobrevivencia del yo sin el complejo organismo que lo nutre? ¿Es el cuerpo un simple vehículo del alma, que al final de su vida útil puede ser descartado y el alma continuar su existencia en otros planos? Para esa alma o espíritu, o yo, o consciencia, es fundamental la memoria de quienes somos, la experiencia y el registro de nuestros actos, ¿O se trata de algo más, animado por otras causas y con otros fines más transcendentales que nuestra vida en la Tierra?

Es un libro corto, de menos de sesenta páginas, no es una lectura fácil, las argumentaciones que nos expone son las desarrolladas por los filósofos existenciales hasta los años setenta del pasado siglo, dejan por fuera nuevos aportes desarrollados por la neurobiología y la Inteligencia Artificial, pero se afincan en lo medular que son los aportes que desarrolló el filósofo inglés John Locke, sobre la personalidad y la identidad que datan del siglo XVII, y las de Joseph Butler del siglo XVIII, sin las cuales no es posibles comprender a cabalidad los aportes de nuestro siglo, y entre ellos destacan Bernard Williams, Derek Parfit, Daniel Dennet,  y el mismo Perry, entre otros muchos.

Hay un punto importante que hace Weirob, para que el capellán le precise, como es ese paso de la vida a la muerte, hacia una vida posterior, y dice así:

Sobrevivir quiere decir que mañana o en un tiempo futuro habrá alguien que experimentará, que verá, tocará y olerá —o, por lo menos, pensará, razonará y recordará... Y esa persona seré yo. Esta persona estará relacionada conmigo de tal forma que es correcto, para mí, anticipar o esperar aquellas experiencias futuras. Estoy relacionada con ella de tal forma que será correcto para ella recordar lo que yo he hecho o pensado, y sentir remordimiento del mal que hice y orgullo por el bien que hice. Y la única relación que apoya en esta forma a la anticipación y a la memoria es la identidad, simplemente.

 

Esto es fundamental para quienes creemos en la vida después de la muerte, saber que somos nosotros quienes sobrevivimos y no otro, no tendría sentido si no fuera de esta manera, aún a pesar de la creencia de incorporarnos a un ser superior, a la esencia de la vida y del universo, al Tao o a la causa primera, a Dios, para gozar de su presencia por siempre, e incluso en otra reencarnación; si en algún momento no tenemos la consciencia de este tránsito, si no lo incorporamos a nuestra experiencia como personas, no tiene ningún sentido, la gran pregunta de este importante diálogo es, si nuestra personalidad adquirida en esta vida (y aún, en otras) ¿Es inmortal?

Este diálogo es importante porque nos hace ver las situaciones absurdas, los paradigmas y las falacias que se generan argumentando este tema, igualmente nos orienta hacia posibles caminos dentro de lo razonable, aunque siempre nos permite jugarnos la carta del comodín, la de la fe.

Una de las cosas que me gustó del libro y de la posición de la profesora Weirob es que rescata para el cuerpo una posición fundamental para el desarrollo de la personalidad, es una lástima que no dispusieran del cúmulo de adelantos y nuevos escenarios que están planteando la neurobiología en estos momentos, pensar al yo, la personalidad o el alma sin el cuerpo es un absurdo de marca mayor, esa pésima tradición en nuestra religión cristiana de someter al cuerpo al desprecio y hasta al maltrato, debemos darla por terminada, no es el templo del alma, el cuerpo es el gestor, el telar del alma.

El libro de John Perry está cargado de argumentos, algunos bastantes desconcertantes, ideas como que no tenemos un alma única sino una infinidad de ellas, que como moléculas del agua que constituyen la esencia de la corriente de un río, pasan a través de nosotros en un flujo interminable de almas; son ideas  alocadas producto de que nadie, nunca, ha visto un alma, de modo que no sabemos cómo son, ni siquiera sabemos si es en realidad una sola alma la que poseemos.

Pero la idea que me pareció más intrigante la refiere el ex-alumno de Weirob quien relata la historia que va como sigue:

 

Cohén: Pero pienso que hubo un suceso que refuta eso. Estoy pensando en el extraño caso de Julia North, que ocurrió en California hace unos meses. Seguramente lo recuerdas.

 

Weirob: Sí, demasiado bien. Pero es mejor que se lo expliques a Sam, pues apostaría a que él no se ha enterado.

 

Cohén: ¿No supiste de Julia North? ¡Pero si el caso estuvo en todos los encabezados!

 

Miller: Bueno, Gretchen está en lo cierto. No sé nada de ello. Ella sabe que sólo leo la sección deportiva.

 

Cohén: ¡Sólo lees la sección deportiva!

 

Weirob: Es una expresión de su indiferencia hacia los problemas terrenales.

 

Miller: Bueno, eso no es muy razonable, Gretchen. Es cuestión de preferencia. Prefiero ocupar mi tiempo de lectura en leer acerca del siglo XVIII, que acerca del siglo ordinario y miserable en el que tuve la desgracia de nacer. Sabes, aquél era realmente un siglo mucho más civilizado. Pero evitemos tratar mis costumbres peculiares. Cuéntame de Julia North.

 

Cohén: Muy bien. Julia North era una mujer joven que fue atropellada por un tranvía al salvar la vida de un pequeño que deambulaba por la calle. Mary Francés Beaudine, la madre del pequeño, sufrió un ataque al mirar la terrible escena. El cerebro sano y el cuerpo accidentado de Julia, y el cuerpo sano y el cerebro accidentado de Mary Francés fueron llevados a un hospital, en donde era residente el doctor Matthews, un brillante neurocirujano. Este había desarrollado un proceso para hacer lo que llamó “trasplante de cuerpo”.  Así que trasplantó el cerebro de Julia al cuerpo de Mary Francés, ajustando los nervios, etc. y utilizando técnicas no disponibles sino hasta recientemente. La sobreviviente de todo esto fue, obviamente, Julia, como todos aceptaron, excepto —desafortunadamente— el esposo de Mary Francés, Jack. Su poca visión y su falta de imaginación provocaron grandes complicaciones y drama, lo cual hizo que el caso fuera más famoso en la historia criminal que en la de la medicina. No detallaré los penosos aspectos del caso, pero si te interesan, están registrados en un libro de Barbara Harris titulado ¿Quién es Julia?

 

Miller: ¡Fascinante!

 

Cohén: Bueno, la relevancia de este caso es obvia. Julia North tenía un cuerpo cuando ocurrió el accidente y otro después de la operación. Así que una persona tuvo dos cuerpos. Por tanto, una persona no puede identificarse simplemente con un cuerpo humano. Así, algo debe estar equivocado en tu modo de ver, Gretchen. ¿Qué dices a esto?

 

Weirob: Te diré justamente lo que dije al doctor Matthews.

 

Cohén: ¿Has hablado con el doctor Matthews?

 

Weirob: Sí. Se puso en contacto conmigo un poco después de mi accidente. Mi médico le había comentado mi caso. Matthews dijo que podía realizar la misma operación conmigo.  Yo me negué.

 

Cohén: ¡Te negaste! Pero, ¿por qué, Gretchen? Tu decisión equivale al suicidio. ¿Dejaste pasar la oportunidad de seguir viviendo? ¿Cómo puede ser...?.

 

Weirob: Calma, calma. Ambos están haciendo una suposición que yo rechazo. Si el caso de Julia North equivale a un contraejemplo a mi tesis de que una persona es solamente un cuerpo humano vivo, y si mi negación a admitir esta conducta equivale al suicidio, entonces el sobreviviente de tal operación debe ser reconocido como la misma persona que el donador del cerebro. Es decir, la sobreviviente de la operación de Julia North debe haber sido Julia, y la sobreviviente de mi operación habría debido ser yo. Esta es la suposición que ambos hacen al criticarme. Pero la rechazo. Pienso que Jack Beaudine estaba en lo correcto. La sobreviviente de la operación que involucró el cerebro de Julia North, era Mary Francés Beaudine y, por tanto, la sobreviviente de la operación hecha con mi cerebro no hubiera sido yo.

 

Miller: ¿Cómo puedes decir eso, Gretchen? ¿No desistirás de tu opinión de que la identidad personal es solamente la identidad corporal, por más claro que sea el contraejemplo? Realmente pienso que tienes un apego irracional al bulto de materia que es tu cuerpo.

 

Cohén: Sí, Gretchen, estoy de acuerdo con Sam. Lo que dices es absurdo. La sobreviviente de la operación de Julia North no tenía idea de quién era Mary Francés Beaudine. Recordaba ser Julia...

 

Weirob: Le parecía recordar ser Julia. ¿Has olvidado tan rápido la importancia de esta distinción? En mi opinión, el resultado de la operación fue que Mary Francés Beaudine sobrevivió, pero engañada, pensando que era alguien más.

 

Las especulaciones filosóficas que siguen son fascinantes pero lo dejo hasta aquí, consigan el libro (ambos libros, el de John Perry y ¿Quién es Julia? De Barbara Harris) y léanlos, a quienes les interese el tema, se van a dar banquete.    -    saulgodoy@gmail.com

 

 

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